Re: LA REINA DEL CIELO
En ocasiones se nos tilda a los evangélicos, especialmente en los países de habla castellana, de despreciar a la Virgen. Pero esta aseveración es falsa. Los evangélicos tenemos en alta estima a la madre de Jesús. Cuanto decimos de ella, que es la realidad, es bueno y hermoso; no puede ser de otro modo. María es merecedora de nuestros aprecio y amor sinceros, y de que todos procuremos modelar nuestra vida conforme al ejemplo de ella. Mujer santa, piadosa, humilde, obediente hasta el sacrificio, conocedora de las Escrituras del Antiguo Testamento, llena de fe, bella en su carácter y, a no dudarlo, en su aspecto físico también, madre candorosa, ella será siempre, como lo dijera el ángel Gabriel: "bienaventurada por todas las generaciones".
Esta grandeza única nadie podrá quitársela, ni siquiera eclipsársela. Pero más bien se ofende al pudor y a la modestia de esta honorable señora cuando se la quiere hacer aparecer como poseyendo cosas que en verdad no poseyó, o afirmando como verdades inconcusas cosas que jamás acontecieron. Nos parece que ella, de poder saberlo, protestaría enérgicamente y quizá hasta lo consideraría como una burla, el que se le apliquen títulos que ella nunca ostentó ni reclamó, y que se le atribuyan hechos de los cuales ella nunca tuvo la menor noticia.
El pedestal sobre el que descansa la verdadera grandeza de la madre de Jesús no podemos elevarlo más; intentar hacerlo sería obscurecer la esplendente aureola que ilumina a la agraciada persona de María. Ninguna luz puede ser más brillante para ella que la que irradia de su bellísimo carácter, todo humildad, modestia y obediencia; ninguna gloria mayor que la de haber llevado en su bendito seno la forma humana del Verbo eterno; ninguna dicha más incomparable que la de haber creído ella misma en su Hijo Jesús: esta es la verdadera grandeza de María.
La María de los Evangelios es muy distinta, sin embargo, de la María del romanismo. A ella, realmente, se la ha desfigurado y deshumanizado.
Claro que si, ya que JesuCristo honra a quienes obedecen la Voluntad del Padre, ¿acaso Cristo no debia cumplir con el mandamiento de honrar a su padre (Dios) y su madre (Maria) en esta vida? ¿acaso podia faltar a ese precepto?
En ocasiones se nos tilda a los evangélicos, especialmente en los países de habla castellana, de despreciar a la Virgen. Pero esta aseveración es falsa. Los evangélicos tenemos en alta estima a la madre de Jesús. Cuanto decimos de ella, que es la realidad, es bueno y hermoso; no puede ser de otro modo. María es merecedora de nuestros aprecio y amor sinceros, y de que todos procuremos modelar nuestra vida conforme al ejemplo de ella. Mujer santa, piadosa, humilde, obediente hasta el sacrificio, conocedora de las Escrituras del Antiguo Testamento, llena de fe, bella en su carácter y, a no dudarlo, en su aspecto físico también, madre candorosa, ella será siempre, como lo dijera el ángel Gabriel: "bienaventurada por todas las generaciones".
Esta grandeza única nadie podrá quitársela, ni siquiera eclipsársela. Pero más bien se ofende al pudor y a la modestia de esta honorable señora cuando se la quiere hacer aparecer como poseyendo cosas que en verdad no poseyó, o afirmando como verdades inconcusas cosas que jamás acontecieron. Nos parece que ella, de poder saberlo, protestaría enérgicamente y quizá hasta lo consideraría como una burla, el que se le apliquen títulos que ella nunca ostentó ni reclamó, y que se le atribuyan hechos de los cuales ella nunca tuvo la menor noticia.
El pedestal sobre el que descansa la verdadera grandeza de la madre de Jesús no podemos elevarlo más; intentar hacerlo sería obscurecer la esplendente aureola que ilumina a la agraciada persona de María. Ninguna luz puede ser más brillante para ella que la que irradia de su bellísimo carácter, todo humildad, modestia y obediencia; ninguna gloria mayor que la de haber llevado en su bendito seno la forma humana del Verbo eterno; ninguna dicha más incomparable que la de haber creído ella misma en su Hijo Jesús: esta es la verdadera grandeza de María.
La María de los Evangelios es muy distinta, sin embargo, de la María del romanismo. A ella, realmente, se la ha desfigurado y deshumanizado.