Los latinoamericanos hemos comprendido, luego de lamentables y reiteradas experiencias la falsedad de la conocida frase: “la letra con sangre entra”. Ningún conocimiento, ninguna ideología ingresa en el ideario popular a fuerza de palo ni represión.
Tristemente, Cristo entró en nuestra América desde la punta de una espada disfrazada de cruz. O aceptaban nuestros primeros habitantes la religión de un sangriento imperio, o morían inexorablemente.
Hoy, las iglesias evangélicas son también en su mayoría representantes de un imperio que subyuga al Pueblo Americano con armas de todo calibre que van desde lo ideológico – cultural a los literales aparatos de destrucción.
Cristo está entonces desdibujado y no es más que otra de las tantas armas que usan los imperios; un opio, como ya se dijo más de una vez, que adormece a los más débiles y le quita toda capacidad de réplica ante la injusticia y la opresión.
De allí la necesidad de los teólogos latinoamericanos de revisar la cristología hasta llegar a una definición más cercana a la bíblica. Una definición de Cristo que tenga que ver con los recursos para la liberación del pueblo latinoamericano y no para la doblegación del mismo. Un Señor que en nuestro idioma nos muestre “El Camino” hacia la libertad y no un dios traducido que nos someta a la ignorancia y que izando otras banderas nos haga cómplices del sufrimiento y la injusticia cometidos durante tantos años y que tantas muertes ha causado.
Tristemente, Cristo entró en nuestra América desde la punta de una espada disfrazada de cruz. O aceptaban nuestros primeros habitantes la religión de un sangriento imperio, o morían inexorablemente.
Hoy, las iglesias evangélicas son también en su mayoría representantes de un imperio que subyuga al Pueblo Americano con armas de todo calibre que van desde lo ideológico – cultural a los literales aparatos de destrucción.
Cristo está entonces desdibujado y no es más que otra de las tantas armas que usan los imperios; un opio, como ya se dijo más de una vez, que adormece a los más débiles y le quita toda capacidad de réplica ante la injusticia y la opresión.
De allí la necesidad de los teólogos latinoamericanos de revisar la cristología hasta llegar a una definición más cercana a la bíblica. Una definición de Cristo que tenga que ver con los recursos para la liberación del pueblo latinoamericano y no para la doblegación del mismo. Un Señor que en nuestro idioma nos muestre “El Camino” hacia la libertad y no un dios traducido que nos someta a la ignorancia y que izando otras banderas nos haga cómplices del sufrimiento y la injusticia cometidos durante tantos años y que tantas muertes ha causado.
