Vuelvo a vivir con estupefacción los atentados de Londres. Por mis venas vuelven a palpitar las sensaciones del 11-M que viví en directo.
Una vez más me quedo sin palabras como muchos otros, pero aun así pensaba redactar un escrito sobre lo que estamos viviendo, pero navegando por la blogosfera he encontrado uno que suscribo línea por línea.
Estamos en guerra
Aunque algunos prefieran enterrar la cabeza en la arena, estamos en guerra. Ya pueden hablar de alianzas de civilizaciones, de religión de la paz, de terrorismo internacional y de lo que quieran.
El hecho es que el islamismo radical ha declarado la guerra a Occidente. No soportan nuestro modo de vida. No soportan que nuestras mujeres trabajen, salga cuando quieran, con quien quieran y vestidas como quieran. No soportan que bebamos vino y comamos cerdo. No soportan que cada uno pueda pensar y hacer lo que quiera mientras no moleste al vecino.
Pero sobre todo no soportan que el éxito de nuestra sociedad y el fracaso de la suya les demuestre cada día que están equivocados, que Alá no les premia por ser buenos musulmanes, que cuanto más insisten en cumplir estrictamente la literalidad del Corán más se hunden en la miseria.
Por eso quieren que nuestra sociedad desaparezca. Por eso prefieren morir, y matar a hombres, mujeres y niños que trabajar para mejorar las condiciones de vida en sus países. Su única esperanza es un mundo en el que todos vivamos en el terror, el mundo sucio y feo de los talibanes, en el que estaba prohibido hasta cantar y bailar. En ese mundo todos seríamos igual de pobres, igual de tristes, igual de fanáticos.
Sólo podemos hacer una cosa: derrotarles antes de que lo hagan ellos. Así es la guerra: cada uno usa sus armas, y el más fuerte gana. Nosotros tenemos los mejores ejércitos, pero ellos tienen bombas y otras armas más sutiles: nuestro complejo de culpa, los intelectuales que llaman insurgentes a los saudíes que asesinan a iraquíes en su país, los abogados de los derechos humanos que se escandalizan porque se dice que un guardia ha tratado con menos respeto del debido un ejemplar del Corán de un preso de Guantánamo, los partidarios de la paz a cualquier precio.
Como ocurrió con los nazis, no puedes negociar con alguien que cree que tiene una misión histórica, y que esa misión implica la muerte de sus enemigos. No podías negociar con Hitler. No puedes negociar con los islamistas. Sólo cabe derrotarlos.
Y derrotar a los islamistas supone no sólo impedir que pongan bombas, sino impedir que usen las otras armas: impedir que lo peor de nuestra sociedad colabore con ellos, justificando sus crímenes, distinguiendo entre insurgentes y terroristas, acosando a los que se juegan la vida por defendernos.
Espero que Inglaterra sepa enfrentarse al problema mejor que nosotros, y que otros países europeos sean conscientes por fin de que no puedes integrar en tu sociedad a monstruos cuyo único objetivo en la vida es destruirte.
Autor: Adam Selene.
Fuente: Diario de las estrellas.
Una vez más me quedo sin palabras como muchos otros, pero aun así pensaba redactar un escrito sobre lo que estamos viviendo, pero navegando por la blogosfera he encontrado uno que suscribo línea por línea.
Estamos en guerra
Aunque algunos prefieran enterrar la cabeza en la arena, estamos en guerra. Ya pueden hablar de alianzas de civilizaciones, de religión de la paz, de terrorismo internacional y de lo que quieran.
El hecho es que el islamismo radical ha declarado la guerra a Occidente. No soportan nuestro modo de vida. No soportan que nuestras mujeres trabajen, salga cuando quieran, con quien quieran y vestidas como quieran. No soportan que bebamos vino y comamos cerdo. No soportan que cada uno pueda pensar y hacer lo que quiera mientras no moleste al vecino.
Pero sobre todo no soportan que el éxito de nuestra sociedad y el fracaso de la suya les demuestre cada día que están equivocados, que Alá no les premia por ser buenos musulmanes, que cuanto más insisten en cumplir estrictamente la literalidad del Corán más se hunden en la miseria.
Por eso quieren que nuestra sociedad desaparezca. Por eso prefieren morir, y matar a hombres, mujeres y niños que trabajar para mejorar las condiciones de vida en sus países. Su única esperanza es un mundo en el que todos vivamos en el terror, el mundo sucio y feo de los talibanes, en el que estaba prohibido hasta cantar y bailar. En ese mundo todos seríamos igual de pobres, igual de tristes, igual de fanáticos.
Sólo podemos hacer una cosa: derrotarles antes de que lo hagan ellos. Así es la guerra: cada uno usa sus armas, y el más fuerte gana. Nosotros tenemos los mejores ejércitos, pero ellos tienen bombas y otras armas más sutiles: nuestro complejo de culpa, los intelectuales que llaman insurgentes a los saudíes que asesinan a iraquíes en su país, los abogados de los derechos humanos que se escandalizan porque se dice que un guardia ha tratado con menos respeto del debido un ejemplar del Corán de un preso de Guantánamo, los partidarios de la paz a cualquier precio.
Como ocurrió con los nazis, no puedes negociar con alguien que cree que tiene una misión histórica, y que esa misión implica la muerte de sus enemigos. No podías negociar con Hitler. No puedes negociar con los islamistas. Sólo cabe derrotarlos.
Y derrotar a los islamistas supone no sólo impedir que pongan bombas, sino impedir que usen las otras armas: impedir que lo peor de nuestra sociedad colabore con ellos, justificando sus crímenes, distinguiendo entre insurgentes y terroristas, acosando a los que se juegan la vida por defendernos.
Espero que Inglaterra sepa enfrentarse al problema mejor que nosotros, y que otros países europeos sean conscientes por fin de que no puedes integrar en tu sociedad a monstruos cuyo único objetivo en la vida es destruirte.
Autor: Adam Selene.
Fuente: Diario de las estrellas.