“Se abren los archivos de la Inquisición.” Con estas palabras anunciaron los medios de comunicación que el Vaticano ha concedido permiso para que los investigadores accedan a los archivos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, organismo conocido hasta 1965 por el nombre de Santo Oficio.
SE DIJO que dicha decisión debía interpretarse “dentro del contexto de un largo y organizado proceso de revisión histórica que Juan Pablo II deseaba terminar antes del año 2000”. ¿A qué obedece tanto interés en estos archivos? ¿Qué secretos se piensa que contienen?
El papa Pablo III instituyó el Santo Oficio en 1542. Era un organismo pontificio destinado a la represión de la “herejía” que recibió también el nombre de Inquisición romana, para distinguirlo de la Inquisición española, establecida en 1478. La congregación cardenalicia creada en 1542 debía “ocuparse de la cuestión de la herejía en toda la cristiandad”, explica Adriano Prosperi, autoridad en la materia. De las inquisiciones del siglo XVI, solo sigue activa la Inquisición romana, aunque con otro nombre y con funciones distintas.
Los documentos de la Inquisición se compilaron y, con el tiempo, constituyeron los archivos secretos del Santo Oficio. Estos fueron saqueados en 1559 por algunos habitantes de Roma que se sublevaron para “celebrar” la muerte del papa Pablo IV, considerado el principal defensor de la Inquisición romana. Posteriormente, en 1810, Napoleón I los trasladó a París tras su conquista de Roma. Tanto entonces como cuando luego fueron restituidos al Papa, se perdieron o destruyeron muchos documentos.
¿Qué contienen?
Los más de cuatro mil trescientos documentos de que constan los archivos ocupan dos salas próximas a la Basílica de San Pedro. Según el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de esta institución vaticana, su contenido está relacionado indirectamente con cuestiones históricas, pero “son mayormente de naturaleza teológica”.
Los historiadores en general opinan que no se puede esperar que los escritos revelen mucho. El profesor Prosperi explica que, si bien se conservan las minutas de las reuniones de la Inquisición romana, “faltan los alegatos, los memoriales y casi todas las actas procesales. La mayor parte se destruyó en París entre 1815 y 1817 por orden del monseñor Marino Marini, enviado desde Roma para recuperar los documentos que se había llevado Napoleón”.
El Vaticano ha concedido permiso a los investigadores para acceder a los documentos anteriores a julio de 1903, cuando murió el papa León XIII, aunque para ello deben presentar cartas de recomendación de autoridades religiosas o académicas.
Crítica
La noticia de que se abrían los archivos fue muy elogiada; no obstante, también se oyeron voces de crítica. Tras analizar las razones por las que solo se dio acceso a los documentos anteriores a 1903, el teólogo católico Hans Küng pregunta: “¿Pudiera ser que 1903 sea precisamente la fecha en que más interesantes resultan, ya que en ese año el papa Pío X, que acababa de ocupar el solio pontificio, comenzó una campaña antimodernista de la que serían víctimas toda una serie de teólogos y que crearía dificultades a los propios obispos de Italia, Francia y Alemania, y alejaría de la Iglesia a un sinnúmero de personas?”.
En opinión de Italo Mereu, historiador especializado en Derecho, a pesar de haber cambiado de nombre y de haber abierto los archivos, “la labor que efectúa [la Congregación para la Doctrina de la Fe] es la misma que la de la vieja Inquisición, con los mismos métodos de antaño”, como el de no permitir que los investigados vean documentos que les conciernen.
“Nada hay [...] secreto que no haya de llegar a saberse”
Por lo general, los historiadores no creen que vayan a hacer ningún descubrimiento sensacional en los “archivos de la Inquisición”. De todas formas, es significativo que la Iglesia Católica se sienta obligada a someterse al juicio de la opinión pública.
No obstante, de mucha más importancia es la opinión de Dios. Él, al debido tiempo, emitirá su juicio tocante a una religión que, llamándose cristiana, infringió por siglos Sus mandatos y contravino el espíritu de la enseñanza de Jesús organizando crueles inquisiciones. En estas se torturó y dio muerte horriblemente a un sinfín de inocentes por el mero hecho de no querer aceptar las doctrinas o prácticas de la Iglesia (Mateo 26:52; Juan 14:15; Romanos 14:12).
Prescindiendo de lo minucioso que sea el estudio que efectúen los que investiguen los archivos, este siempre quedará incompleto. Por otro lado, “no hay creación que no esté manifiesta a la vista de él [Dios], sino que todas las cosas están desnudas y abiertamente expuestas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13).
De ahí que Jesús, con referencia a los líderes religiosos que se oponían a él, pudiera decir a sus discípulos: “No los teman; porque nada hay encubierto que no haya de llegar a descubrirse, ni secreto que no haya de llegar a saberse” (Mateo 10:26).
SE DIJO que dicha decisión debía interpretarse “dentro del contexto de un largo y organizado proceso de revisión histórica que Juan Pablo II deseaba terminar antes del año 2000”. ¿A qué obedece tanto interés en estos archivos? ¿Qué secretos se piensa que contienen?
El papa Pablo III instituyó el Santo Oficio en 1542. Era un organismo pontificio destinado a la represión de la “herejía” que recibió también el nombre de Inquisición romana, para distinguirlo de la Inquisición española, establecida en 1478. La congregación cardenalicia creada en 1542 debía “ocuparse de la cuestión de la herejía en toda la cristiandad”, explica Adriano Prosperi, autoridad en la materia. De las inquisiciones del siglo XVI, solo sigue activa la Inquisición romana, aunque con otro nombre y con funciones distintas.
Los documentos de la Inquisición se compilaron y, con el tiempo, constituyeron los archivos secretos del Santo Oficio. Estos fueron saqueados en 1559 por algunos habitantes de Roma que se sublevaron para “celebrar” la muerte del papa Pablo IV, considerado el principal defensor de la Inquisición romana. Posteriormente, en 1810, Napoleón I los trasladó a París tras su conquista de Roma. Tanto entonces como cuando luego fueron restituidos al Papa, se perdieron o destruyeron muchos documentos.
¿Qué contienen?
Los más de cuatro mil trescientos documentos de que constan los archivos ocupan dos salas próximas a la Basílica de San Pedro. Según el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de esta institución vaticana, su contenido está relacionado indirectamente con cuestiones históricas, pero “son mayormente de naturaleza teológica”.
Los historiadores en general opinan que no se puede esperar que los escritos revelen mucho. El profesor Prosperi explica que, si bien se conservan las minutas de las reuniones de la Inquisición romana, “faltan los alegatos, los memoriales y casi todas las actas procesales. La mayor parte se destruyó en París entre 1815 y 1817 por orden del monseñor Marino Marini, enviado desde Roma para recuperar los documentos que se había llevado Napoleón”.
El Vaticano ha concedido permiso a los investigadores para acceder a los documentos anteriores a julio de 1903, cuando murió el papa León XIII, aunque para ello deben presentar cartas de recomendación de autoridades religiosas o académicas.
Crítica
La noticia de que se abrían los archivos fue muy elogiada; no obstante, también se oyeron voces de crítica. Tras analizar las razones por las que solo se dio acceso a los documentos anteriores a 1903, el teólogo católico Hans Küng pregunta: “¿Pudiera ser que 1903 sea precisamente la fecha en que más interesantes resultan, ya que en ese año el papa Pío X, que acababa de ocupar el solio pontificio, comenzó una campaña antimodernista de la que serían víctimas toda una serie de teólogos y que crearía dificultades a los propios obispos de Italia, Francia y Alemania, y alejaría de la Iglesia a un sinnúmero de personas?”.
En opinión de Italo Mereu, historiador especializado en Derecho, a pesar de haber cambiado de nombre y de haber abierto los archivos, “la labor que efectúa [la Congregación para la Doctrina de la Fe] es la misma que la de la vieja Inquisición, con los mismos métodos de antaño”, como el de no permitir que los investigados vean documentos que les conciernen.
“Nada hay [...] secreto que no haya de llegar a saberse”
Por lo general, los historiadores no creen que vayan a hacer ningún descubrimiento sensacional en los “archivos de la Inquisición”. De todas formas, es significativo que la Iglesia Católica se sienta obligada a someterse al juicio de la opinión pública.
No obstante, de mucha más importancia es la opinión de Dios. Él, al debido tiempo, emitirá su juicio tocante a una religión que, llamándose cristiana, infringió por siglos Sus mandatos y contravino el espíritu de la enseñanza de Jesús organizando crueles inquisiciones. En estas se torturó y dio muerte horriblemente a un sinfín de inocentes por el mero hecho de no querer aceptar las doctrinas o prácticas de la Iglesia (Mateo 26:52; Juan 14:15; Romanos 14:12).
Prescindiendo de lo minucioso que sea el estudio que efectúen los que investiguen los archivos, este siempre quedará incompleto. Por otro lado, “no hay creación que no esté manifiesta a la vista de él [Dios], sino que todas las cosas están desnudas y abiertamente expuestas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13).
De ahí que Jesús, con referencia a los líderes religiosos que se oponían a él, pudiera decir a sus discípulos: “No los teman; porque nada hay encubierto que no haya de llegar a descubrirse, ni secreto que no haya de llegar a saberse” (Mateo 10:26).