Jesús es nuestro Lìder_____________________________________________________________
Valga sólo para la brevedad de un título las cuatro palabras que expresan la confesión más correctamente definida como:
El Señor Jesucristo es nuestro único Caudillo.
El acostumbramiento visual y auditivo a los textos bíblicos no pocas veces ha mantenido sobre ellos un velo que no nos permite percibir el significado real de lo que nos parece que tan bien conocemos. Si bien en muchos casos la diferencia apenas pasa de una variante curiosamente interesante - pero sin afectar mayormente nuestra fe y práctica cristiana -, en otras puede revestir una importancia cuya percepción nos resulta tan sorprendente como trascendente.
Es así que de la porción de Mateo 23: 8-10, a lo sumo se retiene la lección de que no debemos hacer lo de los católicos romanos que llaman de “Padre” al cura o sacerdote de su religión (v.9). Pero no pasa de ahí nuestro afán controversial. Poco imaginaríamos que una más atenta consideración del pasaje llevaría a una sana autocrítica a cuantos se precian de cristianos evangélicos, por más bíblicos o fundamentalistas que profesen ser.
El conocimiento bíblico de que los maestros hayan sido dados como dones de Cristo a su iglesia (Ef.4:11) y que Pablo se presente como padre espiritual de Onésimo (Flm. 10,11), Timoteo (Flp.2:22; 1Ti.1:2, 18; 2Ti.1:2; 2:1), Tito (1:4) los gálatas (Gl.4:19) y los corintios (1Co.4:15), ha sido mal aplicado por los indoctos e inconstantes que tuercen las Escrituras (2Pe.3:16), al grado de prácticamente desautorizar lo expresamente dicho por el Señor, invalidando así una instrucción suya, que de acatarse, habría evitado grandes males.
La hermenéutica nos muestra como un texto apoya y complementa a otro, sin nunca contradecirlo ni anularlo. Así, lo primero que debería de notarse en este pasaje, es que lo que aquí el Señor corrige no es lo que realmente una persona sea - maestro, padre -, sino la obsesión por ser distinguidos por un tratamiento diferencial, que junto al exhibicionismo constituían características propias del espíritu farisaico, muy contrario al que Cristo formaba en sus discípulos.
Jesús no censura a los fariseos por no quedarse de pie en las cenas o en la sinagogas - era natural que se sentasen -; ni porque usasen filacterias y mantos con flecos, o porque fuesen saludados al pasar, o que enseñasen como rabinos, muy propio todo ello a lo que esencialmente eran.
El problema estaba en el modo en que hacían todo eso, pues mostraba la oculta pero indisimulada ambición de lucimiento personal que los gobernaba.
En otro lugar Jesús instruyó a sus discípulos diciéndoles - en contraste con los que imponen su autoridad -: “Pero no será así entre vosotros” (Mr.10:43). De semejante manera, aquí el Señor no obliga a sus discípulos a que dejen de ser lo que efectivamente eran, sino a no arrogarse los títulos ni tratamientos distintivos que aunque propios a sus personas y funciones, ya incubaban el germen de la doctrina nicolaíta que Él aborrece tanto como a sus obras (Ap.2: 6,15); así como la diabólica persuación a ser Él mismo desplazado como Cabeza de su iglesia, por las de hombres corruptos ávidos de poder y prestigio personal.
Repárese, entonces, que el mal que aquejaba a los fariseos y que los discípulos debían de evitar, era precisamente el amar ese ridículo pavoneo a que nos tiene habituado tanto congreso o ceremonia que alguna que otra vez nos tocó presenciar (Mt.23:5-7). De ahí que la recomendación del v.8 sea:
“Pero vosotros no pretendáis que os llamen “Rabí”. ¿Nos damos cuenta? No había problema alguno en ser maestro, pues con humildad, buena obra harían cuantos tuvieran ese don y aptitud para enseñar a otros (2Ti.2:2). Pero el problema - o problemón - estaba en la autosatisfacción de oírse llamar de:
- ¡Mi maestro! o - ¡Maestro mío! como implica la expresión “Rabí”.
La puesta al día de tan arraigado vicio clerical la tenemos hoy en la común forma empleada por los hermanos en las denominaciones al referirse a “Mi pastor”, como si pudiesen tener otro, a más del Señor Jesús. Los “pastores”, lejos de corregir, estimulan este uso, pues les oímos decir desde el púlpito:
- Si tú quieres que yo sea tu pastor, pues entonces deberás estar sujeto a mí.
Difícilmente puedan sonar voces más dulces a los oídos clericales que los melindrosos balidos de sus ovejas engordadas que los persiguen por todas partes: - ¡Pastor! ¡Pastor! Aunque no sean más que unas pocas rozagantes hermanas, en esos momentos se sienten envolver por el vértigo de la zalamería, de tal modo que no sólo a ellas y su congregación las ven como enteramente dependientes, sino que todo el barrio, ciudad, país y el mundo mismo parecen girar alrededor de ellos, esperando de su inspiración la palabra sabia y oportuna para cada situación.
Los fariseos de antaño y los de hoy protestarán en su defensa:
- ¡No se trata más que de un tratamiento de consideración y respeto!
Respondemos:
- ¿Acaso el de “hermano”, don Francisco o Sr. García suenan desconsiderados o irrespetuosos?
La liviandad con que ahora se tratan estas cosas contrasta con la importancia que se le daba en la antigüedad. Al menos para Eliú le era un asunto de vida o muerte: “Y no haré ahora distinción de personas ni usaré con nadie de títulos lisonjeros. Porque no sé decir lisonjas, y si lo hiciera, pronto mi Hacedor me consumiría” (Job 32:21,22). ¿Será sobrecargar demasiado la tinta si agregamos la cita de Romanos 1:32? Veamos: “Esos, aunque conocen el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no solo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican”. Muy fuerte, ¿verdad?
Por supuesto que en su ámbito natural (cuartel, hospital, oficina) hemos de emplear con nuestros propios hermanos los rangos militares, títulos universitarios y grados jerárquicos. Pero ni estos ni los títulos eclesiásticos funcionan en la iglesia de Jesucristo. Allí tenemos un solo Señor, Esposo, Cabeza, Maestro y Líder - como seguidamente veremos -, y todos los demás somos hermanos. No existe el laicado. Toda la hermandad en Cristo compone el clero (1Pe.1:3 gr.). Si se quisieran usar los términos “clérigos” o
“eclesiásticos”, con propiedad deberían de aplicarse a todos los hermanos y jamás reservarlos para sus cuidadores, como mal tradicionalmente se hace.
La traducción común en nuestras Biblias de Mt.23:10 no nos permite advertir el significado del texto, antes bien parece una repetición resumida del v.8. Observando el texto griego captamos la diferencia: en el v.8 se traduce bien “didáskalos” por maestro, pero en el 10 el término “kazegetes” (único lugar en que aparece en el Nuevo Testamento) aunque incluya (entre otras) la idea de “preceptor”, más propiamente describe al que guía con su ejemplo tomando la delantera. El vocablo que en inglés más fielmente representa la idea es “Leader” y en español “Caudillo”, y así aparece en las ediciones interlineales del texto griego en ambos idiomas. En la versión King James la palabra “leader” no se usa en el N.T. y unas pocas veces en el Antiguo se aplica a jefes o capitanes del ejército, como los valientes de David; pero nunca a dirigentes religiosos.
El anglicismo “líder” y luego los derivados “liderar’, “liderazgo” son de reciente incorporación al Diccionario de la Real Academia Española, y por siglos nos hemos arreglado muy bien sin tales extranjerismos. De sobra tiene el castellano vocablos apropiados para tomar préstamos de otras lenguas; que si en ellas pueden ser de legítimo uso, en la nuestra llegan a confudir y no a dar precisión a la expresión de las ideas.
Ahora bien, aquí tenemos dos puntos a considerar:
1ero. - Los vocablos “líder, liderar, liderazgo” si bien pueden usarse legítimamente en un contexto secular (político, deportivo, empresarial) son totalmente inapropiados en el ámbito de la congregación cristiana.
El afán de competencia constituye la motivación principal conducente al éxito personal o de cualquier institución en el mundo. El marketing empleado para lograr éxitos de librería o la convocatoria a congresos y talleres de liderazgo ha sabido explotar la vanidad personal en su intento de aprender y utilizar las técnicas y estrategias que confieran el predominio sobre el prójimo, en el área religiosa, inclusive.
El afán por el destaque se vuelve luego la obsesión de la carne exacerbada, por más que luego se vista de “llamados” a “ministerios” especiales bajo “unciones” siempre sospechosas y jamás convincentes de la verdadera acción del Espíritu Santo.
La ridiculez de los “líderes” de las “iglesias” se advierte fácilmente al no lograr seguidores a sus emprendimientos, sino que siempren tienen que estar empujando a sus “liderados” desde abajo y de detrás.
La competencia y rivalidad suscitada entre los candidatos a “líder de jóvenes”, “líder de célula o grupo” o “líder de alabanza” ha provocado más corrupción en las “iglesias” de lo que pudiera imaginarse.
En un país como el nuestro donde todos quieren ser caciques pero no tenemos indios, véase qué porvenir puede tener cualquier intento de establecer “liderazgos”.
2do. - Si el Señor Jesús ordenó que no seamos llamados de líderes porque uno es nuestro Líder, el Cristo, entonces, ¿qué tontería estamos haciendo - y pecado cometiendo - recibiendo y dando un trato que nos es prohibido por ser exclusivo de nuestro Señor?
Si en nuestra jerga cristiana evangélica quisiéramos mantener a ultranza el uso de estos anglicismos, entonces, con toda propiedad, hablemos de Jesús como nuestro único Líder, Su liderar como el de la Cabeza sobre todos los miembros del Cuerpo, y Su liderazgo como el que Él ejerce sobre todos los suyos por el Espíritu Santo.
Pero no mantengamos más este sistema nicolaíta que solamente sirve a los promotores del mismo pero malogra vidas y arruina congregaciones enteras.
Que todos así lo sigan haciendo, no nos obliga a proseguir con la complicidad generalizada en su abierta desobediencia y desacato al Señor y su Palabra.
Ricardo
Valga sólo para la brevedad de un título las cuatro palabras que expresan la confesión más correctamente definida como:
El Señor Jesucristo es nuestro único Caudillo.
El acostumbramiento visual y auditivo a los textos bíblicos no pocas veces ha mantenido sobre ellos un velo que no nos permite percibir el significado real de lo que nos parece que tan bien conocemos. Si bien en muchos casos la diferencia apenas pasa de una variante curiosamente interesante - pero sin afectar mayormente nuestra fe y práctica cristiana -, en otras puede revestir una importancia cuya percepción nos resulta tan sorprendente como trascendente.
Es así que de la porción de Mateo 23: 8-10, a lo sumo se retiene la lección de que no debemos hacer lo de los católicos romanos que llaman de “Padre” al cura o sacerdote de su religión (v.9). Pero no pasa de ahí nuestro afán controversial. Poco imaginaríamos que una más atenta consideración del pasaje llevaría a una sana autocrítica a cuantos se precian de cristianos evangélicos, por más bíblicos o fundamentalistas que profesen ser.
El conocimiento bíblico de que los maestros hayan sido dados como dones de Cristo a su iglesia (Ef.4:11) y que Pablo se presente como padre espiritual de Onésimo (Flm. 10,11), Timoteo (Flp.2:22; 1Ti.1:2, 18; 2Ti.1:2; 2:1), Tito (1:4) los gálatas (Gl.4:19) y los corintios (1Co.4:15), ha sido mal aplicado por los indoctos e inconstantes que tuercen las Escrituras (2Pe.3:16), al grado de prácticamente desautorizar lo expresamente dicho por el Señor, invalidando así una instrucción suya, que de acatarse, habría evitado grandes males.
La hermenéutica nos muestra como un texto apoya y complementa a otro, sin nunca contradecirlo ni anularlo. Así, lo primero que debería de notarse en este pasaje, es que lo que aquí el Señor corrige no es lo que realmente una persona sea - maestro, padre -, sino la obsesión por ser distinguidos por un tratamiento diferencial, que junto al exhibicionismo constituían características propias del espíritu farisaico, muy contrario al que Cristo formaba en sus discípulos.
Jesús no censura a los fariseos por no quedarse de pie en las cenas o en la sinagogas - era natural que se sentasen -; ni porque usasen filacterias y mantos con flecos, o porque fuesen saludados al pasar, o que enseñasen como rabinos, muy propio todo ello a lo que esencialmente eran.
El problema estaba en el modo en que hacían todo eso, pues mostraba la oculta pero indisimulada ambición de lucimiento personal que los gobernaba.
En otro lugar Jesús instruyó a sus discípulos diciéndoles - en contraste con los que imponen su autoridad -: “Pero no será así entre vosotros” (Mr.10:43). De semejante manera, aquí el Señor no obliga a sus discípulos a que dejen de ser lo que efectivamente eran, sino a no arrogarse los títulos ni tratamientos distintivos que aunque propios a sus personas y funciones, ya incubaban el germen de la doctrina nicolaíta que Él aborrece tanto como a sus obras (Ap.2: 6,15); así como la diabólica persuación a ser Él mismo desplazado como Cabeza de su iglesia, por las de hombres corruptos ávidos de poder y prestigio personal.
Repárese, entonces, que el mal que aquejaba a los fariseos y que los discípulos debían de evitar, era precisamente el amar ese ridículo pavoneo a que nos tiene habituado tanto congreso o ceremonia que alguna que otra vez nos tocó presenciar (Mt.23:5-7). De ahí que la recomendación del v.8 sea:
“Pero vosotros no pretendáis que os llamen “Rabí”. ¿Nos damos cuenta? No había problema alguno en ser maestro, pues con humildad, buena obra harían cuantos tuvieran ese don y aptitud para enseñar a otros (2Ti.2:2). Pero el problema - o problemón - estaba en la autosatisfacción de oírse llamar de:
- ¡Mi maestro! o - ¡Maestro mío! como implica la expresión “Rabí”.
La puesta al día de tan arraigado vicio clerical la tenemos hoy en la común forma empleada por los hermanos en las denominaciones al referirse a “Mi pastor”, como si pudiesen tener otro, a más del Señor Jesús. Los “pastores”, lejos de corregir, estimulan este uso, pues les oímos decir desde el púlpito:
- Si tú quieres que yo sea tu pastor, pues entonces deberás estar sujeto a mí.
Difícilmente puedan sonar voces más dulces a los oídos clericales que los melindrosos balidos de sus ovejas engordadas que los persiguen por todas partes: - ¡Pastor! ¡Pastor! Aunque no sean más que unas pocas rozagantes hermanas, en esos momentos se sienten envolver por el vértigo de la zalamería, de tal modo que no sólo a ellas y su congregación las ven como enteramente dependientes, sino que todo el barrio, ciudad, país y el mundo mismo parecen girar alrededor de ellos, esperando de su inspiración la palabra sabia y oportuna para cada situación.
Los fariseos de antaño y los de hoy protestarán en su defensa:
- ¡No se trata más que de un tratamiento de consideración y respeto!
Respondemos:
- ¿Acaso el de “hermano”, don Francisco o Sr. García suenan desconsiderados o irrespetuosos?
La liviandad con que ahora se tratan estas cosas contrasta con la importancia que se le daba en la antigüedad. Al menos para Eliú le era un asunto de vida o muerte: “Y no haré ahora distinción de personas ni usaré con nadie de títulos lisonjeros. Porque no sé decir lisonjas, y si lo hiciera, pronto mi Hacedor me consumiría” (Job 32:21,22). ¿Será sobrecargar demasiado la tinta si agregamos la cita de Romanos 1:32? Veamos: “Esos, aunque conocen el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no solo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican”. Muy fuerte, ¿verdad?
Por supuesto que en su ámbito natural (cuartel, hospital, oficina) hemos de emplear con nuestros propios hermanos los rangos militares, títulos universitarios y grados jerárquicos. Pero ni estos ni los títulos eclesiásticos funcionan en la iglesia de Jesucristo. Allí tenemos un solo Señor, Esposo, Cabeza, Maestro y Líder - como seguidamente veremos -, y todos los demás somos hermanos. No existe el laicado. Toda la hermandad en Cristo compone el clero (1Pe.1:3 gr.). Si se quisieran usar los términos “clérigos” o
“eclesiásticos”, con propiedad deberían de aplicarse a todos los hermanos y jamás reservarlos para sus cuidadores, como mal tradicionalmente se hace.
La traducción común en nuestras Biblias de Mt.23:10 no nos permite advertir el significado del texto, antes bien parece una repetición resumida del v.8. Observando el texto griego captamos la diferencia: en el v.8 se traduce bien “didáskalos” por maestro, pero en el 10 el término “kazegetes” (único lugar en que aparece en el Nuevo Testamento) aunque incluya (entre otras) la idea de “preceptor”, más propiamente describe al que guía con su ejemplo tomando la delantera. El vocablo que en inglés más fielmente representa la idea es “Leader” y en español “Caudillo”, y así aparece en las ediciones interlineales del texto griego en ambos idiomas. En la versión King James la palabra “leader” no se usa en el N.T. y unas pocas veces en el Antiguo se aplica a jefes o capitanes del ejército, como los valientes de David; pero nunca a dirigentes religiosos.
El anglicismo “líder” y luego los derivados “liderar’, “liderazgo” son de reciente incorporación al Diccionario de la Real Academia Española, y por siglos nos hemos arreglado muy bien sin tales extranjerismos. De sobra tiene el castellano vocablos apropiados para tomar préstamos de otras lenguas; que si en ellas pueden ser de legítimo uso, en la nuestra llegan a confudir y no a dar precisión a la expresión de las ideas.
Ahora bien, aquí tenemos dos puntos a considerar:
1ero. - Los vocablos “líder, liderar, liderazgo” si bien pueden usarse legítimamente en un contexto secular (político, deportivo, empresarial) son totalmente inapropiados en el ámbito de la congregación cristiana.
El afán de competencia constituye la motivación principal conducente al éxito personal o de cualquier institución en el mundo. El marketing empleado para lograr éxitos de librería o la convocatoria a congresos y talleres de liderazgo ha sabido explotar la vanidad personal en su intento de aprender y utilizar las técnicas y estrategias que confieran el predominio sobre el prójimo, en el área religiosa, inclusive.
El afán por el destaque se vuelve luego la obsesión de la carne exacerbada, por más que luego se vista de “llamados” a “ministerios” especiales bajo “unciones” siempre sospechosas y jamás convincentes de la verdadera acción del Espíritu Santo.
La ridiculez de los “líderes” de las “iglesias” se advierte fácilmente al no lograr seguidores a sus emprendimientos, sino que siempren tienen que estar empujando a sus “liderados” desde abajo y de detrás.
La competencia y rivalidad suscitada entre los candidatos a “líder de jóvenes”, “líder de célula o grupo” o “líder de alabanza” ha provocado más corrupción en las “iglesias” de lo que pudiera imaginarse.
En un país como el nuestro donde todos quieren ser caciques pero no tenemos indios, véase qué porvenir puede tener cualquier intento de establecer “liderazgos”.
2do. - Si el Señor Jesús ordenó que no seamos llamados de líderes porque uno es nuestro Líder, el Cristo, entonces, ¿qué tontería estamos haciendo - y pecado cometiendo - recibiendo y dando un trato que nos es prohibido por ser exclusivo de nuestro Señor?
Si en nuestra jerga cristiana evangélica quisiéramos mantener a ultranza el uso de estos anglicismos, entonces, con toda propiedad, hablemos de Jesús como nuestro único Líder, Su liderar como el de la Cabeza sobre todos los miembros del Cuerpo, y Su liderazgo como el que Él ejerce sobre todos los suyos por el Espíritu Santo.
Pero no mantengamos más este sistema nicolaíta que solamente sirve a los promotores del mismo pero malogra vidas y arruina congregaciones enteras.
Que todos así lo sigan haciendo, no nos obliga a proseguir con la complicidad generalizada en su abierta desobediencia y desacato al Señor y su Palabra.
Ricardo