LA INSTITUCIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR: ¿JESÚS EL CORDERO SACRIFICIAL DE DIOS?

LA INSTITUCIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR: ¿JESÚS EL CORDERO SACRIFICIAL DE DIOS?

Es muy probable que los apóstoles mantuviesen un silencio sagrado y reverencial mientras que Jesús pronunciaba las palabras de la institución de la santa cena y bebían la copa eucarística (gr. “acción de gracias”), la copa de bendición, y que cada uno en su interior sintiese cómo su Presencia Interior les incitaba al recogimiento. Aquello debió ser un momento fuera de lo ordinario. Si la Pascua judía celebraba la salida de los judíos de la esclavitud de Egipto a la libertad personal, la cena de rememoración que Jesús instituía constituía el símbolo de la nueva dispensación que él venía a inaugurar. Significaba el paso del ceremonialismo al gozo de la hermandad de los hijos del Dios vivo liberados por la fe. Sin embargo, aquel glorioso momento se convirtió en un rito cristalizado.

Jesús, al instituir esta cena y recurrir al pan y al vino lo hizo acudiendo, como era su costumbre cuando enseñaba grandes verdades espirituales, a las parábolas y a los símbolos. Al hacerlo así, el Maestro querría evitar que sus enseñanzas se cristalizaran y vincularan a la tradición y al dogma y que su misión en nuestro planeta, su vida y su muerte, se convirtieran en una ceremonia vacía, en un sacramento que destruyese la libertad de la relación individual y personal divina entre el Padre y el creyente. Jesús, consciente de los significados universales que deseaba transmitir a sus discípulos y a las generaciones venideras, sugería más que definía con sus palabras. Tampoco desearía que el formulismo limitara la imaginación espiritual del creyente y le incapacitara para desplegar sus alas espirituales y volar sobre los amplios espacios del progreso espiritual.

Y, desgraciadamente, con Pablo, comenzamos ese primer paso en la desafortunada delimitación del significado abierto de la santa cena en rito sistematizado, y, lo que es peor, en la transformación de un Cristo, que con su ejemplo de vida nos muestra para siempre el camino de salvación, a un Cristo redentor que expía nuestros pecados a través de su derramamiento de sangre.

Ver artículo completo en blog La religion del espíritu. Es muy largo para incluirlo aquí.
miércoles 18 de junio de 2008

http://lareligiondelespiritu.*************/2008/06/la-institucin-de-la-cena-del-seor-jess.html

Fernando
 
Re: LA INSTITUCIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR: ¿JESÚS EL CORDERO SACRIFICIAL DE DIOS?

LA INSTITUCIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR: ¿JESÚS EL CORDERO SACRIFICIAL DE DIOS?

Es muy probable que los apóstoles mantuviesen un silencio sagrado y reverencial mientras que Jesús pronunciaba las palabras de la institución de la santa cena y bebían la copa eucarística (gr. “acción de gracias”), la copa de bendición, y que cada uno en su interior sintiese cómo su Presencia Interior les incitaba al recogimiento. Aquello debió ser un momento fuera de lo ordinario. Si la Pascua judía celebraba la salida de los judíos de la esclavitud de Egipto a la libertad personal, la cena de rememoración que Jesús instituía constituía el símbolo de la nueva dispensación que él venía a inaugurar. Significaba el paso del ceremonialismo al gozo de la hermandad de los hijos del Dios vivo liberados por la fe. Sin embargo, aquel glorioso momento se convirtió en un rito cristalizado.

Jesús, al instituir esta cena y recurrir al pan y al vino lo hizo acudiendo, como era su costumbre cuando enseñaba grandes verdades espirituales, a las parábolas y a los símbolos. Al hacerlo así, el Maestro querría evitar que sus enseñanzas se cristalizaran y vincularan a la tradición y al dogma y que su misión en nuestro planeta, su vida y su muerte, se convirtieran en una ceremonia vacía, en un sacramento que destruyese la libertad de la relación individual y personal divina entre el Padre y el creyente. Jesús, consciente de los significados universales que deseaba transmitir a sus discípulos y a las generaciones venideras, sugería más que definía con sus palabras. Tampoco desearía que el formulismo limitara la imaginación espiritual del creyente y le incapacitara para desplegar sus alas espirituales y volar sobre los amplios espacios del progreso espiritual.

Y, desgraciadamente, con Pablo, comenzamos ese primer paso en la desafortunada delimitación del significado abierto de la santa cena en rito sistematizado, y, lo que es peor, en la transformación de un Cristo, que con su ejemplo de vida nos muestra para siempre el camino de salvación, a un Cristo redentor que expía nuestros pecados a través de su derramamiento de sangre.

Ver artículo completo en blog La religion del espíritu. Es muy largo para incluirlo aquí.
miércoles 18 de junio de 2008

http://lareligiondelespiritu.*************/2008/06/la-institucin-de-la-cena-del-seor-jess.html

Fernando

Hola, hola...

Al hacerlo así, el Maestro querría evitar que sus enseñanzas se cristalizaran y vincularan a la tradición y al dogma y que su misión en nuestro planeta, su vida y su muerte, se convirtieran en una ceremonia vacía, en un sacramento que destruyese la libertad de la relación individual y personal divina entre el Padre y el creyente

1Jn 1:3 lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo.
 
Re: LA INSTITUCIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR: ¿JESÚS EL CORDERO SACRIFICIAL DE DIOS?

Hola Hesed: muy acertados esos pasajes. He tomado nota de ellos.

¿Has leído el ensayo completo? Me interesaría saber tu opinión -al igual que la de los demás.

Fernando

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http://lareligiondelespiritu.*************/2008/06/la-institucin-de-la-cena-del-seor-jess.html

¿Podrías explicar esta descalificación al apóstol que hace el escrito que tu recomiendas [/FONT]?

Me parece sumamente injusta, dado que el señala la adoración al Señor contenida en este memorial, como el mejor culto de la Iglesia de Cristo:


1Co 11:17 Pero al anunciaros esto que sigue, no os alabo; porque no os congregáis para lo mejor, sino para lo peor.
 
Re: LA INSTITUCIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR: ¿JESÚS EL CORDERO SACRIFICIAL DE DIOS?

Hola Hesed:

En primer lugar que Pablo no es Dios. Se pondría las manos a la cabeza si viese cómo al leerse sus palabras en la misa se dice "palabra de Dios"

Por otro lado, me parece que no has leído el artículo completo; ahí la encontrarás.

El problema es que los enlaces aparecen rotos. No sé si lo habrán arreglado.

Busca el artículo en la religión del espíritu. Es muy largo.

http://lareligiondelespiritu.*************/2008/06/la-institucin-de-la-cena-del-seor-jess.html

miércoles 18 de junio de 2008

LA INSTITUCIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR: ¿JESÚS EL CORDERO SACRIFICIAL DE DIOS?

Un saludo, Fernando
 
Re: LA INSTITUCIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR: ¿JESÚS EL CORDERO SACRIFICIAL DE DIOS?

Hola Hesed:

En primer lugar que Pablo no es Dios. Se pondría las manos a la cabeza si viese cómo al leerse sus palabras en la misa se dice "palabra de Dios"

Por otro lado, me parece que no has leído el artículo completo; ahí la encontrarás.

El problema es que los enlaces aparecen rotos. No sé si lo habrán arreglado.

Busca el artículo en la religión del espíritu. Es muy largo.

http://lareligiondelespiritu.*************/2008/06/la-institucin-de-la-cena-del-seor-jess.html

miércoles 18 de junio de 2008

LA INSTITUCIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR: ¿JESÚS EL CORDERO SACRIFICIAL DE DIOS?

Un saludo, Fernando

Hola, lo siento mucho, pero no puedo cambiar la enseñanza de la Escritura por el artículo que usted recomienda. Este hecho es el que marca la diferencia entre su apreciación y la de este servidor.

Usted tiene todo el derecho de seguir creyendo en ese señor que sacó tal enseñanza, por mi parte, prefiero las enseñanzas del apóstol Pablo.

Hesed1
 
Re: LA INSTITUCIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR: ¿JESÚS EL CORDERO SACRIFICIAL DE DIOS?

[Jesús, al instituir esta cena y recurrir al pan y al vino lo hizo acudiendo, como era su costumbre cuando enseñaba grandes verdades espirituales, a las parábolas y a los símbolos. Al hacerlo así, el Maestro querría evitar que sus enseñanzas se cristalizaran y vincularan a la tradición y al dogma y que su misión en nuestro planeta, su vida y su muerte, se convirtieran en una ceremonia vacía, en un sacramento que destruyese la libertad de la relación individual y personal divina entre el Padre y el creyente. Jesús, consciente de los significados universales que deseaba transmitir a sus discípulos y a las generaciones venideras, sugería más que definía con sus palabras. Tampoco desearía que el formulismo limitara la imaginación espiritual del creyente y le incapacitara para desplegar sus alas espirituales y volar sobre los amplios espacios del progreso espiritual.

¿Cuando los primeros cristianos se reunían a "partir el pan" según el relato de los Hechos estaban convirtiendo la vida y muerte del Señor en una ceremonia vacía?

¿En un sacramento que "destruyese la relación individual y personal divina con el Padre"?

¡¡Por Dios, hasta donde llega el anticatolicismo de algunos y por ende la falta de profundidad bíblica...!!
 
Re: LA INSTITUCIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR: ¿JESÚS EL CORDERO SACRIFICIAL DE DIOS?

1. Qué es la Cena del Señor, y qué anuncia

Esta cuestión es de suprema importancia. Si no la comprendemos, todos nuestros pensamientos sobre este tema serán erróneos. La Cena es pura y claramente una fiesta de acción de gracias por una gracia ya recibida. El Señor mismo, al instituirla, le confiere su carácter al dar las gracias: “El Señor... tomó pan; y habiendo dado gracias.” La alabanza y no la oración es la conveniente expresión de los corazones de aquellos que están sentados alrededor de la Mesa del Señor.

Es cierto que tenemos muchos temas de oración, muchas cosas que confesar, muchos motivos que afligen nuestros corazones; pero la Mesa del Señor no es el lugar de la aflicción. Respecto de los afligidos se dice: “Dad la sidra al desfallecido, y el vino a los de amargado ánimo. Beban, y olvídense de su necesidad, y de su miseria no se acuerden más” (Pro_31:6-7). Para nosotros, en cambio, la copa es una “copa de bendición”, esto es, de acción de gracias, el símbolo divinamente elegido de la sangre preciosa que logró nuestra redención. “El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?”, ¿cómo, pues, podríamos partir ese pan con corazones entristecidos y rostros afligidos? ¿Podrían los miembros de una familia, tras las faenas del día, sentarse a cenar con caras tristes y con lamentaciones? Seguramente que no. La cena era la gran comida de la familia, la única ocasión segura que había de reunir a toda la familia. Las caras que no se vieron durante todo el día, podían encontrarse ciertamente a la hora de la cena, y seguramente se sentirían felices de estar allí. Ni más ni menos debiera ser en ocasión de la Cena del Señor. La familia de Dios es la que allí se reúne, y debe hacerlo con felicidad, con sincera felicidad. Debe regocijarse desde el fondo del corazón en el amor de Aquel que la ha reunido alrededor de sí mismo. Es cierto que cada corazón vive una situación particular: cada uno tiene sus propias penas, sus propias pruebas, sus propios fracasos y sus propias tentaciones, cosas todas ocultas y desconocidas para aquellos que están alrededor de nosotros. Pero todos estos asuntos personales no son los objetos que deben ocupar nuestros pensamientos en la Cena del Señor. Si los traemos a consideración entonces, deshonramos al Señor de la fiesta, y hacemos de la copa de bendición, de acción de gracias y de alabanzas, una copa de tristeza. El Señor mismo nos ha invitado a esta fiesta, y nos ha mandado, a pesar de nuestras faltas, no poner ante nuestras almas más que la plenitud de su amor y la eficacia purificante de su sangre; y cuando el ojo de la fe está fijo en Cristo y lleno de Él, no hay más lugar para ninguna otra cosa. Si estamos ocupados con nuestros pecados, naturalmente que seremos miserables y desdichados, porque consideramos otra cosa aparte de la que Dios nos demanda a contemplar; porque nos acordamos de nuestra miseria y de nuestra pobreza, precisamente cosas que debemos olvidar. Perdemos de vista así el verdadero carácter de la Cena, la que, en lugar de ser una fiesta de gozo y de felicidad, se torna en una causa de tristeza y de depresión espiritual; entonces, nuestra preparación para ella, y los pensamientos que han de tenerse en torno a ella, estarán más en relación con el monte Sinaí que con una feliz fiesta familiar.

Si alguna vez debió de existir un sentimiento de tristeza en ocasión de la celebración de la Cena, lo fue seguramente el día en que fue instituida, cuando —como lo veremos al considerar el segundo punto de nuestro tema— todo debió producir un sentimiento de profunda tristeza y desolación; sin embargo, el Señor Jesús pudo “dar gracias”; la corriente de gozo que rebosaba su alma, era tan profunda que no podía ser estorbada por las circunstancias del momento. Su gozo, al dar su cuerpo y verter su sangre, estaba muy lejos del alcance del pensamiento y del sentimiento humanos. Y si él pudo regocijarse en espíritu y dar gracias al partir ese pan que debía ser, para todas las generaciones futuras de creyentes, el memorial de su cuerpo dado por nosotros, ¿no deberíamos regocijarnos también nosotros, que estamos en posesión de los benditos resultados de su trabajo y de sus sufrimientos? Sí; nos conviene regocijarnos.

Pero —preguntará alguno— ¿ninguna preparación es necesaria? ¿Nos sentaremos a la Mesa del Señor con la misma indiferencia con que lo hacemos a nuestra propia mesa? Por cierto que no; necesitamos estar bien en nuestras almas, y el primer paso para ello es la paz con Dios, esa dulce seguridad de nuestra salvación eterna, que es el resultado, no de nuestros suspiros y de nuestras lágrimas de arrepentimiento, sino de la obra cumplida del Cordero de Dios, de la cual el Espíritu Santo da testimonio. Al comprender esto por la fe, entendemos lo que nos hace perfectamente aptos para la presencia de Dios. Muchos creen honrar la Mesa del Señor cuando se acercan a ella con almas humilladas hasta en el mismo polvo, en el sentimiento del intolerable peso de sus pecados. Pero este pensamiento brota del legalismo del corazón humano, fuente inagotable de cosas que deshonran a Dios y a la cruz de Cristo, que contristan al Espíritu Santo y que destruyen nuestra paz. Si consideramos a la sangre de Cristo como lo único que nos da derecho de participar de la Mesa del Señor, mantendremos —y podemos sentirnos plenamente satisfechos de ello— el honor y la santidad de esta mesa de una manera infinitamente más eficaz que trayendo a ella nuestras tristezas y nuestros arrepentimientos humanos[1].

Pero la cuestión de la separación será considerada, no obstante, a medida que avancemos con nuestro tema.

La Cena del Señor y su relación con la unidad del Cuerpo de Cristo

Otro principio importante está relacionado con el carácter de la Cena del Señor: se trata del reconocimiento inteligente de la unidad del Cuerpo de Cristo. “El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan” (1Co_10:16-17). Una gran confusión reinaba sobre este punto en Corinto, que se hallaba en tristes circunstancias: los creyentes parecían haber perdido completamente de vista este gran principio de la unidad de la Iglesia. Por eso el apóstol observa: “Cuando os reunís, pues, vosotros, esto no es comer la cena del Señor. Porque al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena” (1Co_11:20-21). Lo que vemos aquí no es unidad, sino aislamiento; una cuestión individual, y no corporativa: “su propia cena” estaba en vivo contraste con “la Cena del Señor”. La Cena del Señor demanda que todo el cuerpo sea plenamente reconocido; si no lo fuere, ello no sería otra cosa que sectarismo: el Señor mismo habrá perdido su lugar. Si la Mesa del Señor fuese erigida sobre un principio más estrecho que aquel que incluye a todo el Cuerpo de Cristo, se convertiría en una mesa sectaria, que perdería su derecho sobre los corazones de los creyentes. Pero cuando una mesa es erigida sobre el principio divino de la unidad del Cuerpo de Cristo, el cual incluye a todos los miembros del Cuerpo simplemente como tales, todo aquel que se rehúse a presentarse a ella, se hace culpable de cisma[2] , según los claros principios de 1Co_11:19 “...oigo que hay entre vosotros divisiones [lit.: cismas][2]; y en parte lo creo. Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones [lit.: herejías][2], para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados”.

Cuando el gran principio de la unidad de la Iglesia ha sido perdido de vista por cualquier parte del cuerpo, habrán de surgir “herejías”2, las cuales son necesarias a fin de que los que son aprobados se manifiesten como tales; y, en tales circunstancias, cada uno tenía la responsabilidad de aprobarse a sí mismo, y comer. Los “aprobados” están en contraste con los “herejes”, es decir, con aquellos que hacen su propia voluntad[3] . Uno podría argumentar: «Las numerosas denominaciones que existen en la cristiandad actual, ¿no constituyen un obstáculo para la reunión de todo el cuerpo en uno? Y, en tales circunstancias, ¿no sería mejor si cada denominación o cada partido tuviese su propia mesa?» Una respuesta afirmativa no haría más que probar que el pueblo de Dios no es más capaz de actuar conforme a los principios divinos, y que se halla en la triste posición de dejarse guiar por la conveniencia humana. ¡Bendito sea Dios, tal no es el caso! La verdad divina permanece inalterable. Lo que el Espíritu Santo enseña en 1.ª Corintios 11 es válido para todos los tiempos y para todos los miembros de la Iglesia de Dios. Si bien en la asamblea de Corinto había impiedad, divisiones y herejías, así como las hay hoy día en la Iglesia profesante, el apóstol no permitió que los creyentes levantasen mesas separadas, ni tampoco que dejasen de partir el pan. No; él simplemente buscaba inculcarles los principios y la santidad que constituyen la base de la reunión al Nombre de Jesús, e invita a aquellos que podían “aprobarse a sí mismos”, a comer. La expresión de la Palabra es “coma así”. Nuestro primer interés, pues, debe ser comer “así”, tal como el Espíritu Santo nos lo enseña, es decir, reconociendo verdaderamente la santidad y la unidad de la Asamblea de Dios[4] .

Cuando la Iglesia es menospreciada, el Espíritu Santo es contristado y deshonrado y, sin duda, todo terminará finalmente en un frío formalismo y en una completa esterilidad espiritual. Cuando la inteligencia propia toma el lugar del poder espiritual, y los dones y talentos humanos sustituyen a los del Espíritu Santo, el fin no puede ser sino muy triste, como “los sequedales en el desierto”.

La verdadera manera de progresar en la vida divina es viviendo para la Iglesia, y no para nosotros mismos. Aquel que vive para la Iglesia, está en plena armonía con la mente del Espíritu, y necesariamente deberá crecer. Pero aquel que vive para sí mismo, aquel cuyos pensamientos giran en torno de sí, y cuyas energías se concentran en sí mismo, pronto se volverá entumecido y formalista y, casi con seguridad, abiertamente mundano. Sí, se volverá mundano en algún sentido de ese tan amplio término. La Iglesia y el mundo se hallan en total oposición; pero no hay otro aspecto del mundo en que esta oposición sea más evidente, que en el aspecto religioso. Cuando se lo examina a la luz de la presencia divina, se verá que casi ninguna otra cosa es más hostil a los verdaderos intereses de la Iglesia de Dios, que aquello que comúnmente se llama el «mundo religioso».

Antes de avanzar hacia las otras divisiones de nuestro tema, sólo quisiera enunciar otro principio muy simple en relación con la Cena del Señor, sobre el cual quisiera llamar especialmente la atención del lector cristiano, a saber, que la celebración de la Cena del Señor debiera ser la clara expresión de la unidad de todos los creyentes y no meramente de la unidad de cierto número de ellos congregados sobre ciertos principios que los distinguen de los demás. Si para la comunión a la Mesa del Señor se impusiera otra condición aparte de la fe en el sacrificio expiatorio de Cristo y de un andar compatible con esa fe, la Mesa del Señor se convertiría en la mesa de una secta, y no tendría así ningún derecho en el corazón de los creyentes.

Y, además, si al sentarme a la mesa, debo identificarme con cualquier cosa —ya en principio, ya en práctica— que la Escritura no impusiera como condición a la comunión, en ese caso también la mesa se tornaría en una mesa sectaria. No es cuestión de si hay o no cristianos allí, pues sería ciertamente difícil hallar una mesa entre las congregaciones evangélicas en la que no participen cristianos. El apóstol no dijo: “Es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son cristianos”, sino “los que son “aprobados”. Tampoco dijo “pruébese cada uno a sí mismo que sea cristiano, y coma así”, sino, “pruébese [o apruébese] cada uno a sí mismo”, es decir, que se manifieste como uno de aquellos que no sólo tienen una recta conciencia en cuanto a su actuación individual en el asunto, sino que también confiesa la unidad del Cuerpo de Cristo.

Cuando el hombre impone condiciones propias para la comunión, allí tenemos el principio del sectarismo. Por el contrario, cuando una mesa es erigida de tal manera y sobre tales principios que un cristiano, sujeto a Dios, puede tomar perfectamente su lugar en ella, entonces el cisma consistiría en no tomar parte en ella. Por nuestra participación, y por nuestra conducta conforme a nuestra posición y profesión, reconocemos la unidad de la Asamblea, ese importante objeto en vista del cual el Espíritu Santo ha sido enviado del cielo a la tierra.

Después que el Señor Jesús fue resucitado de entre los muertos y tomó su lugar a la diestra de Dios, envió al Espíritu Santo a la tierra para reunir a los suyos en un cuerpo. Es necesario observar que el Espíritu debía formar un cuerpo, y no muchos cuerpos. Él puede, sin embargo, tener verdaderos creyentes en las diferentes sectas, pues, aunque sean miembros de sectas o partidos humanos, son, sin embargo, miembros del “un cuerpo”; pero el Espíritu Santo no forma todos esos «cuerpos», sino un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo, “porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1Co_12:13).

No quisiera que haya un mal entendido sobre este punto. Lo que digo es que el Espíritu Santo no puede aprobar los diferentes partidos existentes en la Iglesia profesante, pues Él mismo ha dicho, por boca del apóstol, en esto “no os alabo” (1Co_11:17). El Espíritu es contristado por los numerosos partidos, y quisiera impedirlos; pues por Él todos los creyentes son bautizados para la unidad de un solo cuerpo; de modo que nadie, medianamente sensato, puede pensar que el Espíritu Santo puede reconocer los diferentes partidos, los cuales son causa de aflicción y de deshonra para Él.

No obstante, debemos también distinguir entre la morada del Espíritu Santo en la Iglesia, y su morada en el creyente. Él habita en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia (véase 1Co_3:16-17; Efe_2:22). Pero también habita en el creyente, como lo vemos en 1Co_6:19: “...vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios”. Así como el creyente es la única persona en la cual el Espíritu Santo puede habitar, así también la Iglesia o Asamblea de Dios en su conjunto es el único cuerpo o comunidad en que el Espíritu Santo puede habitar. Pero, como ya ha sido observado, la Mesa del Señor en una determinada localidad debe ser la representación de la unidad de toda la Asamblea.

Esto nos conduce a otro principio relacionado con la naturaleza de la Cena del Señor, a saber: Que es un acto por el cual no solamente anunciamos la muerte del Señor hasta que él venga, sino por el cual también damos expresión a una verdad fundamental para nuestros días, y que no podría ser urgida con la fuerza y frecuencia suficientes en todos los cristianos, a saber: Que todos los creyentes son “un pan”, “un cuerpo” (1Co_10:17). Es un error muy común considerar la Cena del Señor simplemente como un medio de gracia para cada alma en particular, y no como un acto que atañe a todo el cuerpo, no menos que a la gloria de Aquel que es Cabeza de la Iglesia. No puede caber ninguna duda en cuanto a que ella es un medio de gracia para el alma de cada participante, pues todo acto de obediencia trae consigo bendición. Pero que esa bendición espiritual no es sino una muy pequeña parte de ella, lo puede advertir cualquiera que lea atentamente 1.ª Corintios 11. Lo que cobra importancia para nuestras almas en la Cena del Señor, es la muerte de Cristo y su venida. Allí donde uno de estos elementos es excluido, algo seguramente debe de estar mal. Si el anuncio de la muerte del Señor, la representación de la unidad del cuerpo o la clara percepción de Su venida, fuesen obscurecidos por cualquier cosa, entonces debe haber algo radicalmente malo o falso en el principio sobre el cual es erigida la mesa; y para descubrir claramente el error, sólo se precisa un ojo sencillo y una mente sumisa a la Palabra de Dios y al Espíritu de Cristo.

Ahora, pues, que el lector de estas líneas examine con oración la mesa en la que toma parte regularmente, y que vea si ella es capaz de soportar la triple prueba de 1.ª Corintios 11, y, si no la resistiere, en el Nombre del Señor y por amor de la Iglesia, que la abandone. En la iglesia profesante hay cismas y herejías, pero “pruébese [o apruébese] cada uno a sí mismo, y coma así”. Y si se nos preguntase una vez más qué significa el término “aprobado”, contestamos que, en primer lugar, significa ser personalmente fieles al Señor en el acto del partimiento del pan, y, en segundo lugar, salir de todo partido, y tomar nuestra posición firme y decididamente sobre el amplio principio que incluye a todos los miembros del Cuerpo de Cristo. No sólo debemos tener cuidado de andar en pureza de vida y con corazones limpios delante del Señor, sino también de que la Mesa de que participamos no tenga absolutamente nada asociado a ella que pudiera estorbar la unidad de la Iglesia. No se trata solamente de una cuestión personal. Nada pone más claramente de manifiesto la profunda decadencia del cristianismo de nuestros días y la terrible medida en que el Espíritu Santo es contristado, que el miserable egoísmo que tiñe —o más bien que mancha— los pensamientos de los cristianos profesantes. Todo se lo hace depender directamente del yo. Se oye hablar de «mi perdón», de «mi seguridad», de «mi paz», de «mis felices sentimientos», etc., pero no de la gloria de Cristo ni del bienestar de su amada Iglesia. Pues que las palabras del profeta hagan mella en nosotros: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad sobre vuestros caminos. Subid al monte, y traed madera, y reedificad la casa; y pondré en ella mi voluntad, y seré glorificado, ha dicho Jehová. Buscáis mucho, y halláis poco; y encerráis en casa, y yo lo disiparé en un soplo. ¿Por qué? dice Jehová de los ejércitos. Por cuanto mi casa está desierta, y cada uno de vosotros corre a su propia casa” (Hag_1:7-9). Aquí está el meollo de la cuestión. El yo se halla en contraste con la casa de Dios; y si se hace de él el objeto de todo, no hemos de asombrarnos si nos falta el gozo, la energía y el poder espiritual. Para que estas últimas cosas sean una realidad en nosotros, debemos estar en comunión con los pensamientos del Espíritu. Él piensa en el Cuerpo de Cristo; y si nosotros pensamos en nosotros mismos, estaremos en disputa con él; y sabemos muy bien cuáles serán las consecuencias de ello.
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[1] N. del A.— Es necesario tener en cuenta que si bien la sangre de Cristo es lo único que introduce al creyente, con plena seguridad, en la presencia de Dios, no obstante en ninguna parte ella es presentada como nuestro centro o vínculo de unión. Es algo verdaderamente precioso para toda alma que ha sido lavada en la sangre de Jesús, recordar, en el secreto de la presencia divina, que la sangre expiatoria de Cristo ha borrado para siempre todos sus pecados. Sin embargo, el Espíritu Santo puede congregarnos únicamente hacia la persona de Cristo resucitado y glorificado, el cual, tras haber derramado la sangre del pacto eterno, ascendió al cielo en el poder de una vida imperecedera, unida inseparablemente a la justicia divina. Un Cristo vivo, pues, constituye nuestro centro y vínculo de unión. Una vez que la sangre respondió a Dios por nosotros, nos podemos congregar alrededor de nuestra Cabeza celestial, quien resucitó y fue exaltado en lo alto. “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Jua_12:32).

En la Cena del Señor consideramos la copa como símbolo de su sangre derramada, pero no nos congregamos ni alrededor de la copa, ni alrededor de su sangre, sino alrededor de Aquel que la derramó por nosotros. La sangre del Cordero quitó todo obstáculo a nuestra comunión con Dios, y, como prueba de ello, el Espíritu Santo descendió a la tierra para bautizar a todos los creyentes en un cuerpo, y para congregarlos alrededor de la Cabeza resucitada y glorificada. El vino es el memorial de una vida derramada por el pecado. El pan constituye el memorial de un cuerpo partido por el pecado. Pero no nos congregamos alrededor de una vida derramada ni de un cuerpo partido, sino alrededor de un Cristo viviente, que ya no muere más, que nunca más puede tener su cuerpo partido ni su sangre derramada. Esto marca una seria diferencia, que cuando es considerada en relación con la disciplina de la casa de Dios, cobra suma importancia

Muchos creen que cuando uno es puesto fuera de comunión o se le rehúsa la comunión, surge la duda en cuanto a si existe un vínculo entre su alma y Cristo —si es hijo de Dios o no—. Una seria consideración de este punto a la luz de las Escrituras bastará para demostrar que no se suscita ninguna cuestión al respecto. En 1.ª Corintios 5 vemos a una persona “perversa” que es expulsada de la comunión de la Iglesia en la tierra, la cual, no obstante, era un cristiano, como comúnmente se dice. Él no fue, pues, puesto fuera de comunión por no ser cristiano; jamás se suscitó esa cuestión, ni debiera ocurrir en ningún caso. ¿Cómo podemos saber o determinar si un hombre está unido eternamente a Cristo o no lo está? ¿Acaso tenemos la guarda del libro de la vida del Cordero? ¿Acaso la disciplina de la Iglesia de Dios se halla fundada en lo que podemos o no saber? ¿Estaba el hombre de 1.ª Corintios 5 eternamente unido a Cristo o no? ¿Se le dice a la Iglesia que indague al respecto? Supongamos que pudiésemos ver el nombre de una persona inscripto en el libro de la vida; ése no sería el fundamento para recibirlo en la asamblea en la tierra ni para mantenerlo allí. La Iglesia es tenida por responsable de guardarse pura en doctrina, práctica y asociaciones, y ello por el hecho de ser la casa de Dios. “Tus testimonios son muy firmes; la santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre” (Sal_93:5). Cuando uno era “cortado” o separado de la congregación de Israel, ¿lo era por causa de ser o no israelita? De ninguna manera, sino por el hecho de alguna mancha o contaminación moral o ceremonial que no podía ser tolerada en la congregación de Dios. En el caso de Acán (Josué 7), por más que haya habido seis mil almas que ignoraban su pecado, Dios declaró: “Israel ha pecado.” ¿Por qué? Porque, en conjunto, ellos eran considerados como la congregación de Dios, y allí había un elemento de contaminación que, de no haber sido juzgado, todos habrían sido destruidos.

[2] N. del T.— Debemos distinguir los términos cisma y herejía. Podemos apreciar el uso de ambas palabras si tomamos una Concordancia del Nuevo Testamento griego. El término schisma (cisma) aparece ocho veces (Mat_9:16; Mar_2:21; Jua_7:43; Jua_9:16; Jua_10:19; 1Co_1:10; 1Co_11:18; 1Co_12:25); generalmente se traduce rotura en los dos primeros versículos, y disensiones o divisiones, en los restantes. Por otro lado, el vocablo hairesis (herejía) aparece nueve veces (Hch_5:17; Hch_15:5; Hch_24:5, Hch_24:14; Hch_26:5; Hechos 28:22; 1Co_11:19; Gál_5:20; 2Pe_2:1), y generalmente se lo vierte por secta o herejía. [Tomado de La nueva concordancia greco-española del Nuevo Testamento, compilada por Hugo M. Petter, Editorial Mundo Hispano, palabras número 4978 y 139.]

Unos comentarios sobre 1Co_11:18-19, nos ayudarán a notar la diferencia. “...oigo que al reuniros en asamblea, hay divisiones [cismas] entre vosotros; y en parte lo creo. Pues es necesario que haya facciones [herejías] entre vosotros, para que sean manifestados los que son aprobados” (1Co_11:18-19; V.M.). «Tenemos aquí una importante ayuda para determinar la diferencia entre estos dos términos así como la naturaleza precisa de cada uno. Cisma es una división dentro de la asamblea: todos permanecen todavía en la misma asociación, a pesar de que están separados o divididos en pensamientos y sentimientos de parcialidad o de aversión carnales. Herejía, en su aplicación bíblica ordinaria, tal como aparece aquí (no en el uso eclesiástico), significa un partido entre los santos, separado del resto por haberse seguido la propia voluntad con más fuerza todavía. Un cisma que tiene lugar dentro, si no es juzgado, tiende a una secta o partido fuera, cuando, por un lado, los aprobados, es decir, los que rechazan estos caminos estrechos y egoístas, se hacen manifiestos; y, por otro lado, cuando el hombre de partido se condena a sí mismo al preferir sus propias opiniones a la comunión de todos los santos en la verdad (compárese Tit_3:10-11).» W. Kelly; Notes on the First Epistle of Paul the Apostle to the Corinthians.

[3] N. del A.— Quienes tengan la capacidad de acceder al original griego, pueden ver en este importante capítulo, que la palabra traducida “aprobados” en el v. 19, proviene de la misma raíz que aquélla traducida “pruébese”, en el v. 28. Vemos, pues, que aquel que se prueba —o se aprueba— a sí mismo, toma su lugar entre los aprobados, y se halla en contraste con aquellos que estaban entre los herejes. Ahora bien, el significado de “hereje” no es meramente uno que sostiene una falsa doctrina —aunque uno que la sostiene puede ser un hereje—, sino uno que persiste en el ejercicio de su propia voluntad. El apóstol sabía que era preciso que hubiese herejías o sectas en Corinto; aquellos que actuaban según su propia voluntad, actuaban en oposición a la voluntad de Dios, provocando así división. Porque la voluntad de Dios hacía referencia a todo el Cuerpo; y aquellos que actuaban heréticamente, menospreciaban a la Iglesia de Dios.

[4] N. del A.— Sería conveniente agregar aquí unas palabras para la guía de todo cristiano que tiene en el corazón la honra del Señor y que puede hallarse en circunstancias en que se vea obligado a decidir entre las reivindicaciones de varias mesas levantadas en una determinada localidad aparentemente sobre el mismo principio. ¿Cuál es el verdadero curso a seguir? ¿Hacia cuál de las mesas deberá dirigirse? Yo creo que como primera medida debe averiguar con cuidado las causas que dieron origen a estas mesas, y si fue verdaderamente necesario tener más de una. Si, por ejemplo, encuentra reunidos cristianos que han introducido o mantenido falsos principios que deshonran la persona y la obra de Cristo o que se oponen a la unidad de la Asamblea de Dios en la tierra, o si se recibe y reconoce a personas que sostienen y enseñan estas falsas doctrinas, el creyente, bajo tan penosas y humillantes circunstancias, no puede estar más allí. ¿Por qué? Porque yo no puedo tomar parte en ese lugar sin identificarme con principios manifiestamente no cristianos. Y lo mismo podemos decir, naturalmente, si la asamblea no juzga una mala conducta (si, por ejemplo, aquel que vive en un pecado manifiesto, no es excluido).

Ahora bien, si un determinado número de cristianos se encontrase en las circunstancias antes descriptas, ellos tendrán la obligación de mantener la pureza de la verdad de Dios, reconociendo a la vez la unidad del cuerpo. No sólo debemos mantener la gracia de la Mesa del Señor, sino también su santidad. La verdad no debe ser sacrificada a fin de mantener la unidad, ni tampoco la verdadera unidad debiera ser destruida por el estricto mantenimiento de la verdad.

Nadie vaya a imaginarse que la unidad del Cuerpo de Cristo se ve afectada cuando un cristiano se separa de una comunidad basada sobre principios erróneos o que sostiene falsas doctrinas o prácticas corruptas. La Iglesia Católica acusó a los Reformadores de cismáticos por haberse separado de ella. Pero nosotros sabemos que la Iglesia Católica era culpable —y lo es todavía— de cisma por imponer falsas doctrinas a sus miembros. Si me cercioro de que una determinada comunidad pone en tela de juicio la verdad de Dios, y de que, para ser miembro de ella, tengo que identificarme con falsas doctrinas o prácticas corruptas, no puede entonces ser cisma el hecho de que uno se separe de tal comunidad; es más, cerciorado el hecho, tengo la obligación de separarme de ella.
 
Re: LA INSTITUCIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR: ¿JESÚS EL CORDERO SACRIFICIAL DE DIOS?

Quizás, Emilio José, podriamos decir la falta de verdad bíblica en la Iglesia Católica.

Saludos,
Fernando

¿Los primeros cristianos se reunían a "partir el pan" o lo van a debatir también? seguro que si...

¿No es una verdad claramente establecida en la Biblia que los primeros cristianos se reunían a "partir el pan"?

¿Ustedes, los protestantes, que se jactan de defender la verdad bíblica por qué ignoran esta tremenda verdad?

¿Acaso lo encuentran un rito sin sentido? ¿el bautismo en agua también?

Les guste o no la Biblia enseña que Dios ofrece Sus dones espirituales mediante signos visibles (sacramentos) instituidos por el Señor y no por debatir sobre doctrina bíblicas inutilmente y sin fin durante ya 500 años...

GLORIA A DIOS Y A LA IGLESIA CATÓLICA QUE HA SABIDO CUSTODIAR Y TRANSMITIR ESTA TREMENDA VERDAD DE GENERACION EN GENERACION EN CUMPLIMIENTO DE LA GRAN COMISION.
 
Re: LA INSTITUCIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR: ¿JESÚS EL CORDERO SACRIFICIAL DE DIOS?

¡Hay que ver lo que ha hecho la Iglesia --a través de los siglos-- de algo que hizo Jesús: partir el pan y pedir que se rememorara su vida! Lo siento. La misa es un rito fosilizado, cristalizado, como la misma jerarquía que la impulsa. Siento decirlo aunque respeto, por supuesto, tu postura y tus creencias.

Fernando
 
Re: LA INSTITUCIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR: ¿JESÚS EL CORDERO SACRIFICIAL DE DIOS?

¡Hay que ver lo que ha hecho la Iglesia --a través de los siglos-- de algo que hizo Jesús: partir el pan y pedir que se rememorara su vida! Lo siento. La misa es un rito fosilizado, cristalizado, como la misma jerarquía que la impulsa. Siento decirlo aunque respeto, por supuesto, tu postura y tus creencias.

Fernando

¿Cuando el Señor cenó por última vez con Sus discípulos hubo acaso una fiesta con bombos y platillos?

¿Y ustedes los protestantes qué hacen al "partir el pan" si es que lo parten al menos una vez al año?

¿Cantan, bailan, lloran, se tiran al suelo o que sé yo qué hacen para recibir los dones espirituales prometidos por el Señor en la ultima cena?

¿O tal vez el pastor predica la palabra de Dios para recibir esos dones prometidos por el Señor en la ultima cena?

Lo siento, pero sería lo mismo que cambiaran el bautismo en agua por la predicación no! nada que ver! el Señor ofrece los dones del bautismo solamente con el bautismo en agua, no con predicar la palabra de Dios... y menos con debatirla... y lo mismo sucede con el otro sacramento como la santa cena...
 
Re: LA INSTITUCIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR: ¿JESÚS EL CORDERO SACRIFICIAL DE DIOS?

¡Hay que ver lo que ha hecho la Iglesia --a través de los siglos-- de algo que hizo Jesús: partir el pan y pedir que se rememorara su vida! Lo siento. La misa es un rito fosilizado, cristalizado, como la misma jerarquía que la impulsa. Siento decirlo aunque respeto, por supuesto, tu postura y tus creencias.

Fernando


La misa católica romanista...es una profanación sacrílega a la Majestad del Hijo de Dios al reducirlo a una simple oblea de harina de trigo:images.jpeg
 
Re: LA INSTITUCIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR: ¿JESÚS EL CORDERO SACRIFICIAL DE DIOS?

Génesis 14, 18 Entonces Melquisedec, rey de Salem, presentó pan y vino, pues era sacerdote del Dios Altísimo.
 
Re: LA INSTITUCIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR: ¿JESÚS EL CORDERO SACRIFICIAL DE DIOS?

Salmo 110, 4 Lo ha jurado Yahveh y no ha de retractarse: «Tú eres por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec.»
 
Re: LA INSTITUCIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR: ¿JESÚS EL CORDERO SACRIFICIAL DE DIOS?

Hebreos 5, 11 Sobre este particular tenemos muchas cosas que decir, aunque difíciles de explicar, porque os habéis hecho tardos de entendimiento. 12 Pues debiendo ser ya maestros en razón del tiempo, volvéis a tener necesidad de ser instruidos en los primeros rudimentos de los oráculos divinos, y os habéis hecho tales que tenéis necesidad de leche en lugar de manjar sólido. 13 Pues todo el que se nutre de leche desconoce la doctrina de la justicia, porque es niño. 14 En cambio, el manjar sólido es de adultos; de aquellos que, por costumbre, tienen las facultades ejercitadas en el discernimiento del bien y del mal.