Me gustaría mucho podamos intercambiar nuestros pareceres con respecto al evangelio de juan, el discípulo amado.
Como siempre es menester dar el ejemplo, quisiera enfocarme en el primer capítulo. Leamos...
Tenemos el siguiente cuadro: el Creador quiso acercarse a los Suyos, Su pueblo amado, abandonado por cuatrocientos largos años de profundo silencio. Pero si a Dios nadie lo ha podido ver, ¿cómo podría haber sido posible que Dios tuviese contacto con el pueblo que Él escogió desde la promesa al patriarca abraham?
La respuesta la tenemos aquí mismo: La Palabra (o el Verbo en traducciones anteriores) se hizo carne. ¡Qué maravilloso que Dios mismo quisiese venir al mundo, mostrándose como la Luz que alumbra, la Vida que necesitaba el pueblo de Israel!
Por desgracia de ellos, nuevamente rechazaron a Dios, como antaño. Su rechazo vino a ser una oportunidad para nosotros de tener una nueva vida, la cual no podemos desaprovechar. ¿Quién, en su sano juicio, rechazaría la oportunidad de recibir un regalo que otro no quiso? Y máxime sabiendo que este regalo es invaluable y maravilloso? ¡Ser hijos de Dios ahora es un privilegio y un honor que no merecíamos!
Como siempre es menester dar el ejemplo, quisiera enfocarme en el primer capítulo. Leamos...
En el principio ya existía la Palabra; y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Por medio de él, Dios hizo todas las cosas; nada de lo que existe fue hecho sin él. En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no han podido apagarla.
Hubo un hombre llamado Juan, a quien Dios envió como testigo, para que diera testimonio de la luz y para que todos creyeran por lo que él decía. Juan no era la luz, sino uno enviado a dar testimonio de la luz. La luz verdadera que alumbra a toda la humanidad venía a este mundo.
Aquel que es la Palabra estaba en el mundo; y, aunque Dios hizo el mundo por medio de él, los que son del mundo no lo reconocieron. Vino a su propio mundo, pero los suyos no lo recibieron. Pero a quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. Y son hijos de Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos, sino porque Dios los ha engendrado.
Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros. Y hemos visto su gloria, la gloria que recibió del Padre, por ser su Hijo único, abundante en amor y verdad. Juan dio testimonio de él, diciendo: "Este es aquel a quien yo me refería cuando dije que el que viene después de mí es más importante que yo, porque existía antes que yo."
De su abundancia todos hemos recibido un don en vez de otro; porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero el amor y la verdad se han hecho realidad por medio de Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, que es Dios y que vive en íntima comunión con el Padre, es quien nos lo ha dado a conocer.
Tenemos el siguiente cuadro: el Creador quiso acercarse a los Suyos, Su pueblo amado, abandonado por cuatrocientos largos años de profundo silencio. Pero si a Dios nadie lo ha podido ver, ¿cómo podría haber sido posible que Dios tuviese contacto con el pueblo que Él escogió desde la promesa al patriarca abraham?
La respuesta la tenemos aquí mismo: La Palabra (o el Verbo en traducciones anteriores) se hizo carne. ¡Qué maravilloso que Dios mismo quisiese venir al mundo, mostrándose como la Luz que alumbra, la Vida que necesitaba el pueblo de Israel!
Por desgracia de ellos, nuevamente rechazaron a Dios, como antaño. Su rechazo vino a ser una oportunidad para nosotros de tener una nueva vida, la cual no podemos desaprovechar. ¿Quién, en su sano juicio, rechazaría la oportunidad de recibir un regalo que otro no quiso? Y máxime sabiendo que este regalo es invaluable y maravilloso? ¡Ser hijos de Dios ahora es un privilegio y un honor que no merecíamos!