Re: Estado laico
Fuente: Cartas. La Voz de Galicia
Déjeme a mí en paz la Iglesia...
Carlos Miranda. Sábado, 19 de Noviembre de 2005
...cuando hago mi declaración de renta y así no tendría que contemplar una casilla en la que se me pregunta si quiero donar un porcentaje de mis impuestos a la iglesia católica. Ahí reside un privilegio para una confesión religiosa que en modo alguno es justificable en una relación fiscal contribuyente-Estado. Por cierto: alrededor del 65% no elige tal opción y, no obstante, el Estado debe completar la asignación pactada ¿No sería más consecuente aceptar unicamente el porcentaje recaudado?
...cuando como director de un colegio, elegido democráticamente, recibía instrucciones del Obispado recordándome como he de planificar las clases de aquellos niños o niñas cuyos padres o madres han optado libremente por actividades alternativas ¿Habrase visto mayor carácter intervencionista?
...cuando la colectividad escolar a la que pertenezco, en una de sus campañas en favor de la paz y la tolerancia, recauda fondos para hacer entrega de los mismos a una institución de carácter religioso, en clara prueba del carácter tolerante de la comunidad, y se encuentra con la sonrojante vinculación de la institución receptora de estos fondos a Gescartera.
...cuando decide enviar un grupo de personas -a las que conozco y respeto- a mi domicilio para solicitarme una aportación económica para la restauración de un templo que ya cuenta con una subvención de la Xunta de Galicia (dinero de todos: católicos y no), templo cuyas actividades me son absolutamente ajenas y que no deja de ser un edificio propiedad de un obispado.
...cuando presiona ferreamente a los gobernantes para intentar mantener una asignatura basada en el dogma y no en las verdades científicamente demostradas o demostrables o en el rigor histórico. Me cuento entre las personas, entre los padres y, en el mundo de la educación, entre muchos profesionales que creen posible esta educación basada en valores perfectamente posibles y practicables en una sociedad laica: solidaridad, pluralismo, tolerancia, paz... Por supuesto: sé que en las religiones se pueden encontrar estos valores, al lado de la discriminación por razón de sexo, el fanatismo o la imposición dogmática. Como sé que hay religiosos que llevados de su inmenso amor al prójimo están al lado de colectivos marginales a miles de quilómetros de distancia. Ese comportamiento es admirable, como lo es su beligerancia en la lucha contra la pobreza o la discriminación social. Pero hay otras personas que también hacen lo mismo y no están imbuídas de religiosidad alguna.
A quienes la Iglesia les molesta
Guillermo Juan Morado
Fuente: Hazteoír.
A usted, laicista, la Iglesia no le gusta. Incluso parece que le incomoda su existencia. Es su percepción y su opinión. Y yo la respeto. Pero la Iglesia no es una especie de entidad abstracta. La Iglesia la formamos todos los bautizados. Es la comunidad de los creyentes en Cristo. La Iglesia está cerca de usted, le agrade o no: en su familia, posiblemente; en su comunidad de vecinos; en el bar donde se toma un café o en la playa donde, bajo una sombrilla, disfruta de las horas de descanso.
Le molesta encontrarse con la Iglesia en su declaración de Hacienda. Bueno, puede ser. A mí también me molestan muchas cosas que se hacen con los impuestos que yo también pago. Por ejemplo, que se financien abortos a costa del erario público, que se destine parte de mi dinero a subvencionar asociaciones o grupos que, a mi modo de ver, no aportan nada de bueno. Pero tengo que aguantarme. Vivo en una sociedad, y a mi lado hay gente que no piensa como yo. A usted le dan la posibilidad de marcar o no una cruz. A mí no me reconocen el derecho a la objeción fiscal, para que ni un céntimo de euro de lo que pago sea destinado a lo que estimo que es un mal.
Le fastidia que se hable de las clases alternativas a la Religión. A mí me inquieta que se quiera convertir esa asignatura en un desecho, en escoria, en un apéndice prescindible dentro de un curriculum académico. Y me desazona que, quienes no quieren recibir esa enseñanza, impongan a quienes sí quieren que sea una materia de segunda.
A usted le enoja recaudar fondos en favor de una institución de carácter religioso. A mí que no se reconozca la cantidad de dinero que desde la Iglesia se destina a hacer el bien. Imagínese una huelga de la Iglesia: cerrados los colegios, los hospitales, las casas de acogida y los asilos; cerrados todos los centros de atención social. Tendría usted, no lo dude, que pagar muchos más impuestos.
A usted le molesta que le pidan dinero para restaurar un templo. Pero usted no ignora que las subvenciones públicas nunca cubren la totalidad de los gastos de una obra. A mí me abruma que no se tenga en cuenta que los párrocos, sólo por abrir cada día las iglesias, por vigilar si hay o no goteras, son, de todo el país, los que más contribuyen a la conservación del patrimonio histórico.
A usted le molesta que se pretenda mantener la asignatura de Religión. A mí que no se reconozca el valor del hecho religioso. Que se ignore la aportación de la Iglesia a la cultura. Que se prive de su condición de razón a la razón creyente. Que se dé por descontado que para ser intelectualmente rigurosos, o incluso para pensar con un mínimo de lógica, haya que partir del laicismo como presupuesto.
A mí me molestan todas esas cosas. Y me topo con ellas cada día. Hasta leyendo los periódicos.
Mi derecho a sentirme molesto
Carlos Miranda. Lunes, 21 de Noviembre de 2005
Sin ánimo de continuar en una polémica que me parece estéril, y desde la reflexión sobre la práctica docente y el ejercicio de la función directiva durante tres décadas, el de mi condición de padre, así como desde el propósito de contradecir sin irritación me limitaré a señalar, sinteticamente, unas breves consideraciones.
La autoridad religiosa no puede imponer criterios docentes a alumnos cuyos padres no han elegido clases de religión. Es un intento de penalización tan injustificado como carente de derecho, y algo tan obvio que ni merece discusión. En mi niñez, no tuve más remedio que acatar un sistema que sí me la imponía y los recuerdos que tengo de tales clases me hacen calificarlas de totalmente contrarias a cualquier método minimamente pedagógico, tanto en los contenidos como en los procedimientos.
No niego el hecho religioso. Pero entiendo que hay que tener la suficiente objetividad como para valorar, por ejemplo, la poesía de S. Juan de la Cruz y la de Curros Enríquez, antagónicas en el fondo pero bellísimas en las formas. Como hay que valorar ponderadamente la obra de Bartolomé de las Casas y las matanzas de la Inquisición. No se puede hablar de historia de España sin estudiar el cristianismo, el Islam o la expulsión de los judíos. Pero un aspecto es el hecho cultural y otro la dimensión que trasciende al rigor de veracidad que debe presidir una transmisión de saberes o valores.
Seguramente comparto con Vd. puntos fundamentales del mensaje cristiano comunes con otros credos -la igualdad de los seres humanos, la solidaridad con el prójimo...- pero en lo que no puedo estar de acuerdo es con el monopolio en su interpretación ni con el valor que se da al rito.
Como padre, mi opinión es que SIEMPRE TUVE EL DEBER DE EDUCAR A MIS HIJAS PERO NUNCA EL DERECHO DE ADOCTRINARLAS. Creo que la diferencia es evidente. A día de hoy, en que son personas adultas, he de decirle que estoy sumamente orgulloso de haber adoptado esta postura, y lo estoy porque de su comportamiento y de sus palabras se desprende que no podía haberlo hecho de otro modo.
Conocí y conozco sacerdotes que hacen una labor social digna de encomio, y que va más allá de abrir la puerta del templo y comprobar si hay o no goteras. Por cierto, cobran del erario público y sé de más de uno que entrega todo lo que percibe. Conozco a alguno que comparte mi idea de que debe ser cada comunidad religiosa la que mantenga a su jefe espiritual, sea de la confesión que sea. Como conozco también el caso de alguno que recibió en donación una hermosa capilla perteneciente a un pazo, la vendió y pasó a convertirse en un establo. No crea que exagero: está a una veintena de metros de mi domicilio.
Para finalizar: en el diario de hoy puede Vd. contemplar una encuesta en la que cada quien participa libre y conscientemente. El resultado no puede ser más elocuente: un 78 % de los participantes opina que el Estado debe reducir las aportaciones a la iglesia.
A un laicista educador y educado
Guillermo Juan Morado
Yo no sé si son estériles o no las polémicas. En todo caso, nunca viene mal el intercambio de ideas, ese juego que inventaron los griegos y al que llamaron “diálogo”. Y el diálogo comporta siempre escuchar y hablar, con voluntad de empatía, con el deseo de ponerse en el lugar del otro para comprender, en lo posible, sus razones. No me avalan a mí tres décadas de experiencia docente, ya que poco más de tres décadas llevo viviendo. Ni tampoco tengo hijos, aun cuando considere como propia la vocación de los educadores.
La tarea de las autoridades religiosas no es “imponer” nada a nadie. Y mucho menos “imponer” criterios docentes. Son las autoridades académicas las que, en coherencia con lo que los padres demandan, han de marcar las pautas de la enseñanza en la Escuela. Cada cual tiene su función, y los maestros y pedagogos tienen la suya. Nadie, o al menos yo no, se la discute. Pero si una materia se ha de enseñar en un Centro con la dignidad que le corresponde a cualquier asignatura fundamental, es obvio que no puede impartirse fuera del horario lectivo, o en condiciones menos ventajosas que las demás disciplinas del curriculum. Si hay buena voluntad, no es difícil llegar a un acuerdo. Si no la hay, cualquier cosa se convierte en un problema irresoluble.
El hecho religioso no se puede negar. La realidad es tozuda y termina imponiéndose. El hecho religioso está en la calle, en la historia de ayer y en la vivencia de hoy. Más aun, está en nosotros mismos. Somos, como diría Gustavo Bueno, animales divinos. El hecho religioso informa la poesía mística de San Juan de la Cruz, como informa, quizá de otro modo, la de Curros Enríquez. Hay religión en la “Noche oscura del alma” y en el poemario “A Virxe do Cristal”. Y no es la poesía cuestión sólo de forma, sino de fondo, de lenguaje esencial, de escucha del ser.
¿Quién delimita, por otra parte, lo que trasciende al rigor de veracidad en la transmisión de valores y saberes? ¿Quién ha dicho que la educación religiosa no pueda ser veraz? ¿Quién es el árbitro que condena a las galeras de la mentira toda palabra que se pueda pronunciar sobre lo que Unamuno llamaba “lo que más nos interesa”? ¿Por qué no puede ser veraz el hombre religioso y sí el hombre laicista? ¿No estamos acaso aquí ante una petición de principio?
Y luego está lo de “adoctrinar”. Que es instruir e inculcar ideas y creencias. Irrenunciable cometido para todo padre y para todo educador. Aunque la palabra no guste. Siempre transmitimos ideas y creencias. Sean éstas las que sean. Lo hacemos todos. Hasta cuando escribimos una carta en un periódico. Hasta cuando contestamos a una encuesta. Incluso cuando nos creemos con derecho a sentirnos molestos.
Fuente: Cartas. La Voz de Galicia
Déjeme a mí en paz la Iglesia...
Carlos Miranda. Sábado, 19 de Noviembre de 2005
...cuando hago mi declaración de renta y así no tendría que contemplar una casilla en la que se me pregunta si quiero donar un porcentaje de mis impuestos a la iglesia católica. Ahí reside un privilegio para una confesión religiosa que en modo alguno es justificable en una relación fiscal contribuyente-Estado. Por cierto: alrededor del 65% no elige tal opción y, no obstante, el Estado debe completar la asignación pactada ¿No sería más consecuente aceptar unicamente el porcentaje recaudado?
...cuando como director de un colegio, elegido democráticamente, recibía instrucciones del Obispado recordándome como he de planificar las clases de aquellos niños o niñas cuyos padres o madres han optado libremente por actividades alternativas ¿Habrase visto mayor carácter intervencionista?
...cuando la colectividad escolar a la que pertenezco, en una de sus campañas en favor de la paz y la tolerancia, recauda fondos para hacer entrega de los mismos a una institución de carácter religioso, en clara prueba del carácter tolerante de la comunidad, y se encuentra con la sonrojante vinculación de la institución receptora de estos fondos a Gescartera.
...cuando decide enviar un grupo de personas -a las que conozco y respeto- a mi domicilio para solicitarme una aportación económica para la restauración de un templo que ya cuenta con una subvención de la Xunta de Galicia (dinero de todos: católicos y no), templo cuyas actividades me son absolutamente ajenas y que no deja de ser un edificio propiedad de un obispado.
...cuando presiona ferreamente a los gobernantes para intentar mantener una asignatura basada en el dogma y no en las verdades científicamente demostradas o demostrables o en el rigor histórico. Me cuento entre las personas, entre los padres y, en el mundo de la educación, entre muchos profesionales que creen posible esta educación basada en valores perfectamente posibles y practicables en una sociedad laica: solidaridad, pluralismo, tolerancia, paz... Por supuesto: sé que en las religiones se pueden encontrar estos valores, al lado de la discriminación por razón de sexo, el fanatismo o la imposición dogmática. Como sé que hay religiosos que llevados de su inmenso amor al prójimo están al lado de colectivos marginales a miles de quilómetros de distancia. Ese comportamiento es admirable, como lo es su beligerancia en la lucha contra la pobreza o la discriminación social. Pero hay otras personas que también hacen lo mismo y no están imbuídas de religiosidad alguna.
A quienes la Iglesia les molesta
Guillermo Juan Morado
Fuente: Hazteoír.
A usted, laicista, la Iglesia no le gusta. Incluso parece que le incomoda su existencia. Es su percepción y su opinión. Y yo la respeto. Pero la Iglesia no es una especie de entidad abstracta. La Iglesia la formamos todos los bautizados. Es la comunidad de los creyentes en Cristo. La Iglesia está cerca de usted, le agrade o no: en su familia, posiblemente; en su comunidad de vecinos; en el bar donde se toma un café o en la playa donde, bajo una sombrilla, disfruta de las horas de descanso.
Le molesta encontrarse con la Iglesia en su declaración de Hacienda. Bueno, puede ser. A mí también me molestan muchas cosas que se hacen con los impuestos que yo también pago. Por ejemplo, que se financien abortos a costa del erario público, que se destine parte de mi dinero a subvencionar asociaciones o grupos que, a mi modo de ver, no aportan nada de bueno. Pero tengo que aguantarme. Vivo en una sociedad, y a mi lado hay gente que no piensa como yo. A usted le dan la posibilidad de marcar o no una cruz. A mí no me reconocen el derecho a la objeción fiscal, para que ni un céntimo de euro de lo que pago sea destinado a lo que estimo que es un mal.
Le fastidia que se hable de las clases alternativas a la Religión. A mí me inquieta que se quiera convertir esa asignatura en un desecho, en escoria, en un apéndice prescindible dentro de un curriculum académico. Y me desazona que, quienes no quieren recibir esa enseñanza, impongan a quienes sí quieren que sea una materia de segunda.
A usted le enoja recaudar fondos en favor de una institución de carácter religioso. A mí que no se reconozca la cantidad de dinero que desde la Iglesia se destina a hacer el bien. Imagínese una huelga de la Iglesia: cerrados los colegios, los hospitales, las casas de acogida y los asilos; cerrados todos los centros de atención social. Tendría usted, no lo dude, que pagar muchos más impuestos.
A usted le molesta que le pidan dinero para restaurar un templo. Pero usted no ignora que las subvenciones públicas nunca cubren la totalidad de los gastos de una obra. A mí me abruma que no se tenga en cuenta que los párrocos, sólo por abrir cada día las iglesias, por vigilar si hay o no goteras, son, de todo el país, los que más contribuyen a la conservación del patrimonio histórico.
A usted le molesta que se pretenda mantener la asignatura de Religión. A mí que no se reconozca el valor del hecho religioso. Que se ignore la aportación de la Iglesia a la cultura. Que se prive de su condición de razón a la razón creyente. Que se dé por descontado que para ser intelectualmente rigurosos, o incluso para pensar con un mínimo de lógica, haya que partir del laicismo como presupuesto.
A mí me molestan todas esas cosas. Y me topo con ellas cada día. Hasta leyendo los periódicos.
Mi derecho a sentirme molesto
Carlos Miranda. Lunes, 21 de Noviembre de 2005
Sin ánimo de continuar en una polémica que me parece estéril, y desde la reflexión sobre la práctica docente y el ejercicio de la función directiva durante tres décadas, el de mi condición de padre, así como desde el propósito de contradecir sin irritación me limitaré a señalar, sinteticamente, unas breves consideraciones.
La autoridad religiosa no puede imponer criterios docentes a alumnos cuyos padres no han elegido clases de religión. Es un intento de penalización tan injustificado como carente de derecho, y algo tan obvio que ni merece discusión. En mi niñez, no tuve más remedio que acatar un sistema que sí me la imponía y los recuerdos que tengo de tales clases me hacen calificarlas de totalmente contrarias a cualquier método minimamente pedagógico, tanto en los contenidos como en los procedimientos.
No niego el hecho religioso. Pero entiendo que hay que tener la suficiente objetividad como para valorar, por ejemplo, la poesía de S. Juan de la Cruz y la de Curros Enríquez, antagónicas en el fondo pero bellísimas en las formas. Como hay que valorar ponderadamente la obra de Bartolomé de las Casas y las matanzas de la Inquisición. No se puede hablar de historia de España sin estudiar el cristianismo, el Islam o la expulsión de los judíos. Pero un aspecto es el hecho cultural y otro la dimensión que trasciende al rigor de veracidad que debe presidir una transmisión de saberes o valores.
Seguramente comparto con Vd. puntos fundamentales del mensaje cristiano comunes con otros credos -la igualdad de los seres humanos, la solidaridad con el prójimo...- pero en lo que no puedo estar de acuerdo es con el monopolio en su interpretación ni con el valor que se da al rito.
Como padre, mi opinión es que SIEMPRE TUVE EL DEBER DE EDUCAR A MIS HIJAS PERO NUNCA EL DERECHO DE ADOCTRINARLAS. Creo que la diferencia es evidente. A día de hoy, en que son personas adultas, he de decirle que estoy sumamente orgulloso de haber adoptado esta postura, y lo estoy porque de su comportamiento y de sus palabras se desprende que no podía haberlo hecho de otro modo.
Conocí y conozco sacerdotes que hacen una labor social digna de encomio, y que va más allá de abrir la puerta del templo y comprobar si hay o no goteras. Por cierto, cobran del erario público y sé de más de uno que entrega todo lo que percibe. Conozco a alguno que comparte mi idea de que debe ser cada comunidad religiosa la que mantenga a su jefe espiritual, sea de la confesión que sea. Como conozco también el caso de alguno que recibió en donación una hermosa capilla perteneciente a un pazo, la vendió y pasó a convertirse en un establo. No crea que exagero: está a una veintena de metros de mi domicilio.
Para finalizar: en el diario de hoy puede Vd. contemplar una encuesta en la que cada quien participa libre y conscientemente. El resultado no puede ser más elocuente: un 78 % de los participantes opina que el Estado debe reducir las aportaciones a la iglesia.
A un laicista educador y educado
Guillermo Juan Morado
Yo no sé si son estériles o no las polémicas. En todo caso, nunca viene mal el intercambio de ideas, ese juego que inventaron los griegos y al que llamaron “diálogo”. Y el diálogo comporta siempre escuchar y hablar, con voluntad de empatía, con el deseo de ponerse en el lugar del otro para comprender, en lo posible, sus razones. No me avalan a mí tres décadas de experiencia docente, ya que poco más de tres décadas llevo viviendo. Ni tampoco tengo hijos, aun cuando considere como propia la vocación de los educadores.
La tarea de las autoridades religiosas no es “imponer” nada a nadie. Y mucho menos “imponer” criterios docentes. Son las autoridades académicas las que, en coherencia con lo que los padres demandan, han de marcar las pautas de la enseñanza en la Escuela. Cada cual tiene su función, y los maestros y pedagogos tienen la suya. Nadie, o al menos yo no, se la discute. Pero si una materia se ha de enseñar en un Centro con la dignidad que le corresponde a cualquier asignatura fundamental, es obvio que no puede impartirse fuera del horario lectivo, o en condiciones menos ventajosas que las demás disciplinas del curriculum. Si hay buena voluntad, no es difícil llegar a un acuerdo. Si no la hay, cualquier cosa se convierte en un problema irresoluble.
El hecho religioso no se puede negar. La realidad es tozuda y termina imponiéndose. El hecho religioso está en la calle, en la historia de ayer y en la vivencia de hoy. Más aun, está en nosotros mismos. Somos, como diría Gustavo Bueno, animales divinos. El hecho religioso informa la poesía mística de San Juan de la Cruz, como informa, quizá de otro modo, la de Curros Enríquez. Hay religión en la “Noche oscura del alma” y en el poemario “A Virxe do Cristal”. Y no es la poesía cuestión sólo de forma, sino de fondo, de lenguaje esencial, de escucha del ser.
¿Quién delimita, por otra parte, lo que trasciende al rigor de veracidad en la transmisión de valores y saberes? ¿Quién ha dicho que la educación religiosa no pueda ser veraz? ¿Quién es el árbitro que condena a las galeras de la mentira toda palabra que se pueda pronunciar sobre lo que Unamuno llamaba “lo que más nos interesa”? ¿Por qué no puede ser veraz el hombre religioso y sí el hombre laicista? ¿No estamos acaso aquí ante una petición de principio?
Y luego está lo de “adoctrinar”. Que es instruir e inculcar ideas y creencias. Irrenunciable cometido para todo padre y para todo educador. Aunque la palabra no guste. Siempre transmitimos ideas y creencias. Sean éstas las que sean. Lo hacemos todos. Hasta cuando escribimos una carta en un periódico. Hasta cuando contestamos a una encuesta. Incluso cuando nos creemos con derecho a sentirnos molestos.