José M. Castillo - Teólogo
Según la acertada formulación de Y. Congar, "la Iglesia ha estado siempre reformándose a sí misma". Eso sigue siendo verdad en este momento. Lo que ocurre es que, en determinados ambientes eclesiásticos y en amplios sectores de la opinión pública, se tiene la impresión, incluso el convencimiento, de que la Iglesia está ahora mismo metida de lleno en un proceso de involución, es decir, en una situación de estancamiento e incluso de retroceso, lo que genera, en muchos casos, fenómenos de esclerosis y atrofia característicos de quien ha entrado en la etapa del deterioro senil e irreversible de la vida.
Pero esto es la impresión que muchos tienen. Si la situación se analiza con cierta detención, pronto se advierte que lo que realmente está pasando es que la Iglesia presenta síntomas claros de que en ella se está produciendo una transformación profunda que bien se puede interpretar como el movimiento más sorprendente de reforma que ha vivido en toda su historia. El problema está en que se trata de una reforma tan honda y de tales consecuencias, que mucha gente no se da cuenta de lo que realmente está ocurriendo. Bastará recordar algunos indicadores, que están a la vista de todo el mundo, para hacerse una idea de la verdad que entraña lo que estoy diciendo.
Síntomas de crisis alarmante
Lo que más de inmediato nota mucha gente, cuando se habla de la Iglesia, es que en ella muchas cosas van mal. Se analiza la crisis de la fe en Dios, se comenta la disminución de la práctica religiosa, se dan frecuentes noticias de escándalos eclesiásticos, se habla de las posturas contrapuestas de grupos integristas y grupos renovadores, etc., etc. Sin duda alguna, todo esto responde a cosas que efectivamente están sucediendo. Pero quizá no se presta la debida atención a lo más alarmante que, a primera vista, esta ocurriendo en la Iglesia. Me refiero al éxodo masivo y creciente gentes de todo tipo que abandonan la institución eclesiástica La cosa empezó por los sacerdotes que han ido abandonando el ministerio, de manera que los secularizados ya pasan de cien mil. Enseguida se añadieron las religiosas y religiosos de los que es prácticamente imposible precisar el número de los que se han salido de los conventos. A esto se ha venido a sumar la crisis de vocaciones: se han cerrado más de la mitad de los noviciados y los que quedan abiertos, están casi vacíos, al menos en los llamados países ricos. En gran parte de los seminarios, ocurre algo parecido. El personal "eclesiástico", por tanto, ha disminuido, ha envejecido, presenta síntomas claros de un colectivo en proceso de extinción.
Pero todo esto no es sino reflejo de un éxodo mucho más amplio. Se trata de la cantidad de personas de todo tipo y de toda condición que, sin decir nada a nadie, se ven cada día más alejadas de la Iglesia o incluso dan muestras de un desinterés creciente por ella. Esto se advierte, sobre todo, en las generaciones jóvenes. Lo que pasa es que este éxodo tan preocupante queda, ante la opinión pública, satisfactoriamente "camuflado" por otros hechos, que son también muy reales, y que conviene tener en cuenta. Me refiero, por ejemplo, a la religiosidad popular que, en lugar de disminuir, curiosamente está en auge. Nunca las peregrinaciones y romerías, las celebraciones de semana santa, las fiestas religiosas populares, tuvieron tanto poder de convocatoria como tienen últimamente. A esto se suma el hecho de que determinadas prácticas sacramentales se mantienen, aunque con frecuencia se tenga la impresión de que todo eso responde más a convencionalismos sociales que a manifestaciones auténticas de fe. Es el caso de bautizos, bodas, primeras comuniones, misas por distintos motivos, etc. También es importante, en este sentido, el protagonismo del Papa actual, que tantas veces aparece en los medios de comunicación y que, a la gran mayoría del público inspira sentimientos de respeto y hasta de admiración. Pero, sobre todo, persiste la función "legitimadora" que la religión sigue desempeñando en la sociedad actual. Es indudable que el "factor Dios" juega, en este momento, un papel determinante en la política mundial. Como es lógico, este conjunto de hechos sirven en realidad de tapadera que oculta, o al menos disimula, los síntomas de la alarmante crisis que, a primera vista, se tendría que advertir en la Iglesia.
Continuará...........
Según la acertada formulación de Y. Congar, "la Iglesia ha estado siempre reformándose a sí misma". Eso sigue siendo verdad en este momento. Lo que ocurre es que, en determinados ambientes eclesiásticos y en amplios sectores de la opinión pública, se tiene la impresión, incluso el convencimiento, de que la Iglesia está ahora mismo metida de lleno en un proceso de involución, es decir, en una situación de estancamiento e incluso de retroceso, lo que genera, en muchos casos, fenómenos de esclerosis y atrofia característicos de quien ha entrado en la etapa del deterioro senil e irreversible de la vida.
Pero esto es la impresión que muchos tienen. Si la situación se analiza con cierta detención, pronto se advierte que lo que realmente está pasando es que la Iglesia presenta síntomas claros de que en ella se está produciendo una transformación profunda que bien se puede interpretar como el movimiento más sorprendente de reforma que ha vivido en toda su historia. El problema está en que se trata de una reforma tan honda y de tales consecuencias, que mucha gente no se da cuenta de lo que realmente está ocurriendo. Bastará recordar algunos indicadores, que están a la vista de todo el mundo, para hacerse una idea de la verdad que entraña lo que estoy diciendo.
Síntomas de crisis alarmante
Lo que más de inmediato nota mucha gente, cuando se habla de la Iglesia, es que en ella muchas cosas van mal. Se analiza la crisis de la fe en Dios, se comenta la disminución de la práctica religiosa, se dan frecuentes noticias de escándalos eclesiásticos, se habla de las posturas contrapuestas de grupos integristas y grupos renovadores, etc., etc. Sin duda alguna, todo esto responde a cosas que efectivamente están sucediendo. Pero quizá no se presta la debida atención a lo más alarmante que, a primera vista, esta ocurriendo en la Iglesia. Me refiero al éxodo masivo y creciente gentes de todo tipo que abandonan la institución eclesiástica La cosa empezó por los sacerdotes que han ido abandonando el ministerio, de manera que los secularizados ya pasan de cien mil. Enseguida se añadieron las religiosas y religiosos de los que es prácticamente imposible precisar el número de los que se han salido de los conventos. A esto se ha venido a sumar la crisis de vocaciones: se han cerrado más de la mitad de los noviciados y los que quedan abiertos, están casi vacíos, al menos en los llamados países ricos. En gran parte de los seminarios, ocurre algo parecido. El personal "eclesiástico", por tanto, ha disminuido, ha envejecido, presenta síntomas claros de un colectivo en proceso de extinción.
Pero todo esto no es sino reflejo de un éxodo mucho más amplio. Se trata de la cantidad de personas de todo tipo y de toda condición que, sin decir nada a nadie, se ven cada día más alejadas de la Iglesia o incluso dan muestras de un desinterés creciente por ella. Esto se advierte, sobre todo, en las generaciones jóvenes. Lo que pasa es que este éxodo tan preocupante queda, ante la opinión pública, satisfactoriamente "camuflado" por otros hechos, que son también muy reales, y que conviene tener en cuenta. Me refiero, por ejemplo, a la religiosidad popular que, en lugar de disminuir, curiosamente está en auge. Nunca las peregrinaciones y romerías, las celebraciones de semana santa, las fiestas religiosas populares, tuvieron tanto poder de convocatoria como tienen últimamente. A esto se suma el hecho de que determinadas prácticas sacramentales se mantienen, aunque con frecuencia se tenga la impresión de que todo eso responde más a convencionalismos sociales que a manifestaciones auténticas de fe. Es el caso de bautizos, bodas, primeras comuniones, misas por distintos motivos, etc. También es importante, en este sentido, el protagonismo del Papa actual, que tantas veces aparece en los medios de comunicación y que, a la gran mayoría del público inspira sentimientos de respeto y hasta de admiración. Pero, sobre todo, persiste la función "legitimadora" que la religión sigue desempeñando en la sociedad actual. Es indudable que el "factor Dios" juega, en este momento, un papel determinante en la política mundial. Como es lógico, este conjunto de hechos sirven en realidad de tapadera que oculta, o al menos disimula, los síntomas de la alarmante crisis que, a primera vista, se tendría que advertir en la Iglesia.
Continuará...........