El Camino a Cristo.

17 Abril 2007
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4 EL CAMINO A CRISTO
Capítulo 1. Amor Supremo
LA NATURALEZA y la revelación a una dan testimonio
del amor de Dios. Nuestro Padre celestial es la fuente de
vida, de sabiduría y de gozo. Mirad las maravillas y
bellezas de la naturaleza. Pensad en su prodigiosa
adaptación a las necesidades y a la felicidad, no solamente
del hombre, sino de todas las criaturas vivientes. El sol y la
lluvia que alegran y refrescan la tierra; los montes, los
mares y los valles, todos nos hablan del amor del Creador.
Dios es el que suple las necesidades diarias de todas sus
criaturas. Ya el salmista lo dijo en las bellas palabras
siguientes:
"Los ojos de todos miran a ti, Y tú les das su alimento a su
tiempo. Abres tu mano, Y satisfaces el deseo de todo ser
viviente". (Salmo 145: 15, 16.)
Dios hizo al hombre perfectamente santo y feliz; y la
hermosa tierra no tenía, al salir de la mano del Creador,
mancha de decadencia, ni sombra de maldición. La
transgresión de la ley de Dios, de la ley de amor, es lo que
ha traído consigo dolor y muerte. Sin embargo, en medio
del sufrimiento que resulta del pecado se manifiesta el
amor de Dios. Está escrito que Dios maldijo la tierra por
causa del hombre. (Génesis 3: 17) Los cardos y espinas -
las dificultades y pruebas que hacen de su vida una vida de
afán y cuidado - le fueron asignados para su bien, como
parte de la preparación necesaria, según el plan de Dios,
para su elevación de la ruina y degradación que el pecado
había causado. El mundo, aunque caído, no es todo tristeza
EL CAMINO A CRISTO 5
y miseria. En la naturaleza misma hay mensajes de
esperanza y consuelo. Hay flores en los cardos y las
espinas están cubiertas de rosas.
"Dios es amor", está escrito en cada capullo de flor que se
abre, en cada tallo de la naciente hierba. Los hermosos
pájaros que llenan el aire de melodías con sus preciosos
cantos, las flores exquisitamente matizadas que en su
perfección perfuman el aire, los elevados árboles del
bosque con su rico follaje de viviente verdor, todos dan
testimonio del tierno y paternal cuidado de nuestro Dios y
de su deseo de hacer felices a sus hijos.
La Palabra de Dios revela su carácter. El mismo ha
declarado su infinito amor y piedad. Cuando Moisés dijo:
"Ruégote me permitas ver tu gloria", Jehová respondió:
"Yo haré que pase toda mi benignidad ante tu vista".
(Éxodo 33: 18, 19) Tal es su gloria. Jehová pasó delante de
Moisés y clamó: "Jehová, Jehová, Dios compasivo y
clemente lento en iras y grande en misericordia y en
Fidelidad; que usa de misericordia hasta la milésima
generación; que perdona la iniquidad, la transgresión y el
pecado". (Éxodo 34: 6, 7) "Lento en iras y grande en
misericordia" (Jonás 4: 2) "Porque se deleita en la
misericordia". (Miqueas 7: 18)
Dios ha unido nuestros corazones a él con pruebas
innumerables en los cielos y en la tierra. Mediante las cosas
de la naturaleza y los más profundos y tiernos lazos que el
corazón humano pueda conocer en la tierra, ha procurado
revelársenos. Con todo, estas cosas sólo representan
imperfectamente su amor. Aunque se habían dado todas
estas pruebas evidentes, el enemigo del bien cegó el
entendimiento de los hombres, para que éstos mirasen a
6 EL CAMINO A CRISTO
Dios con temor, para que lo considerasen severo e
implacable. Satanás indujo a los hombres a concebir a Dios
como un ser cuyo principal atributo es una justicia
inexorable, como un juez severo, un duro, estricto
acreedor. Pintó al Creador como un ser que está velando
con ojo celoso por discernir los errores y faltas de los
hombres, para visitarlos con juicios. Por esto vino Jesús a
vivir entre los hombres, para disipar esa densa sombra,
revelando al mundo el amor infinito de Dios.
El Hijo de Dios descendió del cielo para manifestar al
Padre. "A Dios nadie jamás le ha visto: el Hijo unigénito,
que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer". (S.
Juan 1: 18) "Ni al Padre conoce nadie, sino el Hijo, y
aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar". (S. Mateo 11: 27)
Cuando uno de sus discípulos le dijo: "Muéstranos al
Padre", Jesús respondió: "Tanto tiempo hace que estoy con
vosotros, ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha
visto a mí, ha visto al Padre: ¿Cómo pues dices tú:
Muéstranos al Padre? " (S. Juan 14: 8, 9).
Jesús dijo, describiendo su misión terrenal: Jehová "me ha
ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres; me a
enviado para proclamar a los cautivos, y a los ciegos
recobro la vista para poner en libertad a los oprimidos". (s.
Lucas 4: 18.), esta era su obra. Pasó haciendo bien y
sanando a todos los oprimidos de Satanás.
Había aldeas enteras donde no se oía un gemido de dolor
en casa alguna, porque él había pasado por ellas y sanado a
todos sus enfermos. Su obra demostraba su divina unción.
En cada acto de su vida revelaba amor, misericordia y
compasión; su corazón rebosaba de tierna simpatía por los
hijos de los hombres. Tomó la naturaleza del hombre para
EL CAMINO A CRISTO 7
poder simpatizar con sus necesidades. Los más pobres y
humildes no tenían temor de allegársele. Aun los niñitos se
sentían atraídos hacia él. Les gustaba subir a sus rodillas y
contemplar ese rostro pensativo, que irradiaba benignidad y
amor, Jesús no suprimió una palabra de verdad, sino que
profirió siempre la verdad con amor. Hablaba con el mayor
tacto, cuidado y misericordiosa atención, en su trato con las
gentes. Nunca fue áspero, nunca habló una palabra severa
innecesariamente, nunca dio a un alma sensible una pena
innecesaria. No censuraba la debilidad humana. Hablaba la
verdad, pero siempre con amor. Denunciaba la hipocresía,
la incredulidad y la iniquidad; pero las lágrimas velaban su
voz cuando profería sus fuertes reprensiones. Lloró sobre
Jerusalén, la ciudad amada que rehusó recibirlo, a él, el
Camino, la Verdad y la Vida. Habían rechazado al
Salvador, mas él los consideraba con piadosa ternura. La
suya fue una vida de abnegación y verdadera solicitud por
los demás. Toda alma era preciosa a sus ojos. A la vez que
siempre llevaba consigo la dignidad divina, se inclinaba
con la más tierna consideración hacia cada uno de los
miembros de la familia de Dios. En todos los hombres veía
almas caídas a quienes era su misión salvar.
Tal es el carácter de Cristo como se revela en su vida. Este
es el carácter de Dios. Del corazón del Padre es de donde
manan los ríos de compasión divina, manifestada en Cristo
para todos los hijos de los hombres. Jesús el tierno y
piadoso Salvador, era Dios "manifestado en la carne" (1
Timoteo 3: 16) .
Jesús vivió, sufrió y murió para redimirnos. El se hizo
"Varón de dolores" para que nosotros fuésemos hechos
participantes del gozo eterno. Dios permitió que su Hijo
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amado, lleno de gracia y de verdad, viniese de un mundo
de indescriptible gloria, a un mundo corrompido y
manchado por el pecado, oscurecido con la sombra de la
muerte y la maldición. Permitió que dejase el seno de su
amor, la adoración de los ángeles, para sufrir vergüenza,
insulto, humillación, odio y muerte. "El castigo de nuestra
paz cayó sobre él, y por sus llagas nosotros sanamos"
(Isaías 53: 5). ¡Miradlo en el desierto, en el Getsemaní,
sobre la cruz! El Hijo inmaculado de Dios tomó sobre sí la
carga del pecado. El que había sido uno con Dios, sintió en
su alma la terrible separación que hace el pecado entre
Dios y el hombre. Esto arrancó de sus labios el angustioso
clamor: "¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿por qué me has
desamparado?" (S. Mateo 27: 46). La carga del pecado, el
conocimiento de su terrible enormidad y de la separación
que causa entre el alma y Dios, quebrantó el corazón del
Hijo de Dios.
Pero este gran sacrificio no fue hecho a fin de crear amor
en el corazón del Padre para con el hombre, ni para
moverlo a salvar. ¡No, no! "Porque de tal manera amó Dios
al mundo, que dio a su Hijo unigénito" (S. Juan 3: 16). No
es que el Padre nos ame por causa de la gran propiciación,
sino que proveyó la propiciación porque nos ama. Cristo
fue el medio por el cual él pudo derramar su amor infinito
sobre un mundo caído. "Dios estaba en Cristo,
reconciliando consigo mismo al mundo" (2 Corintios 5:
19). Dios sufrió con su Hijo. En la agonía del Getsemaní,
en la muerte del Calvario, el corazón del Amor Infinito
pagó el precio de nuestra redención.
Jesús decía: "Por esto el Padre me ama, por cuanto yo
pongo mi vida para volverla a tomar" (S. Juan 10: 17). Es
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decir: "De tal manera os amaba mi Padre, que aún me ama
más porque he dado mi vida para redimiros. Por haberme
hecho vuestro Sustituto y Fianza, por haber entregado mi
vida y tomado vuestras responsabilidades, vuestras
transgresiones, soy más caro a mi Padre; por mi sacrificio,
Dios puede ser justo y, sin embargo, el justificador del que
cree en Jesús".´
Nadie sino el Hijo de Dios podía efectuar nuestra
redención; porque sólo él, que estaba en el seno del Padre
podía darlo a conocer. Sólo él, que conocía la altura y la
profundidad del amor de Dios, podía manifestarlo. Nada
menos que el infinito sacrificio hecho por Cristo en favor
del hombre caído podía expresar el amor del Padre hacia la
perdida humanidad.
"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su
Hijo unigénito". Lo dio no solamente para que viviese entre
los hombres, no sólo para que llevase los pecados de ellos
y muriese como su sacrificio; lo dio a la raza caída. Cristo
debía identificarse con los intereses y necesidades de la
humanidad. El que era uno con Dios se ha unido con los
hijos de los hombres con lazos que jamás serán
quebrantados. Jesús "no se avergüenza de llamarlos
hermanos" (Hebreos 2: 11). Es nuestro Sacrificio, nuestro
Abogado, nuestro Hermano, lleva nuestra forma humana
delante del trono del Padre, y por las edades eternas será
uno con la raza que ha redimido: es el Hijo del hombre. Y
todo esto para que el hombre fuese levantado de la ruina y
degradación del pecado, para que reflejase el amor de Dios
y participase del gozo de la santidad.
El precio pagado por nuestra redención, el sacrificio
infinito que hizo nuestro Padre celestial al entregar a su
10 EL CAMINO A CRISTO
Hijo para que muriese por nosotros, debe darnos un
concepto elevado de lo que podemos ser hechos por Cristo.
Al considerar el inspirado apóstol Juan "la altura", "la
profundidad" y "la anchura" del amor del Padre hacia la
raza que perecía, se llena de alabanzas y reverencia, y no
pudiendo encontrar lenguaje conveniente en que expresar
la grandeza y ternura de este amor, exhorta al mundo a
contemplarlo. "¡Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que
seamos llamados hijos de Dios!" (1 S. Juan 3: 1) ¡Qué
valioso hace esto al hombre! Por la transgresión, los hijos
del hombre se hacen súbditos de Satanás. Por la fe en el
sacrificio reconciliador de Cristo, los hijos de Adán pueden
ser hechos hijos de Dios. Al revestirse de la naturaleza
humana, Cristo eleva a la humanidad. Los hombres caídos
son colocados donde pueden, por la relación con Cristo,
llegar a ser en verdad dignos del nombre de "hijos de
Dios".
Tal amor es incomparable. ¡Hijos del Rey celestial!
¡Promesa preciosa! ¡Tema para la más profunda
meditación! ¡El incomparable amor de Dios para con un
mundo que no lo amaba! Este pensamiento tiene un poder
subyugador y cautiva el entendimiento a la voluntad de
Dios. Cuanto más estudiamos el carácter divino a la luz de
la cruz, más vemos la misericordia, la ternura y el perdón
unidos a la equidad y la justicia, y más claramente
discernimos pruebas innumerables de un amor infinito y de
una tierna piedad que sobrepuja la ardiente simpatía y los
anhelosos sentimientos de la madre para con su hijo
extraviado.
"Romperse puede todo lazo humano, Separarse el hermano
del hermano, Olvidarse la madre de sus hijos, Variar los
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astros sus senderos fijos; Mas ciertamente nunca cambiará
El amor providente de Jehová".
 
Re: El Camino a Cristo.

Bueno, ya que un sectario pretende intoxicarnos con basura de su secta, vamos a leer literatura algo más seria no robada a terceros:

Miguel de Cervantes Saavedra
El ingenieso hidalgo Don Quijote de la Mancha
Capítulo Primero, que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo D. Quijote de la Mancha

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los días de entre semana se honraba con su vellori de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llama Quijana; pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.

Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura, para comprar libros de caballerías en que leer; y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva: porque la claridad de su prosa, y aquellas intrincadas razones suyas, le parecían de perlas; y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafío, donde en muchas partes hallaba escrito: la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura, y también cuando leía: los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas se fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza. Con estas y semejantes razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas, y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara, ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianis daba y recibía, porque se imaginaba que por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales; pero con todo alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma, y darle fin al pie de la letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran.

Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar (que era hombre docto graduado en Sigüenza), sobre cuál había sido mejor caballero, Palmerín de Inglaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mismo pueblo, decía que ninguno llegaba al caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.

En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles, y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.

Decía él, que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero; pero que no tenía que ver con el caballero de la ardiente espada, que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalle había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque con ser de aquella generación gigantesca, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado; pero sobre todos estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en Allende robó aquel ídolo de Mahoma, que era todo de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama que tenía y aun a su sobrina de añadidura.

En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras, y a ejercitarse en todo aquello que él había leído, que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos, cobrase eterno nombre y fama.

Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo por lo menos del imperio de Trapisonda: y así con estos tan agradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentía, se dió priesa a poner en efecto lo que deseaba. Y lo primero que hizo, fue limpiar unas armas, que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vió que tenían una gran falta, y era que no tenía celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que encajada con el morrión, hacía una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte, y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada, y le dió dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana: y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y por asegurarse de este peligro, lo tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer nueva experiencia de ella, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje. Fue luego a ver a su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real, y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis, et ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro, ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le podría: porque, según se decía él a sí mismo, no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y así procuraba acomodársele, de manera que declarase quien había sido, antes que fuese de caballero andante, y lo que era entones: pues estaba muy puesto en razón, que mudando su señor estado, mudase él también el nombre; y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba: y así después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar ROCINANTE, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo. Puesto nombre y tan a su gusto a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento, duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar DON QUIJOTE, de donde como queda dicho, tomaron ocasión los autores de esta tan verdadera historia, que sin duda se debía llamar Quijada, y no Quesada como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valeroso Amadís, no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya, y llamarse DON QUIJOTE DE LA MANCHA, con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.

Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín, y confirmándose a sí mismo, se dió a entender que no le faltaba otra cosa, sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores, era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma. Decíase él: si yo por malos de mis pecados, por por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quién enviarle presentado, y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendida: yo señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero D. Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante la vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante? ¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero, cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quién dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque según se entiende, ella jamás lo supo ni se dió cata de ello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a esta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla DULCINEA DEL TOBOSO, porque era natural del Toboso, nombre a su parecer músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.
 
Re: El Camino a Cristo.

CAPITULO 2

La Más Urgente Necesidad del Hombre

EL HOMBRE estaba dotado originalmente de facultades nobles y de un entendimiento bien equilibrado. Era perfecto y estaba en armonía con Dios. Sus pensamientos eran puros, sus designios santos. Pero por la desobediencia, sus facultades se pervirtieron y el egoísmo sustituyó al amor. Su naturaleza se hizo tan débil por la transgresión, que le fue imposible, por su propia fuerza, resistir el poder del mal. Fue hecho cautivo por Satanás, y hubiera permanecido así para siempre si Dios no hubiese intervenido de una manera especial. El propósito del tentador era contrariar el plan que Dios había tenido al crear al hombre y llenar la tierra de miseria y desolación. Quería señalar todo este mal como el resultado de la obra de Dios al crear al hombre.

El hombre, en su estado de inocencia, gozaba de completa comunión con Aquel "en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Colosenses 2: 3.) Mas después de su caída, no pudo encontrar gozo en la santidad y procuró ocultarse de la presencia de Dios. Y tal es aún la condición del corazón no renovado. No está en armonía con Dios, ni encuentra gozo en la comunión con él. El pecador no podría ser feliz en la presencia de Dios; le desagradaría 16 la compañía de los seres santos. Y si se le pudiese permitir entrar en el cielo, no hallaría alegría en aquel lugar. El espíritu de amor puro que reina allí donde responde cada corazón al corazón del Amor Infinito, no haría vibrar en su alma cuerda alguna de simpatía. Sus pensamientos, sus intereses, sus móviles, serían distintos de los que mueven a los moradores celestiales. Sería una nota discordante en la melodía del cielo. El cielo sería para él un lugar de tortura. Ansiaría ocultarse de la presencia de Aquel que es su luz y el centro de su gozo. No es un decreto arbitrario de parte de Dios el que excluye del cielo a los malvados: ellos mismos se han cerrado las puertas por su propia ineptitud para aquella compañía. La gloria de Dios sería para ellos un fuego consumidor. Desearían ser destruidos para esconderse del rostro de Aquel que murió por salvarlos.

Es imposible que escapemos por nosotros mismos del abismo del pecado en que estamos sumidos. Nuestro corazón es malo y no lo podemos cambiar. "¿Quién podrá sacar cosa limpia de inmunda? Ninguno" (Job 14: 4 )"- Por cuanto el ánimo carnal es enemistad contra Dios; pues no está sujeto a la ley de Dios, ni a la verdad lo puede estar" (Romanos 8: 7). La educación, la cultura, el ejercicio de la voluntad, el esfuerzo humano todos tienen su propia esfera, pero para esto no tienen ningún poder. Pueden producir una corrección externa de la conducta, pero no pueden cambiar el corazón; no pueden purificar las fuentes de la vida. Debe haber un poder que obre en el interior, una vida nueva de lo alto,17 antes de que el hombre pueda convertirse del pecado a la santidad. Ese poder es Cristo. Solamente su gracia puede vivificar las facultades muertas del alma y atraerlas a Dios, a la santidad. El Salvador dijo: "A menos que el hombre naciere de nuevo", a menos que reciba un corazón nuevo, nuevos deseos, designios y móviles que lo guíen a una nueva vida, "no puede ver el reino de Dios" (S. Juan 3: 3). La idea de que solamente es necesario desarrollar lo bueno que existe en el hombre por naturaleza, es un engaño fatal. "El hombre natural no recibe las cosas del Espíritu de Dios; porque le son insensatez; ni las puede conocer, por cuanto se disciernen espiritualmente" (1 Corintios 2: 14). "No te maravilles de que te dije: os es necesario nacer de nuevo" (S. Juan 3: 7.) De Cristo está escrito: "En él estaba la vida; y la vida era la luz de los hombres" (S. Juan 1: 4), el único "nombre debajo del cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos" (Hechos 4: 12).

No basta comprender la bondad amorosa de Dios, ni percibir la benevolencia y ternura paternal de su carácter. No basta discernir la sabiduría y justicia de su ley, ver que está fundada sobre el eterno principio del amor. El apóstol Pablo veía todo esto cuando exclamó: "Consiento en que la ley es buena", "la ley es santa, y el mandamiento, santo y justo y bueno". Mas él añadió en la amargura de su alma agonizante y desesperada: "Soy carnal, vendido bajo el poder del pecado" (Romanos 7: 12, 14). Ansiaba la pureza, la justicia que no podía alcanzar por sí 18 mismo, y dijo: "¡Oh hombre infeliz que soy! ¿quién me libertará de este cuerpo de muerte?" (Romanos 7: 24). La misma exclamación ha subido en todas partes y en todo tiempo, de corazones sobrecargados. No hay más que una contestación para todos: "'¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!" (S. Juan 1: 29).

Muchas son las figuras por las cuales el Espíritu de Dios ha procurado ilustrar esta verdad y hacerla clara a las almas que desean verse libres de la carga del pecado. Cuando Jacob pecó, engañando a Esaú, y huyó de la casa de su padre, estaba abrumado por el conocimiento de su culpa. Solo y abandonado como estaba, separado de todo lo que le hacía preciosa la vida, el único pensamiento que sobre todos los otros oprimía su alma, era el temor de que su pecado lo hubiese apartado de Dios, que fuese abandonado del cielo. En medio de su tristeza, se recostó para descansar sobre la tierra desnuda. Rodeábanlo solamente las solitarias montañas, y cubríalo la bóveda celeste con su manto de estrellas. Habiéndose dormido, una luz extraordinaria se le apareció en su sueño; y he aquí, de la llanura donde estaba recostado, una inmensa escalera simbólica parecía conducir a lo alto, hasta las mismas puertas del cielo, y los ángeles de Dios subían y descendían por ella; al paso que de la gloria de las alturas se oyó la voz divina que pronunciaba un mensaje de consuelo y esperanza. Así hizo Dios conocer a Jacob aquello que satisfacía la necesidad y el ansia de su alma: un Salvador. Con gozo y gratitud vio revelado un camino por el cual él, como 19 pecador, podía ser restaurado a la comunión con Dios. La mística escalera de su sueño representaba a Jesús, el único medio de comunicación entre Dios y el hombre.
Esta es la misma figura a la cual Cristo se refirió en su conversación con Natanael, cuando dijo: "Veréis abierto el cielo, y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre" (S. Juan 1: 51). Al caer, el hombre se apartó de Dios: la tierra fue cortada del cielo. A través del abismo existente entre ambos no podía haber ninguna comunión. Mas mediante Cristo, el mundo está unido otra vez con el cielo. Con sus propios méritos, Cristo ha salvado el abismo que el pecado había hecho, de tal manera que los hombres pueden tener comunión con los ángeles ministradores. Cristo une al hombre caído, débil y miserable, con la Fuente del poder Infinito.

Mas vanos son los sueños de progreso de los hombres, vanos todos sus esfuerzos por elevar a la humanidad, si menosprecian la única fuente de esperanza y amparo para la raza caída. "Toda dádiva buena y todo don perfecto" (Santiago 1: 17) es de Dios. No hay verdadera excelencia de carácter fuera de él. Y el único camino para ir a Dios es Cristo, quien dice: "Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida; nadie viene al Padre sino por mí". (S. Juan 14: 6)El corazón de Dios suspira por sus hijos terrenales con un amor más fuerte que la muerte. Al dar a su Hijo nos ha vertido todo el cielo en un don. La vida, la muerte y la intercesión del Salvador, el ministerio de los ángeles, la imploración del Espíritu Santo, el Padre que obra 20 sobre todo y por todo, el interés incesante de los seres celestiales: todos están empeñados en la redención del hombre.

¡Oh, contemplemos el sacrificio asombroso que ha sido hecho por nosotros! Procuremos apreciar el trabajo y la energía que el cielo está empleando para rescatar al perdido y traerlo de nuevo a la casa de su Padre. Jamás podrían haberse puesto en acción motivos más fuertes y energías más poderosas: los grandiosos galardones por el bien hacer, el goce del cielo, la compañía de los ángeles, la comunión y el amor de Dios y de su Hijo, la elevación y el acrecentamiento de todas nuestras facultades por las edades eternas, ¿no son éstos incentivos y estímulos poderosos que nos instan a dedicar a nuestro Creador y Salvador el amante servicio de nuestro corazón?

Y por otra parte, los juicios de Dios pronunciados contra el pecado, la retribución inevitable, la degradación de nuestro carácter y la destrucción final, se presentan en la Palabra de Dios para amonestarnos contra el servicio de Satanás.

¿No apreciaremos la misericordia de Dios? ¿Qué más podía hacer? Pongámonos en perfecta relación con Aquel que nos ha amado con estupendo amor. Aprovechemos los medios que nos han sido provistos para que seamos transformados conforme a su semejanza y restituidos a la comunión de los ángeles ministradores, a la armonía y comunión del Padre y el Hijo. 21
 
Re: El Camino a Cristo.

Capítulo segundo, que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso D. Quijote

Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar, y deudas que satisfacer; y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día (que era uno de los calurosos del mes de Julio), se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y por la puerta falsa de un corral, salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo. Mas apenas se vió en el campo, cuando le asaltó un pensamiento terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa: y fue que le vino a la memoria que no era armado caballero, y que, conforme a la ley de caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningún caballero; y puesto qeu lo fuera, había de llevar armas blancas, como novel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase.

Estos pensamientos le hicieron titubear en su propósito; mas pudiendo más su locura que otra razón alguna, propuso de hacerse armar caballero del primero que topase, a imitación de otros muchos que así lo hicieron, según él había leído en los libros que tal le tenían. En lo de las armas blancas pensaba limpiarlas de manera, en teniendo lugar, que lo fuesen más que un armiño: y con esto se quietó y prosiguió su camino, sin llevar otro que el que su caballo quería, creyendo que en aquello consistía la fuerza de las aventuras. Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mismo, y diciendo: ¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, ciando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere, no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, de esta manera? "Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus arpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora que dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero D. Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel." (Y era la verdad que por él caminaba) y añadió diciendo: "dichosa edad, y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronce, esculpirse en mármoles y esculpirse en mármoles y pintarse en tablas para memoria en lo futuro. ¡Oh tú, sabio encantador, quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser coronista de esta peregrina historia! Ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras." Luego volvía diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado: "¡Oh, princesa Dulcinea, señora de este cautivo corazón! Mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora, de membraros de este vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece."

Con estos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros le habían enseñado, imitando en cuanto podía su lenguaje; y con esto caminaba tan despaico, y el sol entraba tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuviera. Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, poerque quisiera topar luego, con quien hacer experiencia del valor de su fuerte brazo.

Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la de Puerto Lápice; otros dicen que la de los molinos de viento; pero lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha, es que él anduvo todo aquel día, y al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre; y que mirando a todas partes, por ver si descubriría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse, y adonde pudiese remediar su mucha necesidad, vió no lejos del camino por donde iba una venta, que fue como si viera una estrella, que a los portales, si no a los alcázares de su redención, le encaminaba. Dióse priesa a caminar, y llegó a ella a tiempo que anochecía. Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, de estas que llaman del partido, las cuales iban a Sevilla con unos arrieros, que en la venta aquella noche acertaron a hacer jornada; y como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba, le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego que vió la venta se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadizo y honda cava, con todos aquellos adherentes que semejantes castillos se pintan.

Fuese llegando a la venta (que a él le parecía castillo), y a poco trecho de ella detuvo las riendas a Rocinante, esperando que algún enano se pusiese entre las almenas a dar señal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo; pero como vió que se tardaban, y que Rocinante se daba priesa por llegar a la caballeriza, se llegó a la puerta de la venta, y vió a las dos distraídas mozas que allí estaban, que a él le parecieron dos hermosas doncellas, o dos graciosas damas, que delante de la puerta del castillo se estaban solazando. En esto sucedió acaso que un porquero, que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos (que sin perdón así se llaman), tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al instante se le representó a D. Quijote lo que deseaba, que era que algún enano hacía señal de su venida, y así con extraño contento llegó a la venta y a las damas, las cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte armado, y con lanza y adarga, llenas de miedo se iban a entrar en la venta; pero Don Quijote, coligiendo por su huida su miedo, alzándose la visera de papelón y descubriendo su seco y polvoso rostro, con gentil talante y voz reposada les dijo: non fuyan las vuestras mercedes, nin teman desaguisado alguno, ca a la órden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas, como vuestras presencias demuestran.

Mirábanle las mozas y andaban con los ojos buscándole el rostro que la mala visera le encubría; mas como se oyeron llamar doncellas, cosa tan fuera de su profesión, no pudieron tener la risa, y fue de manera, que Don Quijote vino a correrse y a decirles: Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez además la risa que de leve causa procede; pero non vos lo digo porque os acuitedes ni mostredes mal talante, que el mío non es de al que de serviros.

El lenguaje no entendido de las señoras, y el mal talle de nuestro caballero, acrecentaba en ellas la risa y en él el enojo; y pasara muy adelante, si a aquel punto no saliera el ventero, hombre que por ser muy gordo era muy pacífico, el cual, viendo aquella figura contrahecha, armada de armas tan desiguales, como eran la brida, lanza, adarga y coselete, no estuvo en nada en acompañar a las doncellas en las muestras de su contento; mas, en efecto, temiendo la máquina de tantos pertrechos, determinó de hablarle comedidamente, y así le dijo: si vuestra merced, señor caballero, busca posada, amén del lecho (porque en esta venta no hay ninguno), todo lo demás se hallará en ella en mucha abundancia. Viendo Don Quijote la humildad del alcaide de la fortaleza (que tal le pareció a él el ventero y la venta), respondió: para mí, señor castellano, cualquiera cosa basta, porque mis arreos son las armas, mi descanso el pelear, etc.

Pensó el huésped que el haberle llamado castellano había sido por haberle parecido de los senos de Castilla, aunque él era andaluz y de los de la playa de Sanlúcar, no menos ladrón que Caco, ni menos maleante que estudiante o paje. Y así le respondió: según eso, las camas de vuestra merced serán duras peñas, y su dormir siempre velar; y siendo así, bien se puede apear con seguridad de hallar en esta choza ocasión y ocasiones para no dormir en todo un año, cuanto más en una noche. Y diciendo esto, fue a tener del estribo a D. Quijote, el cual se apeó con mucha dificultad y trabajo, como aquel que en todo aquel día no se había desayunado. Dijo luego al huésped que le tuviese mucho cuidad de su caballo, porque era la mejor pieza que comía pan en el mundo.

Miróle el ventero, y no le pareció tan bueno como Don Quijote decía, ni aun la mitad; y acomodándole en la caballeriza, volvió a ver lo que su huésped mandaba; al cual estaban desarmando las doncellas (que ya se habían reconciliado con él), las cuales, aunque le habían quitado el peto y el espaldar, jamás supieron ni pudieron desencajarle la gola, ni quitarle la contrahecha celada, que traía atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse queitar los nudos; mas él no lo quiso consentir en ninguna manera; y así se quedó toda aquella noche con la celada puesta, que era la más graciosa y extraña figura que se pudiera pensar; y al desarmarle (como él se imaginaba que aquellas traídas y llevadas que le desarmaban, eran algunas principales señoras y damas de aquel castillo), les dijo con mucho donaire:

Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido,
como fuera D. Quijote
cuando de su aldea vino;
doncellas curaban dél,
princesas de su Rocino.

O Rocinante, que este es el nombre, señoras mías, de mi caballo, y Don Quijote de la Mancha el mío; que puesto que no quisiera descubrirme fasta que las fazañas fechas en vuestro servicio y pro me descubrieran, la fuerza de acomodar al propósito presente este romance viejo de Lanzarote, ha sido causa que sepáis mi nombre antes de toda sazón; pero tiempo vendrá en que las vuestras señorías me manden, y yo obedezca, y el valor de mi brazo descubra el deseo que tengo de serviros. Las mozas, que no estaban hechas a oír semejantes retóricas, no respondían palabra; sólo le preguntaron si quería comer alguna cosa. Cualquiera yantaría yo, respondió D. Quijote, porque a lo que entiendo me haría mucho al caso. A dicha acertó a ser viernes aquél día, y no había en toda la venta sino unas raciones de un pescado, que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacalao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela.

Preguntáronle si por ventura comería su merced truchuela, que no había otro pescado que darle a comer. Como haya muchas truchuelas, respondió D. Quijote, podrán servir de una trueba; porque eso se me da que me den ocho reales en sencillos, que una pieza de a ocho. Cuanto más, que podría ser que fuesen estas truchuelas como la ternera, que es mejor que la vaca, y el cabrito que el cabrón. Pero sea lo que fuere, venga luego, que el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas. Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta por el fresco, y trájole el huésped una porción de mal remojado, y peor cocido bacalao, y un pan tan negro y mugriento como sus armas. Pero era materia de grande risa verle comer, porque como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía poner nada en la boca con sus manos, si otro no se lo daba y ponía; y así una de aquellas señoras sería de este menester; mas el darle de beber no fue posible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caña, y puesto el un cabo en la boca, por el otro, le iba echando el vino. Y todo esto lo recibía en paciencia, a trueco de no romper las cintas de la celada.

Estando en esto, llegó acaso a la venta un castrador de puercos, y así como llegó sonó su silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar Don Quijote que estaba en algún famoso castillo, y que le servían con música, y que el abadejo eran truchas, el pan candeal, y las rameras damas, y el ventero castellano del castillo; y con esto daba por bien empleada su determinación y salida. Mas lo que más le fatigaba era el no verse armado caballero, por parecerle que no se podría poner legítimamente en aventura alguna sin recibir la órden de caballería.
 
Re: El Camino a Cristo.

NADA MAS CON VER EL TITULO DE ESTE LIBRO QUE NO LO ESCRIBIO ELLEN WHITE SINO FANNY BOLTON LA AYUDANTE DE ELLEN WHITE MIREN EL TITULO.

EL CAMINO A CRISTO: Pero qué nos dice la biblia veamos Juan 14:5 en adelante:

Dijo entonces Tomás:
—Señor, no sabemos a dónde vas, así que ¿cómo podemos conocer el camino?
6 —Yo soy el camino, la verdad y la vida —le contestó Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí.7 Si ustedes realmente me conocieran, conocerían también a mi Padre. Y ya desde este momento lo conocen y lo han visto.

Esto muestra que NADA DEL CAMINO A CRISTO, CRISTO YA ES EL CAMINO. Ese libro deberia ser titulado El CAmino de Ellen White.

SI EL TITULO ESTA FATULO, EL CONTENIDO, YA SABEMOS QUE NO ES DE ELLEN WHITE, ES UN PLAGIO DE LOS TANTOS.
 
Re: El Camino a Cristo.

GACE:

LOS TESTIGOS DE JEHOVA COPIA ESE TITULO HACE UNOS AÑOS de los adventistas, le llamaron al libro que publicaron EL CAMINO A LA VIDA ETERNA. ¿Sabes quien es el camino en ese libro? LA WACHTOWER con sus atalayas y despertad. EN EL CAMINO A CRISTO DE ELLE WHITE, hay una que otra frase bonita y cristocentrica, pero ella patina mucho, Y HAY VARIAS CITAS extrañas, yo lo revise hace un par de meses atras en noviembre 2008. Hay mejores libros que ese en librerias evangelicas. Libros de Max Lucado, de Charles Stanley y de tantos escritores cristianos que la superan. Ahh, hasta un pastor adventista supera ese libro de Ellen White, el Pastor Bullon de quien he leido varios libros muy buenos y super cristocentricos. EL DE ELLEN NO DA EL GRADO, EL TITULO NADA MAS ES ANTIBIBLICO.

www.cog7.org
 
Re: El Camino a Cristo.

GACE:

LOS TESTIGOS DE JEHOVA COPIA ESE TITULO HACE UNOS AÑOS de los adventistas, le llamaron al libro que publicaron EL CAMINO A LA VIDA ETERNA. ¿Sabes quien es el camino en ese libro? LA WACHTOWER con sus atalayas y despertad. EN EL CAMINO A CRISTO DE ELLE WHITE, hay una que otra frase bonita y cristocentrica, pero ella patina mucho, Y HAY VARIAS CITAS extrañas, yo lo revise hace un par de meses atras en noviembre 2008. Hay mejores libros que ese en librerias evangelicas. Libros de Max Lucado, de Charles Stanley y de tantos escritores cristianos que la superan. Ahh, hasta un pastor adventista supera ese libro de Ellen White, el Pastor Bullon de quien he leido varios libros muy buenos y super cristocentricos. EL DE ELLEN NO DA EL GRADO, EL TITULO NADA MAS ES ANTIBIBLICO.

www.cog7.org

COMO ES POSIBLE QUE LOS EDITORES DEL LIBRO NO TENGAN EL DISERNIMIENTO QUE TIENES TU EN ESTE CASO?? POR LO MENOS EL TITULO LE HUBIERAN CAMBIADO POR QUE EN REALIDAD TIENES RAZON CRISTO ES EL CAMINO HACIA EL PADRE EN ESE CASO LE HUBIERAN PUESTO EL " EL CAMINO A DIOS " O ALGO ASI
 
Re: El Camino a Cristo.

¿COMO se justificará el hombre con Dios?
¿Cómo se hará justo el pecador?
Solamente por intermedio de Cristo podemos ponernos en armonía con Dios y la santidad; pero,
¿cómo debemos ir a Cristo?
Muchos formulan la misma pregunta que hicieron las multitudes el día de Pentecostés, cuando, convencidas de su pecado, exclamaron: "¿Qué haremos?"
La primera palabra de contestación de Pedro fue: "Arrepentios". Poco después, en otra ocasión, dijo: " Arrepentíos pues, y volveos a Dios; para que sean borrados vuestros pecados " Hechos 2: 38 y 3: 19 .

El arrepentimiento comprende tristeza por el pecado y abandono del mismo.

No renunciaremos al pecado a menos que veamos su pecaminosidad; mientras no lo repudiemos de corazón, no habrá cambio real en la vida.

Hay muchos que no entienden la naturaleza verdadera del arrepentimiento. Gran número de personas se entristecen por haber pecado y aun se reforman exteriormente, porque temen que su mala vida les acarree sufrimientos. Pero esto no es arrepentimiento en el sentido bíblico. Lamentan la pena más bien que el pecado.
Tal fue el dolor de Esaú cuando vio que había perdido su primogenitura para siempre. Balaam, aterrorizado por el ángel que estaba en su camino con la espada desnuda, reconoció su culpa por temor de perder la vida; mas no experimentó un arrepentimiento sincero del pecado, ni un cambio de propósito, ni aborrecimiento del mal. Judas Iscariote, después de traicionar a su Señor, exclamó:
"¡He pecado, entregando la sangre inocente!" S. Mateo 27: 4.

Esta confesión fue arrancada a la fuerza de su alma culpable por un tremendo sentido de condenación y una pavorosa expectación de juicio. Las consecuencias que habían de resultarle lo llenaban de terror, pero no experimentó profundo quebrantamiento de corazón, ni dolor de alma por haber traicionado al Hijo inmaculado de Dios y negado al santo de Israel.
Cuando Faraón sufría los juicios de Dios, reconoció su pecado a fin de escapar del castigo, pero volvió a desafiar al cielo tan pronto como cesaron las plagas. Todos éstos lamentaban los resultados del pecado, pero no sentían tristeza por el pecado mismo.

Mas cuando el corazón cede a la influencia del Espíritu de Dios, la conciencia se vivifica y el pecador discierne algo de la profundidad y santidad de la sagrada ley de Dios, fundamento de su gobierno en los cielos y en la tierra.
" La Luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo " S. Juan 1: 9 , ilumina las cámaras secretas del alma y se manifiestan las cosas ocultas.

La convicción se posesiona de la mente y del corazón. El pecador tiene entonces conciencia de la justicia de Jehová y siente terror de aparecer en su iniquidad e impureza delante del que escudriña los corazones. Ve el amor de Dios, la belleza de la santidad y el gozo de la pureza. Ansía ser purificado y restituido a la comunión del cielo.
La oración de David después de su caída es una ilustración de la naturaleza del verdadero dolor por el pecado. Su arrepentimiento era sincero y profundo. No hizo ningún esfuerzo por atenuar su crimen; ningún deseo de escapar del juicio que lo amenazaba inspiró su oración. David veía la enormidad de su transgresión; veía las manchas de su alma; aborrecía su pecado.

No imploraba solamente el perdón, sino también la pureza del corazón. Deseaba tener el gozo de la santidad -ser restituido a la armonía y comunión con Dios. Este era el lenguaje de su alma:
"¡Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado!

¡Bienaventurado el hombre a quien Jehová no atribuye la iniquidad, cuyo espíritu no hay engaño! Salmo 32: 1 y 2

¡Apiádate de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia;
conforme a la muchedumbre de tus piedades, borra mis transgresiones ! . . .

Porque yo reconozco mis transgresiones,
y mi pecado está siempre delante de mí....

¡Purifícame con hisopo, y seré limpio;
lávame, y quedaré más blanco que la nieve! .

¡Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
y renueva un espíritu recto dentro de mí!

¡No me eches de tu presencia,
y no me quites tu Santo Espíritu!
¡Restitúyeme el gozo de tu salvación,
y el Espíritu de gracia me sustente!...
¡Líbrame del delito de sangre, oh Dios,
el Dios de mi salvación!

¡cante mi lengua tu justicia!" Salmo 51: 1, 3, 7, y 14

Efectuar un arrepentimiento como éste, está más allá del alcance de nuestro propio poder; se obtiene solamente de Cristo, quien ascendió a lo alto y ha dado dones a los hombres.
Precisamente éste es un punto sobre el cual muchos yerran, y por esto dejan de recibir la ayuda que Cristo quiere darles. Piensan que no pueden ir a Cristo a menos que se arrepientan primero, y que el arrepentimiento los prepara para el perdón de sus pecados.

Es verdad que el arrepentimiento precede al perdón de los pecados, porque solamente el corazón quebrantado y contrito es el que siente la necesidad de un Salvador.
Pero....
¿debe el pecador esperar hasta que se haya arrepentido, para poder ir a Jesús?
¿Ha de ser el arrepentimiento un obstáculo entre el pecador y el Salvador?
La Biblia no enseña que el pecador deba arrepentirse antes de poder aceptar la invitación de Cristo: "¡Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os daré descanso!" S. Mateo 11: 28 .

La virtud que viene de Cristo es la que guía a un arrepentimiento genuino. San Pedro habla del asunto de una manera muy clara en su exposición a los israelitas, cuando dice:
" A éste, Dios le ensalzó con su diestra para ser Príncipe y Salvador, a fin de dar arrepentimiento a Israel, y remisión de pecados ". Hechos 5: 31

No podemos arrepentirnos sin que el Espíritu de Cristo despierte la conciencia, más de lo que podemos ser perdonados sin Cristo.
Cristo es la fuente de todo buen impulso. El es el único que puede implantar en el corazón enemistad contra el pecado. Todo deseo de verdad y de pureza, toda convicción de nuestra propia pecaminosidad, es una prueba de que su Espíritu está obrando en nuestro corazón.
Jesús dijo: " Yo, si fuere levantado en alto de sobre la tierra, a todos los atraeré a mí mismo " S. Juan 12: 32 .

Cristo debe ser revelado al pecador como el Salvador que muere por los pecados del mundo; y cuando consideramos al Cordero de Dios sobre la cruz del Calvario, el misterio de la redención comienza a abrirse a nuestra mente y la bondad de Dios nos guía al arrepentimiento. Al morir Cristo por los pecadores, manifestó un amor incomprensible; y este amor, a medida que el pecador lo contempla, enternece el corazón, impresiona la mente e inspira contricción en el alma.

Es verdad que algunas veces los hombres se avergüenzan de sus caminos pecaminosos y abandonan algunos de sus malos hábitos antes de darse cuenta de que son atraídos a Cristo. Pero cuando hacen un esfuerzo por reformarse, con un sincero deseo de hacer el bien, es el poder de Cristo el que los está atrayendo.
Una influencia de la cual no se dan cuenta, obra sobre el alma, la conciencia se vivifica y la vida externa se enmienda. Y a medida que Cristo los induce a mirar su cruz y contemplar a quien han traspasado sus pecados, el mandamiento despierta la conciencia. La maldad de su vida, el pecado profundamente arraigado en su alma se les revela. Comienzan a entender algo de la justicia de Cristo y exclaman

"¿Qué es el pecado, para que exigiera tal sacrificio por la redención de su víctima?
¿Fueron necesarios todo este amor, todo este sufrimiento, toda esta humillación, para que no pereciéramos, sino que tuviéramos vida eterna?" .


El pecador puede resistir a este amor, puede rehusar ser atraído a Cristo; pero si no se resiste será atraído a Jesús; un conocimiento del plan de la salvación lo guiará al pie de la cruz, arrepentido de sus pecados, que han causado los sufrimientos del amado Hijo de Dios.
La misma inteligencia divina que obra en la naturaleza, habla al corazón de los hombres y crea un deseo indecible de algo que no tienen. Las cosas del mundo no pueden satisfacer su ansiedad.

El Espíritu de Dios está suplicándoles que busquen las cosas que sólo pueden dar paz y descanso: la gracia de Cristo y el gozo de la santidad. Por medio de influencias visibles e invisibles, nuestro Salvador está constantemente obrando para atraer el corazón de los hombres de los vanos placeres del pecado a las bendiciones infinitas que pueden disfrutar en él.

A todas estas almas que están procurando vanamente beber en las cisternas rotas de este mundo, se dirige el mensaje divino:
" El que tiene sed, ¡venga! ¡y el que quiera, tome del agua de la vida, de balde! " Apocalipsis 22: 17
Los que en nuestro corazón anhelamos algo mejor que lo que este mundo puede dar, reconocer este deseo como la voz de Dios que habla a nuestras almas. Pedirle que nos dé arrepentimiento, que nos revele a Cristo en su amor infinito y en su pureza perfecta.

En la vida del Salvador quedaron perfectamente ejemplificados los principios de la ley de Dios y el amor a Dios y al hombre. La benevolencia y el amor desinteresado fueron la vida de su alma. Contemplándolo, nos inunda la luz de nuestro Salvador y podemos ver la pecaminosidad de nuestro corazón.


Podemos lisonjearnos como Nicodemo de que nuestra vida ha sido muy buena, de que nuestro carácter es perfecto y pensar que no necesitamos humillar nuestro corazón delante de Dios como el pecador común, pero cuando la luz de Cristo resplandece en nuestras almas, vemos cuán impuros somos; discernimos el egoísmo de nuestros motivos y la enemistad contra Dios, que ha manchado todos los actos de nuestra vida. Entonces conocemos que nuestra propia justicia es en verdad como andrajos inmundos y que solamente la sangre de Cristo puede limpiarnos de las manchas del pecado y renovar nuestro corazón a su semejanza.


Un rayo de luz de la gloria de Dios, un destello de la pureza de Cristo que penetre en el alma, hace dolorosamente visible toda mancha de pecado y descubre la deformidad y los defectos del carácter humano. Hace patentes los deseos impuros, la infidelidad del corazón y la impureza de los labios. Los actos de deslealtad del pecador que anulan la ley de Dios, quedan expuestos a su vista y su espíritu se aflige y se oprime bajo la influencia escudriñadora del Espíritu de Dios. Se aborrece a si mismo viendo el carácter puro y sin mancha de Cristo.
Cuando el profeta Daniel vio la gloria que rodeaba al mensajero celestial que le había sido enviado, se sintió abrumado por su propia debilidad e imperfección. Describiendo el efecto de la maravillosa escena, dice:
" No quedó en mi esfuerzo, y mi lozanía se me demudó en palidez de muerte, y no retuve fuerza alguna " Daniel 10: 8

Cuando el alma se conmueve de esta manera, odia el egoísmo, aborrece el amor propio y busca, mediante la justicia de Cristo, la pureza de corazón que está en armonía con la ley de Dios y con el carácter de Cristo.
San Pablo dice que
" en cuanto a justicia que haya en la ley ", es decir, en cuanto se refiere a las obras externas, era " irreprensible " Filipenses 3: 6 , pero cuando comprendió el carácter espiritual de la ley, se vio a sí mismo pecador. Juzgado por la letra de la ley como los hombres la aplican a la vida externa, se había abstenido de pecado; pero cuando miró en la profundidad de sus santos preceptos y se vio como Dios lo veía, se humilló profundamente y confesó su maldad. Dice: " Y yo aparte de la ley vivía en un tiempo: mas cuando vino el mandamiento, revivió el pecado, y yo morí " Romanos 7: 9

Cuando vio la naturaleza espiritual de la ley, se mostró el pecado en su verdadera deformidad y su estimación propia se desvaneció.
No todos los pecados son delante de Dios de igual magnitud; hay diferencia de pecados a su juicio, como la hay a juicio de los hombres; sin embargo, aunque éste o aquel acto malo pueda parecer frívolo a los ojos de los hombres, ningún pecado es pequeño a la vista de Dios.

El juicio de los hombres es parcial e imperfecto; mas Dios ve todas las cosas como son realmente. El borracho es detestado y se dice que su pecado lo excluirá del cielo, mientras que el orgullo, el egoísmo y la codicia muchísimas veces pasan sin condenarse.
Sin embargo, éstos son pecados que ofenden especialmente a Dios; porque son contrarios a la benevolencia de su carácter, a ese amor desinteresado que es la misma atmósfera del universo que no ha caído. El que cae en alguno de los pecados grandes puede avergonzarse y sentir su pobreza y necesidad de la gracia de Cristo; pero el orgullo no siente ninguna necesidad y así cierra el corazón a Cristo y a las infinitas bendiciones que él vino a derramar.

El pobre publicano que oraba diciendo:
"¡Dios, ten misericordia de mí, pecador!" S. Lucas 18: 13 .
Se consideraba a sí mismo como un hombre muy malvado y así lo consideraban los demás, pero él sentía su necesidad, y con su carga de pecado y vergüenza vino delante de Dios implorando su misericordia., Su corazón estaba abierto para que el Espíritu de Dios hiciese en él su obra de gracia y lo libertase del poder del pecado. La oración jactanciosa y presuntuosa del fariseo mostró que su corazón estaba cerrado a la influencia del Espíritu Santo.

Por estar lejos de Dios, no tenía idea de su propia corrupción, que contrastaba con la perfección de la santidad divina. No sentía necesidad alguna y no recibió nada.
Si percibimos nuestra condición pecaminosa, no esperar a hacernos mejores nosotros mismos
¡Cuántos hay que piensan que no son bastante buenos para ir a Cristo!

¿Esperamos hacernos mejores por nuestros propios esfuerzos? "¿Puede acaso el etíope mudar su piel, o el leopardo sus manchas?
Entonces " podréis vosotros también obrar bien, que estáis habituados a obrar mal ". Jeremías 13: 23

Hay ayuda para nosotros solamente en Dios. No debemos permanecer en espera de persuasiones más fuertes, de mejores oportunidades o de caracteres más santos. Nada podemos hacer por nosotros mismos. Debemos ir a Cristo tales como somos.


Pero nadie se engañe a sí mismo con el pensamiento de que Dios, en su grande amor y misericordia, salvará aun a aquellos que rechazan su gracia. La excesiva corrupción del pecado puede conocerse solamente a la luz de la cruz. Cuando los hombres insisten en que Dios es demasiado bueno para desechar a los pecadores, miren al Calvario.

Fue porque no había otra manera en que el hombre pudiese ser salvo, porque sin este sacrificio era imposible que la raza humana escapara del poder contaminador del pecado y se pusiera en comunión con los seres santos, imposible que los hombres llegaran a ser partícipes de la vida espiritual; fue por esta causa por lo que Cristo tomó sobre sí la culpabilidad del desobediente y sufrió en lugar del pecador.

El amor, los sufrimientos y la muerte del Hijo de Dios, todo da testimonio de la terrible enormidad del pecado y prueba que no hay modo de escapar de su poder, ni esperanza de una vida más elevada, sino mediante la sumisión del alma a Cristo.


Algunas veces los impenitentes se excusan diciendo de los que profesan ser cristianos: " Soy tan bueno como ellos. No son más abnegados, sobrios, ni circunspectos en su conducta que yo. Les gustan los placeres y la complacencia propia tanto como a mí ".

Así hacen de las faltas de otros una excusa por su propio descuido del deber. Pero los pecados y faltas de otros no justifican los nuestros. Porque el Señor no nos ha dado un imperfecto modelo humano. Se nos ha dado como modelo al inmaculado Hijo de Dios, y los que se quejan de la mala vida de los que profesan ser creyentes, son los que deberían presentar una vida y un ejemplo más nobles. Si tienen un concepto tan alto de lo que un cristiano debe ser,
¿No es su pecado tanto mayor?
Saben lo que es bueno y, sin embargo rehúsan hacerlo.


Cuidaos de las dilaciones. No posterguemos la obra de abandonar nuestros pecados y buscar la pureza del corazón por medio de Jesús. Aquí es donde miles y miles han errado, para su perdición eterna. No insistiré sobre la brevedad e incertidumbre de la vida; pero hay un terrible peligro, un peligro que no se entiende suficientemente, en retardarse en ceder a la invitación del Espíritu Santo de Dios, en preferir vivir en el pecado, porque tal demora consiste realmente en eso.
El pecado, por pequeño que se suponga, no puede consentirse sino a riesgo de una pérdida infinita. Lo que no venzamos nos vencerá y determinará nuestra destrucción.


Adán y Eva se persuadieron de que por una cosa de tan poca importancia, como comer la fruta prohibida, no podrían resultar tan terribles consecuencias como Dios les había declarado. Pero esta cosa tan pequeña era la transgresión de la santa e inmutable ley de Dios; separaba de Dios al hombre y abría las compuertas de la muerte y de miserias sin número sobre nuestro mundo.

Siglo tras siglo ha subido de nuestra tierra un continuo lamento de aflicción, y la creación a una gime bajo la fatiga terrible del dolor, como consecuencia de la desobediencia del hombre. El cielo mismo ha sentido los efectos de la rebelión del hombre contra Dios. El Calvario está delante de nosotros como un recuerdo del sacrificio asombroso que se requirió para expiar la transgresión de la ley divina. No consideremos el pecado como cosa trivial.


Toda transgresión, todo descuido o rechazo de la gracia de Cristo, obra indirectamente sobre nosotros; endurece el corazón, deprava la voluntad, entorpece el entendimiento y, no solamente nos hace menos inclinados a ceder, sino también menos capaces de ceder a la tierna invitación del Espíritu de Dios.


Muchos están apaciguando su conciencia inquieta con el pensamiento de que pueden cambiar su mala conducta cuando quieran; de que pueden tratar con ligereza las invitaciones de la misericordia y, sin embargo, seguir siendo llamados. Piensan que después de menospreciar al Espíritu de gracia, después de echar su influencia del lado de Satanás, en un momento de terrible necesidad pueden cambiar de conducta. Pero esto no se hace tan fácilmente. La experiencia y la educación de una vida entera han amoldado de tal manera el carácter, que pocos desean después recibir la imagen de Jesús.


Un solo rasgo malo de carácter, un solo deseo pecaminoso, acariciado persistentemente, neutralizan a veces todo el poder del Evangelio. Toda indulgencia pecaminosa fortalece la aversión del alma hacia Dios. El hombre que manifiesta un descreído atrevimiento o una impasible indiferencia hacia la verdad, no está sino segando la cosecha de su propia siembra. En toda la Biblia no hay amonestación más terrible contra el hábito de jugar con el mal que las palabras del hombre sabio, cuando dice:
" Prenderán al impío sus propias iniquidades " Proverbios 5: 22


Cristo está pronto para libertarnos del pecado, pero no fuerza la voluntad; y si por la persistencia en el pecado la voluntad misma se inclina enteramente al mal y no deseamos ser libres, si no queremos aceptar su gracia,
¿qué más puede hacer?
Hemos obrado nuestra propia destrucción por nuestro deliberado rechazo de su amor.

" ¡He aquí ahora es el tiempo acepto! ¡he aquí ahora es el día de salvación! " 2 Corintios 6: 2 .

" ¡Hoy, si oyereis su voz, no endurezcáis vuestros corazones! " Hebreos 3: 7 y 8 .

" El hombre ve lo que aparece, mas el Señor ve el corazón " 1 Samuel 16: 7 .

El corazón humano con sus encontradas emociones de gozo y de tristeza, el extraviado y caprichoso corazón, morada de tanta impureza y engaño. El sabe sus motivos, sus mismos intentos y miras. Ir a él con nuestra alma manchada como está. Como el salmista, abrir sus cámaras al ojo que todo lo ve, exclamando

"¡Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón: ensáyame, y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí algún camino malo, y guíame en el camino eterno!"
Salmo 139: 23 y 24 .

Muchos aceptan una religión intelectual, una forma de santidad, sin que el corazón esté limpio.
Sea nuestra oración: " ¡Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí! " Salmo 51: 10 .

Ser leales con nuestra propia alma. Ser tan diligentes, tan persistentes, como lo seríamos si nuestra vida mortal estuviera en peligro. Este es un asunto que debe arreglarse entre Dios y nuestra alma; arreglarse para la eternidad. Una esperanza supuesta, y nada más, llegará a ser nuestra ruina.
Estudiemos la Palabra de Dios con oración. Esa Palabra nos presenta, en la ley de Dios y en la vida de Cristo, los grandes principios de la santidad, sin la cual " nadie verá al Señor ". Hebreos 12: 14

Convence de pecado; revela plenamente el camino de la salvación. Prestar atención como a la voz de Dios que nos habla.
Cuando veamos la enormidad del pecado, cuando nos veamos como somos en realidad, no nos entreguemos a la desesperación. Pues a los pecadores es a quienes Cristo vino a salvar.
No tenemos que reconciliar a Dios con nosotros, sino
¡oh maravilloso amor! " Dios estaba en Cristo, reconciliando consigo mismo al mundo " 2 Corintios 5: 19
El está solicitando por su tierno amor los corazones de sus hijos errados. Ningún padre según la carne podría ser tan paciente con las faltas y yerros de sus hijos, como lo es Dios con aquellos a quienes trata de salvar. Nadie podría argüir más tiernamente con el pecador. Jamás labios humanos han dirigido invitaciones más tiernas que él al extraviado.

Todas sus promesas, sus amonestaciones, no son sino la expresión de su indecible amor.
Cuando Satanás viene a decirte que eres un gran pecador, mira a tu Redentor y habla de sus méritos. Lo que te ayudará será el mirar su luz. Reconoce tu pecado, pero di al enemigo que ..... " Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores " 1 Timoteo 1: 15 y que puedes ser salvo por su incomparable amor.

Jesús hizo una pregunta a Simón con respecto a dos deudores. El primero debía a su señor una suma pequeña y el segundo una muy grande; pero él perdonó a ambos, y Cristo preguntó a Simón cuál deudor amaría más a su señor.
Simón contestó: " Aquel a quien más perdonó " S. Lucas 7: 43.

Hemos sido grandes deudores, pero Cristo murió para que fuésemos perdonados. Los méritos de su sacrificio son suficientes para presentarlos al Padre en nuestro favor. Aquellos a quienes ha perdonado más, lo amarán más, y estarán más cerca de su trono alabándolo por su grande amor e infinito sacrificio. Cuanto más plenamente comprendemos el amor de Dios, más nos percatamos de la pecaminosidad del pecado.

Cuando vemos cuán larga es la cadena que se nos ha arrojado para rescatarnos, cuando entendemos algo del sacrificio infinito que Cristo ha hecho en nuestro favor, el corazón se derrite de ternura y contrición.
 
Re: El Camino a Cristo.

COMO ES POSIBLE QUE LOS EDITORES DEL LIBRO NO TENGAN EL DISERNIMIENTO QUE TIENES TU EN ESTE CASO?? POR LO MENOS EL TITULO LE HUBIERAN CAMBIADO POR QUE EN REALIDAD TIENES RAZON CRISTO ES EL CAMINO HACIA EL PADRE EN ESE CASO LE HUBIERAN PUESTO EL " EL CAMINO A DIOS " O ALGO ASI

EXACTO. Lamentablemente luego de tantos años, mas de 145 años el adventismo promoviendo eso, hoy creo que se encuentra en una gran encrucijada. Caen o quedan en pie con Ellen White. Es el mismo caso de la Iglesia de Dios Universal con Herbert Armstrong. Tuvieron que desechar a su profeta para poder salvarse del sectarismo. Creo que muchos estan dentro del adventismo sin creer todo lo que ven alli, lo que pasa es que haym uchas cosas que los atan, amigos, el que diran, las familias unidas, una gran cadena que los ata. El punto mas debil del adventismo es PRECISAMENTE ELLEN WHITE, DE AHI EMANAN TODOS LOS PROBLEMAS TEOLOGICOS. PAZ A VOZ

www.cog7.org
Iglesia de Dios (7mo. dia)
 
Re: El Camino a Cristo.

COMO ES POSIBLE QUE LOS EDITORES DEL LIBRO NO TENGAN EL DISERNIMIENTO QUE TIENES TU EN ESTE CASO?? POR LO MENOS EL TITULO LE HUBIERAN CAMBIADO POR QUE EN REALIDAD TIENES RAZON CRISTO ES EL CAMINO HACIA EL PADRE EN ESE CASO LE HUBIERAN PUESTO EL " EL CAMINO A DIOS " O ALGO ASI

EXACTO. Lamentablemente luego de tantos años, mas de 145 años el adventismo promoviendo eso, hoy creo que se encuentra en una gran encrucijada. Caen o quedan en pie con Ellen White. El punto mas debil del adventismo es PRECISAMENTE ELLEN WHITE, DE AHI EMANAN TODOS LOS PROBLEMAS TEOLOGICOS. PAZ A VOZ

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Re: El Camino a Cristo.

Cap. 4Para obtener la paz interior

" EL que encubre sus transgresiones, no prosperará; mas quien las confiese y las abandone, alcanzará misericordia " Proverbios 28: 13
Las condiciones para obtener la misericordia de Dios son sencillas, justas y razonables. El Señor no nos exige que hagamos alguna cosa penosa para obtener el perdón de los pecados. No necesitamos hacer largas y cansadoras peregrinaciones, ni ejecutar duras penitencias, para encomendar nuestras almas al Dios de los cielos o para expiar nuestra transgresión; mas el que confiesa su pecado y se aparta de él, alcanzará misericordia.
El apóstol dice:
" Confesad pues vuestros pecados los unos a los otros, y orad los unos por los otros, para que seáis sanados " Santiago 5: 16

Confesar nuestros pecados a Dios, quien sólo puede perdonarlos, y nuestras faltas unos a otros. Si has dado motivo de ofensa a tu amigo o vecino, debes reconocer tu falta, y es su deber perdonarte libremente. Debes entonces buscar el perdón de Dios, porque el hermano a quien has ofendido pertenece a Dios y al perjudicarlo has pecado contra su Creador y Redentor.

Debemos presentar el caso delante del único y verdadero Mediador, nuestro gran Sumo Sacerdote, que " ha sido tentado en todo punto, así como nosotros, mas sin pecado, que es capaz de compadecerse de nuestras flaquezas" Hebreos 4: 15)
Y es poderoso para limpiarnos de toda mancha de pecado. Los que no se han humillado de corazón delante de Dios reconociendo su culpa, no han cumplido todavía la primera condición de la aceptación.

Si no hemos experimentado ese arrepentimiento, del cual nadie se arrepiente, y no hemos confesado nuestros pecados con verdadera humillación de alma y quebrantamiento de espíritu, aborreciendo nuestra iniquidad, no hemos buscado verdaderamente el perdón de nuestros pecados; y si nunca lo hemos buscado, nunca hemos encontrado la paz de Dios.

La única razón porque no obtenemos la remisión de nuestros pecados pasados es que no estamos dispuestos a humillar nuestro corazón y a cumplir con las condiciones de la Palabra de verdad. Se nos dan instrucciones explícitas tocante a este asunto.
La confesión de nuestros pecados, ya sea pública o privada, debe ser de corazón y voluntaria. No debe ser arrancada al pecador. No debe hacerse de un modo ligero y descuidado o exigirse de aquellos que no tienen real comprensión del carácter aborrecible del pecado.

La confesión que brota de lo íntimo del alma sube al Dios de piedad infinita. El salmista dice: " Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu contrito " Salmo 34: 18

La verdadera confesión es siempre de un carácter específico y declara pecados particulares. Pueden ser de tal naturaleza que solamente pueden presentarse delante de Dios. Pueden ser males que deben confesarse individualmente a los que hayan sufrido daño por ellos; pueden ser de un carácter público y, en ese caso, deberán confesarse públicamente. Toda confesión debe hacerse definida y al punto, reconociendo los mismos pecados de que seamos culpables.

En los días de Samuel los israelitas se extraviaron de Dios. Estaban sufriendo las consecuencias del pecado; porque habían perdido su fe en Dios, el discernimiento de su poder y su sabiduría para gobernar a la nación y su confianza en la capacidad del Señor para defender y vindicar su causa.

Se apartaron del gran Gobernante del universo y quisieron ser gobernados como las naciones que los rodeaban. Antes de encontrar paz hicieron esta confesión explícita:
" Porque a todos nuestros pecados hemos añadido esta maldad de pedir para nosotros un rey " 1 Samuel 12: 19
Tenían que confesar el mismo pecado del cual estaban convencidos.
Su ingratitud oprimía sus almas y los separaba de Dios.

Dios no acepta la confesión sin sincero arrepentimiento y reforma. Debe haber un cambio decidido en la vida; toda cosa que sea ofensiva a Dios debe dejarse. Esto será el resultado de una verdadera tristeza por el pecado.
Se nos presenta claramente la obra que tenemos que hacer de nuestra parte:
" ¡Lavaos, limpiaos; apartad la maldad de vuestras obras de delante de mis ojos; cesad de hacer lo malo; aprended a hacer lo bueno; buscad lo justo; socorred al oprimido; mantened el derecho del huérfano defended la causa de la viuda! "
Isaías 1: 16 y 17

" Si el inicuo devolviere la prenda, restituyere lo robado, y anduviere en los estatutos de la vida, sin cometer iniquidad, ciertamente vivirá; no morirá " Ezequiel 33: 15 .

San Pablo dice, hablando de la obra de arrepentimiento:
" Pues, he aquí, esto mismo, el que fuisteis entristecidos según Dios, ¡qué solícito cuidado obró en vosotros! y qué defensa de vosotros mismos! y ¡qué indignación! y ¡qué temor! y ¡qué ardiente deseo! y ¡qué celo! y ¡qué justicia vengativa!
En todo os habéis mostrado puros en este asunto " 2 Corintios 7: 11 .

Cuando el pecado ha amortiguado la percepción moral, el injusto no discierne los defectos de su carácter, ni comprende la enormidad del mal que ha cometido y, a menos que ceda al poder convincente del Espíritu Santo, permanecerá parcialmente ciego sin percibir su pecado. Sus confesiones no son sinceras ni de corazón.

Cada vez que reconoce su maldad trata de excusar su conducta declarando que si no hubiese sido por ciertas circunstancias, no habría hecho esto o aquello, de lo que se lo reprueba. Después de que Adán y Eva hubieron comido de la fruta prohibida, los embargó un sentimiento de vergüenza y terror. Al principio solamente pensaban en cómo podrían excusar su pecado y escapar de la terrible sentencia de muerte.

Cuando el Señor les habló tocante a su pecado, Adán respondió, echando la culpa en parte a Dios y en parte a su compañera:
" La mujer que pusiste aquí conmigo me dio del árbol, y comí". La mujer echó la culpa a la serpiente, diciendo: " La serpiente me engañó, y comí " Génesis 3: 12 y 13

¿Por qué hiciste la serpiente?
¿Por qué le permitiste que entrase en el Edén?
Esas eran las preguntas implicadas en la excusa de su pecado, haciendo así a Dios responsable de su caída. El espíritu de justificación propia tuvo su origen en el padre de la mentira y ha sido exhibido por todos los hijos e hijas de Adán. Las confesiones de esta clase no son inspiradas por el Espíritu divino y no serán aceptables para Dios. El arrepentimiento verdadero induce al hombre a reconocer su propia maldad, sin engaño ni hipocresía.

Como el pobre publicano que no osaba ni aun alzar sus ojos al cielo, exclamará:
" Dios, ten misericordia de mí, pecador ", y los que reconozcan así su iniquidad serán justificados, porque Jesús presentará su sangre en favor del alma arrepentida.

Los ejemplos de arrepentimiento y humillación genuinos que da la Palabra de Dios revelan un espíritu de confesión sin excusa por el pecado, ni intento de justificación propia. San Pablo no procura defenderse; pinta su pecado como es, sin intentar atenuar su culpa.

Dice: " Lo cual también hice en Jerusalén, encerrando yo mismo en la cárcel a muchos de los santos habiendo recibido autorización de parte de los jefes de los sacerdotes; y cuando se les daba muerte, yo echaba mi voto contra ellos. Y castigándolos muchas veces, por todas las sinagogas, les hacia fuerza para que blasfemasen; y estando sobremanera enfurecido contra ellos, iba en persecución de ellos hasta las ciudades extranjeras ". Hechos 26: 10 y 11 .

Sin vacilar declara: " Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores; de los cuales yo soy el primero " 1 Timoteo 1: 15 .

El corazón humilde y quebrantado, enternecido por el arrepentimiento genuino, apreciará algo del amor de Dios y del costo del Calvario; y como el hijo se confiesa a un padre amoroso, así presentará el que esté verdaderamente arrepentido todos sus pecados delante de Dios.


" Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda iniquidad " 1 S. Juan 1: 9
 
Re: El Camino a Cristo.

Humillado con todo respeto no deberias hacer respuestas tan largas ya que pocos tienen el chance de leerlas aunque interesantes estan muy largas
 
Re: El Camino a Cristo.

Humillado con todo respeto no deberias hacer respuestas tan largas ya que pocos tienen el chance de leerlas aunque interesantes estan muy largas

Todo aquel que desee leer, lo hará.
 
Re: El Camino a Cristo.

GACE:

LOS TESTIGOS DE JEHOVA COPIA ESE TITULO HACE UNOS AÑOS de los adventistas, le llamaron al libro que publicaron EL CAMINO A LA VIDA ETERNA. ¿Sabes quien es el camino en ese libro? LA WACHTOWER con sus atalayas y despertad. EN EL CAMINO A CRISTO DE ELLE WHITE, hay una que otra frase bonita y cristocentrica, pero ella patina mucho, Y HAY VARIAS CITAS extrañas, yo lo revise hace un par de meses atras en noviembre 2008. Hay mejores libros que ese en librerias evangelicas. Libros de Max Lucado, de Charles Stanley y de tantos escritores cristianos que la superan. Ahh, hasta un pastor adventista supera ese libro de Ellen White, el Pastor Bullon de quien he leido varios libros muy buenos y super cristocentricos. EL DE ELLEN NO DA EL GRADO, EL TITULO NADA MAS ES ANTIBIBLICO.

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¿Cuales son las frase extrañas de las que hablas?
¿Podrías ser más especifico por favor??
 
Re: El Camino a Cristo.

Todo aquel que desee leer, lo hará.

HUMILLADO:

Cuando la gente no adventista vemos que es de Ellen White es como si fuera Jose Smith, asi que NO LO LEEMOS!! No hay que leer lo que es producto del engaño, el plagio y la complicidad. Tu iglesia esta ahora cambiando los libros de Ellen White poco a poco para quitarse el lastre del plagio. El Deseado de Todas las Gentes le llaman, EL MESIAS, otros libros los he visto con titulos modernos y en lenguaje parafraseado, asi van cambiando poco a poco los productos del plagio. Veras como te cambiaran mas libros. El Camino a Cristo un dia de estos le cambiaran ese titulo errado, PORQUE CRISTO ES EL CAMINO.
 
Re: El Camino a Cristo.

Capítulo tercero, donde se cuenta la graciosa manera que tuvo D. Quijote en armarse caballero.

Y así, fatigado de este pensamiento, abrevió su venteril y limitada cena, la cual acabada llamó al ventero, y encerrándose con él en la caballeriza, se hincó de rodillas ante él, diciéndole, no me levantaré jamás de donde estoy, valeroso caballero, fasta que la vuestra cortesía, me otorgue un don que pedirle quiero, el cual redundará en alabanza vuestra y en pro del género humano. El ventero que vió a su huésped a sus pies, y oyó semejantes razones, estaba confuso mirándole, sin saber qué hacerse ni decirle, y porfiaba con él que se levantase; y jamás quiso, hasta que le hubo de decir que él le otorgaba el don que le pedía. No esperaba yo menos de la gran magnificencia vuestra, señor mío, respondió D. Quijote; y así os digo que el don que os he pedido, y de vuestra liberalidad me ha sido otorgado, es que mañana, en aquel día, me habéis de armar caballero, y esta noche en la capilla de este vuestro castillo velaré las armas; y mañana, como tengo dicho, se cumplirá lo que tanto deseo, para poder, como se debe, ir por todas las cuatro partes del mundo buscando las aventuras en pro de los menesterosos, como está a cargo de la caballería y de los caballeros andantes, como yo soy, cuyo deseo a semejantes fazañas es inclinado. El ventero, que como está dicho, era un poco socarrón, y ya tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando acabó de oír semejantes razones, y por tener que reír aquella noche, determinó seguirle el humor; así le dijo que andaba muy acertado en lo qeu deseaba y pedía, y que tal prosupuesto era propio y natural de los caballeros tan principales como él parecía, y como su gallarda presencia mostraba, y que él ansimesmo, en los años de su mocedad se había dado a aquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del mundo buscando sus aventuras, sin que hubiese dejado los percheles de Málaga, islas de Riarán, compás de Sevilla, azoguejo de Segovia, la olivera de Valencia, rondilla de Granada, playa de Sanlúcar, potro de Córdoba, y las ventillas de Toledo, y otras diversas partes donde había ejercitado la ligereza de sus pies y sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas, y engañando a muchos pupilos, y finalmente, dándose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda España; y que a lo último se había venido a recoger a aquel su castillo, donde vivía con toda su hacienda y con las ajenas, recogiendo en él a todos los caballeros andantes de cualquiera calidad y condición que fuesen, sólo por la mucha afición que les tenía, y porque partiesen con él de su shaberes en pago de su buen deseo. Díjole también que en aquel su castillo no había capilla alguna donde poder velar las armas, porque estaba derribada para hacerla de nuevo; pero en caso de necesidad él sabía que se podían velar donde quiera, y que aquella noche las podría velar en un patio del castillo; que a la mañana, siendo Dios servido, se harían las debidas ceremonias de manera que él quedase armado caballero, y tan caballero que no pudiese ser más en el mundo. Preguntóle si traía dineros: respondió Don Quijote que no traía blanca, porque él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese traído. A esto dijo el ventero que se engañaba: que puesto caso que en las historias no se escribía, por haberles parecido a los autores de ellas que no era menester escribir una cosa tan clara y tan necesaria de traerse, como eran dineros y camisas limpias, no por eso se había de creer que no los trajeron; y así tuviese por cierto y averiguado que todos los caballeros andantes (de que tantos libros están llenos y atestados) llevaban bien erradas las bolsas por lo que pudiese sucederles, y que asimismo llevaban camisas y una arqueta pequeña llena de ungüentos para curar las heridas que recibían, porque no todas veces en los campos y desiertos, donde se combatían y salían heridos, había quien los curase, si ya no era que tenían algún sabio encantador por amigo que luego los socorría, trayendo por el aire, en alguna nube, alguna doncella o enano con alguna redoma de agua de tal virtud, que en gustando alguna gota de ella, luego al punto quedaban sanos de sus llagas y heridas, como si mal alguno no hubiesen tenido; mas que en tanto que esto no hubiese, tuvieron los pasados caballeros por cosa acertada que sus escuderos fuesen proveídos de dineros y de otras cosas necesarias, como eran hilas y ungüentos para curarse; y cuando sucedía que los tales caballeros no tenían escuderos (que eran pocas y raras veces), ellos mismos lo llevaban todo en unas alforjas muy sutiles, que casi no se parecían a las ancas del caballo, como que era otra cosa de más importancia; porque no siendo por ocasión semejante, esto de llevar alforjas no fue muy admitido entre los caballeros andantes; y por esto le daba por consejo (pues aún se lo podía mandar como a su ahijado, que tan presto lo había de ser), que no caminase de allí adelante sn dineros y sin las prevenciones referidas, y que vería cuán bien se hallaba con ellas cuando menos se pensase. Prometióle don Quijote de hacer lo que se le aconsejaba con toda puntualidad; y así se dió luego orden como velase las armas en un corral grande, que a un lado de la venta estaba, y recogiéndolas Don Quijote todas, las puso sobre una pila que junto a un pozo estaba, y embrazando su adarga, asió de su lanza, y con gentil continente se comenzó a pasear delante de la pila; y cuando comenzó el paseo, comenzaba a cerrar la noche.

Contó el ventero a todos cuantos estaban en la venta la locura de su huésped, la vela de las armas y la armazón de caballería que esperaba. Admirándose de tan extraño género de locura, fuéronselo a mirar desde lejos, y vieron que, con sosegado ademán, unas veces se paseaba, otras arrimado a su lanza ponía los ojos en las armas sin quitarlos por un buen espacio de ellas. Acabó de cerrar la noche; pero con tanta claridad de la luna, que podía competir con el que se le prestaba, de manera que cuanto el novel caballero hacía era bien visto de todos.

Antojósele en esto a uno de los arrieros que estaban en la venta ir a dar agua a su recua, y fue menester quitar las armas de Don Quijote, que estaban sobre la pila, el cual, viéndole llegar, en voz alta le dijo: ¡Oh tú, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a tocar las armas del más valeroso andante que jamás se ciñó espada, mira lo que haces, y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento! No se curó el arriero de estas razones (y fuera mejor que se curara, porque fuera curarse en salud); antes, trabando de las correas, las arrojó gran trecho de sí, lo cual visto por Don Quijote, alzó los ojos al cielo, y puesto el pensamiento (a lo que pareció) en su señora Dulcinea, dijo: acorredme, señora mía, en esta primera afrenta que a este vuestro avasallado pecho se le ofrece; no me desfallezca en este primero trance vuestro favor y amparo: y diciendo estas y otras semejantes razones, soltando la adarga, alzó la lanza a dos manos y dió con ella tan gran golpe al arriero en la cabeza, que le derribó en el suelo tan maltrecho, que, si secundara con otro, no tuviera necesidad de maestro que le curara. Hecho esto, recogió sus armas, y tornó a pasearse con el mismo reposo que primero. Desde allí a poco, sin saberse lo que había pasado (porque aún estaba aturdido el arriero), llegó otro con la misma intención de dar agua a sus mulos; y llegando a quitar las armas para desembarazar la pila, sin hablar Don Quijote palabra, y sin pedir favor a nadie, soltó otra vez la adarga, y alzó otra vez la lanza, y sin hacerla pedazos hizo más de tres la cabeza del segundo arriero, porque se la abrió por cuatro. Al ruido acudió toda la gente de la venta, y entre ellos el ventero. Viendo esto Don Quijote, embrazó su adarga, y puesta mano a su espada, dijo: ¡Oh, señora de la fermosura, esfuerzo y vigor del debilitado corazón mío, ahora es tiempo que vuelvas los ojos de tu grandeza a este tu cautivo caballero, que tamaña aventura está atendiendo! Con esto cobró a su parecer tanto ánimo, que si le acometieran todos los arrieros del mundo, no volviera el pie atrás. Los compañeros de los heridos que tales los vieron, comenzaron desde lejos a llover piedras sobre Don Quijote, el cual lo mejor que podía se reparaba con su adarga y no se osaba apartar de la pila por no desamparar las armas. El ventero daba voces que le dejasen, porque ya les había dicho como era loco, y que por loco se libraría, aunque los matase a todos. También Don Quijote las daba mayores, llamándolos de alevosos y traidores, y que el señor del castillo era un follón y mal nacido caballero, pues de tal manera consentía que se tratasen los andantes caballeros, y que si él hubiera recibido la orden de caballería, que él le diera a entender su alevosía; pero de vosotros, soez y baja canalla, no hago caso alguno: tirad, llegad, venid y ofendedme en cuanto pudiéredes, que vosotros veréis el pago que lleváis de vuestra sandez y demasía. Decía esto con tanto brío y denuedo, que infundió un terrible temor en los que le acometían; y así por esto como por las persuasiones del ventero, le dejaron de tirar, y él dejó retirar a los heridos, y tornó a la vela de sus armas con la misma quietud y sosiego que primero.

No le parecieron bien al ventero las burlas de su huésped, y determinó abreviar y darle la negra orden de caballería luego, antes que otra desgracia sucediese; y así, llegándose a él se disculpó de la insolencia que aquella gente baja con él había usado, sin que él supiese cosa alguna; pero que bien castigado quedaban de su atrevimiento. Díjole, como ya le había dicho, que en aquel castillo no había capilla, y para lo que restaba de hacer tampoco era necesaria; que todo el toque de quedar armado caballero consistía en la pescozada y en el espaldarazo, según él tenía noticia del ceremonial de la orden, y que aquello en mitad de un campo se podía hacer; y que ya había cumplido con lo que tocaba al elar de las armas, que con solas dos horas de vela se cumplía, cuanto más que él había estado más de cuatro.

Todo se lo creyó Don Quijote, y dijo que él estaba allí pronto para obedecerle, y que concluyese con la mayor brevedad que pudiese; porque si fuese otra vez acometido, y se viese armado caballero, no pensaba dejar persona viva en el castillo, excepto aquellas que él le mandase, a quien por su respeto dejaría. Advertido y medroso de esto el castellano, trajo luego un libro donde asentaba la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino a donde Don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas, y leyendo en su manual como que decía alguna devota oración, en mitad de la leyenda alzó la mano, y dióle sobre el cuello un buen golpe, y tras él con su misma espada un gentil espaldarazo, siempre murmurando entre dientes como que rezaba. Hecho esto, mandó a una de aquellas damas que le ciñese la espada, la cual lo hizo con mucha desenvoltura y discreción, porque no fue menester poca para no reventar de risa a cada punto de las ceremonias; pero las proezas que ya habían visto del novel caballero les tenía la risa a raya. Al ceñirle la espada dijo la buena señora: Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero, y le dé ventura en lides. Don Quijote le preguntó como se llamaba, porque él supiese de allí adelante a quién quedaba obligado por la merced recibida, porque pensaba darle alguna parte de la honra que alcanzase por el valor de su brazo. Ella respondió con mucha humildad que se llamaba la Tolosa, y que era hija de un remendón, natural de Toledo, que vivía a las tendillas de Sancho Bienaya, y que donde quiera que ella estuviese le serviría y le tendría por señor. Don Quijote le replicó que por su amor le hiciese merced, que de allí en adelante se pusiese don, y se llamase doña Tolosa. Ella se lo prometió; y la otra le calzó la espuela, con la cual le pasó casi el mismo coloquio que con la de la espada. Preguntóle su nombre, y dijo que se llamaba la Molinera, y que era hija de un honrado molinero de Antequera; a la cual también rogó Don Quijote que se pusiese don, y se llamase doña Molinera, ofreciéndole nuevos servicios y mercedes.

Hechas, pues, de galope y aprisa las hasta allí nunca vistas ceremonias, no vió la hora Don Quijote de verse a caballo y salir buscando las aventuras; y ensillando luego a Rocinante, subió en él, y abrazando a su huésped, le dijo cosas tan extrañas, agradeciéndole la merced de haberle armado caballero, que no es posible acertar a referirlas. El ventero, por verle ya fuera de la venta, con no menos retóricas, aunque con más breves palabras, respondió a las suyas, y sin pedirle la costa de la posada, le dejó ir a la buena hora.
 
Re: El Camino a Cristo.

Capítulo cuarto. De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta

La del alba sería cuando Don Quijote salió de la venta, tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo. Mas viniéndole a la memoria los consejos de su huésped acerca de las prevenciones tan necesarias que había de llevar consigo, en especial la de los dineros y camisas, determinó volver a su casa y acomodarse de todo, y de un escudero, haciendo cuenta de recibir a un labrador vecino suyo, que era pobre y con hijos, pero muy a propósito para el oficio escuderil de la caballería. Con este pensamiento guió a Rocinante hacia su aldea, el cual casi conociendo la querencia, con tanta gana comenzó a caminar, que parecía que no ponía los pies en el suelo. No había andado mucho, cuando le pareció que a su diestra mano, de la espesura de un bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas, como de persona que se quejaba; y apenas las hubo oído, cuando dijo: gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante, donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi profesión, y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos: estas voces sin duda son de algún menesteroso o menesterosa, que ha menester mi favor y ayuda: y volviendo las riendas encaminó a Rocinante hacia donde le pareció que las voces salían; y a pocos pasos que entró por el bosque, vió atada una yegua a una encina, y atado en otra un muchacho desnudo de medio cuerpo arriba, de edad de quince años, que era el que las voces daba y no sin causa, porque le estaba dando con una pretina muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote le acompañaba con una reprensión y consejo, porque decía: la lengua queda y los ojos listos. Y el muchacho respondía: no lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios, que no lo haré otra vez, y yo prometo de tener de aquí adelante más cuidado con el hato. Y viendo Don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo: descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede; subid sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza, (que también tenía una lanza arrimada a la encina, adonde estaba arrendada la yegua) que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo.

El labrador, que vió sobre sí aquella figura llena de armas, blandiendo la lanza sobre su rostro, túvose por muerto, y con buenas palabras respondió: señor caballero, este muchacho que estoy castigando es un mi criado, que me sirve de guardar una manada de ovejas que tengo en estos contornos, el cual es tan descuidado que cada día me falta una, y porque castigo su descuido o bellaquería, dice que lo hago de miserable, por no pagarle la soldada que le debo, y en Dios y en mi ánima que miente. ¿Miente, delante de mí, ruin villano? dijo Don Quijote. Por el sol que nos alumbra, que estoy por pasaros de parte a parte con esta lanza: pagadle luego sin más réplica; si no, por el Dios que nos rige, que os concluya y aniquile en este punto: desatadlo luego. El labrador bajó la cabeza, y sin responder palabra desató a su criado, al cual preguntó Don Quijote que cuánto le debía su amo. El dijo que nueve meses, a siete reales cada mes. Hizo la cuenta Don Quijote, y halló que montaban sesenta y tres reales, y díjole al labrador que al momento los desembolsase, si no quería morir por ello. Respondió el medroso villano, que por el paso en que estaba y juramento que había hecho (y aún no había jurado nada), que no eran tantos, porque se le había de descontar y recibir en cuenta tres pares de zapatos que le había dado, y un real de dos sangrías que le habían hecho estando enfermo. Bien está todo eso, replicó Don Quijote; pero quédense los zapatos y las sangrías por los azotes que sin culpa le habéis dado, que si él rompió el cuero de los zapatos que vos pagásteis, vos le habéis rompido el de su cuerpo, y si le sacó el barbero sangre estando enfermo, vos en sanidad se la habéis sacado; así que por esta parte no os debe nada. El daño está, señor caballero, en que no tengo aquí dineros: véngase Andrés conmigo a mi casa, que yo se los pagaré un real sobre otro.

¿Irme yo con él, dijo el muchacho, más? ¡Mal año! No, señor, ni por pienso, porque en viéndose solo me desollará como a un San Bartolomé. No hará tal, replicó Don Quijote; basta que yo se lo mande para que me tenga respeto, y con que él me lo jure por la ley de caballería que ha recibido, le dejaré ir libre y aseguraré la paga. Mire vuestra merced, señor, lo que dice, dijo el muchacho, que este mi amo no es caballero, ni ha recibido orden de caballería alguna, que es Juan Haldudo el rico, vecino del Quintanar.

Importa poco eso, respondió Don Quijote, que Haldudos puede haber caballeros, cuanto más que cada uno es hijo de sus obras. Así es verdad, dijo Andrés; pero este mi amo, ¿de qué obras es hijo, pues me niega mi soldada y mi sudor y trabajo? No niego, hermano Andrés, respondió el labrador, y hacedme placer de veniros conmigo, que yo juro, por todas las órdenes de caballerías hay en el mundo, de pagaros, como tengo dicho, un real sobre otro, y aun sahumados. Del sahumerio os hago gracia, dijo Don Quijote, dádselos en reales, que con esto me contento; y mirad que lo cumpláis como lo habéis jurado; si no, por el mismojuramento os juro de volver a buscaros y a castigaros, y que os tengo de hallar aunque os escondáis más que una lagartija. Y si queréis saber quién os manda esto, para quedar con más veras obligado a cumplirlo, sabed que yo soy el valeroso Don Quijote de la Mancha, el desfacedor de agravios y sinrazones; y a Dios quedad, y no se os parta de las mientes lo prometido y jurado, so pena de la pena pronunciada.

Y en diciendo esto picó a su Rocinante, y en breve espacio se apartó de ellos. Siguióle el labrador con los ojos, y cuando vió que había traspuesto el bosque y que ya no parecía, volvióse a su criado Andrés y díjole: Venid acá, hijo mío, que os quiero pagar lo que os debo, como aquel desfacedor de agravios me dejó mandado. Eso juro yo, dijo Andrés, y como que andará vuestra merced acertado en cumplir el mandamiento de aquel buen caballero, que mil años viva, que según es de valeroso y de buen jue, vive Roque, que si no me paga, que vuelva y ejecute lo que dijo. También lo juro yo, dijo el labrador; pero por lo mucho que os quiero, quiero acrecentar la deuda por acrecentar la paga. Y asiéndolo del brazo, le tornó a atar a la encina, donde le dió tantos azotes, que le dejó por muerto. Llamad, señor Andrés, ahora, decía el labrador, al desfacedor de agravios, veréis cómo no desface aqueste, aunque creo que no está acabado de hacer, porque me viene gana de desollaros vivo, como vos temíades.

Pero al fin le desató, y le dió licencia que fuese a buscar a su juez para que ejecutase la pronunciada sentencia. Andrés se partió algo mohino, jurando de ir a buscar al valeroso Don Quijote de la Mancha, y contarle punto por punto lo que había pasado, y que se lo había de pagar con setenas, pero con todo esto, él se partió llorando y su amo se quedó riendo.

Y de esta manera deshizo el agravio el valeroso Don Quijote, el cual, contentísimo de lo sucedido, pareciéndole que había dado felicísimo y alto principio a sus caballerías, con gran satisfacción de sí mismo iba caminando hacia su aldea, diciendo a media voz: Bien te puedes llamar dichosas sobre cuantas hoy viven en la tierra, oh sobre las bellas, bella Dulcinea del Toboso, pues te cupo en suerte tener sujeto y rendido a toda tu voluntad y talante a un tan valiente y tan nombrado caballero, como lo es y será Don Quijote de la Mancha, el cual, como todo el mundo sabe, ayer recibió la orden de caballería, y hoy ha desfecho el mayor tuerto y agravio que formó la sinrazón y cometió la crueldad; hoy quitó el látigo de la mano a aquel despiadado enemigo que tan sin ocasión valpuleaba a aquel delicado infante. En esto llegó a un camino que en cuatro se dividía, y luego se le vino a la imaginación las encrucijadas donde los caballeros andantes se ponían a pensar cuál camino de aquellos tomarían; y por imitarlos, estuvo un rato quedo, y al cabo de haberlo muy bien pensado soltó la rienda a Rocinante, dejando a la voluntad del rocín la suya, el cual siguió su primer intento, que fue el irse camino de su caballeriza, y habiendo andado como dos millas, descubrió Don Quijote un gran tropel de gente que, como después se supo, eran unos mercaderes toledanos, que iban a comprar a Murcia. Eran seis, y venían con sus quitasoles, con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie.

Apenas les divisó Don Quijote, cuando se imaginó ser cosa de nueva aventura, y por imitar en todo, cuanto a él le parecía posible, los pasos que había leído en su s libros, le pareció venir allí de molde uno que pensaba hacer; y así con gentil continente y denuedo se afirmó bien en los estribos, apretó la lanza, llegó la adarga al pecho, y puesto en la mitad del camino estuvo esperando que aquellos caballeros andantes llegasen (que ya él por tales los tenía y juzgaba); y cuando llegaron a trecho que se pudieron ver y oír, levantó Don Quijote la voz, y con ademán arrogante dijo: todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.

Paráronse los mercaderes al son de estas razones, y al ver la estraña figura del que las decía, y por la figura y por ellas luego echaron de ver la locura de su dueño, mas quisieron ver despacio en qué paraba aquella confesión que se les pedía; y uno de ellos, que era un poco burlón y muy mucho discreto, le dijo: señor caballero, nosotros no conocemos quién es esa buena señora que decís; mostrádnosla, que si ella fuere de tanta hermosura como significáis, de buena gana y sin apremio alguno confesaremos la verdad que por parte vuestra nos es pedida. Si os la mostrara, replicó Don Quijote, ¿qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; donde no, conmigo sois en batalla, gente descomunal y soberbia: que ahora vengáis uno a uno, como pide la orden de caballería, ora todos juntos, como es costumbre y mala usanza de los de vuestra ralea, aquí os aguardo y espero, confiado en la razón que de mi parte tengo. Señor caballero, replicó el mercader, suplico a vuestra merced en nombre de todos estos príncipes que aquí estamos, que, porque no carguemos nuestras conciencias, confesando una cosa por nosotros jamás vista ni oída, y más siendo tan en perjuicio de las emperatrices y reinas del Alcarria y Extremadura, que vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa señora, aunque sea tamaño como un grano de trigo, que por el hilo se sacará el ovillo, y quedaremos con esto satisfechos y seguros, y vuestra merce quedará contento y pagado; y aun creo que estamos ya tan de su parte, que aunque su retrato nos muestre que es turerta de un ojo, y que del otro le mana bermellón y piedra azufre, con todo eso, por complacer a vuestra merced, diremos en su favor todo lo que quisiere. No le mana, canalla infame, respondió Don Quijote encendido en cólera, no le mana, digo, eso que decís, sino ámbar y algalia entre algodones, y no es tuerta ni corcobada, sino más derecha que un huso de Guadarrama; pero vosotros pagaréis la grande blasfemia que habéis dicho contra tamaña beldad, como es la de mi señora. Y en diciendo esto, arremetió con la lanza baja contra el que lo había dicho, con tanta furia y enojo, que si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cayó Rocinante, y fue rodando su amo una buena pieza por el campo, y queriéndose levantar, jamás pudo: tal embarazo le causaba la lanza, espuelas y celada, con el peso de las antiguas armas. Y entre tanto que pugnaba por levantarse y no podía, estaba diciendo: non fuyáis, gente cobarde, gente cautiva, atended que no por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido. Un mozo de mulas de los que allí venían, que no debía de ser muy bien intencionado, oyendo decir al pobre caído tantas arrogancias, no lo pudo sufrir sin darle la respuesta en las costillas. Y llegándose a él, tomó la lanza, y después de haberla hecho pedazos, con uno de ellos comenzó a dar a nuestro Don Quijote tantos palos, que a despecho y pesar de sus armas le molió como cibera. Dábanle voces sus amos que no le diese tanto, y que le dejase; pero estaba ya el mozo picado, y no quiso dejar el juego hasta envidar todo el resto de su cólera; y acudiendo por los demás trozos de la lanza, los acabó de deshacer sobre el miserable caído, que con toda aquella tempestad de palos que sobre él lovía, no cerraba laboca, amenazando al cielo y a la tierra y a los malandrines, que tal le parecían. Cansóse el mozo, y los mercaderes siguieron su camino, llevando que contar en todo él del pobre apaleado, el cual, después que se vió solo, tornó a probar si podía levantarse; pero, si no lo pudo hacer cuando sano y bueno, ¿cómo lo haría molido y casi deshecho? Y aún se tenía por dichoso, pareciéndole que aquella era propia desgracia de caballeros andantes, y toda la atribuía a la falta de su caballo; y no era posible levantarse, según tenía abrumado todo el cuerpo.