“LA CONFESIÓN es una depuración espiritual, un modo de empezar de nuevo, una manera de hacer borrón y cuenta nueva. Me encanta ir a confesarme, contarle al sacerdote mis pecados, conseguir que me perdone, y la euforia que le sigue.” Así se expresó una católica devota (Bless Me, Father, for I Have Sinned [Me confieso, padre, pues he pecado]).
Según la New Catholic Encyclopedia, “únicamente al sacerdote dio o delegó Cristo la potestad de atar y desatar, de perdonar y retener” pecados. La misma obra de consulta dice que la confesión regular sirve “para restablecer la santidad de vida que se ha perdido por pecar gravemente y para [...] purificar la conciencia de uno”. Sin embargo, el ambiente moral de muchos países demuestra que la confesión regular no mueve a muchos que la practican a ‘apartarse de lo que es malo y hacer lo que es bueno’. (Salmo 34:14.) Por eso, ¿anda mal algo?
¿Solo un rito?
La confesión puede comenzar como un simple rito. En Irlanda la primera confesión precede inmediatamente a la primera comunión. ¿Y causa alguna sorpresa el que una niña de siete años de edad pensara más en el bonito traje de novia en miniatura que va a ponerse que en “restablecer la santidad de vida que se ha perdido por pecar gravemente”?
“Lo que más me entusiasmó fue el traje, además de recibir dinero de mis parientes”, reconoce Ramona, quien se confesó por primera vez cuando tenía siete años. “Entre todas las niñas que conocía —sigue diciendo—, no había ningún sentimiento espiritual. Ninguna de nosotras siquiera pensaba en Dios en aquel momento.”
De hecho, el obligar a niñitos a confesar sus pecados con regularidad puede llevar a repeticiones mecánicas. “Simplemente decía las mismas cosas una y otra vez”, dice Michael, quien también empezó a practicar la confesión a la edad de siete años.
Las observaciones de algunos católicos que se citan en el libro Bless Me, Father, for I Have Sinned muestran que la confesión tenía poco valor espiritual para ellos aun después, tras algunos años. “La confesión enseña a uno a mentir, pues hay cosas que uno sencillamente no puede resignarse a revelar al sacerdote”, admitió alguien. El que unos sacerdotes pensaran de una manera y otros de otra pudiera explotarse para conseguir la penitencia mínima. Algunos buscaban un “buen” confesor que les diera el consejo que querían oír. “Después de investigar por tres meses, hallé a mi confesor. Lo veo todos los meses, cara a cara en la sala de reconciliación; y me parece extraordinario”, dijo una joven. Otro católico dijo: “Si uno fuera listo, buscaría a un sacerdote que fuera sordo y no hablara [el idioma de uno], salvo las palabras ‘tres avemarías’”.
Como se ve, algo anda mal en la confesión como la practican algunos. Pero la Biblia indica que la confesión de pecados es necesaria, pues dice: “El que oculta sus pecados no prosperará, el que los confiesa y se enmienda alcanzará misericordia”. (Proverbios 28:13, Versión Nácar-Colunga, 1972.)
Según la New Catholic Encyclopedia, “únicamente al sacerdote dio o delegó Cristo la potestad de atar y desatar, de perdonar y retener” pecados. La misma obra de consulta dice que la confesión regular sirve “para restablecer la santidad de vida que se ha perdido por pecar gravemente y para [...] purificar la conciencia de uno”. Sin embargo, el ambiente moral de muchos países demuestra que la confesión regular no mueve a muchos que la practican a ‘apartarse de lo que es malo y hacer lo que es bueno’. (Salmo 34:14.) Por eso, ¿anda mal algo?
¿Solo un rito?
La confesión puede comenzar como un simple rito. En Irlanda la primera confesión precede inmediatamente a la primera comunión. ¿Y causa alguna sorpresa el que una niña de siete años de edad pensara más en el bonito traje de novia en miniatura que va a ponerse que en “restablecer la santidad de vida que se ha perdido por pecar gravemente”?
“Lo que más me entusiasmó fue el traje, además de recibir dinero de mis parientes”, reconoce Ramona, quien se confesó por primera vez cuando tenía siete años. “Entre todas las niñas que conocía —sigue diciendo—, no había ningún sentimiento espiritual. Ninguna de nosotras siquiera pensaba en Dios en aquel momento.”
De hecho, el obligar a niñitos a confesar sus pecados con regularidad puede llevar a repeticiones mecánicas. “Simplemente decía las mismas cosas una y otra vez”, dice Michael, quien también empezó a practicar la confesión a la edad de siete años.
Las observaciones de algunos católicos que se citan en el libro Bless Me, Father, for I Have Sinned muestran que la confesión tenía poco valor espiritual para ellos aun después, tras algunos años. “La confesión enseña a uno a mentir, pues hay cosas que uno sencillamente no puede resignarse a revelar al sacerdote”, admitió alguien. El que unos sacerdotes pensaran de una manera y otros de otra pudiera explotarse para conseguir la penitencia mínima. Algunos buscaban un “buen” confesor que les diera el consejo que querían oír. “Después de investigar por tres meses, hallé a mi confesor. Lo veo todos los meses, cara a cara en la sala de reconciliación; y me parece extraordinario”, dijo una joven. Otro católico dijo: “Si uno fuera listo, buscaría a un sacerdote que fuera sordo y no hablara [el idioma de uno], salvo las palabras ‘tres avemarías’”.
Como se ve, algo anda mal en la confesión como la practican algunos. Pero la Biblia indica que la confesión de pecados es necesaria, pues dice: “El que oculta sus pecados no prosperará, el que los confiesa y se enmienda alcanzará misericordia”. (Proverbios 28:13, Versión Nácar-Colunga, 1972.)