Johnattan Ammon es un joven que declara haber nacido de nuevo de manera milagrosa tras una vida de abuso y enfermedad mental por nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Sirve como misionero en la ciudad de Detroit, en un area de dos millas cuadradas donde la mayoría de los residentes son inmigrantes musulmanes. He traducido un artículo de su web http://www.biblereadingproject.com que no puedo dejar de recomendar a todos los que lean inglés.
Cristo quiere que seas limpio
Vino a él un leproso que, de rodillas, le dijo: —Si quieres, puedes limpiarme. Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano, lo tocó y le dijo: —Quiero, sé limpio. Tan pronto terminó de hablar, la lepra desapareció del hombre, y quedó limpio. Marcos 1:40-42
La lepra contamina. Era contagiosa, y tenía el poder de desfigurar tu cuerpo y dañar tu alma. El leproso quedaba marcado como impío sin remedio y para siempre ante Dios. Quedaba como un hombre maldito, un hombre sin amigos y sin un sitio donde ocultarse. Su mancha era evidente, estaba obligado a anunciarlo ante todos, a gritar “impuro” al extraño con el que se encontraba. Declaraba el poder de la enfermedad en su cuerpo. Si alguien tocaba al leproso, se volvía impuro. La impureza les envolvía a ellos y a su posición ante un Dios santo. El leproso sabía que Jesús podía curarle. Tenía el poder, pero ¿lo quería Jesús? Cuando Jesús tocó al leproso, anunció ante el mundo que el poder y la compasión de Dios caminaba sobre la tierra, y el leproso quedó limpio. Desbarató como se entendía la santidad (Hageo 2:11-14). Esta muestra abrumadora del poder purificador y de vida da a conocer el evangelio de redención.
Jesús curaba cuando no había cura. Abrió la puerta de gracia cuando el acceso al trono de Dios estaba atrancado. Tocó al intocable. Tuvo compasión de los pobres, se preocupó de los jóvenes y ofreció amistad a los pecadores. Tuvo misericordia de los quebrantados, curó a los enfermos y alzó a los muertos. Impartió vida. Cuando tocó al leproso, la Vida se derramó y derrotó a la enfermedad en el cuerpo del hombre. Era un milagro. Jesús quería hacerlo. No sólo estaba dispuesto a curar al hombre, lo que podía haber hecho con una palabra; estaba dispuesto a tocarle. Estaba dispuesto a colocar su mano en la carne enferma del hombre. Este gran Jesús, el Creador del universo encarnado quería conectar lo puro con lo impuro y enfermo. Cuando fue a la cruz, cargó con el pecado de nuestras almas enfermas sobre sí mismo. Quería tocarnos, cargar con nuestro pecado, y desde la oscuridad de la tumba se alzó en el triunfo de la resurrección y la vida. Nuestro pecado no derrotó a su vida sino que su pureza derrotó a nuestra mancha. No fue sólo el trabajo de otro profeta. Esto es la vida y el amor del Dios Todopoderoso.
En casa de un amigo musulmán, mientras compartía la historia de la voluntad de Cristo de tocar al leproso y rechazado, de tener misericordia y compasión del pecador y el enfermo, sentí la alegría del Señor tocar mi corazón. Es el gozo de Cristo: anunciarse como lleno de amor y fuerte ante los que aun no han oído Su voz. Este Jesús maravilloso está vivo hoy, y todavía quiere purificar al leproso. Somos el cuerpo y la iglesia son sus manos y pies, sus receptáculos, los embajadores del Reino de Cristo. Cristo llama a su cuerpo a que se abra a su Espíritu, a armarse con las palabras de vida y representarle aquí en la tierra. Esta vida es un soplo de vapor y el tiempo no perdona. Debo vivir y morir por una causa un reino. Fui comprado por un precio y con un propósito y debo ver la gloria de Dios aquí en la tierra, debo ver establecido un testimonio que dure por siempre.
He sido enviado a miles que nunca han oído el evangelio. Vienen de naciones donde se impide el acceso de los misionarios. Vienen de culturas golpeadas por el crimen y la pobreza, en donde el enemigo ha intentando impedir que millones y millones puedan oír alguna vez la Buena Nueva de Jesucristo. Ahora estas naciones han venido a nosotros. Están atrapados por el islam y marginados por una cultura que vacila entre el miedo y la fascinación por el mundo musulmán. Hay compasión en el corazón de Jesús. Hay poder en la presencia del Espíritu Santo. Hay una promesa para romper toda cadena y mostrará la bondad de Dios aquí en la tierra de los vivos. Ojalá sea yo un receptáculo digno de Su servicio.
Cristo quiere que seas limpio
Vino a él un leproso que, de rodillas, le dijo: —Si quieres, puedes limpiarme. Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano, lo tocó y le dijo: —Quiero, sé limpio. Tan pronto terminó de hablar, la lepra desapareció del hombre, y quedó limpio. Marcos 1:40-42
La lepra contamina. Era contagiosa, y tenía el poder de desfigurar tu cuerpo y dañar tu alma. El leproso quedaba marcado como impío sin remedio y para siempre ante Dios. Quedaba como un hombre maldito, un hombre sin amigos y sin un sitio donde ocultarse. Su mancha era evidente, estaba obligado a anunciarlo ante todos, a gritar “impuro” al extraño con el que se encontraba. Declaraba el poder de la enfermedad en su cuerpo. Si alguien tocaba al leproso, se volvía impuro. La impureza les envolvía a ellos y a su posición ante un Dios santo. El leproso sabía que Jesús podía curarle. Tenía el poder, pero ¿lo quería Jesús? Cuando Jesús tocó al leproso, anunció ante el mundo que el poder y la compasión de Dios caminaba sobre la tierra, y el leproso quedó limpio. Desbarató como se entendía la santidad (Hageo 2:11-14). Esta muestra abrumadora del poder purificador y de vida da a conocer el evangelio de redención.
Jesús curaba cuando no había cura. Abrió la puerta de gracia cuando el acceso al trono de Dios estaba atrancado. Tocó al intocable. Tuvo compasión de los pobres, se preocupó de los jóvenes y ofreció amistad a los pecadores. Tuvo misericordia de los quebrantados, curó a los enfermos y alzó a los muertos. Impartió vida. Cuando tocó al leproso, la Vida se derramó y derrotó a la enfermedad en el cuerpo del hombre. Era un milagro. Jesús quería hacerlo. No sólo estaba dispuesto a curar al hombre, lo que podía haber hecho con una palabra; estaba dispuesto a tocarle. Estaba dispuesto a colocar su mano en la carne enferma del hombre. Este gran Jesús, el Creador del universo encarnado quería conectar lo puro con lo impuro y enfermo. Cuando fue a la cruz, cargó con el pecado de nuestras almas enfermas sobre sí mismo. Quería tocarnos, cargar con nuestro pecado, y desde la oscuridad de la tumba se alzó en el triunfo de la resurrección y la vida. Nuestro pecado no derrotó a su vida sino que su pureza derrotó a nuestra mancha. No fue sólo el trabajo de otro profeta. Esto es la vida y el amor del Dios Todopoderoso.
En casa de un amigo musulmán, mientras compartía la historia de la voluntad de Cristo de tocar al leproso y rechazado, de tener misericordia y compasión del pecador y el enfermo, sentí la alegría del Señor tocar mi corazón. Es el gozo de Cristo: anunciarse como lleno de amor y fuerte ante los que aun no han oído Su voz. Este Jesús maravilloso está vivo hoy, y todavía quiere purificar al leproso. Somos el cuerpo y la iglesia son sus manos y pies, sus receptáculos, los embajadores del Reino de Cristo. Cristo llama a su cuerpo a que se abra a su Espíritu, a armarse con las palabras de vida y representarle aquí en la tierra. Esta vida es un soplo de vapor y el tiempo no perdona. Debo vivir y morir por una causa un reino. Fui comprado por un precio y con un propósito y debo ver la gloria de Dios aquí en la tierra, debo ver establecido un testimonio que dure por siempre.
He sido enviado a miles que nunca han oído el evangelio. Vienen de naciones donde se impide el acceso de los misionarios. Vienen de culturas golpeadas por el crimen y la pobreza, en donde el enemigo ha intentando impedir que millones y millones puedan oír alguna vez la Buena Nueva de Jesucristo. Ahora estas naciones han venido a nosotros. Están atrapados por el islam y marginados por una cultura que vacila entre el miedo y la fascinación por el mundo musulmán. Hay compasión en el corazón de Jesús. Hay poder en la presencia del Espíritu Santo. Hay una promesa para romper toda cadena y mostrará la bondad de Dios aquí en la tierra de los vivos. Ojalá sea yo un receptáculo digno de Su servicio.