Re: Adan y Eva tenían Condón Umbilicar?
Otra explicación, un poco más simple para quienes no sabemos mucho de biología es la siguiente:
BUSCANDO A EVA Y ADAN
Javier Armentia
Los modernos paleontólogos empiezan a estudiar más los genes que los huesos. Han cambiado el trabajo de excavación por el laboratorio de bioquímica. Una revolución que está avanzando sin cesar, acercándonos a desvelar cuál es el misterio del linaje humano.
Dos investigaciones recientes han puesto de manifiesto el poder de las técnicas de análisis genético: la publicada en Nature por científicos de la Universidad de Stanford (California, EEUU) sobre el origen de los primeros humanos (llamados, por seguir la costumbre, “Eva” y “Adán”, que nunca llegaron a convivir) y el análisis de un equipo internacional dirigido por Ornella Semino y publicado esta semana en Science en el que se trazan los orígenes de los europeos actuales a 10 hombres solamente.
En el primero de los trabajos, se llega a la determinación de la fecha y el lugar en que vivió la primera mujer humana. Una africana, de hace unos 143.000 años, fue esa Eva de la cual procedemos todos los humanos actuales. Esto no es, sin embargo, una revelación bíblica, sino las conclusiones del estudio del material genético que contiene la molécula de ADN que existe dentro de unos órganos intracelulares: las mitocondrias.
En cada uno de nuestros billones de células existen numerosos orgánulos que se encargan de asegurar el transporte de energía. Son las mitocondrias, responsables de nuestro metabolismo, y que a partir de los años 60 se descubrieron como mucho más importantes aún de lo que se creía. Ello se debe a que estos pequeños órganos contienen ADN, que anteriormente se creía que existía únicamente en el núcleo celular. El ADN mitocondrial, a diferencia del nuclear, no se mezcla en la reproducción. Es decir, las mitocondrias se clonan, más que reproducirse; todas las mitocondrias que tenemos cada uno provienen de una sola mitocondria, que heredamos de nuestra madre a través de su óvulo que fue fecundado. El linaje de ese ADN, que es mucho más pequeño que el del núcleo de las células, se transmite por lo tanto por vía materna.
Hace unos años, un investigador norteamericano, Dough Wallace, que estudiaba una enfermedad hereditaria bastante rara, llamada “neuropatía óptica hereditaria de Leber”, descubrió que esta enfermedad se transmitía de madres a hijos, siempre, pero que no estaba ligada a los cromosomas sexuales, el par número 23 compuesto por un cromosoma de tipo X y uno de tipo Y en los hombres y dos X en las mujeres. Era precisamente el ADN mitocondrial el responsable de transmitir la enfermedad. A partir de este estudio se comprendió la importancia de la información que contenía este orgánulo. Y cómo podría ser empleado como un marcador para estudiar la evolución humana.
Dado que el ADN mitocondrial se replica, los cambios que se dan en la molécula se deben solamente a errores en la transcripción, variaciones aleatorias de algunas de las bases que componen la molécula. El ritmo de estas variaciones, se puede considerar fijo. Si analizamos esta molécula en una población, las diferentes variaciones en ella entre individuos indican cuánto se aleja en el tiempo el antepasado común. A partir de este análisis, y con numerosas muestras de ADN mitocondrial, los investigadores han llegado a trazar la existencia es esa antepasada común de todas nuestras mitocondrias: esa mujer que, con cierta ironía, llamaron Eva.
Una historia “masculina”
De manera análoga, existe otro material genético en los humanos que pasa de padres a hijos: es el contenido en el cromosoma Y, que no existe en las mujeres. En gran medida, este cromosoma tampoco cambia sino con un ritmo lento: pequeñas alteraciones que van acentuando, a lo largo de las generaciones, la diferencia entre los cromosomas Y de todos los varones humanos.
Curiosamente, el antecesor de todos los varones es mucho más moderno que la de todas las mujeres humanas: 59.000 años es la edad que trazan los sistemas de análisis genético. Esta distancia en el tiempo puede parecer paradójica, especialmente porque, siguiendo la costumbre que se había creado al hablar de la “Eva mitocondrial”, a este antecesor se le llamó Adán. Aunque nunca se conocieron, nuestros genes trazan la historia humana a partir de estas dos personas.
La paradoja se resuelve si entendemos que el material genético humano es mucho más que el cromosoma Y y el AND mitocondrial: son los 23 pares, en esa compleja distribución que se realiza en la reproducción humana, los que aseguran que pertenecemos a la misma especie. Cada gen, dentro de cada cromosoma, de hecho, marca un linaje más o menos antiguo: una historia diferente que, con las técnicas de análisis genético, pero sin olvidar los yacimientos paleontológicos y arqueológicos, permitirán en el futuro conocer mejor nuestros orígenes.
SEPARADO: Y LAS 10 TRIBUS DE EUROPA
El trabajo dirigido por la profesora Semino ha utilizado técnicas similares para analizar el linaje europeo. Esos diez europeos que estadísticamente permiten entender las variaciones entre los cromosomas Y de los varones que habitamos la antigua Europa. El poder de estas técnicas de análisis permite fijar en el tiempo los principales procesos migratorios que ha sufrido nuestro continente: un poblamiento paleolítico, de hace unos 40.000 años, al que se sucedieron otros posteriores, todos viniendo del Oriente Próximo: el correspondiente al periodo Gravetiense, de hace unos 22.000 años y el neolítico, de hombres que trajeron consigo las técnicas de la agricultura, mas reciente, hace unos 9.000 años.
Aunque estos resultados parecen confirmar las hipótesis arqueológicas sobre la población reciente de Europa, queda todavía mucho por saber, especialmente de los primeros momentos del poblamiento de homínidos. Las nuevas técnicas de análisis genético, aparte de su uso forense para identificar paternidades o autorías de delitos, prometen ofrecernos interesantes pistas que Sherlock Holmes nunca habría soñado con tener.
Lo tomé de la siguiente página: http://javarm.blogalia.com/?/historias/2297
Otra explicación, un poco más simple para quienes no sabemos mucho de biología es la siguiente:
BUSCANDO A EVA Y ADAN
Javier Armentia
Los modernos paleontólogos empiezan a estudiar más los genes que los huesos. Han cambiado el trabajo de excavación por el laboratorio de bioquímica. Una revolución que está avanzando sin cesar, acercándonos a desvelar cuál es el misterio del linaje humano.
Dos investigaciones recientes han puesto de manifiesto el poder de las técnicas de análisis genético: la publicada en Nature por científicos de la Universidad de Stanford (California, EEUU) sobre el origen de los primeros humanos (llamados, por seguir la costumbre, “Eva” y “Adán”, que nunca llegaron a convivir) y el análisis de un equipo internacional dirigido por Ornella Semino y publicado esta semana en Science en el que se trazan los orígenes de los europeos actuales a 10 hombres solamente.
En el primero de los trabajos, se llega a la determinación de la fecha y el lugar en que vivió la primera mujer humana. Una africana, de hace unos 143.000 años, fue esa Eva de la cual procedemos todos los humanos actuales. Esto no es, sin embargo, una revelación bíblica, sino las conclusiones del estudio del material genético que contiene la molécula de ADN que existe dentro de unos órganos intracelulares: las mitocondrias.
En cada uno de nuestros billones de células existen numerosos orgánulos que se encargan de asegurar el transporte de energía. Son las mitocondrias, responsables de nuestro metabolismo, y que a partir de los años 60 se descubrieron como mucho más importantes aún de lo que se creía. Ello se debe a que estos pequeños órganos contienen ADN, que anteriormente se creía que existía únicamente en el núcleo celular. El ADN mitocondrial, a diferencia del nuclear, no se mezcla en la reproducción. Es decir, las mitocondrias se clonan, más que reproducirse; todas las mitocondrias que tenemos cada uno provienen de una sola mitocondria, que heredamos de nuestra madre a través de su óvulo que fue fecundado. El linaje de ese ADN, que es mucho más pequeño que el del núcleo de las células, se transmite por lo tanto por vía materna.
Hace unos años, un investigador norteamericano, Dough Wallace, que estudiaba una enfermedad hereditaria bastante rara, llamada “neuropatía óptica hereditaria de Leber”, descubrió que esta enfermedad se transmitía de madres a hijos, siempre, pero que no estaba ligada a los cromosomas sexuales, el par número 23 compuesto por un cromosoma de tipo X y uno de tipo Y en los hombres y dos X en las mujeres. Era precisamente el ADN mitocondrial el responsable de transmitir la enfermedad. A partir de este estudio se comprendió la importancia de la información que contenía este orgánulo. Y cómo podría ser empleado como un marcador para estudiar la evolución humana.
Dado que el ADN mitocondrial se replica, los cambios que se dan en la molécula se deben solamente a errores en la transcripción, variaciones aleatorias de algunas de las bases que componen la molécula. El ritmo de estas variaciones, se puede considerar fijo. Si analizamos esta molécula en una población, las diferentes variaciones en ella entre individuos indican cuánto se aleja en el tiempo el antepasado común. A partir de este análisis, y con numerosas muestras de ADN mitocondrial, los investigadores han llegado a trazar la existencia es esa antepasada común de todas nuestras mitocondrias: esa mujer que, con cierta ironía, llamaron Eva.
Una historia “masculina”
De manera análoga, existe otro material genético en los humanos que pasa de padres a hijos: es el contenido en el cromosoma Y, que no existe en las mujeres. En gran medida, este cromosoma tampoco cambia sino con un ritmo lento: pequeñas alteraciones que van acentuando, a lo largo de las generaciones, la diferencia entre los cromosomas Y de todos los varones humanos.
Curiosamente, el antecesor de todos los varones es mucho más moderno que la de todas las mujeres humanas: 59.000 años es la edad que trazan los sistemas de análisis genético. Esta distancia en el tiempo puede parecer paradójica, especialmente porque, siguiendo la costumbre que se había creado al hablar de la “Eva mitocondrial”, a este antecesor se le llamó Adán. Aunque nunca se conocieron, nuestros genes trazan la historia humana a partir de estas dos personas.
La paradoja se resuelve si entendemos que el material genético humano es mucho más que el cromosoma Y y el AND mitocondrial: son los 23 pares, en esa compleja distribución que se realiza en la reproducción humana, los que aseguran que pertenecemos a la misma especie. Cada gen, dentro de cada cromosoma, de hecho, marca un linaje más o menos antiguo: una historia diferente que, con las técnicas de análisis genético, pero sin olvidar los yacimientos paleontológicos y arqueológicos, permitirán en el futuro conocer mejor nuestros orígenes.
SEPARADO: Y LAS 10 TRIBUS DE EUROPA
El trabajo dirigido por la profesora Semino ha utilizado técnicas similares para analizar el linaje europeo. Esos diez europeos que estadísticamente permiten entender las variaciones entre los cromosomas Y de los varones que habitamos la antigua Europa. El poder de estas técnicas de análisis permite fijar en el tiempo los principales procesos migratorios que ha sufrido nuestro continente: un poblamiento paleolítico, de hace unos 40.000 años, al que se sucedieron otros posteriores, todos viniendo del Oriente Próximo: el correspondiente al periodo Gravetiense, de hace unos 22.000 años y el neolítico, de hombres que trajeron consigo las técnicas de la agricultura, mas reciente, hace unos 9.000 años.
Aunque estos resultados parecen confirmar las hipótesis arqueológicas sobre la población reciente de Europa, queda todavía mucho por saber, especialmente de los primeros momentos del poblamiento de homínidos. Las nuevas técnicas de análisis genético, aparte de su uso forense para identificar paternidades o autorías de delitos, prometen ofrecernos interesantes pistas que Sherlock Holmes nunca habría soñado con tener.
Lo tomé de la siguiente página: http://javarm.blogalia.com/?/historias/2297