Re: Donde están los obispos de la iglesia del Señor???
DanielO dijo:
Pero a ver según tu, los obispos se escogen “por sucesión” ¿cierto? ¿Qué opinas de esta escritura?
4:11 Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros,
4:12 a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo,
4:13 hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;
4:14 para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error,
¿Sigues sin entenderla? Te confieso de corazón que te puedo ayudar, si es que no lo entiendes.
Si me lo permitís, voy a concretar la cuestión en uno sólo de los apóstoles, en Pedro.
Mt16,15-19
(Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos) es uno de los textos neotestamentarios que mejor testimonian el ministerio de Pedro, a quien se presenta como autoridad apostólica que recuerda a la Iglesia la enseñanza de Jesús y su fuerza vinculante. Pero ¿continúa en la Iglesia, de algún modo, el oficio de "atar y desatar" que caracteriza de modo especial a Pedro? Y de ser así, ¿cómo es posible?
El papel preeminente de Pedro lo testimonia no sólo Mateo, sino también Lucas (por ejemplo en 22, 31-32), Juan (por ejemplo en 21, 15-17), o el modo de presentar su figura que tiene Hechos de los Apóstoles, o la misma existencia de las dos
epístolas de Pedro. Pero ¿continúa de algún modo su ministerio?
La preeminencia de Pedro es indiscutible, pero no así la cuestión sobre su sucesión o la permanencia de su ministerio. De hecho, el Nuevo Testamento nunca presenta a Pedro de manera aislada, sino en una Iglesia con diversidad de misiones y ministerios.
Pero hay que tener en cuenta un dato: los escritos neotestamentarios se escriben cuando Pedro ya ha muerto. Y, sin embargo, le presentan insistentemente como garante de una misión recibida del mismo Cristo, como el discípulo principal, portavoz y representante de la fe de los discípulos, testigo primero de la resurrección, el que confirma en la fe a los hermanos, el predicador de la fe, llamado a manifestar y promover la unidad de los creyentes, el que cuida, en definitiva, el rebaño de la Iglesia. Pero, evidentemente, no hay que proyectar la forma del Papado actual en el Nuevo Testamento. Porque, aún no se ha respondido a la pregunta: ¿hay realmente sucesión?
Todo lo que he dicho hasta ahora no es por marear la perdiz, todo lo contrario, es muy importante. Lo que he expuesto brevemente sirve para llegar a la conclusión de que
existe un ministerio en la Iglesia que tiene como misión salvaguardar de manera particular y con autoridad el testimonio de la verdadera fe y la unidad del "rebaño" de los creyentes. Este ministerio no lo desempeña cualquiera, sino uno de los Doce, y no de manera aislada, sino en comunión con ellos. A su vez, el resto del grupo de los Doce (u Once, según se mire lo de Matías) tiene también un ministerio peculiar dentro de la Iglesia: son también testigos directos de Jescrusto, llamados y enviados por Él en persona, son garantes del verdadero anuncio del Reino, etc... son iguales en todo a Pedro menos en una cosa: Pedro ha sido llamado a una misión a la que ellos no han sido llamados.
Bien, llegado a este punto: ¿Se acabó ese ministerio con Pedro? ¿Y se acabó el ministerio de los Doce cuando murieron? Es evidente que no, pues entonces se habría perdido el "anuncio original" y, con ello, la Iglesia. Pero entonces ¿quién lo continúa? ¿cómo lo continúa? ¿cualquiera que decida ser sucesor de los apóstoles? Imagino yo que alguna garantía ha de haber en alguna parte para que la veracidad del mensaje de Cristo se mantenga en la historia hasta su vuelta. O sea, que, lógicamente, han de ser los mismos apóstoles quienes llamen y envíen a los que han de llevar el anuncio no sólo a los lugares donde ellos no pueden llegar, sino que lo hagan también cuando ellos ya no estén.
Por eso Pablo tiene exigencias firmes para quienes aspiren a tal ministerio (no puede ser cualquiera): 1ªTim3, 2-7:
Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo. Y también Tit1, 7-9:
es necesario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios; no soberbio, no iracundo, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino hospedador, amante de lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo, retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen.
Pero no sólo eso, sino que, además de exigencias, es necesario que el aspirante a un ministerio reciba el don del Espíritu de manos de aquellos sobre quienes Jescristo lo expiró: 1ªTim4, 13-15:
Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza. No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio. Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren.
Las llamadas "cartas pastorales de Pablo" van siempre en esta línea y, si las leemos detenidamente, descubrimos que Pablo (apóstol también por designio de Jesucristo mismo) no sólo pide anunciar a Cristo, sino que sea anunciado como él lo anuncia (o sea, que él es garante del evangelio, con él hay que contrastar el anuncio): 2ªTim1, 6-14:
Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio, del cual yo fui constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles. Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día. Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús. Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros. (Y en esta línea sigue la carta, dando consejos y exhortando a quien él -junto con el presbiterio- ha designado)
Evidentemente, Pablo sabe que lo de "imponer las manos" no es ningún gesto sin importancia, con ese gesto (que viene del antiguo judaísmo que a su vez lo recogió del paganismo) se nombra a los ministros, se sana la enfermedad, se intercede en oración, se limpian los pecados... No es un gesto cualquiera. Evidentemente cualquiera puede hacerlo, pero si uno no tiene el don ser ministro del Señor, no puede, imponiendo las manos, nombrar ministros del Señor. Es pura lógica. El ministerio viene de Dios, no de los hombres. 1ªTim5, 21-22:
Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogidos, que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad. No impongas con ligereza las manos a ninguno, ni participes en pecados ajenos. Consérvate puro.
Para terminar, simplemente recordar algo ya dicho: que los apóstoles son los garantes del evangelio, fuera de ellos no hay verdadero anuncio, pues ellos son el fundamento, los testigos directos, los enviados para esta misión. De entre ellos Pedro recibió del Señor un papel de preeminencia. Evidentemente estos ministerios no estaban destinados a desaparecer con la muerte de los Doce, sino que estaban destinados a la continuidad. Pero la sucesión en su ministerio no es una sustitución: aquel que sucede a un apóstol no es un apóstol, sino sólo un sucesor, es decir, no es fundamento de la Iglesia ni testigo directo del Señor, sólo es garante del verdadero anuncio del Evangelio Apostólico y tiene la misión (otorgada mediante el llamamiento y la imposición de manos si es digno de ello) de salvaguardar la fidelidad al anuncio, con autoridad (tal y como se lee en las cartas pastorales).
Judas1, 17:
Vosotros, amados, tened memoria de las palabras que antes fueron dichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo;
Por ahora no puedo dedicar más tiempo a este mensaje, siento haberlo escrito tan rápido y a medias.