Teología. Se había perdido en la noche teológica de los tiempos arrastrado por viento fresco del Concilio Vaticano II. Pero el Papa quiere recuperar el limbo, modernizarlo y ponerlo al día. Decían los catecismo clásicos que el limbo de los niños o «de los justos» era el lugar al que iban a parar quienes morían sin uso de razón y sin haber sido bautizados. Un lugar sin pena ni gloria. Una especie de Babia para toda la eternidad.
Porque el castigo para los que tenían la desgracia de ir allí consistía, como explica el Concilio de Trento, en ir «a una tercera clase de cavidad, en donde, sin sentir dolor alguno, disfrutan de pacífica morada». Un lugar distinto del cielo, del infierno y del purgatorio, en el que las almas cándidas eran felices, pero quedaban privadas de la gloria y sufrían la condena de estar eternamente separadas no sólo de Dios sino también de sus amigos y familiares.
De esta forma y con estos argumentos, la doctrina tridentina incentivaba el bautismo rápido de los recién nacidos, para evitarles, en caso de muerte prematura, todo ese cúmulo de desgracias. A falta de datos escriturísticos para asentar la doctrina del limbo, el Concilio de Trento recurre a la autoridad de los Santos Padres. San Gregorio Nacianceno y San Agustín afirman la existencia del limbo para los que mueren sin bautismo y, por lo tanto, con la mancha del pecado original, que sólo se limpia con las aguas bautismales.
Según San Agustín, en efecto, el hombre es un ser irremediablemente empecatado desde que Eva y la serpiente engañaron a Adán para comerse juntos la manzana del árbol de la ciencia del bien y del mal. La mancha del pecado original con la que nacen todas las personas sólo se quita con el bautismo. Luego, el que muere sin bautizarse no puede entrar en el cielo.La doctrina del limbo servía también para encontrar acomodo a todos los que, siendo buenos, murieron antes de que Cristo viniese al mundo o a los que nunca creyeron en Jesucristo porque nadie les habló de El. Esos tales iban al «limbo de los justos». A partir del Concilio Vaticano II (1962-1965), la doctrina del limbo desaparece de la circulación y, desde entonces, la Iglesia sostiene que los niños y los justos sin bautizar se salvan «en la misericordia de Dios».
Ahora, el Papa, que ya desmontó, en el verano de 1999, la visión tradicional de Cielo, Infierno y Purgatorio, ordenó al guardián de la ortodoxia, cardenal Joseph Ratzinger, hacer lo mismo con el limbo. Juan Pablo II quiere que la Comisión Teológica Internacional, integrada por 35 sabios teólogos, presididos por el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio), revisen «la suerte ultraterrena» de los niños que mueren sin recibir el bautismo.
«Es una cuestión de máximo interés» para la Iglesia, señaló Juan Pablo II en un mensaje a los miembros de la citada comisión, a los que advirtió de que «no se trata simplemente de un problema teológico aislado. Otros muchos temas fundamentales se relacionan con éste, como la voluntad salvadora universal de Cristo o el papel de la Iglesia como sacramento universal de salvación».
El plazo que tienen los teólogos para revisar la «geografía del más allá» es de cinco años. Una tarea ardua en la que no creen la mayoría de sus colegas de todo el mundo. Para el teólogo jesuita José María Díez Alegría, el «limbo es un invento, una especie de guardería infantil eterna y beata». Para Enrique Miret, el limbo «no tiene sentido, es algo pagano. Yo no creo en él. Y si Ratzinger se acuerda que todavía es teólogo, tampoco lo recuperará».Así las cosas, y para no perderse, éstas son las direcciones donde nos aguardaran en la otra vida:
Estar en el cielo: Para el catecismo, «el cielo es el lugar donde los buenos viven con Dios eternamente felices». Pero el Papa aclaró, hace unos años, que «el cielo no es una abstracción ni un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con la Santísima Trinidad». Los que van al cielo son eternamente felices con una «felicidad que ni el ojo vio ni el oído oyó», como dice San Pablo.
Estar en el infierno: Como decía el catecismo, «el infierno es el lugar donde los malos, apartados de Dios, sufren penas eternas. Según el Papa, «el infierno no es un lugar, sino un estado de separación de Dios en que terminan quienes se alejan de Él de modo libre y definitivo». Esos tales tienen dos penas. La pena de sentido: privados eternamente de la presencia de Dios para la que fueron hechos. Y la pena de daño: el sufrimiento eterno que eso provoca.
Estar en el purgatorio: Según el catecismo, es «el lugar de sufrimiento, donde se purifican, antes de entrar en el cielo, los que mueren en gracia de Dios sin haber satisfecho por sus pecados». Pero el Papa clarificó que «el purgatorio tampoco es un lugar físico sino la situación del alma que se purifica, después de la muerte, antes de gozar plenamente de Dios». Al igual que los que van al infierno, las almas del purgatorio también sufren la ausencia de Dios. Con la diferencia que del purgatorio se sale y del infierno, no.
Estar en el limbo: En el limbo, simplemente se es feliz con la felicidad natural que cualquier persona puede alcanzar en la tierra. Un lugar sin tormentos, pero alejado de Dios eternamente. Ofrece menos confort que el cielo, pero tampoco es un lugar tan inhóspito como el infierno ni tan desagradable temporalmente como el purgatorio. Ni frío ni calor. El aburrimiento infinito. ¡Ojalá que no vuelva!
Según la doctrina católica, al limbo van los niños sin bautizar y los justos que murieron antes de la venida de Cristo / Tras el Concilio Vaticano II quedó en el olvido ya que la Iglesia admitió que fuera de ella también podía haber salvación / Juan Pablo II quiere recuperarlo / La mayoría de los teólogos no cree en el limbo
Extractado.
Porque el castigo para los que tenían la desgracia de ir allí consistía, como explica el Concilio de Trento, en ir «a una tercera clase de cavidad, en donde, sin sentir dolor alguno, disfrutan de pacífica morada». Un lugar distinto del cielo, del infierno y del purgatorio, en el que las almas cándidas eran felices, pero quedaban privadas de la gloria y sufrían la condena de estar eternamente separadas no sólo de Dios sino también de sus amigos y familiares.
De esta forma y con estos argumentos, la doctrina tridentina incentivaba el bautismo rápido de los recién nacidos, para evitarles, en caso de muerte prematura, todo ese cúmulo de desgracias. A falta de datos escriturísticos para asentar la doctrina del limbo, el Concilio de Trento recurre a la autoridad de los Santos Padres. San Gregorio Nacianceno y San Agustín afirman la existencia del limbo para los que mueren sin bautismo y, por lo tanto, con la mancha del pecado original, que sólo se limpia con las aguas bautismales.
Según San Agustín, en efecto, el hombre es un ser irremediablemente empecatado desde que Eva y la serpiente engañaron a Adán para comerse juntos la manzana del árbol de la ciencia del bien y del mal. La mancha del pecado original con la que nacen todas las personas sólo se quita con el bautismo. Luego, el que muere sin bautizarse no puede entrar en el cielo.La doctrina del limbo servía también para encontrar acomodo a todos los que, siendo buenos, murieron antes de que Cristo viniese al mundo o a los que nunca creyeron en Jesucristo porque nadie les habló de El. Esos tales iban al «limbo de los justos». A partir del Concilio Vaticano II (1962-1965), la doctrina del limbo desaparece de la circulación y, desde entonces, la Iglesia sostiene que los niños y los justos sin bautizar se salvan «en la misericordia de Dios».
Ahora, el Papa, que ya desmontó, en el verano de 1999, la visión tradicional de Cielo, Infierno y Purgatorio, ordenó al guardián de la ortodoxia, cardenal Joseph Ratzinger, hacer lo mismo con el limbo. Juan Pablo II quiere que la Comisión Teológica Internacional, integrada por 35 sabios teólogos, presididos por el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio), revisen «la suerte ultraterrena» de los niños que mueren sin recibir el bautismo.
«Es una cuestión de máximo interés» para la Iglesia, señaló Juan Pablo II en un mensaje a los miembros de la citada comisión, a los que advirtió de que «no se trata simplemente de un problema teológico aislado. Otros muchos temas fundamentales se relacionan con éste, como la voluntad salvadora universal de Cristo o el papel de la Iglesia como sacramento universal de salvación».
El plazo que tienen los teólogos para revisar la «geografía del más allá» es de cinco años. Una tarea ardua en la que no creen la mayoría de sus colegas de todo el mundo. Para el teólogo jesuita José María Díez Alegría, el «limbo es un invento, una especie de guardería infantil eterna y beata». Para Enrique Miret, el limbo «no tiene sentido, es algo pagano. Yo no creo en él. Y si Ratzinger se acuerda que todavía es teólogo, tampoco lo recuperará».Así las cosas, y para no perderse, éstas son las direcciones donde nos aguardaran en la otra vida:
Estar en el cielo: Para el catecismo, «el cielo es el lugar donde los buenos viven con Dios eternamente felices». Pero el Papa aclaró, hace unos años, que «el cielo no es una abstracción ni un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con la Santísima Trinidad». Los que van al cielo son eternamente felices con una «felicidad que ni el ojo vio ni el oído oyó», como dice San Pablo.
Estar en el infierno: Como decía el catecismo, «el infierno es el lugar donde los malos, apartados de Dios, sufren penas eternas. Según el Papa, «el infierno no es un lugar, sino un estado de separación de Dios en que terminan quienes se alejan de Él de modo libre y definitivo». Esos tales tienen dos penas. La pena de sentido: privados eternamente de la presencia de Dios para la que fueron hechos. Y la pena de daño: el sufrimiento eterno que eso provoca.
Estar en el purgatorio: Según el catecismo, es «el lugar de sufrimiento, donde se purifican, antes de entrar en el cielo, los que mueren en gracia de Dios sin haber satisfecho por sus pecados». Pero el Papa clarificó que «el purgatorio tampoco es un lugar físico sino la situación del alma que se purifica, después de la muerte, antes de gozar plenamente de Dios». Al igual que los que van al infierno, las almas del purgatorio también sufren la ausencia de Dios. Con la diferencia que del purgatorio se sale y del infierno, no.
Estar en el limbo: En el limbo, simplemente se es feliz con la felicidad natural que cualquier persona puede alcanzar en la tierra. Un lugar sin tormentos, pero alejado de Dios eternamente. Ofrece menos confort que el cielo, pero tampoco es un lugar tan inhóspito como el infierno ni tan desagradable temporalmente como el purgatorio. Ni frío ni calor. El aburrimiento infinito. ¡Ojalá que no vuelva!
Según la doctrina católica, al limbo van los niños sin bautizar y los justos que murieron antes de la venida de Cristo / Tras el Concilio Vaticano II quedó en el olvido ya que la Iglesia admitió que fuera de ella también podía haber salvación / Juan Pablo II quiere recuperarlo / La mayoría de los teólogos no cree en el limbo
Extractado.