Ya todos hemos tenido la oportunidad de entender que hay un santuario celestial y del servicio de Dios. Podemos apreciar ahora lo importante que es en estos últimos tiempos que tengamos fijas nuestras miradas en fe en el verdadero pontífice en el santuario celestial, pues sólo él puede perdonar, sólo su oficio divino puede hacer expiación, y sólo en el encontramos gracia cuando necesitamos auxilio. Hebreos12:2; 4:14-16; 8:2.
¿Cómo huella Roma el Santuario de Dios?
"Honrad al sacerdote, sin el cual no tendrías a Jesu -Cristo. ¿Quién es el que lo ha puesto aquí en este santuario?- El sacerdote. ¿Quién es el que ha recibido vuestras las almas en este mundo? - El sacerdote. ¿Quién las alimenta para darles fuerza y llevar a cabo su peregrinación?- El sacerdote. ¿Quién ha de prepararlas para que comparezcan ante Dios? -El sacerdote. Y cuando vuestra alma haya muerto quién la resucitará?- Aún el sacerdote. El sacerdote tiene las llaves del tesoro celestial: él es el que abre las puertas del cielo; él es el administrador de Dios y de sus dones. Si os confesáis a la madre de Dios o a un ángel ¿recibiréis de ellos la absolución? No. ¿Os darán ellos el cuerpo y la sangre de Cristo? No. La madre de Dios no puede hacer bajar a su hijo a la hostia. Y si 200 ángeles estuvieran junto a ti, no podrían absolverte. Un sacerdote, por humilde que sea, lo puede. Puede decirte: ¡Ve en paz, te perdono!" (Manual de piedad para el uso de los jóvenes)
Otro testimonio que podemos citar es la Explicación de la santa misa, por P. Martín von Cochem, Osnabrueck 1894, con autorización eclesiástica, y de la cual sacamos las siguientes líneas: "El misterio del nacimiento de Cristo es renovado en la santa misa, pues así como Cristo nació del seno de la santísima virgen, así también nace de la boca del sacerdote en la santa misa. Cuando el sacerdote pronuncia la última palabra de la transubstanciación, tiene ya en sus manos el precioso cuerpo del niño Jesús. Para confirmarlo, se postra en el acto de rodillas, adora humildemente a su Dios y Creador, levanta el cuerpo de Jesús con sus manos sacerdotales y lleno de recogimiento por encima de su cabeza en alto... para que todos lo reconozcan y que adoren como a su Señor y Dios" Pág. 51. "Por tanto todo sacerdote puede decir de si mismo: Aquel que me ha creado sin mi, es creado por medio de mi cooperación; y aquel que todo lo creó de la nada sin mi, me ha dado el poder para crearlo a él mismo" Pág. 47. Para el católico es pues toda la iglesia, a consecuencia de esta doctrina, "el poderoso tabernáculo para el santísimo sacramento del altar" y mientras que el pueblo permanece fuera en el atrio, el sacerdote solo y los que le ayudan a oficiar tienen acceso directo al altar, en cuyos nichos se encuentran el santo y el santísimo.