En el recobro del Señor se requiere el sacerdocio y el reinado; sólo entonces será posible la obra de recobro. El capítulo tres de Esdras relata que lo primero que se recobró, o restauró, fue el altar. Para que la casa sea recobrada, es indispensable restaurar el altar primero. Sin el altar, la casa jamás será recobrada. El altar es el lugar donde todo es entregado al Señor. En esto consiste el recobro de la verdadera consagración.
Según Esdras 3, el pueblo de Israel no ofreció nada sobre el altar excepto el holocausto. Sobre dicho altar no se ofrecía la ofrenda por el pecado, ni la ofrenda por las transgresiones, ni la ofrenda de paz ni alguna otra ofrenda. Allí sólo se ofrecía el holocausto, el cual tenía como fin la satisfacción de Dios. La ofrenda por el pecado se presentaba por el pecado, la ofrenda por las transgresiones se presentaba por las transgresiones, la ofrenda de paz se presentaba para que nuestra paz fuera restaurada, la ofrenda de flor de harina se presentaba para nuestra satisfacción, pero el holocausto tenía como fin la satisfacción de Dios. Así pues, recobramos la casa de Dios para que Dios sea satisfecho. La casa no es edificada para que nosotros seamos perdonados, tengamos paz con Dios y hallemos disfrute, sino única y exclusivamente para que Dios sea satisfecho. Por tanto, no debemos ofrecer nada en el altar excepto el holocausto. En otras palabras, debemos poner sobre el altar todo lo que tenemos, todo lo que somos y todo lo que podemos hacer, con miras a la satisfacción de Dios. Esto marca el inicio de la vida de iglesia. Antes de que se ponga en práctica la vida de iglesia, primero es imprescindible que lo pongamos todo sobre el altar. Los jóvenes deben ofrecer sus títulos universitarios y las becas que hayan obtenido, y todos debemos ofrecer todo cuanto tenemos y todo lo que somos sobre el altar, para la satisfacción de Dios. De otro modo, será imposible que la casa de Dios sea recobrada.
En algunos lugares he observado que a ciertos hermanos les gusta asumir la responsabilidad en la vida de iglesia, pero ellos mismos aún siguen en el mundo. Todavía no han puesto sobre el altar todo lo que tienen ni todo lo que son. Nuestra consagración debe ser una en la cual lo ofrezcamos todo sobre el altar para la edificación de las iglesias locales.
Muchas iglesias tienen la carga genuina de que en su localidad aquellas personas que buscan al Señor sean añadidas a la iglesia. Pero, a la postre, sólo se añaden unas cuantas personas. Les digo con franqueza que si ustedes ofrecen sobre el altar todo —todo lo que tienen, todo lo que son y todo lo que pueden hacer—, el Señor atraerá a aquellos que genuinamente le buscan. El problema es que después de haber regresado de Babilonia a Jerusalén, seguimos conservando muchas cosas para nuestro propio beneficio. No lo hemos ofrecido todo sobre el altar para el beneficio y la satisfacción del Señor. Ésta es la razón por la que necesitamos consagrarnos.
En Esdras 3 vemos que ellos ofrecieron holocaustos cada día, por la mañana y por la tarde. Se ofrecían holocaustos continuamente. Todo el tiempo había algo consumiéndose sobreel altar. Sólo este tipo de consagración puede lograr la edificación de las iglesias.
Si realmente hemos tomado en serio los asuntos del Señor, debemos ofrecerlo todo sobre el altar. De otra manera, sería mejor regresar a Babilonia. No debemos regresar a Jerusalén y seguir llevando la misma vida que llevábamos en Babilonia. La vida que llevamos en Jerusalén debe ser consagrada absolutamente para los intereses del Señor. La vida que llevamos en el recobro del Señor debe estar dedicada absolutamente a recobrar la edificación de las iglesias.
Algunas iglesias han crecido muy poco. Si realmente toman en serio los asuntos del Señor, ellas debieran orar fervientemente: “¡Señor, concédenos crecer, de otro modo, moriremos!” Debemos ser fríos o calientes. Si somos fríos, debemos estar congelados; y si somos calientes, debemos ser tan ardientes que la gente diga que estamos locos. No importa que la gente diga que somos unos exagerados. Cada uno de nosotros debiera estar fuera de sí y manifestar extremo ardor por la iglesia local. Si somos tal clase de persona ardiente y fervorosa, veremos cómo crece la iglesia. No nos debe importar lo que la gente diga de nosotros; debemos estar completamente entregados al recobro del Señor.
Lo primero que debe ser recobrado en la vida de iglesia es el altar. Todos debemos recobrar el altar orando así: “Señor, este día ponemos sobre el altar todo lo que tenemos, todo lo que somos y todo lo que podemos hacer. Hacemos esto por Tu casa, por Tu iglesia”. Esto es lo que necesitamos. Necesitamos la unidad, el sacerdocio, el reinado y el altar. De este modo echaremos los cimientos del templo para que pueda ser recobrada la edificación de las iglesias.