Monroy y sus zapatos

3 Marzo 2003
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Hacía ya algún tiempo que el Sr. Monroy me había dejado pasmado firmando un desafortunado artículo antisemita y anticristiano al que, conforme a las instrucciones bíblicas, respondí en una extensa carta abierta con paciencia y doctrina (2Tim.4:2). Tenía yo la esperanza de que aquello fuese fruto de un ataque de necedad transitorio, aunque ahora tengo que reconocer el error de mi diagnóstico, pues el Sr. Monroy a lo que se ve, se encuentra ya en un agudo estado de necedad crónica.

El Sr. Monroy se manifestó entonces muy molesto por mi argumentada misiva y en lugar de aceptar la reprensión con amor cristiano, y valorar la extensión de mi respuesta como una deferencia paciente hacia su persona, ó argumentar solidamente sus puntos de vista frente a los que le opuse, salió plañendo con veleidades tales como que quienes le corregían lo hacían impulsados por la envidia que despertaban sus grandes méritos y galones, y con otras bobadas semejantes. Nada parecido a cualquier reflexión y enmienda. Y es que el Sr. Monroy en los últimos años ha profundizado en su necedad hasta llegar a límites imposibles de disimular hasta para sus más allegados. Además, aprovechando que el río Pisuerga pasaba por Valladolid, intentó en vano esconderse detrás de una cortina de solidaridad absolutamente fuera de lugar y contexto con el Sr.Vidal Manzanares quien había recibido por aquel tiempo ciertas críticas en relación con unos artículos suyos.

Pero como el Sr.Monroy es un individuo encantado de haberse conocido, no pudo reprimir durante mucho tiempo su necedad. Ya escribía Salomón, el necio no se deleita en la prudencia, sino solo en revelar su corazón (Pro. 18:2). Y es que el necio repite siempre su necedad (Pro. 26:11). Cualquiera podría aconsejarle que estaría mejor calladito, porque cuando el necio calla, es contado como sabio (Pro. 17:28) pero no se hizo su oído para escuchar consejos prudentes y hace poco tiempo volvió a salir con otra sandez de mayor calibre, si cabe, que la anterior inspirándose en lecturas necias y antisemitas. Fue en esta ocasión el propio Sr. Vidal Manzanares quien reprochó su necedad en un asaz misericordioso artículo recomendándole, por su propio bien, que se aplicase el sabio refrán de zapatero a tus zapatos para que no sacase los pies de su tiesto más propio escribiendo acerca de ciertas materias en las que el desvarío que producen sus fobias no solo es inútil para la causa cristiana en general, sino que produce vergüenza ajena y además expone al general conocimiento el estado de necedad aguda en el que vive en estos últimos años.

Pero como el artículo en cuestión despertó otras respuestas en semejante sentido, estas ya fueron intolerables para el Sr. Monroy. ¿Cómo va cualquier mindungui replicar al Gran Monroy?, debió pensar. Aunque nunca pronunciase tal palabra, cualquiera que lea sus artículos acaba convencido de que para el Sr. Monroy toda la humanidad está formada por mindunguis. Solo cuando quiere salir a hacer footing luciendo zapatillas deportivas de generosidad, entonces excluye del colectivo mindungui español a Cesar Vidal. (En el fondo de su corazón está convencido de que si no fuese tan generoso, ni a este sacaría. Al Sr. Monroy le gusta pararse ante la puerta de su armario y preguntarle: Dime espejito, ¿hay en el mundo alguien que tenga mejores zapatos que yo?. Entonces satisfecho sonríe y piensa: Ya sé que no, pero bueno, Cesar Vidal es un chico que promete.)

Así, el otro día decidió que de una vez por todas debía tapar la boca de todos los mindunguis, apabullándolos con la exhibición del contenido de su armario zapatero del que, como la Imelda Marcos en sus mejores momentos, guarda un celoso inventario con el detallado desglose de todos y cada uno de los ejemplares que ha calzado a lo largo de toda su vida.

Como soy uno de los mindunguis a los que esta muestra de zapatos estaba destinada, ateniéndome a los antecedentes ya mencionados, debo decir que he visto en su exposición varias cosas que deben ser destacadas. Lo primero es la soledad con que la exhibición se produce. Ni uno de todos sus amigos y conocidos se han pronunciado para alabar la cantidad y calidad de ejemplares que el Sr. Monroy enseña con tanto celo y orgullo. Nadie, excepto él, ha celebrado la ostentación.

Lo segundo que nota cualquier observador es que el dueño del armario es alguien al que le ha gustado durante toda su vida visitar zapaterías para comprar zapatos y se guarda el ticket con el precio, imagino que para exhibirlo en caso necesario, ya sea humano ó divino.

En tercer lugar, uno puede observar que aunque la muestra pretende destacar la bondad de toda una colección de zapatos, en el armario hay de todo (tanto zapatos, como zapatillas, botines, botas, bambalinas, tenis, chanclas, sandalias, pantuflas, babuchas, mocasines, patucos, zuecos, etc.), y además de calidad desigual, donde si hiciésemos un puntilloso examen podríamos concluir que una mayoría de ellos son más aparentes que de auténtica calidad, y aunque podríamos hacer un detallado informe de las propiedades de todos y cada uno de ellos para determinar la utilidad y bondad para la causa cristiana pasada, presente y futura, esa parte la dejo para una posterior intervención si fuese necesaria.

En cuarto lugar, si usted busca y rebusca, a pesar de la diversidad, no encontrará en todo el armario unas alpargatas de humildad y mansedumbre, pese a que fue ese el modelo que Jesucristo recomendó especialmente que calzásemos los cristianos (Mt. 11:29). Tal vez porque este tipo no es adecuado para los pies del Sr. Monroy, esa sea la razón por la que en tantos años como lleva de caminante nadie recuerda haberle visto calzándolas, ni aparecen en su zapatero. Por el contrario, situados en un lugar destacado podemos ver un par de botines puntiagudos construidos de piel de cocodrilo sintética característicos de ciertos personajes en algunas películas americanos, que suelen expresarse con frases como esta: Ahí están mis zapatos, forastero, que me dan derecho para decir lo que me da la gana. ¿Pasa algo? Y ahora solo por eso me voy a manifestar con los gays, para que os toquéis la narices.

Apela el Sr. Monroy al ejemplo del apóstol Pablo, para montar la exposición de sus zapatos, pero se olvida de que el apóstol cuando en una ocasión mostró algunos de los zapatos que había calzado, no lo hizo desde la condición de dueño, sino de usufructuario, y los presentaba con estas humildes palabras: 1Co 15:10, Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no resultó vana; antes bien he trabajado mucho más que todos ellos, aunque no yo, sino la gracia de Dios en mí”. Tampoco las circunstancias de las dos exposiciones tienen la más mínima semejanza. Mientras que Pablo fue cuestionado en ciertos momentos por su celo prudente en la defensa del evangelio, Monroy lo es por su celo imprudente en materias ajenas al evangelio.

A pesar de todo cuanto antecede, a mí no me produce ninguna satisfacción escribir estas líneas. Me entristece sinceramente la condición actual de Monroy porque en cierto modo me recuerda a Ezequías, aquel rey que en el principio de su vida puso puertas a la casa de Dios e incluso las forró de oro, y pocos años más tarde, sin encomendarse a Dios, no solo quitó el oro de las puertas que había puesto antes para dárselo a los enemigos de su pueblo, sino que además entregó de propina toda la plata que pudo encontrar en el templo y entre las riquezas de la casa real.

Esperar a estas alturas que el Sr. Monroy adquiera cordura, humildad y sentido parece una meta que se encuentra fuera de sus capacidades actuales, pero yo espero, aunque ciertamente no con mucha convicción, que al menos por causa de esta y otras reprensiones, se reprima en sus necias animosidades, principalmente por su propio bien. Y recordarle que cuando de problemas de cabeza se trata las prendas indicadas son sombreros, sombrillas, paraguas, pañuelos, boinas, gorras, bonetes, cascos ó monteras… ¡pero no zapatos!

Pablo Blanco
 
Re: Monroy y sus zapatos

Pabloblanco dijo:
Hacía ya algún tiempo que el Sr. Monroy me había dejado pasmado firmando un desafortunado artículo antisemita y anticristiano al que, conforme a las instrucciones bíblicas, respondí en una extensa carta abierta con paciencia y doctrina (2Tim.4:2). Tenía yo la esperanza de que aquello fuese fruto de un ataque de necedad transitorio, aunque ahora tengo que reconocer el error de mi diagnóstico, pues el Sr. Monroy a lo que se ve, se encuentra ya en un agudo estado de necedad crónica.

Pablo Blanco

Estimado Pablo:

Monroy me parece de lo menos serio y fiable del evangelismo español. Yo no se lo recomendaría a nadie. Su artículo sobre el Holocausto es una auténtica vergüenza. Que salga de la pluma de alguien que se dice cristiano lo hace doblemente hiriente.

Saludos.