No sé por que, pero este mundo no termina de gustarme. Ya no es sólo que haya tanta injusticia. Lo que me molesta, es ver tanta indiferencia.
Cada uno va a lo suyo, defendiendo sus intereses, en contra de los demás…, como si fueran incompatibles.
La gente se trata sus problemas porque más allá de la familia es difícil que alguien te ayude. Si, hay excepciones, lo sé y yo quisiera ser una de ellas.
Quiero ser solidario y acercarme al que sufre, al que tiene problemas. Quiero saber mirar a mi alrededor y darme cuenta de lo que necesita la gente que me rodea. Y no me refiero solo al que tiene hambre, sed… y no tiene para vestirse; sino que me gustaría ser realista y ayudar a esa persona que tiene un problema. A mi hermano, a mis amigos, a mis compañeros, a aquellos que no conozca e incluso… a los que no me caigan bien.
Tengo que entender que en pleno siglo XXI entre otras muchas desgracias existe hambre física en el mundo. Los gritos de los pobres, de los que no tienen nada siguen sonando hoy con la misma fuerza y dramatismo que en tiempos de Jesús. Y lo triste es que en la mesa del mundo los alimentos mejores y abundantes cubren los platos de los llamados cristianos, mientras toleramos impertérritos una de las situaciones más vergonzosas de nuestro tiempo, el hambre.
Hombres mujeres y niños muertos de hambre, hurgando en las basuras diariamente. Y no unos cuantos miles, sino millones de personas en todo el mundo.
Y lo peor de todo es que ante este abandono humano parece ser que me alivio mi conciencia, cuando alguien me comenta que existen organizaciones de inspiración cristiana que han hecho público un comunicado para pedir a las autoridades correspondientes que cada 16 de abril sea, a partir de ahora, el día mundial de la lucha contra la hambre. Un día que en realidad debería ser todos los del año.
Tengo que entender que he de acercarme un poco más despojándome de comodidades y apegos, para caminar hacia quienes esperan nuestra ayuda, con ojos y oídos nuevos teniendo muy en cuenta que el grito de los que no comen, sean niños o mayores sube hasta Dios aunque a veces no llegue a oídos de los hombres.
El gran humanista y también cristiano como fue el célebre Dr. Marañón, decía que los tres enemigos del alma que se citaban en el catecismo (mundo, demonio y carne) había que transformarlos en otros tres del tiempo presente, “el hambre, la enfermedad y el desamor o la indiferencia”.
¿Sabré entender que la misericordia ha de prevalecer sobre cualquier otra razón y que la cruel realidad está rodeada de verdad?
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