Así que debemos dejar en claro lo siguiente:
¿Con qué autoridad podemos y debemos reprender y corregir? Respuesta: con la que nos concede la Palabra de Dios.
Es la Palabra de Dios la que juzga, y no nuestro parecer humano. Es la Palabra de Dios la que descalifica lo incalificable, la que reprende lo reprensible, la que corrige lo incorregible, la que separa lo inseparable, la que destruye lo destructivo.
La que juzga es la misma Palabra de Dios, y esa Palabra de Dios, cual espada de dos filos (He. 4: 12; Ef. 6: 17), ¡ha de ser consecuentemente esgrimida con rigor!
La Palabra, cual espada del Espíritu, tiene que ser desenvainada y blandida con rigor y con amor. Esa es nuestra indicación.
«Y tomad la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios» (Ef. 6: 17)
No vale con decir, como muchos hacen: “Ya Dios les juzgará, y usted sólo dedíquese a orar y a llevar la palabra a los perdidos”.
¡No! eso no es así. Usted y yo tenemos la tremenda responsabilidad ante Dios de ser sal y ser luz (Mt. 5: 13, 14); de no participar en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprenderlas (Ef. 5:11); de hacer un azote de cuerdas y echar fuera del templo de Dios todo lo que no es de Dios, y no permitir que se haga de la casa del Padre, casa de mercado, aun y a tenor de ser considerados faltos de amor, ásperos o desagradables como pensaron que lo fue nuestro Señor cuando así literalmente él hizo (Juan 2: 3-16).
No podemos vivir un cristianismo pasivo, sincrético y ajeno a lo que otros hacen. Existe un Tribunal, el de Cristo que nos juzgará severamente si no hacemos como el Maestro hizo y nos enseñó a hacer (2 Co. 5: 10).
Tenemos la enorme e ingrata responsabilidad de parte de Dios en Su Palabra, de juzgar todas las cosas (1 Co. 2: 15), por amor, no sólo a los perdidos, sino mayormente a los salvos, pero que están o pueden estar en gran peligro por llegar a seguir los postulados demoníacos de muchos falsos maestros y profetas, que enseñan – por citar unas pocas aquí - aberraciones como los “Encuentros del G12” y su contenido, el G12, el falso ecumenismo, la falsa prosperidad/doctrina de pactos con Dios, el falso mover y manifestaciones del Espíritu Santo, el falso avivamiento, la risa santa o borrachera espiritual, la fe en la fe, la visualización, la confesión positiva, el pensamiento positivo/posibilista, la doctrina de los pequeños dioses, la teología del dominio o dominionismo, etc. etc. etc.
Es decir, todo añadido al Evangelio, lo cual es anatema (véase Gal. 1: 8, 9) y aún contumazmente pretende ser considerado evangélico.
¡No, no vale con argumentar “ya les juzgará Dios”! Dios quiere que les juzguemos nosotros y ahora (1 Co. 5: 12), no con condenación, sino poniendo a la luz lo que hacen para que los demás sean advertidos y se aparten de ellas.
DLB.