NO TENDRAS PENSAMIENTOS NI DESEO IMPUROS
Es difícil en el mundo en que vivimos donde con toda naturalidad valoramos la intensidad de nuestros pecados, aplicar una regla justa para medir nuestros pensamientos y deseos impuros.
Tal vez sea éste el motivo por el cual, no logremos entender algunos pasajes del Evangelio, cuando leyendo a Mateo (5, 28) nos dice: “Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en el corazón”.
Sin embargo, somos conscientes, que el cuerpo humano es el templo del Espíritu Santo y que sobre todo la vista despierta la pasión de los débiles. Más aún, pensamos que los que siguen a Jesús deben imponerse a la cultura moderna, reconociendo, que tal amistad, tal costumbre o tal ambición, seguramente les llevará a la traición de una futura pareja.
A veces, el hombre se deja llevar por pensamientos desordenados y deseos impuros, considerando que éstos calmarán su sed de impurezas y ante la creencia de que no tienen mayor importanci, si con ellos no dañan al prójimo.
Pero también ese hombre que desea cumplir con este Mandamiento ha de navegar por las claras aguas de la Biblia para encontrar respuesta a sus dudas.
Y es Marcos (7, 16) quien le advierte que lo que sale del corazón es lo que le hace al hombre impuro. Y el Libro Sagrado nos insiste en que no se da un paso adelante, sino con hombres responsables y capaces de poner el sexo al servicio del amor, en lugar de dejarse dominar por sus instintos toda vez que el pecado es toda aquella acción que cometemos a propósito poniendo en ello mala intención.
El género humano, continúa la Biblia, está compuesto por espíritu y cuerpo y por lo tanto desarrolla una lucha entre el espíritu y la carne.
Y el entendimiento cristiano nos debe señalar que aunque tengamos deseos contra la pureza debemos luchar con armas tan efectivas como la oración, la fe y la comprensión. Entendiendo que la práctica de la castidad, la templanza y la pureza de corazón nos va a permitir amar con rectitud y con intención de mirada sana y respetuosa.
Por todo ello, después de estas consideraciones el hombre parece entender mejor lo que prohibe este noveno Mandamiento y anhela encontrar esa fórmula que le resposabilice para amar con un corazón limpio y puro para de este modo despertar el respeto a la persona humana.
Es difícil en el mundo en que vivimos donde con toda naturalidad valoramos la intensidad de nuestros pecados, aplicar una regla justa para medir nuestros pensamientos y deseos impuros.
Tal vez sea éste el motivo por el cual, no logremos entender algunos pasajes del Evangelio, cuando leyendo a Mateo (5, 28) nos dice: “Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en el corazón”.
Sin embargo, somos conscientes, que el cuerpo humano es el templo del Espíritu Santo y que sobre todo la vista despierta la pasión de los débiles. Más aún, pensamos que los que siguen a Jesús deben imponerse a la cultura moderna, reconociendo, que tal amistad, tal costumbre o tal ambición, seguramente les llevará a la traición de una futura pareja.
A veces, el hombre se deja llevar por pensamientos desordenados y deseos impuros, considerando que éstos calmarán su sed de impurezas y ante la creencia de que no tienen mayor importanci, si con ellos no dañan al prójimo.
Pero también ese hombre que desea cumplir con este Mandamiento ha de navegar por las claras aguas de la Biblia para encontrar respuesta a sus dudas.
Y es Marcos (7, 16) quien le advierte que lo que sale del corazón es lo que le hace al hombre impuro. Y el Libro Sagrado nos insiste en que no se da un paso adelante, sino con hombres responsables y capaces de poner el sexo al servicio del amor, en lugar de dejarse dominar por sus instintos toda vez que el pecado es toda aquella acción que cometemos a propósito poniendo en ello mala intención.
El género humano, continúa la Biblia, está compuesto por espíritu y cuerpo y por lo tanto desarrolla una lucha entre el espíritu y la carne.
Y el entendimiento cristiano nos debe señalar que aunque tengamos deseos contra la pureza debemos luchar con armas tan efectivas como la oración, la fe y la comprensión. Entendiendo que la práctica de la castidad, la templanza y la pureza de corazón nos va a permitir amar con rectitud y con intención de mirada sana y respetuosa.
Por todo ello, después de estas consideraciones el hombre parece entender mejor lo que prohibe este noveno Mandamiento y anhela encontrar esa fórmula que le resposabilice para amar con un corazón limpio y puro para de este modo despertar el respeto a la persona humana.