Del libro Historia del Judaismo de André Chouraqui, comparto un fragmeto de su obra.
Los fariseos cuya importancia aumento a raíz de Juan Harciano (135-104), admitieron, al lado de la tradición escrita, la tradición oral que daba la autoridad a los doctores para interpretar la Tora y adaptarla, en función de principios definidos, a las circunstancias concretas de la historia. Los fariseos (perushim) constituían una especie de orden religiosa, a la vez contemplativos, predicadores y enseñantes, que definió los conceptos religiosos esenciales del judaísmo: justicia de Dios y libertad del hombre, inmortalidad personal, juicio después de la muerte, paraíso, purgatorio e infierno, resurrección de los muertos, reino de gloria. Todas estas doctrinas, por intermediación de San Pablo, que se proclamaba con orgullo “fariseo, hijo de fariseo”, fueron adoptadas por la Iglesia. Por ello, los juicios peyorativos que con frecuencia se hacen acerca de los fariseos son injustos, si no es que burdos, pues no toman en cuenta el papel determinante que jugaron en la vida religiosa del judaísmo y, cabe decirlo, de la humanidad. En el siglo I a.C. el movimiento fariseo estaba escindido en dos escuelas rivales: la de Shamai, rigurosa en la interpretación de la Torá e intransigente (el ala extrema de los zelotes inspiró y encabezo la revuelta contra Roma), y la del Hillel el Viejo, mas irenista. Después de la destrucción del segundo Templo la predominancia de la escuela de Hillel aseguro la unidad doctrinal del movimiento fariseo y con él la persistencia del judaísmo.
Los fariseos cuya importancia aumento a raíz de Juan Harciano (135-104), admitieron, al lado de la tradición escrita, la tradición oral que daba la autoridad a los doctores para interpretar la Tora y adaptarla, en función de principios definidos, a las circunstancias concretas de la historia. Los fariseos (perushim) constituían una especie de orden religiosa, a la vez contemplativos, predicadores y enseñantes, que definió los conceptos religiosos esenciales del judaísmo: justicia de Dios y libertad del hombre, inmortalidad personal, juicio después de la muerte, paraíso, purgatorio e infierno, resurrección de los muertos, reino de gloria. Todas estas doctrinas, por intermediación de San Pablo, que se proclamaba con orgullo “fariseo, hijo de fariseo”, fueron adoptadas por la Iglesia. Por ello, los juicios peyorativos que con frecuencia se hacen acerca de los fariseos son injustos, si no es que burdos, pues no toman en cuenta el papel determinante que jugaron en la vida religiosa del judaísmo y, cabe decirlo, de la humanidad. En el siglo I a.C. el movimiento fariseo estaba escindido en dos escuelas rivales: la de Shamai, rigurosa en la interpretación de la Torá e intransigente (el ala extrema de los zelotes inspiró y encabezo la revuelta contra Roma), y la del Hillel el Viejo, mas irenista. Después de la destrucción del segundo Templo la predominancia de la escuela de Hillel aseguro la unidad doctrinal del movimiento fariseo y con él la persistencia del judaísmo.