Un millón de jóvenes de todo el mundo han acudido estos días a la convocatoria de Juan Pablo II en Colonia para pasar unos días de convivencia y oración, aunque ha sido Benedicto XVI el que, por voluntad de Dios, ha presidido la XX Jornada Mundial de la Juventud.
Sería largo narrar todo lo vivido durante la semana pasada, pero baste decir que, para mí, ha sido una experiencia de catolicidad impresionante, ha sido como un nuevo pentecostés: hombres y mujeres de todas las partes del mundo se unen a Jesucristo por el Espíritu Santo. Ha sido una experiencia de comunión indescriptible, hay que verla y vivirla para comprenderla: ha sido como poder tocar con todos los sentidos el Cuerpo de Cristo, la Iglesia siempre viva y universal.
Pero Benedicto XVI no sólo ha ido a Colonia para rezar con los jóvenes católicos del mundo que allí estaban, sino que también ha ido a evangelizar, a predicar la Palabra de Dios. Por eso ha dedicado sus tres días de estancia en Colonia no sóo a encuentrarse con los jóvenes, sino también a encontrarse con los musulmanes, los judíos, con las distintas confesiones cristianas de alemania, y con los políticos y dirigentes del país.
Todas sus palabras pueden leerse, por ejemplo, en www.zenit.org , pero, por el interés que tiene, os transcribo algunas de las palabras que dirigió a los representantes de las distintas confesiones cristianas (por si alguien se anima a comentarlas), invitando a la unidad:
«Nos alegramos todos al constatar que el diálogo, con el pasar del tiempo, ha suscitado un redescubrimiento de la hermandad y ha creado entre los cristianos de las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales un clima más abierto y confiado. [...] La hermandad entre los cristianos no es simplemente un vago sentimiento y tampoco nace de una forma de indiferencia respecto a la verdad. Se basa en la realidad sobrenatural de un único Bautismo, que nos inserta en el único Cuerpo de Cristo (cf. 1 Co 12,13; Ga 3,28; Col 2,12). Juntos confesamos a Jesucristo como Dios y Señor; juntos lo reconocemos como único mediador entre Dios y los hombres (cf. 1 Tm 2,5), subrayando nuestra común pertenencia a Él.»
«Veo con especial optimismo el hecho de que hoy se está desarrollando una especie de «red», de conexión espiritual entre católicos y cristianos de las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales: cada uno se compromete en la oración, en la revisión de la propia vida, en la purificación de la memoria, en la apertura a la caridad. El padre del ecumenismo espiritual, Paul Couturier, ha hablado a este respecto de un «claustro invisible», que acoge en su recinto a estas almas apasionadas de Cristo y su Iglesia. Estoy convencido de que, si un número creciente de personas se une a la oración del Señor «para que todos sean uno» (Jn 17,21), dicha plegaria en el nombre de Jesús no caerá en vacío (cf. Jn 14,13; 15,7.16 etc.). Con la ayuda que viene de lo alto, encontraremos soluciones practicables en las diversas cuestiones aún abiertas y, al final, el deseo de unidad será colmado cuando y como Él quiera. Os invito a todos a recorrer conmigo este camino.»
Sería largo narrar todo lo vivido durante la semana pasada, pero baste decir que, para mí, ha sido una experiencia de catolicidad impresionante, ha sido como un nuevo pentecostés: hombres y mujeres de todas las partes del mundo se unen a Jesucristo por el Espíritu Santo. Ha sido una experiencia de comunión indescriptible, hay que verla y vivirla para comprenderla: ha sido como poder tocar con todos los sentidos el Cuerpo de Cristo, la Iglesia siempre viva y universal.
Pero Benedicto XVI no sólo ha ido a Colonia para rezar con los jóvenes católicos del mundo que allí estaban, sino que también ha ido a evangelizar, a predicar la Palabra de Dios. Por eso ha dedicado sus tres días de estancia en Colonia no sóo a encuentrarse con los jóvenes, sino también a encontrarse con los musulmanes, los judíos, con las distintas confesiones cristianas de alemania, y con los políticos y dirigentes del país.
Todas sus palabras pueden leerse, por ejemplo, en www.zenit.org , pero, por el interés que tiene, os transcribo algunas de las palabras que dirigió a los representantes de las distintas confesiones cristianas (por si alguien se anima a comentarlas), invitando a la unidad:
«Nos alegramos todos al constatar que el diálogo, con el pasar del tiempo, ha suscitado un redescubrimiento de la hermandad y ha creado entre los cristianos de las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales un clima más abierto y confiado. [...] La hermandad entre los cristianos no es simplemente un vago sentimiento y tampoco nace de una forma de indiferencia respecto a la verdad. Se basa en la realidad sobrenatural de un único Bautismo, que nos inserta en el único Cuerpo de Cristo (cf. 1 Co 12,13; Ga 3,28; Col 2,12). Juntos confesamos a Jesucristo como Dios y Señor; juntos lo reconocemos como único mediador entre Dios y los hombres (cf. 1 Tm 2,5), subrayando nuestra común pertenencia a Él.»
«Veo con especial optimismo el hecho de que hoy se está desarrollando una especie de «red», de conexión espiritual entre católicos y cristianos de las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales: cada uno se compromete en la oración, en la revisión de la propia vida, en la purificación de la memoria, en la apertura a la caridad. El padre del ecumenismo espiritual, Paul Couturier, ha hablado a este respecto de un «claustro invisible», que acoge en su recinto a estas almas apasionadas de Cristo y su Iglesia. Estoy convencido de que, si un número creciente de personas se une a la oración del Señor «para que todos sean uno» (Jn 17,21), dicha plegaria en el nombre de Jesús no caerá en vacío (cf. Jn 14,13; 15,7.16 etc.). Con la ayuda que viene de lo alto, encontraremos soluciones practicables en las diversas cuestiones aún abiertas y, al final, el deseo de unidad será colmado cuando y como Él quiera. Os invito a todos a recorrer conmigo este camino.»
