Ahora, cuando dejamos atrás los rigores del largo y tórrido verano y se nos viene encima el otoño, estación especialmente entrañable para los nostálgicos, que nos regala un dorado y tibio sol y nos permite el deleite de pisar las hojas amarillas que comienzan a perder los árboles, nos llega el hermoso mes de Noviembre, que nos invita a recordar a nuestros difuntos.
Por ello, cuando llega el día dedicado a todos los difuntos, acudo con mi fiel amigo Antonio a visitar el cementerio de Albacete. Juntos y siguiendo una tradición de hace más de cuarenta años, hacemos el recorrido a pié al citado lugar, que dista varios kilómetros desde el centro de la Ciudad.
Posiblemente este acto, lo hagamos en recuerdo de aquellos tiempos de nuestra juventud, en el que participando del rezo del rosario con una centena de feligreses, partíamos desde la Parroquia de San José, a las seis de la mañana hacia el sagrado recinto, para rezar una oración ante los restos de familiares y amigos que allí descansan en paz hasta el final de los siglos.
Habitualmente salimos de casa muy temprano, para disfrutar del magnífico y bello espectáculo que nos ofrece el sol en su salida, al amanecer un nuevo día. Y de esta manera asistimos a la celebración de la primera misa que se celebra en este día en el cementerio, en sufragio de las almas de todos los fieles difuntos.
A esta primera hora, podemos acomodarnos perfectamente en el interior de la pequeña capilla dedicada al Cristo de la Misericordia. Acceso que en celebraciones posteriores, resulta bastante difícil por la masiva asistencia de fieles.
En el camino de regreso, que también lo realizamos andando amigablemente, sentimos la necesidad de comentar y sobre todo reflexionar sobre la homilía que nos había ofrecido el celebrante.
La muerte, comenzó explicándonos, nos llegará a todos. Pero para quienes vemos en Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida, (Jn. 14, 1.6) entendemos que morir es empezar a vivir y que la tristeza de la muerte se convertirá en esperanza de estar junto a El, que nos dijo: Yo soy la Resurrección y la Vida, el que cree en mí no morirá para siempre”.
Sin embargo, continuó el Sacerdote, la resurrección de los muertos, es un signo simbólico que no hemos entendido bien. Cuando Jesús llamó a la hija de Jairo (Mc. 5, 2) o a Lázaro, ante el mundo, muertos, solamente les concedió volver a la vida humana que llevaban hasta ese momento. Por lo que para ellos, no fue esta su resurrección, ya que posteriormente terminaron por morir en la vida terrena.
La resurrección de los muertos, es un hecho que resulta difícil creer para muchos cristianos, tal vez porque no llegan a entender como podrán recuperar sus cuerpos físicos. No resucitaremos, insistió el celebrante, recuperando nuestro cuerpo actual, con estómago y vísceras, ya que en esa vida nueva que nos espera, no hay lugar para las funciones biológicas propias de los seres mortales, como pueden ser el comer y el dormir. Tampoco preguntemos si los viejos resucitarán jóvenes y los cojos con dos piernas.
La Resurrección hemos de entenderla y aceptarla, no como la pérdida de vida física, sino como Vida integrada en una transformación que nos permitirá renacer de Dios mismo. Comprenderla como la culminación por el poder de Dios, del hombre interior de nuestra propia persona, que día a día se va construyendo por obra del espíritu de Dios.
La Resurrección, será y así nos lo dijo el Maestro, a través de su vida pública, como un gozo eterno que nos proporcionará la dicha de poder disfrutar de la presencia del mismo Dios, como miembros de una única familia, formando una humanidad salvada e integrada por los hermanos de Cristo.
Finalmente terminó diciendo, nuestra propia vida actual, también nos produce la resurrección, naciendo con nuestras vivencias que nos van revitalizando. Hay, teniendo en cuenta que el pecado es nuestra muerte y el arrepentimiento es vida es resurrección, buscarla en el pobre que nos pide una limosna. En la vecina con la que no nos llevamos bien. En fulanito al que nos cuesta trabajo aceptarlo tal como etc. etc. Ellos al darnos Vida nos harán resucitar, sin esperar al día de mañana, simplemente por que hoy para nosotros, es el día de mañana.
Y nos dará ejemplo la parábola del buen samaritano. A éste le dio vida, el pobre desvalido abandonado en el camino, al que curándola las heridas lo subió en su cabalgadura y lo llevó a una posada y de este modo resucitó con él. O la del hijo pródigo, que da vida a su padre y éste a el, resucitándole.
Cuando Antonio y yo llegamos a casa, nos preguntábamos como descubriríamos en cada momento de nuestra vida, lo que querría Dios de nosotros para poder resucitar con El.
¿Sería, no elevándonos por encima de lo humano, sino buscando la felicidad de los que pasan a nuestro lado como los débiles, los pobres, los desamparados o los tristes?. Muy posiblemente.
Por ello, cuando llega el día dedicado a todos los difuntos, acudo con mi fiel amigo Antonio a visitar el cementerio de Albacete. Juntos y siguiendo una tradición de hace más de cuarenta años, hacemos el recorrido a pié al citado lugar, que dista varios kilómetros desde el centro de la Ciudad.
Posiblemente este acto, lo hagamos en recuerdo de aquellos tiempos de nuestra juventud, en el que participando del rezo del rosario con una centena de feligreses, partíamos desde la Parroquia de San José, a las seis de la mañana hacia el sagrado recinto, para rezar una oración ante los restos de familiares y amigos que allí descansan en paz hasta el final de los siglos.
Habitualmente salimos de casa muy temprano, para disfrutar del magnífico y bello espectáculo que nos ofrece el sol en su salida, al amanecer un nuevo día. Y de esta manera asistimos a la celebración de la primera misa que se celebra en este día en el cementerio, en sufragio de las almas de todos los fieles difuntos.
A esta primera hora, podemos acomodarnos perfectamente en el interior de la pequeña capilla dedicada al Cristo de la Misericordia. Acceso que en celebraciones posteriores, resulta bastante difícil por la masiva asistencia de fieles.
En el camino de regreso, que también lo realizamos andando amigablemente, sentimos la necesidad de comentar y sobre todo reflexionar sobre la homilía que nos había ofrecido el celebrante.
La muerte, comenzó explicándonos, nos llegará a todos. Pero para quienes vemos en Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida, (Jn. 14, 1.6) entendemos que morir es empezar a vivir y que la tristeza de la muerte se convertirá en esperanza de estar junto a El, que nos dijo: Yo soy la Resurrección y la Vida, el que cree en mí no morirá para siempre”.
Sin embargo, continuó el Sacerdote, la resurrección de los muertos, es un signo simbólico que no hemos entendido bien. Cuando Jesús llamó a la hija de Jairo (Mc. 5, 2) o a Lázaro, ante el mundo, muertos, solamente les concedió volver a la vida humana que llevaban hasta ese momento. Por lo que para ellos, no fue esta su resurrección, ya que posteriormente terminaron por morir en la vida terrena.
La resurrección de los muertos, es un hecho que resulta difícil creer para muchos cristianos, tal vez porque no llegan a entender como podrán recuperar sus cuerpos físicos. No resucitaremos, insistió el celebrante, recuperando nuestro cuerpo actual, con estómago y vísceras, ya que en esa vida nueva que nos espera, no hay lugar para las funciones biológicas propias de los seres mortales, como pueden ser el comer y el dormir. Tampoco preguntemos si los viejos resucitarán jóvenes y los cojos con dos piernas.
La Resurrección hemos de entenderla y aceptarla, no como la pérdida de vida física, sino como Vida integrada en una transformación que nos permitirá renacer de Dios mismo. Comprenderla como la culminación por el poder de Dios, del hombre interior de nuestra propia persona, que día a día se va construyendo por obra del espíritu de Dios.
La Resurrección, será y así nos lo dijo el Maestro, a través de su vida pública, como un gozo eterno que nos proporcionará la dicha de poder disfrutar de la presencia del mismo Dios, como miembros de una única familia, formando una humanidad salvada e integrada por los hermanos de Cristo.
Finalmente terminó diciendo, nuestra propia vida actual, también nos produce la resurrección, naciendo con nuestras vivencias que nos van revitalizando. Hay, teniendo en cuenta que el pecado es nuestra muerte y el arrepentimiento es vida es resurrección, buscarla en el pobre que nos pide una limosna. En la vecina con la que no nos llevamos bien. En fulanito al que nos cuesta trabajo aceptarlo tal como etc. etc. Ellos al darnos Vida nos harán resucitar, sin esperar al día de mañana, simplemente por que hoy para nosotros, es el día de mañana.
Y nos dará ejemplo la parábola del buen samaritano. A éste le dio vida, el pobre desvalido abandonado en el camino, al que curándola las heridas lo subió en su cabalgadura y lo llevó a una posada y de este modo resucitó con él. O la del hijo pródigo, que da vida a su padre y éste a el, resucitándole.
Cuando Antonio y yo llegamos a casa, nos preguntábamos como descubriríamos en cada momento de nuestra vida, lo que querría Dios de nosotros para poder resucitar con El.
¿Sería, no elevándonos por encima de lo humano, sino buscando la felicidad de los que pasan a nuestro lado como los débiles, los pobres, los desamparados o los tristes?. Muy posiblemente.