SANTIFICAR LAS FIESTAS
Con este tercer Mandamiento llegamos al final de las tablas que según San Agustín fueron entregadas a Moisés en el monte Sinaí. En la primera, figuraban los tres Mandamientos dedicados al amor a Dios. En la segunda tabla iban señalados los siete restantes aplicados al amor al prójimo.
Y ante este punto, de nuevo, hemos intentado documentarnos en el Libro Sagrado.
Atentamente, hemos leído citas muy importantes en el Antiguo Testamento que nos señalan el porqué debemos dedicar ese día para santificar y dar culto a Dios.
En el libro del Éxodo (20,11) leemos: “El séptimo día, Yavé descansó y por Ello, bendijo el sábado y lo hizo sagrado”. El Deuteronomio (5,12.15) claramente nos explica, que debemos cuidar de guardar y santificar el día sábado por que Yavé, nuestro Dios, nos lo manda. Pues tiene, nos dice, seis días para trabajar y hacer tus quehaceres y dedicar el séptimo para tu descanso en su honor.
Y es, en el Nuevo Testamento donde aprendemos a través de los evangelistas, a santificar este día al que los judíos llamaron “día del Señor”, porque según Jesús, el sábado fue instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. Por esto el Hijo del hombre, que es Señor, también es dueño del sábado.
No obstante, el Evangelio relata numerosos incidentes en los que Jesús fue acusado de quebrantar la ley del sábado. Pero Jesús que nunca faltó a la santidad de este día, proclama que “es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal o salvar una vida en lugar de destruirla”.
Pero tristemente nosotros, pienso yo, no hemos entendido el sentido de santificar las fiestas y olvidamos con demasiada frecuencia que este dia hemos de ofrecérselo a Dios con total generosidad.
Que lejos queda nuestro amor a Dios, cuando preguntamos a los hombres de Iglesia si tal o cual día es de obligado cumplimiento, para descargar nuestra frágil conciencia y de este modo iberarnos de asistir a la celebración eucarística.
Que raquítica queda nuestra fe, cuando pretendemos que nuestros confesores nos hagan una especie de “seguro a todo riesgo” solicitándoles “recetas” que nos garanticen salvar nuestra alma para poder iniciar en su día, con total seguridad, nuestro viaje a la ansiada vida eterna.
Pero Dios en su infinita misericordia y conociendo las debilidades humanas, siempre perdona y nos envía el propio testimonio de Jesús, en el Evangelio de Marcos cuando afirma que también se santifican las fiestas devolviendo bien por mal.
Y, uno piensa que santificar las fiestas, es reflexionar profundamente sobre nuestro ejemplo de vida personal en relación con los demás. Es pedir perdón y reconciliarse con aquel que nos haya ofendido ofreciéndole nuestra mano como signo de paz.
Y, creo que también se santifican las fiestas ayudando a nuestros hermanos que nos necesitan. Buen ejemplo de ello lo tenemos en la labor de Enrique Figaredo joven jesuita que fue nombrado Obispo de Battambang. Trabajaba en los campos de refugiados de Tailandia, con jóvenes afectados por minas antipersonal, y declaraba que la festividad en cualquier día de la semana se limitaba a entregar una silla de ruedas a un discapacitado, ya que consideraba que esta silla, era como un don que Dios otorgaba para esa clase de personas porque transformaba la vida de un inválido
Y, por supuesto santificar las fiestas y dedicar el día a Dios, es ayudando a todos aquellos que nos necesitan: Inmigrantes, pobres, débiles, marginados, angustiados, deprimidos .... que nos lo están pidiendo a gritos aunque apenas nos damos cuenta de ello. Y también, concediendo unos minutos para acercarnos a un enfermo proporcionándole compañía y estímulo, que casi siempre resultan más beneficiosos que algunas medicinas y sobre todo más hermoso que pasar de largo o sentir simple o llanamente pena, sin más.
En definitiva creo yo que asistiendo a ceremonias religiosas y ayudando a todo aquel que nos necesita es un buen modo de cumplir generosamente con este tercer mandamiento.[/COLOR]
Con este tercer Mandamiento llegamos al final de las tablas que según San Agustín fueron entregadas a Moisés en el monte Sinaí. En la primera, figuraban los tres Mandamientos dedicados al amor a Dios. En la segunda tabla iban señalados los siete restantes aplicados al amor al prójimo.
Y ante este punto, de nuevo, hemos intentado documentarnos en el Libro Sagrado.
Atentamente, hemos leído citas muy importantes en el Antiguo Testamento que nos señalan el porqué debemos dedicar ese día para santificar y dar culto a Dios.
En el libro del Éxodo (20,11) leemos: “El séptimo día, Yavé descansó y por Ello, bendijo el sábado y lo hizo sagrado”. El Deuteronomio (5,12.15) claramente nos explica, que debemos cuidar de guardar y santificar el día sábado por que Yavé, nuestro Dios, nos lo manda. Pues tiene, nos dice, seis días para trabajar y hacer tus quehaceres y dedicar el séptimo para tu descanso en su honor.
Y es, en el Nuevo Testamento donde aprendemos a través de los evangelistas, a santificar este día al que los judíos llamaron “día del Señor”, porque según Jesús, el sábado fue instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. Por esto el Hijo del hombre, que es Señor, también es dueño del sábado.
No obstante, el Evangelio relata numerosos incidentes en los que Jesús fue acusado de quebrantar la ley del sábado. Pero Jesús que nunca faltó a la santidad de este día, proclama que “es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal o salvar una vida en lugar de destruirla”.
Pero tristemente nosotros, pienso yo, no hemos entendido el sentido de santificar las fiestas y olvidamos con demasiada frecuencia que este dia hemos de ofrecérselo a Dios con total generosidad.
Que lejos queda nuestro amor a Dios, cuando preguntamos a los hombres de Iglesia si tal o cual día es de obligado cumplimiento, para descargar nuestra frágil conciencia y de este modo iberarnos de asistir a la celebración eucarística.
Que raquítica queda nuestra fe, cuando pretendemos que nuestros confesores nos hagan una especie de “seguro a todo riesgo” solicitándoles “recetas” que nos garanticen salvar nuestra alma para poder iniciar en su día, con total seguridad, nuestro viaje a la ansiada vida eterna.
Pero Dios en su infinita misericordia y conociendo las debilidades humanas, siempre perdona y nos envía el propio testimonio de Jesús, en el Evangelio de Marcos cuando afirma que también se santifican las fiestas devolviendo bien por mal.
Y, uno piensa que santificar las fiestas, es reflexionar profundamente sobre nuestro ejemplo de vida personal en relación con los demás. Es pedir perdón y reconciliarse con aquel que nos haya ofendido ofreciéndole nuestra mano como signo de paz.
Y, creo que también se santifican las fiestas ayudando a nuestros hermanos que nos necesitan. Buen ejemplo de ello lo tenemos en la labor de Enrique Figaredo joven jesuita que fue nombrado Obispo de Battambang. Trabajaba en los campos de refugiados de Tailandia, con jóvenes afectados por minas antipersonal, y declaraba que la festividad en cualquier día de la semana se limitaba a entregar una silla de ruedas a un discapacitado, ya que consideraba que esta silla, era como un don que Dios otorgaba para esa clase de personas porque transformaba la vida de un inválido
Y, por supuesto santificar las fiestas y dedicar el día a Dios, es ayudando a todos aquellos que nos necesitan: Inmigrantes, pobres, débiles, marginados, angustiados, deprimidos .... que nos lo están pidiendo a gritos aunque apenas nos damos cuenta de ello. Y también, concediendo unos minutos para acercarnos a un enfermo proporcionándole compañía y estímulo, que casi siempre resultan más beneficiosos que algunas medicinas y sobre todo más hermoso que pasar de largo o sentir simple o llanamente pena, sin más.
En definitiva creo yo que asistiendo a ceremonias religiosas y ayudando a todo aquel que nos necesita es un buen modo de cumplir generosamente con este tercer mandamiento.[/COLOR]