Por primera vez, un sacerdote homosexual en Bogotá confiesa su historia
RD
Domingo, 15 de mayo 2005
Aunque ha pensado dejar los hábitos, mantiene una vida doble. Tiene novio y el año pasado fue a un bar gay 'disfrazado' de sacerdote. Es la historia del padre Ulises que cuenta Luis Alberto Miño Rueda en el diario El Tiempo de Bogotá.
El padre Ulises "ya se había quitado el alba cuando entró en la sacristía un joven de ojos azules. “Me han dicho que tienes una voz muy linda, ¿por qué no cantas el Avemaría?”, le pidió el sacerdote.
Al terminar, no pudo evitar mirarlo fijamente, pero se tragó las palabras. Esa noche se quedó pensando en el muchacho que había irrumpido en el templo. Días después, se lo encontró en otra misa y no pudo dejar de mirarlo. Se fueron a tomar un café y comenzaron un romance a escondidas.
En una sacristía había empezado su amor por los hombres. A los 9 años, cuando apenas era un acólito, comenzó a sentir atracción por otro niño. “Éramos amigos y solo nos acariciábamos”.
Ulises, el último de cuatro hermanos, creció en el seno de una familia de clase media de un barrio del sur de Bogotá. “Nos criamos católicamente en mi casa. Mi papá era muy rígido”.
Tras realizar su primera comunión, decidió continuar de acólito en la iglesia del barrio, donde conoció al niño con el que experimentó sus primeros acercamientos homosexuales.
Pese a esos encuentros en la sacristía, en el colegio siempre trató de ocultar sus sentimientos. “A veces sentía esa atracción y pensaba que estaba mal, que debía mirar a una mujer”.
Por los comentarios de los amigos y sus padres, en su adolescencia tuvo dos novias. “Las aprecie como amigas, oculté con ellas mi homosexualidad, hasta que llegó el momento en que dije, soy esto y punto”.
Cuando tenía 17 años murió su madre de un infarto y cuatro años después falleció su padre de pena moral. Ulises decidió llevar su vida de gay sin temor. “Me fue fácil porque no tenía mamá, ni papá que me recriminaran”.
El joven entró al Seminario convencido de su vocación y de que no importaban sus sentimientos sexuales para convertirse en sacerdote. “Siempre pensé en eso desde acólito, solo tuve una crisis, cuando vi que un sacerdote de mi parroquia tenía varias mujeres”.
En el Seminario empezó a ver desde el primer día que había otros jóvenes homosexuales. “Muchos entraban porque con el sacerdocio pueden disimular que no tengan mujer, pero yo estaba convencido de mi fe”.
Ulises era discreto en el claustro, donde vivía de lunes a viernes y compartía con otro seminarista una habitación. No se metía con nadie, pero veía que otros jóvenes tenían relaciones. Estaba convencido que ser homosexual no era ningún pecado y en sus clases se dedicó a rastrear en la Biblia versículos que hablaran sobre el tema.
“En el Antiguo Testamento se hablaba de orgías, no solo con mujeres sino también con hombres. Ya después de eso un evangelista habla sobre el homosexualismo. Uno no puede hacer caso a todo lo que dice al pie de la letra, porque entonces no comeríamos carne de cerdo”.
Los fines de semana su vida santa cambiaba. Del templo pasaba a los bares gay. “Me encanta la música electrónica, los shows, los espectáculos, como a cualquier joven”. En una de esas rumbas conoció a Fernando, un estudiante de ingeniería, con el que comenzó a tener una relación. “Ese fue mi primer amor. Amanecía con él en su casa o en una residencia”.
Se encontraba en los bares a sacerdotes. Se saludaban solo con miradas y cuando se volvían a ver, en algún acto religoso, no hacían ningún comentario. “Muchos saben, hasta obispos, pero todo se maneja oculto. A algunos los sacan porque se los pillan, pero otros terminan”.
Sólo le contó la verdad a su director espiritual. “Me decía que tenía que llevar una sexualidad bien llevada así como el sacerdote playboy tiene sus chicas, lo mismo le pasa a uno. Uno tiene que ser correcto en sus cosas. Me aconsejaba que para contener las tentaciones hiciera yoga, pero eso no me funcionaba”.
A Ulises le iba bien en sus estudios de filosofía y teología, pero peleaba con su pareja. “Cuando empecé la pastoral, los sábados y domingos, no tenía tiempo para él, entonces me decía que yo tenía otra persona. Me aburrí y terminamos”.
Tras la separación, el joven seminarista se iba a vivir con un amigo y Fernando, de celos, les confirmó a sus hermanos que él era homosexual. “Uno, que hace parte de un grupo religioso, empezó a sacarme apartes de la Biblia y me empezó a decir que eso era pecado. Yo le respondí que no tenía ningún espíritu metido, sino que simplemente me gustaban los hombres. Terminaron aceptando”.
Ulises terminó a los siete años sus estudios en el Seminario, pensando que como sacerdote iban a quedar atrás sus amores y se consagraría a Dios.
Lo ordenaron en la catedral y fue enviado a una parroquia del sur de Bogotá como vicario, donde comenzó a trabajar bajo la tutela del párroco, a participar en las misas, en los grupos juveniles y las charlas a parejas.
“Ya como sacerdote uno tiene que cuidarse más, porque uno es una persona pública, como el actor, y si lo ven a uno en un bar gay la gente va a hablar del cura, pues siempre el cura está en boca de todo el mundo. Si se viste bien es porque se está robando la plata de la limosna”.
En el confesionario de esa pequeña iglesia comenzó a enfrentar cómo los jóvenes vivían su mismo tormento. Se le acercaban y le decían, arrodillados, por entre la cortina: “Padre soy gay, ¿Eso es pecado?”.
“Yo les decía que vivieran la vida sanamente, sin promiscuidad, con amor, que no metieran drogas ni alcohol. Les digo que nosotros, los gay, somos seres humanos, como cualquier otro”.
Otros feligreses no iban a confesarse sino a hacerle una declaración: “Padre, tú me gustas”. Solo se sonrojaba en su oscuro lugar, como lo hacía cuando alguien se quedaba mirándolo a los ojos al darle la comunión.
Después de dos años de trabajo, de decenas de misas, a Ulises lo enviaron como párroco a otra iglesia. Tenía tantas reuniones, con grupos de oración y jóvenes, que no le daban ganas de ir a rumbear.
Ulises mantenía una vida célibe, pese a las tentaciones, pero a finales del año pasado comenzó a tener una crisis espiritual.
“Sentí un choque de ideologías. A veces el Papa dice muchas cosas, podemos obedecer pero hay cosas que son ilógicas, como que los muchachos no puedan usar condón y que diga que las relaciones son solo entre hombre y mujer, cuando somos miles de homosexuales”.
Las preguntas azotaban tanto al padre que volvió a los bares. En la pasada fiesta de Halloween de Theatrón, un sitio de rumba gay, fue el único que no llegó disfrazado.
“Me fui vestido de sacerdote, con mi clergyman. Ese ha sido el único día que he podido ir a una fiesta como soy, sin esconderme”.
Ulises tiene apenas 31 años y lo persiguen las dudas. Piensa que los sacerdotes deben ser célibes, pero extraña la vida mundana que llevaba de seminarista.
“Amo mi sacerdocio con todo mi corazón, pero si no le puedo corresponder al Señor es mejor retirarse. Para ayudar a la gente uno no necesita ser sacerdote”.
Hace dos meses, estaba en ese dilema. Le pidió a Dios que le mostrara el camino y apareció ese día en su sacristía el joven de los ojos azules.
RD
Domingo, 15 de mayo 2005
Aunque ha pensado dejar los hábitos, mantiene una vida doble. Tiene novio y el año pasado fue a un bar gay 'disfrazado' de sacerdote. Es la historia del padre Ulises que cuenta Luis Alberto Miño Rueda en el diario El Tiempo de Bogotá.
El padre Ulises "ya se había quitado el alba cuando entró en la sacristía un joven de ojos azules. “Me han dicho que tienes una voz muy linda, ¿por qué no cantas el Avemaría?”, le pidió el sacerdote.
Al terminar, no pudo evitar mirarlo fijamente, pero se tragó las palabras. Esa noche se quedó pensando en el muchacho que había irrumpido en el templo. Días después, se lo encontró en otra misa y no pudo dejar de mirarlo. Se fueron a tomar un café y comenzaron un romance a escondidas.
En una sacristía había empezado su amor por los hombres. A los 9 años, cuando apenas era un acólito, comenzó a sentir atracción por otro niño. “Éramos amigos y solo nos acariciábamos”.
Ulises, el último de cuatro hermanos, creció en el seno de una familia de clase media de un barrio del sur de Bogotá. “Nos criamos católicamente en mi casa. Mi papá era muy rígido”.
Tras realizar su primera comunión, decidió continuar de acólito en la iglesia del barrio, donde conoció al niño con el que experimentó sus primeros acercamientos homosexuales.
Pese a esos encuentros en la sacristía, en el colegio siempre trató de ocultar sus sentimientos. “A veces sentía esa atracción y pensaba que estaba mal, que debía mirar a una mujer”.
Por los comentarios de los amigos y sus padres, en su adolescencia tuvo dos novias. “Las aprecie como amigas, oculté con ellas mi homosexualidad, hasta que llegó el momento en que dije, soy esto y punto”.
Cuando tenía 17 años murió su madre de un infarto y cuatro años después falleció su padre de pena moral. Ulises decidió llevar su vida de gay sin temor. “Me fue fácil porque no tenía mamá, ni papá que me recriminaran”.
El joven entró al Seminario convencido de su vocación y de que no importaban sus sentimientos sexuales para convertirse en sacerdote. “Siempre pensé en eso desde acólito, solo tuve una crisis, cuando vi que un sacerdote de mi parroquia tenía varias mujeres”.
En el Seminario empezó a ver desde el primer día que había otros jóvenes homosexuales. “Muchos entraban porque con el sacerdocio pueden disimular que no tengan mujer, pero yo estaba convencido de mi fe”.
Ulises era discreto en el claustro, donde vivía de lunes a viernes y compartía con otro seminarista una habitación. No se metía con nadie, pero veía que otros jóvenes tenían relaciones. Estaba convencido que ser homosexual no era ningún pecado y en sus clases se dedicó a rastrear en la Biblia versículos que hablaran sobre el tema.
“En el Antiguo Testamento se hablaba de orgías, no solo con mujeres sino también con hombres. Ya después de eso un evangelista habla sobre el homosexualismo. Uno no puede hacer caso a todo lo que dice al pie de la letra, porque entonces no comeríamos carne de cerdo”.
Los fines de semana su vida santa cambiaba. Del templo pasaba a los bares gay. “Me encanta la música electrónica, los shows, los espectáculos, como a cualquier joven”. En una de esas rumbas conoció a Fernando, un estudiante de ingeniería, con el que comenzó a tener una relación. “Ese fue mi primer amor. Amanecía con él en su casa o en una residencia”.
Se encontraba en los bares a sacerdotes. Se saludaban solo con miradas y cuando se volvían a ver, en algún acto religoso, no hacían ningún comentario. “Muchos saben, hasta obispos, pero todo se maneja oculto. A algunos los sacan porque se los pillan, pero otros terminan”.
Sólo le contó la verdad a su director espiritual. “Me decía que tenía que llevar una sexualidad bien llevada así como el sacerdote playboy tiene sus chicas, lo mismo le pasa a uno. Uno tiene que ser correcto en sus cosas. Me aconsejaba que para contener las tentaciones hiciera yoga, pero eso no me funcionaba”.
A Ulises le iba bien en sus estudios de filosofía y teología, pero peleaba con su pareja. “Cuando empecé la pastoral, los sábados y domingos, no tenía tiempo para él, entonces me decía que yo tenía otra persona. Me aburrí y terminamos”.
Tras la separación, el joven seminarista se iba a vivir con un amigo y Fernando, de celos, les confirmó a sus hermanos que él era homosexual. “Uno, que hace parte de un grupo religioso, empezó a sacarme apartes de la Biblia y me empezó a decir que eso era pecado. Yo le respondí que no tenía ningún espíritu metido, sino que simplemente me gustaban los hombres. Terminaron aceptando”.
Ulises terminó a los siete años sus estudios en el Seminario, pensando que como sacerdote iban a quedar atrás sus amores y se consagraría a Dios.
Lo ordenaron en la catedral y fue enviado a una parroquia del sur de Bogotá como vicario, donde comenzó a trabajar bajo la tutela del párroco, a participar en las misas, en los grupos juveniles y las charlas a parejas.
“Ya como sacerdote uno tiene que cuidarse más, porque uno es una persona pública, como el actor, y si lo ven a uno en un bar gay la gente va a hablar del cura, pues siempre el cura está en boca de todo el mundo. Si se viste bien es porque se está robando la plata de la limosna”.
En el confesionario de esa pequeña iglesia comenzó a enfrentar cómo los jóvenes vivían su mismo tormento. Se le acercaban y le decían, arrodillados, por entre la cortina: “Padre soy gay, ¿Eso es pecado?”.
“Yo les decía que vivieran la vida sanamente, sin promiscuidad, con amor, que no metieran drogas ni alcohol. Les digo que nosotros, los gay, somos seres humanos, como cualquier otro”.
Otros feligreses no iban a confesarse sino a hacerle una declaración: “Padre, tú me gustas”. Solo se sonrojaba en su oscuro lugar, como lo hacía cuando alguien se quedaba mirándolo a los ojos al darle la comunión.
Después de dos años de trabajo, de decenas de misas, a Ulises lo enviaron como párroco a otra iglesia. Tenía tantas reuniones, con grupos de oración y jóvenes, que no le daban ganas de ir a rumbear.
Ulises mantenía una vida célibe, pese a las tentaciones, pero a finales del año pasado comenzó a tener una crisis espiritual.
“Sentí un choque de ideologías. A veces el Papa dice muchas cosas, podemos obedecer pero hay cosas que son ilógicas, como que los muchachos no puedan usar condón y que diga que las relaciones son solo entre hombre y mujer, cuando somos miles de homosexuales”.
Las preguntas azotaban tanto al padre que volvió a los bares. En la pasada fiesta de Halloween de Theatrón, un sitio de rumba gay, fue el único que no llegó disfrazado.
“Me fui vestido de sacerdote, con mi clergyman. Ese ha sido el único día que he podido ir a una fiesta como soy, sin esconderme”.
Ulises tiene apenas 31 años y lo persiguen las dudas. Piensa que los sacerdotes deben ser célibes, pero extraña la vida mundana que llevaba de seminarista.
“Amo mi sacerdocio con todo mi corazón, pero si no le puedo corresponder al Señor es mejor retirarse. Para ayudar a la gente uno no necesita ser sacerdote”.
Hace dos meses, estaba en ese dilema. Le pidió a Dios que le mostrara el camino y apareció ese día en su sacristía el joven de los ojos azules.