Todos sabemos que una parte sustancial de las doctrinas adventistas constituyen ejemplos paradigmáticos de "teología-ficción", puros inventos disparatados a los que se ha dado un barniz de pretextos bíblicos.
También sabemos que los coponentes de la secta de los adventistas son aficionados a afirmar que "la ciencia" ha "confirmado" las afirmaciones supuestamente científicas hechas por su "profetisa", Elena G. de White. Que no haya científicos ajenos a su secta que puedan confirmar tales cosas importa poco a tales individuos, pues siguen con sus gratuitas afirmaciones. Uno de los casos más aparatosos de disparates "científicos" de la tal Elena de White fue su afirmación de que el jugo de limón era beneficioso para el tratamiento del paludismo, mientras que la quinina era inadecuada. Ese ridículo consejo ha costado la vida de los insensatos que hicieron caso de aquella falsa profetisa.
Hoy veremos otra de las "vislumbres" "científicas" de Elena G. de White. En esta ocasión, tiene que ver con la geología. Prestemos atención a las palabras de aquella engañadora:
"En ese tiempo [el diluvio de los días de Noé] inmensos bosques fueron sepultados. Desde entonces se han transformado en el carbón de piedra de las extensas capas de hulla que existen hoy día, y han producido también enormes cantidades de petróleo. Con frecuencia la hulla y el petróleo se encienden y arden bajo la superficie de la tierra. Esto calienta las rocas, quema la piedra caliza, y derrite el hierro. La acción del agua sobre la cal intensifica el calor, y ocasiona terremotos, volcanes y brotes ígneos. Cuando el fuego y el agua entran en contacto con las capas de roca y mineral, se producen terribles explosiones subterráneas, semejantes a truenos sordos. El aire se calienta y se vuelve sofocante. A esto siguen erupciones volcánicas, pero a menudo ellas no dan suficiente escape a los elementos encendidos, que conmueven la tierra. El suelo se levanta entonces y se hincha como las olas de la mar, aparecen grandes grietas, y algunas veces ciudades, aldeas, y montañas encendidas son tragadas por la tierra" (Patriarcas y profetas[/B], página 99).
¡Qué interesante concepto! Según las "revelaciones" de Elena G. de White, los terremotos y los volcanes son efecto de la combustión subterránea de carbón o petróleo. ¿Ha confirmado la ciencia tamaño disparate? Si alguien ha visto alguna vez un incendio de combustibles fósiles, comprenderá que la cantidad de gases producidos es inmensa, con un ennegrecimiento masivo del entorno. Según parece, la hulla y el petróleo que, según Elena G. de White deben de ser de una naturaleza etérea, de fuera de este mundo, pues nadie ha sido capaz de detectar sus restos cuando se producen terremotos o cuando se producen erupciones volcánicas. Cualquier texto de ciencias naturales, hasta los de los niños pequeños, revela que el vulcanismo es el resultado de amanaciones procedentes de bolsas de lava procedentes del interior de nuestro planeta a gran profundidad en cuya generación el carbón y el petróleo nada tienen que ver.
Lejos de que la ciencia confirme los disparates de Elena G. de White, la ciencia geológica actual ha confirmado que el vulcanismo es consecuencia directa de la tectónica de placas. Nada de combustión de antiguos bosques.
También sabemos que los coponentes de la secta de los adventistas son aficionados a afirmar que "la ciencia" ha "confirmado" las afirmaciones supuestamente científicas hechas por su "profetisa", Elena G. de White. Que no haya científicos ajenos a su secta que puedan confirmar tales cosas importa poco a tales individuos, pues siguen con sus gratuitas afirmaciones. Uno de los casos más aparatosos de disparates "científicos" de la tal Elena de White fue su afirmación de que el jugo de limón era beneficioso para el tratamiento del paludismo, mientras que la quinina era inadecuada. Ese ridículo consejo ha costado la vida de los insensatos que hicieron caso de aquella falsa profetisa.
Hoy veremos otra de las "vislumbres" "científicas" de Elena G. de White. En esta ocasión, tiene que ver con la geología. Prestemos atención a las palabras de aquella engañadora:
"En ese tiempo [el diluvio de los días de Noé] inmensos bosques fueron sepultados. Desde entonces se han transformado en el carbón de piedra de las extensas capas de hulla que existen hoy día, y han producido también enormes cantidades de petróleo. Con frecuencia la hulla y el petróleo se encienden y arden bajo la superficie de la tierra. Esto calienta las rocas, quema la piedra caliza, y derrite el hierro. La acción del agua sobre la cal intensifica el calor, y ocasiona terremotos, volcanes y brotes ígneos. Cuando el fuego y el agua entran en contacto con las capas de roca y mineral, se producen terribles explosiones subterráneas, semejantes a truenos sordos. El aire se calienta y se vuelve sofocante. A esto siguen erupciones volcánicas, pero a menudo ellas no dan suficiente escape a los elementos encendidos, que conmueven la tierra. El suelo se levanta entonces y se hincha como las olas de la mar, aparecen grandes grietas, y algunas veces ciudades, aldeas, y montañas encendidas son tragadas por la tierra" (Patriarcas y profetas[/B], página 99).
¡Qué interesante concepto! Según las "revelaciones" de Elena G. de White, los terremotos y los volcanes son efecto de la combustión subterránea de carbón o petróleo. ¿Ha confirmado la ciencia tamaño disparate? Si alguien ha visto alguna vez un incendio de combustibles fósiles, comprenderá que la cantidad de gases producidos es inmensa, con un ennegrecimiento masivo del entorno. Según parece, la hulla y el petróleo que, según Elena G. de White deben de ser de una naturaleza etérea, de fuera de este mundo, pues nadie ha sido capaz de detectar sus restos cuando se producen terremotos o cuando se producen erupciones volcánicas. Cualquier texto de ciencias naturales, hasta los de los niños pequeños, revela que el vulcanismo es el resultado de amanaciones procedentes de bolsas de lava procedentes del interior de nuestro planeta a gran profundidad en cuya generación el carbón y el petróleo nada tienen que ver.
Lejos de que la ciencia confirme los disparates de Elena G. de White, la ciencia geológica actual ha confirmado que el vulcanismo es consecuencia directa de la tectónica de placas. Nada de combustión de antiguos bosques.