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miércoles 6 de noviembre de 2002
La necesaria reciprocidad
Antonio PÉREZ HENARES
La tolerancia con cualquier forma de pensamiento, religión o costumbre es una de las señas de identidad máxima de la sociedad occidental y lo es de España. La religión es, fundamentalmente, una cuestión personal, de escala de valores intima, de practicas que pertenecen esencialmente a la esfera privada. Por ello la aceptación de otras fes y de la «no fe» es algo asumido y cotidiano. Que se celebren otros cultos, que se abran otros templos, mezquitas o sinagogas ha dejado de sorprendernos y hasta de ser una novedad. No hay pues, en la mayoría de los casos, problema de tolerancia. El problema se presenta cuando lo que se percibe es que, aprovechando tal tolerancia, se intenta introducir en esa sociedad tolerante practicas intolerantes, contrarias no a unos hábitos y costumbres, sino al común denominador de unos derechos humanos universalmente establecidos como básicos. Y entonces ya no hay tolerancia que valga porque lo que está en juego son otras cosas. Por ejemplo, la igualdad de sexos, que no es poco. Pero existe una segunda derivada. Algo que perciben en mayor medida los católicos, pero que también afecta al sentido común de los que no lo son. Es la reciprocidad. Lo que encrespa es que los que exigen aquí libertad para su culto impidan y persigan otros en sus países. El hecho es clamoroso en los países islámicos. Contrastar el hecho no significa que abjuremos de nuestra tolerancia, pero sí que exijamos la suya. Diría que existe no sólo el derecho, sino la obligación, en aras del progreso de la humanidad, de hacerlo.