El Camino A Cristo Elena G.de White. Sugerido por Advencito

17 Septiembre 2008
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Capítulo 1
El amor de Dios por la humanidad

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La naturaleza y la revelaciòn, testifican igualmente del amor de Dios. Nuestro Padre celestial es la fuente de vida, de sabidurìa y de gozo. Mirad las maravillas y bellezas de la naturaleza. Pensad en su magnìfica adaptaciòn a las necesidades y a la felicidad, no sòlo del hombre, sino de todas las criaturas vivientes. El sol y la lluvia que alegran y refrescan la tierra, los montes, los mares y klos valles, todos no hablan del amor del Creador. Dios es el que suple las necesidades cotidianas de todas sus criaturas. El salmista lo expresò en las hermosas siguientes palabras:


Los ojos de todos esperan en ti,
Y tù les das su comida a su tiempo.
Abres tu mano,
Y colmas de bendiciòn a todo ser viviente.
(Salmos 145:15-16)
Dios hizo al hombre perfectamente santo y feliz, y la hermosa tierra, al salir de las manos del Creador, no tenìa ninguna señal de decadencia ni ninguna sombra de maldiciòn. Es la transgresiòn de la ley de Dios, de la ley de la ley de amor, lo que ha traìdo dolor ;y muerte. Sin embargo en medio del sufrimiento que resulta del pecado, se revela el amor de dios. Està escrito que Dios maldijo la tierra por causa del hombre. (Gènesis 3:17). Las espinas y los cardos, las dificultades y las pruebas que hacen de la vida del hombre una vida de trabajos y cuidados, le fueron asignados para su bien, como parte de la preparaciòn necesaria, segùn el plan de Dios, para su elevaciòn de la ruina y de la degradaciòn que el pecado habìa caudado. El mundo, aunque caìdo, no es todo sufrimiento y miseria. En la misma naturaleza hay mensajes de esperanza y de consuelo. Hay flores en los cardos y las espinas estàn cubiertas de rosas.

"Dios es amor," està escrito en cada capullo que se abre, y en cada tallo de la naciente hierba." Los hermosos pàjaros que llenan el aire con sus alegres trinos, las flores exquisitamente matizadas con sus delicados colores perfuman el aire, los frondosos àrboles del bosque con su hermoso follaje de viviente verdor, todos testifican del tierno y paternal cuidado de nuestro Dios y de su deseo de hacer felices a sus hijos.

La palabra de Dios revela su caràcter. El mismo ha manifestado su infinito amor y piedad. Cuando Moisès orò: "Te ruego que me muestres tu gloria", el Señor le contestò : "Yo harè pasar todo mi bien delante de tu rostro". (Exodo 33:18-19). Esta es su gloria. El Señor pasò delante de Moises y proclamò: "¡Jehovà! ¡Jehovà! Fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la reveliòn y el pecado". (Exodo 34:6-7). El es "tardo en enojar (se) y de grande misericordia" (Miqueas 7:18).

Dios ha unido nuestros corazones a èl con pruebas innumerables en el cielo y en la tierra. A travès de las cosas de la naturaleza y por los màs hondos y tiernos lazos que pueda conocer el corazòn humano, èl ha procurado revelàrsenos. Sin embardo, estas scosas representan sòlo parcialmente su amor. Aunque todas estas evidencias han sido dadas, el enemigo del bien ha cegado las mentes de los hombres de modo que ellos miren a Dios con temor; que piensen en èl como en un ser severo y poco perdonador. Satanàs indujo a los hombres a pensar en Dios como un ser cuyo principal atributo es la justicia implacable, como un juez severo y un estricto e inconmovible acreedor. El mostrò al Creador como un ser que vela celosamente para discernir los errores y las faltas de los hombres, para poder luego traer sus juicios sobre ellos. Jesùs vino a vivir entre los hombres para borrar esa densa sombra, revelando al mundo el infinito amor de Dios.

El Hijo de Dios vino del cielo para dar a conocer al Padre. "A Dios nadie le ha visto jamàs; el unigènito Hijo, que està en el seno de Padre, èl le ha dado a conocer". (Juan 1:18). "Ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar". (Mateo 11:27). Cuando uno de los discìpulos le pidiò: "Muestranos al Padre", Jesùs le contestò: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mì ha visto al Padre; ¿còmo, pues, dices tù: muèstranos al Padre? (Juan 14:8-9).

Jesus dijo describiendo su ministerio terrenal: El Señor "me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazòn; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos" (Lucas 4:18). Esta era su obra. El iba haciendo bien, y sanando a todos los primidos de Satanàs. Habìa villas enteras donde no se oìa un gemido de dolor en ninguna de sus casas; porque èl habìa pasado por ellas. Y habìa sanado a sus enfermos. Su trabajo era evidencia de su ungimiento divino. Amor, misericordia y compasiòn se revelaban en cada acto de su vida; su corazòn rebosaba de tierna simpatìa hacia los hijos de los hombres. El tomò la naturaleza humana para comprender las necesidades de los hombres. Los màs pobres y los màs humildes no tenìan miedo de acercàrsele. Aun los niños se sentìan atraìdos hacia èl. Les gustaba subirse a sus rodillas, y mirar ese rostro pensativo, benigno y amante.

Jesùs no suprimiò una sola palabra de verdad, sino que profirio siempre la verdad con amor. El usò el mayor tacto, y la atenciòn màs fina y delicada en su trato con la gente. Nunca fue rudo, nunca pronunciò una palabra severa innecesariamente, nunca diò una pena innecesaria a un alma sensible. No censuraba la debilidad humana. Hablaba la verdad, pero siempre con amor. Denunciaba la hipocresìa, la incredulidad y la iniquidad; pero las làgrimas velaban su voz cuando proferìa sus fuertes reprensiones. Llorò sobre Jerusalen, la ciudad amada que rehusò recibirlo, a èl, el Camino, la Verdad y la Vida. Habìan rechasado al Salvador, pero èl los consideraba con ternura compasiva. Su vida fue un avida de abnegaciòn y de verdadera solicitud por los demàs. Toda alma era preciosa a sus ojos. Aunque siempre llevaba consigo la dignidad divina, se inclinaba con la màs tierna consideraciòn hacia cada miembro de la familia de Dios. En todos los hombres veìa almas caìdas a quienes era su misiòn salvar.

Tal es el caràcter de Cristo, revelado en su vida. Este es el caràcter de Dios. Del corazòn del Padre es de donde fluyen rìos de divina compasiòn hacia los hombres, revelada en Cristo. Jesùs, el tierno y compasivo Salvador, era Dios "manifestado en carne". (I Timoteo 3:16).

Jesùs vivìo, sufriò y muriò para redemir, El se hizo "Varòn de dolores" de modo que nosotros fuèsemos hechos partìcipes del gozo eterno. Dios permitiò que su amado Hijo, lleno de gracia y verdad, descendiera de un mundo de indescriptible gloria a un mundo manchado y distorcionado por el pecado, ensombrecido por la maldiciòn y la muerte. Permitiò que dejase el seno de su amor, la adoraciòn de los àngeles, para que sufriera verguenza, insulto, humillaciòn, odio y muerte. "El castigo de nuestra paz fue sobre èl, y por su llaga fuimos nosotros curados" (Isaìas 53:5). ¡Miradlo en el desierto, en el Getsemanì, sobre la cruz! El inmaculado Hijo de Dios tomò sobre sì la carga del pecado. El, el que habìa sido uno con Dios, sintiò en su alma la horrenda separaciòn que hace el pecado entre Dios y el hombre. Este sentimiento arrancò de sus labios el grito angustioso: "Dios mìo, Dios mìo, ¿por què me has desamparado?" (Mateo 27:46). Era la carga de pecado, la comprensiòn de su terrible enormidad, y la separaciòn que causa entre el alma y Dios lo que quebrantò el corazòn del Hijo de Dios.

Pero este enorme sacrificio no fue hecho para crear en el corazòn de Padre amor hacia el hombre, ni el deseo de salvarlo. ¡No, no! "Porque de tal manera amò Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigènito". (Juan 3:16). El Padre no nos ama por el gran sacrificio, sino que proveyò el sacrificio porque nos ama. Cristo fue el medio por el cual èl podìa derramar su infinito amor hacia el mundo caìdo. "Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo". (2 Cor. 5:19). Dios sufriò juntamente con su Hijo. En la agonìa del Getsemanì y en la muerte del Calvario el corazòn del Amor Infinito pagò el precio de nuestra redenciòn.

Jesùs dijo: "Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mivida, para volverla a tomar" (Juan 10:17). Es decir: "Mi Padre os ama tanto que me ama màs porque doy mi vida para redimiros. Por haberme hecho vuestro Sustituto y Fianza, por haver rendido mi vida a tomado vuestras responsabilidades, vuestras transgresiones, me hago amar de mi Padre; porque por mi sacrificio, Dios puede ser justo, y sin embargo, ser el justificador de aquel que cree en Jesùs." Nadie sino el Hijo de Dios podìa efectuar nuestra redenciòn; porque sòlo èl, que conocìa la altura y la profundidad del amor de Dios podìa manifestarlo. Nada menor que el infinito sacrificio hecho por Cristo en favor del hombre caìdo podìa expresar el amor del Padre hacia la humanidad perdida.

"Porque de tal manera amò Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigènito." Lo dio no sòlo para que viviera entre los hombres, sino tambièn para que llevara los pecados de ellos y para que muriera como sacrificio, como propiciaciòn en favor de ellos. Dios lo dio a la raza caìda. Cristo debìa identificarse con los intereses y las necesidades de la humanidad. El que era uno con Dios se ha unido con los hijos de los hombres por lazos que nunca seràn disueltos. Jesùs "no se averguenza de llamarlos hermanos" (Hebreos 2:11); èl es nuestro Sacrificio, nuestro Abogado, nuestro Hermano, lleva nuestra forma humana ante el trono del Padre, y por la eternidad serà uno con la raza que èl redimiò; es el Hijo del hombre. Todo esto fue hecho para que el hombre fuera levantado de la ruina y de la degradaciòn del pecado, para que refeljara el amor de Dios, y para que participara el gozo de la santidad.

El precio pagado por nuestra redenciòn, el infinito sacrificio del Padre eterno al dar a su Hijo para que muriera por nosotros, debiera darnos un concepto elevado de lo que podemos llegar a ser por Cristo. El apòstol Juan, al contemplar la altura y la profundidad y la anchura del amor del Padre hacia la raza que perecìa, rebosaba de adoraciòn, y reverencia, y sin hallar palabras para expresar la grandeza y la ternura de este amor, apelò al mundo para que lo contemplase. "Mirad cuàl amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios" (I Juan 3:1). ¡Què gran valor da esto al hombre! Por causa de la transgresiòn, los hijos del hombre se hacen siervos de Satanàs. Por lo fe en el sacrificio expiatorio de Cristo, los hijos de Adàn pueden llegar a ser hijos de Dios. Al revestirse de la naturaleza humana, Cristo eleva la humanidad. Los hombres caìdos son colocados en un plano donde pueden por la relaciòn con Cristo llegar a ser en verdad dignos del nombre de "hijos de Dios".

Un amor tal es incomparable. ¡Hijos del Rey celestial! ¡Preciosa promesa! ¡Tema apropiado para la màs profunda meditaciòn! ¡El incomparable amor de Dios hacia un mundo que no lo amaba! Este pensamiento tiene un poder subyugador sobre el alma, y cautiva el entendimiento a la voluntad de Dios. Mientras màs estudiamos el caràcter divino a la luz de la cruz, veremos màs misericordia, ternura y perdòn unidos a la equidad y justicia, y màs claramente discerniremos innumerables evidencias de un amor infinito, y una tierna piedad que sobrepasa la compasiòn de una madre para con su hijo descarriado.
 
Re: El Camino A Cristo Elena G.de White. Sugerido por Advencito

El Camino A Cristo - Capítulo 2
Hemos Hallado un Salvador

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El hombre fue dotado originalmente de facultades nobles y de una mente bien equilibrada. Era perfecto y estaba en armonìa con Dios. Sus pensamientos eran puros y sus designios santos. Pero por la desobediencia se pervirtieron sus facultades, y el agoìsmo sustituyò al amor. Su naturaleza se hizo tan dèbil por la transgresiòn que le fue imposible, con sus propias fuerzas, resistir el poder del mal. Fue esclavizado por Satanàs y asì hubiera permanecido para siempre si Dios no hubiera intervenido en forma especial. Era el propòsito del tentador torcer e plan divino en la creaciòn del hombre y llenar el mundo con tristeza y desolaciòn. Luego señalarìa todo este mal como resultado del trabajo de Dios al crear al hombre.

El hombre en su estado de inocencia, gozaba completa comuniòn con Aquel "en quien estàn escondidos todos los tesoros de la sabidurìa y del conocimiento." (Colosenses 2:3). Pero despuès de pecar, no hallaba gozo en la santidad, y tratò de ocultarse de la presencia de Dios. Tal es aùn la condiciòn del corazòn no regenerado. No està en armonìa con Dios, y no halla gozo en la comuniòn con èl. El pecador no podrìa ser feliz en la presencia de Dios; rehuirìa la compañia de los seres santos. Si se le permitiera entrar al cielo, no hallaria allì gozo. El espìritu de amor desinterado que reina allì, donde responde cada corazòn al corazòn de Amor Infinito, no hallarìa respuesta en su alma. Sus pensamientos, sus intereses y sus motivos serìan extraños a aquèllos que impulsan a los santos moradores del cielo. Serìa como una nota discordante en la armonìa celestial. El cielo serìa para èl un lugar de tortura; ansiarìa esconderse de Aquel que es su luz y el centro de su gozo. No es un decreto arbitrario de Dios lo que excluye del cielo un malvado; ellos mismos se cierran el paso por su ineptitud para el compañerismo celestial. La gloria de Dios serìa para ellos un fuego consumidor. Anhelarìan ser destruìdos para poder esconderse del rostro del que muriò para redimirlos.

Es imposible, con nuestras propias fuerzas, librarnos del abismo de pecado en el cual estamos sumidos. Nuestros corazones son malos y no podemos cambiarlos. "¿Quièn harà limpio a lo inmundo? Nadie." (Job 14:4). "Los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden." (Romanos 8:7). La educaciòn, la cultura, el ejercicio de la voluntad, el esfuerzo humano, todos tienen su propia esfera, pero aquì no tienen poder. Estas cosas pueden producir un cambio exterior en la conducta, pero no pueden cambiar el corazòn, no pueden purificar los manantiales de la vida. Debe haber un poder que obre dentro de nosotros, una nueva vida de lo alto, antes de que el hombre pueda convertirse del pecado a la santidad. Ese poder es Cristo. Sòlo su gracia puede vivificar las facultades muertas del alma, y atraerlas a Dios, a la santidad.

El Salvador dijo: "De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo," el que no reciba un nuevo corazòn, nuevos deseos, propòsitos y motivos que lo lleven a una nueva vida, "no puede ver el reino de Dios." (Juan 3:3). La idea de que sòlo necesitamos desarrollar lo bueno que existe en el hombre por naturaleza es un engaño fatal. "El hombre natural no percibe las cosas que son del Espìritu de Dios, porque para el son locura, y no las puede entender, porque se disciernen espiritualmente." (I Corintios 2:14). "No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo." (Juan 3:7). Està escrito acerca de Cristo: "En èl estaba la vida, y lavida era la luz de los hombres." (Juan 1:4), el ùnico "…nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos." (Hechos 4:12).

No basta comprender la amorosa bondad de Dios, ver la benevolencia y la ternura paternal de su caràcter. No es suficiente poder discernir la sabidurìa y la justicia de su ley ni ver que èsta està fundada en el eterno principio del amor. El apòstol Pablo vio todo esto cuando exclamò: "Apruebo que la ley es buena." "La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno." Pero èl añadio en la amargura de su alma agonizante y desesperada: "Mas yo soy carnal, vendido al pecado." (Romanos 7:16,12,14). El ansiaba la pureza y la justicia que por sì mismo no podìa alcanzar, y exclamò: "¡Miserable hombre de mì! ¿Quièn me librarà de este cuerpo de muerte?" (Romanos 7:24). Este es el grito que ha subido de los corazones cargados en todas las tierras y en todas las edades. Y para todos hay sòlo un respuesta: "He aquì el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo." (Juan 1:29).

El Espìritu de Dios ha querido ilustrar esta verdad para hacerla entender a las almas que ansìan verse libres de la carga del pecado. Cuando Jacob pecò, engañando a su hermano Esaù, al huir de la casa de su padre, llevaba el corazòn cargado con un sentimiento de culpabilidad. Solo y abandonado, separado de todo lo que habìa hecho la vida agradable para èl, el pensamiento que màs perturbaba su alma era el miedo de que su pecado le hubiera separado de Dios, de que èl hubiese sido abandonado por el cielo. Agobiado por su tristeza, se acostò a descansar en la tierra, rodeado sòlo de las colinas solitarias, bajo un cielo tachonado de estrellas. Mientras dormìa, una extraña visiòn se le apareciò, y he aquì que de la llanura en que estaba acostado arrancaba una gran escalera que subìa hasta los mismos portales del cielo. Por ella subian y bajaban àngeles de Dios mientras una voz de lo alto daba un mensaje de esperanza y consuelo. Asì se le hizo conocer a Jacob lo que satisfarìa la necesidad y el anhelo de su alma: un Salvador. Con gozo ;y gratitud en su corazòn vio revelado el camino por el cual èl, como pecador, podìa volver a la comuniòn de Dios. La escalera mìstica de su sueño representaba a Jesùs, el ùnico medio por el cual el hombre puede volver a comunicarse con Dios.

Esta es la misma figura a la cual se referìa Cristo en su conversaciòn con Natanael cuando dijo: "…Verèis el cielo abierto, y a los àngeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre." (Juan 1:51). En su apostasìa el hombre se enemistò con Dios y la tierra fue separada del cielo. No podìa haber comunicaciòn entre el cielo y la tierra a travèz del abismo que los separaba. Pero mediante Cristo, con sus mèritos, ha salvado el abismo que el pecado habìa hecho, dem modo que los àngeles pueden nuevamente sostener una comunicaciòn continua con el hombre. Cristo une al hombre caìdo, con su incapacidad y debilidad, con la Fuente del poder Infinito.

Los sueños progesistas del hombre son en vano, vanos son tambièn todos los esfuerzos de eevar a la humanidad si abandonan la ùnica fuente de esperanza para la raza caìda. "Toda buena dàdiva y todo don perfecto" (Santiago 1:17) es de Dios. No hay verdadera excelencia de caràcter fuera de èl. Y el ùnico camino hacia Dios es Cristo. El dice: "Yo soy el camino, y la verdad, ;y la vida; nadie viene al Padre, sino por mi." (Juan 14:6).

El corazòn de Dios suspira por sus hijos terrenales con un amor que es màs fuerte que la muerte. Al dar a su Hijo, nos ha vertido todo el cielo en un don. La vida, la muerte y la intercesiòn del Salvador, el ministerio de los àngeles, las sùplicas del Espìritu, el Padre que obra sobre todo y por todo, el interès incesante de los seres celestiales: todos estàn empeñados en la redenciòn del hombre.

Contemplemos el asombroso sacrificio que ha sido realizado en favor nuestro. Procuremos apreciar la energìa y el trabajo que el cielo està realizando para rescatar a los perdidos, trayèndolos de vuelta a la casa del Padre. Jamàs podrìan haberse puesto en acciòn motivos màs fuertes ni agentes màs poderosos: los grandiosos galardones obtenidos por el bien hacer, el goce del cielo, la compañia de los àngeles, la comuniòn y el amor de Dios y de su Hijo, la elevaciòn y ampliaciòn de todas nuestras facultades a travès de las edades eternas ¿no son estos grandes incentivos y magnìficos estìmulos que deben instarnos a dar a nuestro Creador y Redentor el amante servicio de nuestro corazòn?

Y por otra parte, los juicios de Dios ha pronunciado en contra del pecado, la retribuciòn inevitable, la degradaciòn de nuestro caràcter y la destrucciòn final, se presentan en la Palabra de Dios para amonestarnos contra el servicio de Satanàs.

¿No consideraremos la gracia de Dios? ¿Què màs podìa hacer? Abramos nuestro corazòn a Aquel que nos ha amado con un amor tan maravilloso. Aporovechemos los medios provistos para que podamos ser transformados a su semejanza, para que podamos volver a la comuniòn con los àngeles ministradores y a la armonìa y comuniòn con el Padre y el Hijo.
 
Re: El Camino A Cristo Elena G.de White. Sugerido por Advencito

El Camino A Cristo - Capítulo 3
El arrepentimiento

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¿Còmo se justificarà el hombre con Dios? ¿Còmo se harà justo el pecador? Es sòlo por intermedio de Cristo que podemos llegar a la armonìa con Dios, y a la santidad; pero ¿còmo podemos ir a Cristo? Muchos formulan la misma pregunta que hacìan las multitudes en el dìa de Pentecostès, cuando, convencidas de su pecado, imploraban: ¿què haremos? La primera palabra de la respuesta de Pedro fue: "Arrepentìos (Hechos 3:38). Poco despuès, en otra ocasiòn, èl les volvìa a decir: "Arrepentìos y convertìos, para que sean borrados vuestros pecados." (Hechos 3:19).

El arrepentimiento comprende dolor por el pecado, y abandono de mismo. No renunciaremos al pecado hasta que no veamos su pecaminosidad; hasta que no nos apartemos de èl de todo corazòn no habrà un cambio genuino en nuestras vidas.

Hay muchos que no entienden la verdadera naturaleza del arrepentimiento. Muchas personas se entristecen por sus pecados, y aun efectùan un cambio exterior, porque tienen miedo de que sus faltas les acareen sufrimientos. Pero esto no es arrepentimiento en el sentido bìblico. Ellos lamentan el sufrimiento en vez del pecado. Tal era el dolor de Esaù al darse cuenta de que habìa perdido la primogenitura para siempre. Balaam, aterrorizado al ver al àngel en su camino con la espada desenvainada en la mano, reconociò su culpabilidad por temor a perder la vida; pero no habìa en èl arrepentimiento genuino, no hubo un cambio en sus propòsitos, no hubo aborrecimiento del mal. Judas Iscariote, despuès de vender a su Maestro, exclamò: "Yo he pecado entregando sangre inocente." (Mateo 27:4).

Esta confesiòn fue lanzada por una conciencia culpable y por un sentimiento horrible de condenaciòn, por una terrible visiòn del juicio. Las consecuencias del pecado, que le seguirìan, llenaban a Judas de terror, pero no habìa un dolor agudo en el alma por haber traicionado al inmaculado Hijo de Dios, por haber negado al Santo de Israel. Cuando Faraòn sufrìa los castigos de Dios aceptò su propia culpabilidad a fin de poder librarse de mayores castigos, pero no tardò en volver a desafiar a Dios tan pronto como las plagas fueron detenidad. Todos èstos se lamentaron por los resultados del pecado, pero no sentìan verdadera congoja por el pecado mismo.

Cuando el corazòn cede a la influencia del Espìritu de Dios, la conciencia se despierta, y el pecador comienza a discernir algo de la santidad y de la profundidad de la ley de Dios, el fundamento de su govierno en el cielo y en la tierra. "Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venìa a este mundo" (Juan 1:9) para iluminar los màs recònditos pliegues del alma, para esclarecer las cosas escondidas por las tinieblas. La convicciòn se apodera de la mente y del corazòn. El pecador percibe la justicia de Jehovà, y siente un terror inmenso de parecer ante el descubridor de los corazones con su culpa y con su suciedad. Ve el amor de Dios, la belleza de la santidad, el gozo de la pureza; y ansìa ser limpiado y restaurado a la cumuniòn del cielo.

La oraciòn de David despuès de su pecado ilustra la naturaleza del verdadero dolor por el pecado. Su arrepentimiento fue profundo y sincero. No hizo esfuerzo alguno para encubrir su culpa; ningùn deseo de eludir el castigo que le amenazaba motivò su oraciòn. David veìa claramente la enormidad de su transgresiòn; èl veìa el envilecimiento de su alma y aborrecìa su pecado. David no orò pidiendo sòlo el perdòn, sino tambièn pureza de corazòn. El ansiaba el gozo de la santidad, volver a establecer la armonìa y la comuniòn con Dios.

Este era el lenguaje de su alma:

"Bienaventurado aquel cuya transgresiòn ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehovà no culpa de iniquidad, y en cuyo espìritu no hay engaño." (Salmos 32:1-2).
"Ten piedad de mì, oh Dios, conforme a tu misericordia; Conforme a la multitud de tus piedades, borra mis rebeliones… Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado està siempre delante de mì… Purìficame con hisopo, y serè limpio; Làvame, y serè màs blanco que la nieve… Crea en mì, oh Dios, un corazòn limpio, Y renueva un espìritu recto dentro de mì. No me heches de delante de ti, Y no quites de mì tu santo Espìritu. Vuèlveme el gozo de tu salvaciòn, Y espìritu noble me sustente… Lìbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvaciòn; Cantarà mi lengua tu justicia." (Salmos 51:1-14)

Un arrepentimiento como èste està màs allà del alcance de nosotros. Sòlo se obtiene de Cristo, quien ascendiò a lo alto y quien ha dado dàdivas a los hombres.
Hay aquì un punto en el cual muchos fallan, por lo cual no alcanzan a recibir la ayuda que Cristo desea darles. Ellos piensan que no pueden venir a Cristo a menos que arrepientan, y que su arrepentimiento ayuda al perdòn de sus pecados. Es cierto que tiene que haber arrepentimiento antes que haya perdòn, porque es sòlo el corazòn contrito y quebrantado el que siente la necesidad de un Salvador. Pero, ¿tiene el pecador que esperar hasta arrepentirse antes de venir a Jèsus? ¿Es el arrepentimiento una barrera entre el pecador y el Salvador?

La Biblia no enseña que el pecador tiene que arrepentirse antes de escuchar la invitaciòn de Cristo. "Venid a mì todos los que estàis trabajados y cargados, y yo os harè descansar." (Mateo 11:28). La virtud que emana de Cristo es lo que lleva al arrepentimiento. Pedro aclarò el asusnto al dirigirse a los israelitas dicièndoles: "A èste, Dios ha exhaltado con su diestra por Prìncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdòn de pecados." (Hechos 5:31). No podemos arrepentirnos sin que el Espìritu de Cristo despierte nuestra conciencia asì como tampoco podemos ser perdonados sin Cristo.

Cristo es la fuente de cada impulso correcto. El es el ùnico que puede poner en el corazòn enemistad con el pecado. Todo deseo de conocer la verdad y de tener mayor pureza, toda convicciòn de nuestra pecaminosidad, es una evidencia de que el Espìritu de Cristo està trabajando en nuestro corazòn.

Jesus dijo: "Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraerè a mì mismo." (Juan 12:32). Cristo tiene que ser presentado a los pecadores como el Salvador que muriò por los pecados del mundo. Y nosotros, al contemplar el Cordero de Dios en la cruz del Calvario, vemos que el misterio de la redenciòn comienza a desplegarse ante nuestro entendimiento, y la bondad de Dios nos guìa al arrepentimiento. Al morir por los pecadores, Cristo manifestò un amor incomprensible; y el pecador al contemplar este amor, se le enternece el corazòn, le impresiona la mente e inspira la contriciòn en el alma.

Es cierto que a veces los hombres se averguenzan de sus caminos pecaminosos, y dejan algunos de sus hàbitos malos antes de darse cuenta de que estàn siendo atraìdos hacia Cristo. Pero siempre cuando hacen un esfuerzo para reformar sus vidas con un sincero deseo de hacer lo bueno, es el poder de Cristo el que los està motivando. Una influencia trabaja en su alma sin que ellos estèn conscientes de èsta, y la conciencia despierta y se enmienda la vida exterior. Mientras Cristo los atrae para que puedan mirar su cruz y contemplar a Aquel que fue traspasado por nuestros pecados, llega a la conciencia el mandato de Dios. La maldad de sus vidas y el pecado arraigado en el alma les son revelados. Comienzan asì a comprender algo de la retitud de Cristo, y exclaman: "¿Què es el pecado para que requiera un sacrificio tal para la redenciòn de su vìctima? ¿Era sencial todo este amor, toda esta humillaciòn y todo este sufrimiento para darnos vida eterna, para que no murièsemos?"

El pecador puede rechazar este amor, puede resistir al poder que lo atrae hacia Cristo, pero si no se resiste, serà llevado a Jesùs; y un conocimiento del plan de salvaciòn le traerà a los pies de la cruz arrepentido de sus pecados que han causado los sufrimientos del amado Hijo de Dios.

La misma inteligencia divina que trabaja en la naturaleza habla al corazòn de los hombres, y crea en ellos un deseo indescriptible por algo que no tienen. Las cosas mundanales no pueden satisfacer sus deseos. El Espìritu de Dios està rogàndoles constantemente que busquen lo ùnico que puede dar paz y descanso, la gracia de Cristo, el gozo de la santidad. Por medio de influencias palpables e invisibles, nuestro Salvador trabaja constantemente sobre la mente de los hombres para que èstos busquen las infinitas bendiciones que sòlo èl puede dar en vez de ir tras los placeres vanos del pecado. A todas estas almas que tratan vanamente de beber de las cisternas rotas del mundo, se les dirige el mensaje divino: "El que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente." (Apocalipsis 22:17).

El que siente en su corazòn un deseo inalcanzable por algo que el mundo no le puede dar, debe reconocer este deseo como la voz de Dios que habla a su alma. Pìdale que le dè arrepentimiento, que le revele a Cristo en su amor infinito y en superfecta pureza. El amor a Dios y al hombre, los principios de la ley de Dios, fueron perfectamente ejemplificados en la vida del Lsalvador. La benevolencia y el amor desinterasado eran la vida de su alma. Contemplàndolo podemos ver la pecaminosidad de nuestro propio corazòn y recibir su luz sobre nosotros.

Pueder ser que nos hayamos engañado a nosotros mismos, como Nicodemo, pensando que nuestra vida ha sido recta, que nuestro caràcter moral es correcto; ;y que no necesitamos humillar nuestro corazòn ante Dios, como un pecador comùn; pero cuando la luz de Cristo brille en nuestras almas, veremos cuàn impuros somos; discerniremos el agoìsmo de nuestros motivos, nuestra enemistad con Dios, que ha manchado cada acto de nuestra vida. Entonces entenderemos que nuestra justicia es como trapo de inmundicia, y que sòlo la sangre de Cristo puede limpiarnos de la suciedad del pecado, y renovar nuestro corazòn a su semejanza.

Un solo rayo de la gloria de Dios, un destello de la pureza de Cristo que penetre el alma hace dolorosamente visible cada mancha de pecado y descubre la deformidad y los defectos del caràcter humano. Pone de manifiesto cada deseo no santificado, la infidelidad del corazòn y la impureza de labios. Los actos de deslealtad del pecador al no cumplir la ley de Dios estàn expuestos a su vista, y su espìritu se aflige y se oprime por la influencia escrutadora del Espìritu de Dios. El pecador se abomina a sì mismo al ver la pureza del caràcter inmaculado de Cristo.

Cuando el profeta Daniel vio la gloria del mensajero celestial que le habìa sido enviado, fue sobrecogido, por el reconocimiento de su propia debilidad e imperfecciòn. Al describir el efecto que tuvo esta magnìfica escena sobre èl dice: "…no quedò fuerza en mì, antes mi fuerza se cambiò en desfallecimiento, y no tuve vigor alguno." (Daniel 10:8). El alma que es impresionad de este modo, odiarà su egoìsmo, aborrecerà su amor propio, y mediante la justicia de Cristo, buscarà la pureza de corazòn que està en armonìa con la ley de Dios y con el caràcter de Cristo.

Pablo dice que "en cuanto a la justicia que es en la ley", en cuanto a los hechos externos se refiere, èl era "irreprensible" (Filipenses 3:6); pero cuando pudo discernir el caràcter espiritual de la ley, èl se vio a sì mismo como un pecador. Juzgando por laletra de la ley, segùn se aplicaba a la vida externa, Pablo se habìa abstenido del pecado, pero cuando èl vio las profundidades de los conceptos divinos, y se vio a sì mismo como Dios lo veìa, tuvo que humillarse a doblegar sus rodillas, y confesar su culpabilidad. Dice Plabo: "Y yo, sin la ley vivìa en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado reviviò y yo morì." (Romanos 7:9). Cuando vio la naturaleza espìritual de la ley, el pecado apareciò en su horrible naturaleza verdadera, y su estimaciòn propia desapareciò.

Dios no evalùa todos los pecados como si fueran de la misma magnitud; hay grados de culpabilidad a la vista de Dios asì como a la de los ;hombres; pero no importa cuàn insignificante èste o aquel mal acto parezca a los ojos de los hombres, no hay pecado pequeño ante la vista de Dios.

El jicio del hombre es parcial e imperfecto; pero Dios considera las cosas como son realmente. El borracho es despreciado, y se le dice que su pecado le excluirà del cielo, mientras que el orgullo, el egoìsmo y la codicia demasiadas veces pasan sin reporensiòn. Sin embargo, estos pecados son especialmente ofensivos a Dios, por ser contrarios a la benevolencia de su caràcter, opuestos a ese amor abnegado que reina en la atmòsfera del universo sin pecado. El que cae en uno de los pecados màs grandes puede sentirse avergonzado, y sentir la necesidad de la gracia de Cristo, pero el orgulloso no siente necesidad, y asì, cierra el corazòn a la influencia de Cristo y a las bendiciones infinitas que èl puede dar.

El pobre publicano que orò: "Dios, sè propicio a mì, pecador" (Lucas 18:13), se consideraba a sì mismo como un hombre muy malvado, y otros le miraban de igual modo; pero sentìa su necesidad y con su carga de culpabilidad y de verguenza vino ante Dios imploràndole su gracia. Su corazòn estaba abierto al Espìritu de Dios para que èste hiciese el trabajo de la gracia en èl y le libertara dwel poder de pecado. La oraciòn de fariseo, arrogante, llena de justicia propia, mostraba su corazòn cerrado a la influencia del Espìritu Santo. Por causa de su separaciòn de Dios, el fariseo no comprendìa su propia suciedad e imperfecciòn que contrastaba con la perfecciòn de la santidad divina. No sentìa necesidad alguna y por lo tanto, no recibiò nada.

Si Ud. ve su pecaminosidad no espere para regenerarse. Cuantoshay que creen que no son lo suficientemente buenos para venir a Cristo. ¿Espera Ud. mejorarse por sus propios esfuerzos? "¿Mudarà el etìope su piel, y el leopardo sus manchas? Asì tambièn, ¿Podrèis vosotros hacer bien, estando acostumbrados a hacer mal?" (Jeremìas 13:23). Sòlo en Dios hay ayuda para nosotros. No podemos esperar persuaciones màs fuertes ni mejores oportunidades ni temperamentos màs santificados. No podemos hacer nada por nosotros mismos. Tenemos que venir a Cristo tal como somos.

Pero nadie se engañe a sì mismo con el pensamiento de que Dios, en su gran amor y misericordia, salvarà aùn a los que desprecien su gracia. La excesiva corrupciòn del pecado sòlo puede estimarse a la luz de la cruz. Cuando los hombres arguyan que Dios es demasiado bueno para echar fuera al pecador, indìqueseles el Calvario. Porque no habìa otro modo de salvar al hombre, porque sin este sacrificio era imposible que la raza humana se escapara del poder envilecedor del pecado, y volviera a la comuniòn con lo sseres santos-le era imposible volver a ser partìcipe de la vida espiritual-fue por esta causa que Cristo tomò sobre sì la culpabilidad del desobediente, y sufriò en lugar del pecador. El amor, el sufrimiento, la muerte del Hijo de Dios, todo testifica de la terrible enormidad del pecado, y declara que no hay forma de escaparse de su poder, que no hay esperanza de una vida màs elevada sino mediante la sumisiòn del alma a Cristo.

Los impenitentes a veces se excusan diciendo de los profesos cristianos: "Yo soy tan bueno como ellos. Ellos no son màs abnegados, sobrios ni prudentes en su conducta, que yo. Ellos aman el placer y la indulgencia propia tanto como yo." Asì hacen de las faltas de otros una excusa poara ocultar la negligencia de ellos mismos de su deber. Pero los pecados y los errores de otros no excusan a nadie, porque el Señor no nos ha dado un imperfecto modelo humano. El Inmaculado Hijo de Dios nos ha sido dado como ejemplo, y aquèllos que se quejan de la vida errada de los profesos cristianos son los que debieran mostrar màs nobles ejemplos y vidas mejores. Si ellos tienen un concepto tan elevado de lo que debiera ser un cristiano, ¿no es su pecado tanto mayor al no vivir segùn lo que saben? Ellos conocen lo que es recto y justo, y sin embargo, rehusan hacerlo.

Cuidado con la dilaciòn. No posterguèis el apartaros de vuestros pecados, la bùsqueda de pureza de corazòn mediante Jesùs. Es aquì donde millares han errado, para su ruina eterna. No he de enfatizar la brevedad ni la inseguiridad de la vida, pero hay un peligro terrible,--un peligro que no se entiende suficientemente bien-en dejar de eschuchar la suplicante voz del Espìritu Santo de Dios; en escoger vivir para el pecado, porque esta dilaciòn es eso, vivir para el pecado. No importa cuan pequeño nos parezca el pecado, no puede ser acariciado sin el peligro de un perdida infinita. Lo que nosotros no venzamos, nos vencerà a nosotros, y determinarà nuestra destrucciòn.

Adan y Eva se persuadieron a sì mismos de que de un asunto tan pequeño como comer del fruto prohibido no podrìan resultar consecuencias tan terribles como las que habìa predicho Dios. Pero este asunto diminuto era la transgresiòn de la ley de Dios, inmutable y santa; separaba al hombre de Dios, y abria las compuertas de la muerte y del dolor indecible sobre nuestro mundo. Siglo tras siglo ha subido un grito continuo de dolor, y toda la creaciòn gime bajo la fatiga y el dolor como consecuencia de la desobediencia del hombre. El mismo cielo ha sentido los efectos de la rebeliòn del hombre contra Dios. El Calvario se levanta como un magnìfico memorial del admirable sacrificio requerido para expiar la transgresiòn de la ley divina. No consideremos el pecado como una cosa trivial.

Cada acto de transgresiòn, cada desprecio o negligencia de la gracia de Cristo tendrà su reacciòn endureciendo el corazòn, impidiendo la voluntad, embotando el entendimiento, y no sòlo opacando el deseo de ceder, pero hacièndolo menos capaz de ceder a la tierna invitaciòn del Espìritu Santo de Dios.

Muchos estàn acallando una conciencia perturbada pensando que pueden cambiar el curso de maldad que llevan cuando asì escojan hacerlo, que pueden jugar con las invitaciones de la gracia, y sin embargo seguir siendo llamados. Piensan que despuès de menospreciar el Espìritu de gracia, que despuès de echar su influencia al lado de Satanàs, en un momento de apuro extremadamente serio pueden cambiar su curso. Pero esto no se consique hacer tan fàcilmente. La experiencia y la educaciòn de toda una vida habràn moldeado tan completamente el caràcter que ya pocos desearàn recibir la imagen de Jèsus en sus vidas.

Un solo razgo de caràcter, un deseo pecaminoso acariciado persistentemente, neutralizarà con el tiempo el poder del Evangelio. Cada indudlgencia pecaminosa fortalece la aversiòn del alma hacia Dios. El hombre que manifiesta una dureza infiel o una indiferencia impasible ante la verdad divina està segando el fruto de lo que èl mismo ha sembrado. No hay en toda la Biblia una amonestaciòn màs terrible para el que juega con el mal que las palabras del sabio, cuando dice: "Prenderàn al impìo sus propias iniquidades, y serà retenido con las cuerdas de su pecado." (Proverbios 5:22).

Cristo està listo para librarnos del pecado, pero èl no fuerza la voluntad. Si a causa de la transgeresiòn continua y persistente la misma voluntad se halla inclinada hacia el mal, y si no deseamos ser puestos en libertad, y no queremos aceptar su gracia, ¿què màs pueder hacer? Nos hemos destruido a nosotros mismos por nuestra determinaciòn de rechazar su amor. "He aquì ahora el tiempo aceptable; he aquì ahora el tiempo aceptable; he aquì ahora el dìa de salvaciòn." (2 Corintios 6:2). "Si oyereis hoy su voz, no endurezcàis vuestros corazones." (Hebreos 3:7-8), (Salmos 95:7-8).

"El hombre mira lo que està delante de sus ojos, pero Jehovà mira el corazòn." (I Samuel 16:7). Jehovà mira el corazòn humano con sus emociones encontradas de gozo y tristeza, el corazòn caprichoso y alejado de lo recto, donde mora tanto engaño e impureza. El conoce sus motivos, y hasta los mismos propòsitos e intenciones que lo impulsan. Id a èl con vuestra alma manchada como està. Como el salmista, abrìa las màs recònditas recàmaras ante los ojos que todo lo ven, exclamando: "Examìname, oh Dios, y conoce mi corazòn; pruèbame, y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mì camino de perversidad, y guìame en el camino eterno." (Salmos 139: 23-34).

Muchos aceptan una religiòn intelectual, una forma de santidad, sin que el corazòn estè limpio. Sea vuesta oraciòn: "Crea en mì, oh Dios, un corazòn limpio, y renueva un espìritu recto dentro de mì." (Salmos 51:10). Sed leales con vuestra propia alma. Sed tan sinceros, tan persistentes, como si vuestra vida presente, mortal, estuviese en la balanza. Este es un asunto que debe arreglarse entre Dios y vuestra alma, es un asusnto que ha de arreglarse para la eternidad. Una esperanza supuesta solamente resultarà en vuestra ruina eterna.

Estudiad la Palabra de dios con oraciòn. Esa Palabra os presentarà, en la ley de Dios y en la vida de Cristo, los grandes principios de la santidad, sin los cuales "nadie verà al Señor". (Hebreos 12:14). Ella convence del pecado y revela plenamente el camino de la salvaciòn. Prestadle atenciòn, como que es la voz de Dios hablando a vuestra alma.

Al ver la enormidad del pecado, al veros tal como sois, no os dejèis vencer por la desesperaciòn. Cristo vino a salvar pecadores. No tenemos q;ue reconciliar a dios con nosotros, sino que, ¡oh amor maravilloso!, Dios està en Cristo "reconciliando consigo al mundo". (2 Corintios 5:19). El està atrayendo los corazones de sus hijos que han errado, con su amor tierno. Ningùn padre puede ser tan paciente con las faltas de sus hijos como es Dios con aquèllos a los cuales procura salvar. Nadie prodrìa suplicar tan tiernamente, tan amorosamente al transgresor. Nunca labios humanos pronunciaron invitaciones màs tiernas al errante que las que pronuncia èl. Todas sus promesas y sus amonestaciones son el fruto de su amor indecible.

Cuando venga Satanàs a decirte que eres un pecador, mira a tu Redentor, habla de sus mèritos. Mirando su luz puedes recibir ayuda. Reconoce tu pecado, pero di al enemigo que "Cristo Jesùs vino al mundo para salvar a los pecadores" (I Timoteo 1:15), y que puedes ser salvo por medio de su amor inigualable. Jesùs le hizo una pregunta a Simòn, concerniente a dos deudores. Uno debìa a su señor una suma pequeña y el otro debìa una suma muy grande. Pero el señor los perdonò a los dos; y Cristo le preguntò a Simòn cuàl de los dos amarìa màs a su señor. Simòn contestò "…aquel a quien perdonò màs." (Lucas 7:43). Nosotros hemos sido grandes pecadores, pero Cristo muriò para que pudièsemos ser perdonados. Los mèritos de su sacrificio son suficientes para presentarse ante el Padre en lugar nuestro. Aquèllos a los cuales èl les ha perdonado màs le amaràn màs, y estaràn màs cerca de su trono para alabarle por su gran amor y por su sacrificio infinito. Cuanto màs plenamente comprendemos el amor de Dios, comprenderemos mejor la pecaminosidad del pecado. Cuando vemos la magnitud de la cadena que ha sido bajada en favor nuestro, cuando entendemos algo del sacrificio infinito que Cristo hizo por nosotros, nuestro corazòn se derrite de ternura y contriciòn.
 
Re: El Camino A Cristo Elena G.de White. Sugerido por Advencito

El Camino A Cristo - Capítulo 4
La confesión

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"El que encubre sus pecados no prosperà; mas el que los confiesa y se aparta alcanzarà misericordia." (Proverbios 28:13).

Las condiciones que pone Dios para que alcancemos su misericordia son sencillas, justas y rezonables. El Señor no nos pide que hagamos grandes sacrificios para obtener el perdòn de nuestros pecados. No necesitamos hacer peregrinaciones largas y penosas, ni hacer penitencias dolorosas para encomendar nuestra alma al Dios del cielo o para expiar nuestra transgresiòn, pero el que confiesa y se aparta de sus pecados alcanzarà misericordia.

El Apòstol dice: "Cofieèsense los pecados a Dios, el ùnico que puede perdonarlos, y las ofensas, unos a otros. Si has ofendido a tu amigo o a tu hermano o vecino, debes reconocer tu falta, y es deber del ofendido perdonarlo libremente. Entonces debes pedir perdòn a Dios, porque aquèl a quien has herido pertenece a Dios, y al herirlo, has pecado contra su Creador y Redentor. El caso se trae ante el ùnico verdadero Mediador, nuestro gran Sumo Sacerdote, quien "fue tentado en todo segùn nuestra semejanza, pero sin pecado" y que "puede compadecerse de nuestras debilidades…" (Hebreos 4:15), y puede limpiarnos de toda mancha de iniquidad.

Aquellos que no han humillado su alma delante de Dios en reconocimiento de su culpa, no han cumplido aùn el primer requisito para ser aceptados. Si no hemos experimentado ese arrepentimiento del cual no nos arrepentiremos, y si no hemos confesado nuestros pecados con una verdadera humildad de alma y con un espìritu verdaderamente quebrantado, aborreciendo nuestra iniquidad, no hemos buscado realmente el perdòn de nuestros pecados; y si nunca lo hemos buscado, nunca habremos hallado la paz de Dios. La ùnica razòn por la cual no tenemos la remisiòn de los pecados es que no queremos humillar nuestro corazòn y complir las condiciones de la Palabra de verdad. Se nos da instrucciòn explìcita concerniente a este asunto. La confesiòn de los pecados, ya sea pùblica o privada, debe ser de corazòn y voluntaria. No puede forzarse al pecador a arrepentirse. La confesiòn no debe ser descuidad y extravagante, ni debe exigirse de aquèllos que no tienen un amplio sentido de lo que es aborrecer el pecado. La confesiòn que se desborda desde lo màs profundo del alma halla su camino al Dios de infinita piedad. El salmista dice: "Cercano està Jehovà a los quebrantados de corazòn; ;y salva a los contritos de espìritu." (Salmos 34:18).

La verdadera confesiòn es siempre de un caràcter especìfico, y reconoce pecados especìficos. Estos pueden ser de tal naturaleza que solamente pueden presentarse delante de Dios; pueden ser faltas hechas a individuos, los cuales han sufrido alguna herida por causa de ellos; o pueden ser de caràcter pùblico, y deben ser entonces confesados pùblicamente. Toda confesiòn debe ser definitiva y al punto, admitiendo los pecados de que seàis culpables.

En los dìas de Samuel, los Israelitas se apartaron de Dios. Estaban sufriendo las consecuencias del pecado; porque habìan perdido su fe en Dios, el discernimiento de su poder y sabidurìa para gobernar la naciòn, y su fe en la habilidad de dios de defender su causa. Ellos se apartaron del gran Gobernador del universo y decidieron gobernarse como hacìan los paises circunvecinos. Antes de hallar paz, hicieron su confesiòn definitiva: "…a todos nuestros pecados hemos añadido este mal de pedir rey para nosotros." (I Samuel 12:19). El pecado del cual eran acusados debìa confesarse. La ingratitud de ellos les oprimìa sus propios corazones, y los separaba de Dios.

La confesiòn no serà aceptable ante Dios sin sincero arrepentimiento y reforma. Debe hacer cambios decididos en la vida; toda ofensa hacia Dios tiene que ser dejada. Esto serà el resultado de una tristeza genuina por el pecado. El trabajo que tenemos que hacer por parte nuestra se nos muestra claramente: "Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huèrfano, amparad a la viuda." (Isaìas 1:16-17). "…Si el impìo restituyere la prenda, devolviere lo que hubiere robado, y caminare en los estatutos de la vida, no haciendo iniquidad, vivirà ciertamente y no morirà." (Ezequiel 33:15). "…Esto mismo de que hayàis sido contristados segùn Dios; ¡què solicitud produjo en vosotros, què defensa, què indignaciòn, què ardiente afecto, què celo, y què vindicaciòn! En todo os habèis mostrado limpios en el asunto." (2 Corintios 7:11).

Cuando el pecado ha cauterizado el sentido de percepciòn moral, el malhechor no puede discernir los defectos de su caràcter; ni darse cuenta de la enormidad del mal que ha cometido; y a menos que ceda al poder convincente del Espìritu Santo, èl poermanecerà en un aceguera parcial, con relaciòn a su pecado. Sus confesiones no seràn sinceras. A cada reconocimiento de su culpabilidad añadirà una excusa para no tomar sobre sìla responsabilidad de lo que hace, declarando que si no hubiera sido por causa de ciertas circunstancias, èl no hubiera hecho esto o aquello, por lo cual se lo reprueba.

Despuès que Adàn y Eva comieron del fruto prohibido, los embargò un sentimiento de terror y verguenza. Al principio, su ùnico pensamiento era còmo excusar su pecado y escaparse de la terrible sentencia de muerte. Cuando el Señor inquiriò acerca de su pecado, Adàn respondiò echando la culpa sobre Dios y sobre su compañera: "La mujer que me diste por compañera me dio del àrbol y yo comì." La mujer le hechò la culpa a la serpiente, diciendo: "La serpiente me engañò, y yo comì." (Gènesis 3:12-13).

¿Por què hiciste la serpiente? ¿Por què permitiste que entrara en el Edèn? Estas preguntas estaban tàcitamente implicadas en la excusa de la mujer por su pecado, inculpando a dios con la responsabilidad de su caìda. El Espìritu de justificaciòn propia se originò en el padre de mentiras, y se ha exhibido por todos los hijos y las hijas de Adàn. Confesiones tales como èstas no son inspiradas por el Espìritu divino, y no seràn aceptables ante Dios. Un verdadero arrepentimiento inducirà al hombre a aceptar su culpabilidad y a reconocerla sin engaño ni hipocrecìa. Como el publicano, sin levantar ni aun sus ojos al cielo, clamarà: "Dios, ten misericordia de mì, pecador," y esos que reconozcan su culpa seràn justificados; porque Jesùs pone su sangre por salvar al alma arrepentida.

Los ejemplos de arrepentimiento genuino y de humillaciòn que hallamos en la Palabra de Dios revelan un espìritu de confesiòn en el cual no hay excusa por el pecado, ni intento de justificaciòn propia. Pablo no tratò de encubrirse a sì mismo al describir su pecado en la forma màs horrible, en sus màs oscuros tonos; no tratò de aminorar su culpabilidad. El dice: "Yo encerrè en càrceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron yo di mi voto. Y muchas veces, castigàndolos en todas las sinagogas, los forcè a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguì hasta en las ciudades extranjeras." (Hechos 26:10-11). El no vacila al decir que: "Cristo Jesùs vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero." (I Timoteo 1:15).

El corazòn humilde y quebrantado, humillado por el arrepentimiento verdadero, apreciarà aldo del amor de Dios y de lo que ha costado el Calvario; y como un hijo se confiesa a un padre amante, asì el penitente traerà todos sus pecados delante de Dios. Y està escrito: "Si confesamos nuestros pecados, èl es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad." (I Juan 1:9).
 
Re: El Camino A Cristo Elena G.de White. Sugerido por Advencito

El Camino A Cristo - Capítulo 5
La consagración

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Dios ha prometido: "Me buscarèis y me hallarèis, porque me buscarèis de todo corazòn." (Jeremìas 29:13).

Todo el corazòn tiene que ser entregado a Dios, o no se efectuarà en nosotros el cambio que nos harà semejantes a èl. Por naturaleza estamos enemistados con Dios. El Espìritu Santo describe nuestra condiciòn con las siguientes palabras: "…Muertos en vuestros delitos y pecados" (Efesios 2:1); "toda cabeza està enferma y todo corazòn doliente" "no hay en èl cosa sana" (Isaìas 1:5-6). Nosotros estamos fuertemente atados en las trampas de Satanàs; "cautivos a voluntad de èl" (2 Timoteo 2:26). Dios quiere sanarnos y libertarnos. Pero siendo que para esto se requiere una transformaciòn completa, una renovaciòn de toda nuestra naturaleza, tenemos que entregarnos completamente a èl.

La guerra conta el "yo" es la màs reñida que jamàs se haya llevado a cabo. La entrega del "yo", rindiendo toda a la voluntad de Dios, requiere una lucha; pero el alma tiene que someterse a Dios antes de ser renovada en santidad.

El gobierno de Dios no està fundado, como Satanàs quiere hacerlo aparecer, sobre la sumisiòn absoluta y ciega, ejerciendo un control completo e irrazonable sobre sus sùbditos. En cambio, apela al intelecto y a la conciencia. "Venid luego, y estemos a cuenta" (Isaìas 1:18), es la invitaciòn del Creador a los serres que èl ha creado. Dios no puede aceptar un homenaje que no se le rinda inteligentemente y de buena voluntad. Una sumisiòn forzada impedirìa todo desarrollo de la mente y del caràcter; harìa del hombre un autòmata. Esto no es el propòsito del Creador. El quiere que el hombre, que es la corona de su poder creador, alcance el màs alto nivel posible de desarrollo. Pone delante de nosotros la gloriosa altura a la cual èl quiere que nosotros lleguemos mediante su gracia. Nos invita a entregarnos a èl, de modo que pueda hacer su voluntad en nosotros. Somos nosotros los que tenemos que escoger si queremos ser libres de la esclavitud del pecado, para compartir la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

Al entregarnos a Dios, tenemos necesariamente que separarnos de todo lo que nos aleje de èl. Por esto dijo el Salvador: "Asì, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discìpulo." (Lucas 14:33). Debemos dejar todo lo que aleje el corazòn de Dios. Muchos adoran a Mammòn. El amor al dinero y el deseo de obtener riquezas son la cadena de oro que los una a Satanàs. Hay otros que honran la reputaciòn y los honores del mundo. El ìdolo de otros es la vida fàcil y egoìsta, libre de responsabilidad. Pero estas ataduras esclavizadoras tienen que romperse. No podemos dar la mitad de nosotros al Señor y la otra al mundo. No somos hijos de Dios a menos que lo seamos completamente.

Hay quienes professan servir a Dios mientras dependen de sus propios esfuerzos para obedecer su ley, para formar un caràcter correcto y asegurarse asì la salvaciòn. Sus corazones no son impulsados por un sentido profundo del amor de Cristo, sino que procuran cumplir con los deberes de una vida cristiana como algo que Dios requiere de ellos para poder asì ganarse el cielo. Una religiòn tal no vale nada. Cuando Cristo mora en el corazòn, el alma està tan llena de su amor, del gozo de su comuniòn, y de una forma tal se asirà a èl que al contemplarle el "yo" serà olvidado. El amor a Cristo serà el resorte que impulse a la acciòn. Aquellos que sienten el amor constreñidor de Cristo no preguntan cuàl es el mìnimo que pueden hacer para alcanzar a cumplir los requerimientos de Dios; no buscaràn las metas inferiores, sino que trataràn de alcanzar la perfecta conformidad con su Redentor. Con un deseo sincero, dejaràn todo, y manifestaràn un interès proporcional a la meta por la cual luchan. El professar pertenecer a Cristo sin tener este amor profundo es mera charla, àrido formalismo, tarea difìcil y pesada.

¿Creèis que el rendir todo a Cristo es un sacrificio demasiado grande? Haceos a vosotros mismos esta pregunta: ¿Què ha dado Cristo por mì? El Hijo de Dios lo dio todo por nuestra redenciòn: su vida, su amor y los sufrimientos. ¿Y serà que nosotros, los que recibimos este amor tan grande, inmerecidamente, rehucemos rendirle nuestro corazòn? Hemos recibido las bendiciones de su gracia cada momento de nuestras vidas, y por esta misma razòn no nos damos cuenta completamente de la profundidad de la ignorancia y de la miseria de la cual hemos sido salvados. ¿Podemos contemplar a Aquel que fue traspasado por nuestros pecados, y sin embargo, sequir viviendo menospreciando todo su amor y su sacrificio? Contemplando la humillaciòn infinita del Señor de la gloria, ¿murmuraremos porque sòlo podemos entrar en la vida a costa de conflictos y humillaciòn propia?

Muchos corazones orgullosos preguntan "¿Pro què tengo que andar yo en humillaciòn y penitencia antes de tener la seguridad de mi aceptaciòn de parte de Dios?" Yo les dirijo la atenciòn a Cristo. En èl no habìa pecado alguno, y aun màs, era el Prìncipe del cielo; pero tomò la carga del pecador en lugar del hombre. "…y fue contado con los pecadores, habiendo èl llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores." (Isaìas 53:12).

¿Pero què estamos dejando nosotros cuando renunciamos a todo por amor a èl? Un corazòn corrompido, para que Jesùs lo purifique, para que lo limpie con su propia sangre, y para que lo salve con su amor inagotable. Y, sin embargo, ¡los hombres hallan difìcil de cumplir el pedido de dejarlo todo a sus pies! Yo me avergüenzo de oir hablar de esto, me avergüenzo de tener que escribirlo.

Dios no requiere que dejemos nada que nos serìa de beneficio tenièndolo. En todo lo que èl hace, tiene presente la felicidad de sus hijos. ¡Què maravilloso serìa si todos los que no han escogido seguir a Cristo se dieran cuenta de que èl tiene algo inmensamente mejor que ofrecerles que lo que ellos estàn buscando por sì mismos! El hombre hace el mayor daño y la mayor injusticia a su propia alma cuando piensa y actùa en oposiciòn a la voluntad de Dios. No puede haber gozo verdadero en el camino que Aquel, que conoce el fin desde el principio, haya prohibibo, porque èl proyecta el bien para sus criaturas. El camino de la transgresiòn es el camino de la miseria y la destrucciòn.

Es un error acariciar el pensamiento de que Dios se complace al ver sufrir a sus hijos. Todo el cielo està interesado en el bienestar y en la felicidad del hombre. Nuestro Padre celestial no cierra las avenidas del gozo a ninguna de sus criaturas. Los requerimientos divinos nos instan a despreciar aquellos placeres que nos traeràn sufrimientos y desilusiones, que nos cerraràn las puertras de la felicidad y del cielo. El Redentor del mundo acepta a los hombres como son, con todas sus necesidades, imperfecciones y debilidades; y no sòlo los limpiarà y les darà redenciòn con su sangre, sino que tambièn satisfarà los deseos de todos los que tomen su yugo, y su carga. Es su propòsito impartir paz y reposo a todos los que vengan a èl en busca del pan de vida. El sòlo requiere de nosotros que hagamos aquello que guiarà nuestros pasos a mayores alturas de bendiciòn a donde los desobedientes nunca podràn llegar. La verdadera vida gozosa del alma es tener modelado en ella, a Cristo, la esperanza de gloria.

Muchos se preguntan: "¿Còmo puedo entregarme a Dios?" Deseàis entregaros a èl, pero sois moralmente dèbilesk, esclavos de la duda, y estàis dominados por los hàbitos de vuestra vida de pecado. Vuestras promesas y resoluciones son como cuerdas de arena. No podèis controlar vuestros pensamientos, impulsos y afectos. El conocimiento de vuestras promesas quebrantadas y de vuestros compromisos anulados debilita vuestra confianza en vuestra propia sinceridad y hace que os sintàis que Dios no os puede aceptar; pero no necesitàis desesperar. Lo que necesitàis comprender es el verdadero poder de la voluntad. Este es el poder que gobierna, que dirige, en la naturaleza del hombre: el poder de decidir o de escoger. Todo depende de la acciòn correcta de la voluntad. Este poder de elecciòn lo ha dado Dios al hombre, y està de su parte el hacer uso de èl o ojercerlo. No podèis cambiar vuestro propio corazòn, ni por vuestras propias fuerzas darle los afectos del corazòn a Dios, pero podèis sì, escogeis servirle. Podèis darle vuestra voluntad; para que èl pueda hacer de vosotros lo que èl desea, segùn su voluntad. Asì toda vuestra naturaleza estarà bajo la influencia del Espìritu de Cristo; vuestros afectos se centraràn en èl, y vuestros pensamientos estaràn en armonìa con los suyos.

Los deseos de santidad y de perfecciòn son muy buenos; pero si no se sale del deseo, ellos no llegaràn a valer nada. Muchos se perderàn mientras anhelan y desean ser cristianos. No llegan al punto de ceder la voluntad a Dios. No eligen ahora ser cristianos.

Por medio del ejercicio correcto de la voluntad, puede efectuarse un cambio completo en su vida. Cediendo vuestra voluntad a Cristo, os unirèis con el poder que està sobre principados y potestades. Tendrèis fuerzas de lo alto que os mantendràn firmes, y asì, y rindièndoos constantemente a Dios, serèis capacitados para vivir una vida nueva, una vida de fe.
 
Re: El Camino A Cristo Elena G.de White. Sugerido por Advencito

Aunque no me acuerdo haber sugerido su lectura, definitivamente la sugiero ahora.

Juan Andrés, el desconcertante, no sé si tendrá un comentario "ácido" que hacer sobre el librito, el cual lo he encontrado en varios hogares no adventistas, y que es muy apreciado en los mismos. A lo mejor dice que se copió el 90% del libro. En el supuesto negado, hasta allí es5á la inspiración en saber que copiar y como encuadrar todo para sacar una obra única.
 
Re: El Camino A Cristo Elena G.de White. Sugerido por Advencito

El Camino A Cristo - Capítulo 6
Fe y Aceptación

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Al avivarse vuestra conciencia por el poder del Espìritu Santo, habèis visto algo de la perversidad de pecado, de su poder, de su culpabilidad, de su dolor; y no podèis menos que aborrecerlo. Sentìs que el pecado os ha separado de Dios, que sois esclavos del poder del mal. Cuanto màs luchàis por libraros, tanto màs comprendèis vuestra impotencia. Vuestros motivos son impuros, vuestro corazòn està sucio. Veis que vuestra vida està llena de egoìsmo y de pecado. Anhelàis ser perdonados, ser limpiados, ser puestos en libertad. ¿Què podèis hacer para obtener la armonìa con Dios y la semejanza a èl?

Lo que necesitàis es paz; el perdòn, el amor y la paz del cielo en vuestra alma. No se los puede comprar con dinero, la inteligencia no los puede obtener, la sabidurìa no los puede alcanzar; nunca podrèis alcanzarlos con vuestros propios mèritos ni esfuerzos. Pero Dios os lo ofrece como un don, "sin dinero y sin precio". (Isaìas 55:1). Podèis obtener esta paz con sòlo extender vuestra mano y tomarla. El Señor dice: "Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve seràn enblanquecidos; si fueren rojos como el carmesì, vendràn a ser como blanca lana." (Isaìas 1:18). "Os darè un corazòn nuevo, y pondrè espìritu nuevo dentro de vosotros." (Ezequiel 36:26).

Habèis confesado vuestros pecados y os habèis apartado de ellos de todo corazòn. Habèis resuelto entregaros a Dios. Ahora, id a èl y pedidle que os lave vuestros pecados, y que os dè un corazòn nuevo. Luego, creed que lo harà porque ho ha prometido. Esta es la lecciòn que Cristo enseño cuando estaba en la tierra: debemos creer que recibimos la dàdiva que Dios ha prometido y la recibiremos. Jesùs curò a muchos de sus enfermedades cuando ellos creìan en su poder; asì le ayudò en casos visibles para inspirarles confianza en èl tocante a la cosas que no pidìan en su poder; asì les ayudò en casos visibles para inspirarles confianza en èl tocante a las cosas que no podìan ver, inducièndolos a creer en su poder para perdonar pecados. Jesùs enseñò esto claramente en la curaciòn del paralìtico: "Pues para que sepàis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralìtico): Levàntate, toma tu cama, y vete a tu casa." (Mate 9:6). Tambien Juan el evangelista dice, hablando del milagro de Cristo: "Pero èstas se han escrito para que creàis que Jesùs es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengàis vida en su nombre." (Juan 20:31).

De la narraciòn sencilla de la Biblia de còmo Jesùs sanò a los enfermos, podemos aprender algo en cuanto a còmo creer en èl para recibir el perdòn por nuestros pecados. Veamos la historia del paralìtico de Betesda. El pobre hombre sufrìa mucho al faltarle toda ayuda. No habìa usado sus extremidades por treinta y ocho años. Sin embargo, Jesùs le dijo: "Levàntate, toma tu lecho y anda." El enfermo podrìa haber dicho: "Señor, si tù me sanas, yo obedecerè tu palabra." Pero èl creyò las palabras de Cristo, creyò que habìa sido sanado, y al instante, hizo el esfuerzo necesario; èl se decidiò a caminar, y caminò. Actuò sòlo confiado en la palabra de Cristo, y Dios le dio poder. Fue sanado.

Asì como el paralìtico, tambièn tù eres un pecador. No puedes expiar tus pecados, no puedes cambiar tu corazòn, ni hacerte santo por tu propio esfuerzo. Pero Dios promete hacer todo esto, mediante Cristo, en favor tuyo. Cree esa promesa. Si confiesas tus pecados y te entregas a Dios, has ELEGIDO servirle. Tan pronto como hagas esto, Dios cumplirà su promesa. Si crees la promesa, si crees que has sido perdonado y limpiado, Dios suplirà la realidad; seràs sanado tan ciertamente como Cristo dio poder al paralìtico para andar cuando el hombre creyò que habìa sido sanado. Esto serà una realidad para ti sòlo si lo crees.

No esperes SENTIR que has sido sanado, sino di: "Lo creo; ESTOY sano no porque lo sienta, sino porque Dios lo ha prometido."

Jesùs dice: "Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibirèis y os vendrà." (Marcos 11:24). Hay una condiciòn con esta promesa: que oremos segùn la voluntad de Dios. Pero es la voluntad de Dios limpiarnos del pecado, hacernos sus hijos, y capacitarnos para vivir vidas sanas. Asì que podemos pedir estas bendiciones y creer que las recibiremos, y agradecerle a Dios porque las hemos recibido. Es privilegio nuestro ir ante Jesùs para que nos limpie y estar delante de la ley sin verguenza o remordimiento. "Ahora, pues, ninguna condenaciòn hay para los que estàn en Cristo Jesùs, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al espìritu." (Romanos 8:1).

Por lo tanto, ya no sois vuestros; porque comprados sois por precio. "…Fuisteis rescatados … no con cosas corruptibles como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Crist, como de un cordero sin mancha y sin contaminaciòn." (I Pedro 1:18-10). Por el simple hecho de creer en Dios, el Espìrity Santo ha engendrado una nueva vida en vuestro corazòn. Sois como un niño que ha nacido en la familia de Dios, y èl os ama como a su Hijo.

Ahora ya que os habèis entregado a Jesùs, no volvàis atràs, no os separèis de èl, sino decid cada dìa: "Yo soy de Cristo; me he entregado a èl." Pedidle que os dè su Espìritu, y que os guarde con su gracia. Asì, creyendo y entregàndoos a èl es como podèis llegar a ser hijos de Dios; debèis vivir en èl. El apòstol dice: "Por tanto, de la manera que habèis recibido al Señor Jesucristo, andad en èl." (Colosenses 2:6).

Algunos parecen pensar que estàn siendo probados y que tienen que probarle al Señor que estàn reformados antes de ir a èl a pedir sus bendiciones. Pero pueden reclamar las bendiciones de Dios ahora mismo. Necesitan el Espìritu de Cristo y su gracia para sostenerlos en sus flaquezas, o no podràn resistir el mal. Jesùs desea que vayamos a èl como somos, llenos de pecado, necesitados de su ayuda, impotentes. Podemos ir a èl con todas nuestras debilidades, con nuestras flaquezas, con nuestra pecminosidad, y rendirnos a sus pies. El se goza en estrecharnos en sus brazos de amor, en vendar nuestras heridas y limpiarnos de toda impureza.

Miles se equivocan en esto: no creen que Jesùs les perdona personalmente e individualmente. No toman la palabra de Dios tal cual es. Es privilegio de los que cumplen las condiciones, saber que se les extiende el perdòn para cubrir cada pecado. De poned la sospecha de que las promesas de Dios no son para vosotros. Son para todo transgresor arrepentido. Cristo ha provisto fuerza y gracia para que sean repartidas por los àngeles a cada alma creyente. Nadie es tan pecador que no pueda hallar fuerza, pureza y rectitud en Jesùs que muriò por ellos. El està esperando para quitarles las vestimentas manchadas e infestadas de pecado, y darles las vestiduras blancas de santidad; èl espera que vivan y no que mueran.

Dios no nos trata como los hombres finitos se tratan unos a otros. Sus pensamientos son pensamientos de misericordia, de amor, de la màs tierna compasiòn. Dios dice: "Deje el impìo su camino y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuèlvase a Jehova, el cual tendrà de èl misericordia, y al Dios nuestro, el cual serà amplio en perdonar." (Isaìas 55:7). "Yo deshice como una nube sus rebeliones, y comoo niebla sus pecados." (Isaìas 44:22).

"Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehovà el se Señor; convertìos, pues, y vivireìs." (Ezequiel 18:32). Satanàs està listo para quitarnos la bendita seguridad que tenemos en Dios. El quiere quitar cada rayo de uz y cada destello de esperanza del alma, pero vosotros no se lo permitàis. No dèis lugar a la ira, sino decid: "Jesùs ha muerto para que yoviva; èl me ama, y no quiere que yo perezca. Tengo un Padre celestial compasivo; y aunque he abusado de s amor, anuque he despilfarrado sus bendiciones, me levantarè e irè a mi Padre, y le dirè: "He pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser lamado ty hijo; hazme como un de tu jornaleros." La paràbola nos dice còmo serà recibido el descarriado. "Y cuando aùn estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corriò, y se echò a su cuello y le besò." (Lucas 15:18-20).

Pero esta paràbola, a pesar de su ternura y sencillez, no puede expresar completamente la infinita compasiòn de nuestro Padre celestial. El Señor nos dice mediante su profeta: "Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolonguè mi misericordia." (Jeremìas 31:3). Mientras el pecador se halla aùn lejos de la casa de Padre, gastando su herencia en un paìs extraño, el corazòn del Padre està ansioso por èl; cada deseo de volver a Dios que se despierta en el alma es la sùplica tierna y constante de su Espìritu, llamando, invitando, atrayendo al pecador hacia el corazòn de amor del Padre.

¿Podèis dar lugar a la duda teniendo las ricas promesas de la Biblìa? ¿Podèis creer que Dios prohibe al pecador, que anhela venir a sus pies, que venga arrepentido? ¡Apartad esos pensamientos! Nada puede destruir màs vuestra alma que tener pensamientos tales y tales conceptos de vuestro Padre celestial. Dios odia el pecado, pero ama al pecador, y se dio a sì mismo en la persona de Cristo, para que todos los que quisieran, pudiesen ser salvos y obtener las bendiciones eternas en el reino de gloria. ¿Què lenguaje màs poderoso o màs tierno pudo ser empleado que el que èl escogiò para expresar su amor hacia nosotros? Dios dice: "¿Se olvidarà la mujer de lo que dio a luz para dejar de compadecerse delhijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidarè de ti." (Isaìas 49:15).

Alzad la vista los que vacilàis y temblàis porque Jesùs vive para interceder por vosotros. Dad gracias a Dios por la dàdiva de su Hijo, y orad para que s;u muerte no haya sido en vano. El Espìritu os invita. Traed a Jesùs vuestro corazòn y reclamad sus bendiciones. Al leer sus promesas, recordad que son la expresiòn de un amor y de una piedad inefables. El gran corazòn de amor infinito se inclina en compasiòn inmensurable hacia el pecador. "En quien tenemos redenciòn por su sangre, y perdòn de pecados segùn la riqueza de su gracia." (Efesios 1:7). Sì, sòlo Dios es vuestra ayuda. El quiere restaurar su imagen en el hombre. Acercàos a èl arrepentidos y confesando vuestras faltas y èl se acercarà a vosotros con su perdòn y con su gracia.
 
Re: El Camino A Cristo Elena G.de White. Sugerido por Advencito

Aunque no me acuerdo haber sugerido su lectura, definitivamente la sugiero ahora.

Juan Andrés, el desconcertante, no sé si tendrá un comentario "ácido" que hacer sobre el librito, el cual lo he encontrado en varios hogares no adventistas, y que es muy apreciado en los mismos. A lo mejor dice que se copió el 90% del libro. En el supuesto negado, hasta allí es5á la inspiración en saber que copiar y como encuadrar todo para sacar una obra única.

Dios no evalùa todos los pecados como si fueran de la misma magnitud; hay grados de culpabilidad a la vista de Dios asì como a la de los ;hombres; pero no importa cuàn insignificante èste o aquel mal acto parezca a los ojos de los hombres, no hay pecado pequeño ante la vista de Dios.
¿Como nos explicas esta cita advencito?
 
Re: El Camino A Cristo Elena G.de White. Sugerido por Advencito

A lo mejor dice que se copió el 90% del libro. En el supuesto negado, hasta allí está la inspiración en saber que copiar y como encuadrar todo para sacar una obra única.


SE vuelve a equivocar Sr. no se copió el 90%, FUÉ EL 100%

Por lo tanto se quedó corto, su autoría es de una de sus propias ayudantes que tenía EGW, (ya me acordaré el nombre). Pero se que en breve se levantará un sujeto que enviará una sartaladas de enlatados para defender a la Sra. mentirosa.

G@TO


ex adventista
 
Re: El Camino A Cristo Elena G.de White. Sugerido por Advencito

Algunos parecen pensar que estàn siendo probados y que tienen que probarle al Señor que estàn reformados antes de ir a èl a pedir sus bendiciones. Pero pueden reclamar las bendiciones de Dios ahora mismo. Necesitan el Espìritu de Cristo y su gracia para sostenerlos en sus flaquezas, o no podràn resistir el mal. Jesùs desea que vayamos a èl como somos, llenos de pecado, necesitados de su ayuda, impotentes. Podemos ir a èl con todas nuestras debilidades, con nuestras flaquezas, con nuestra pecminosidad, y rendirnos a sus pies. El se goza en estrecharnos en sus brazos de amor, en vendar nuestras heridas y limpiarnos de toda impureza.
¿Hay que estar reformado antes de acudir a Cristo?
 
Re: El Camino A Cristo Elena G.de White. Sugerido por Advencito

SE vuelve a equivocar Sr. no se copió el 90%, FUÉ EL 100%

Por lo tanto se quedó corto, su autoría es de una de sus propias ayudantes que tenía EGW, (ya me acordaré el nombre). Pero se que en breve se levantará un sujeto que enviará una sartaladas de enlatados para defender a la Sra. mentirosa.

G@TO


ex adventista

Con relación al libro El Camino a Cristo, el White Estate, nos ha admitido que la Sra. White no lo escribió, sino que los editores lo compilaron de escritos anteriores. Pero las investigaciones realizadas nos han demostrado que los asistentes lo plagiaron de escritores no inspirados. Esta era la costumbre de Fannie Bolton y Marian Davis las ayudantes de Ellen White. A partir de la evidencia descubierta, es fácil entender porqué Fannie afirmó ser la autora del Camino A Cristo.
Si usted lector, duda de toda esta información, vaya a una buena biblioteca, vaya con libros de Elena G. de White en mano y compare. A pesar de que han cambiado (para ocultar el plagio) muchos de estos libros y reeditado otros, busque los libros que aquí le citamos y compare por usted mismo, como hemos hecho miles de evangélicos y verá el robo literario de la Sra. White desplegado ante sus propios ojos. Pero la Sra. White no hizo el trabajo sola. Esta fue ayudada por su hijo, su nieto, su esposo y sus secretarias que a medida que veían lo que ocurría abandonaban el movimiento adventista.
 
Re: El Camino A Cristo Elena G.de White. Sugerido por Advencito

... Fannie Bolton y Marian Davis...



Gracias Hermano Javier por recordarme el nombre (los años no pasan en vano)

Saludos


G@TO


ex adventista
 
Re: El Camino A Cristo Elena G.de White. Sugerido por Advencito

Estimado gatomarco. Saludos cordiales.

Tú dices:

Gracias Hermano Javier por recordarme el nombre (los años no pasan en vano)

Saludos


G@TO


ex adventista

Respondo: Si has leído "El Camino a Cristo" sería interesante que emitieras tu opinión (al respecto) de su contenido, para que los no adventístas lo lean también.

En mi humilde opinión, es un libro recomendable para leer y analizar.

Bendiciones.

Luego todo Israel será salvo.
 
Re: El Camino A Cristo Elena G.de White. Sugerido por Advencito

Es justo y lógico. No puede tener la misma condenación un adúltero que un genocida como Hitler. Si dices lo contrario relamente desconoces la Biblia y su Dios.
¿SI ALGUNO DE ELLOS SE ARREPINTIO Y PIDIO PERDON?
 
Re: El Camino A Cristo Elena G.de White. Sugerido por Advencito

Estimado gatomarco. Saludos cordiales.

Tú dices:



Respondo: Si has leído "El Camino a Cristo" sería interesante que emitieras tu opinión (al respecto) de su contenido, para que los no adventístas lo lean también.

En mi humilde opinión, es un libro recomendable para leer y analizar.

Bendiciones.

Luego todo Israel será salvo.
Seria bueno que nos compartas tu analisis del libro.
 
Re: El Camino A Cristo Elena G.de White. Sugerido por Advencito

¿SI ALGUNO DE ELLOS SE ARREPINTIO Y PIDIO PERDON?

Por supuesto. El perdón de Dios pasa por el previo reconocimiento del pecado, el arrepentimiento y la reforma del ser al respecto. Creer otra cosa es simplemente presunción.
 
Re: El Camino A Cristo Elena G.de White. Sugerido por Advencito

El Camino de Cristo es un compendio de los mismos escritos de Elena White, escritos previamente, y citas de otros autores, que ella mezcló en tan bella forma que resultó en una obra espiritual que ha traído a muchos a Cristo.

Les dejo un link sobre un estudio hecho al respecto (muy completo en mi opinión):

http://www.ellenwhite.info/steps_to_christ_myth.htm

Specific Conclusions

Fannie Bolton had nothing to do with any alleged plagiarism in the writing of pages 96 and 97 of Steps to Christ, since the material was already written and published by Ellen White before Fannie joined Mrs. White's staff.

That is, unless we say that Fannie assisted in plagiarizing from Mrs. White's own writings. Using the extreme standards of some of today's academic and professional circles, since Mrs. White never put quotation marks around or gave references for her previously published material, she indeed plagiarized most of Steps to Christ.

In our (non-legal) opinion, Mrs. White would have had no legal grounds for suing herself for plagiarism in 1892.

General Conclusions

We can trace the page on Dirk Anderson's site back to 2000, and the page on Robert Sanders' site back to 1999. Since Ellen White's writings came out on CD a decade earlier around 1990, it would have been a simple matter to discover that when Fannie Bolton came along Ellen White had already written the material in question. Additionally, they would have discovered that "But to claim that prayer will always be answered . . ." was not taken from Underwood.

While Dirk and Robert did give credit to Walter Rea for the material they got from him, it would have been best if they had verified his findings before making public these accusations. We therefore strongly recommend that critics of Mrs. White do their own independent research, rather than merely copying from one another.

¿Leyeron lo último, detractores ociosos?
 
Re: El Camino A Cristo Elena G.de White. Sugerido por Advencito

Por supuesto. El perdón de Dios pasa por el previo reconocimiento del pecado, el arrepentimiento y la reforma del ser al respecto. Creer otra cosa es simplemente presunción.
El pecador es reformado cuando va a Cristo, y no como afirma tu prefota que tiene que ir a Cristo reformado. Pues Jesucristo nos llama al arrepentimiento y todo aquel que se arrepiente tendrá remisión y, por lo tanto, salvación.

Juan 1:12 Mas a todos los que le recibieron, dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, á los que creen en su nombre:


Juan 3:16 Porque de tal manera amo Dios al mundo que a dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en el cree no se pierda mas tenga vida eterna.
 
Re: El Camino A Cristo Elena G.de White. Sugerido por Advencito

El pecador es reformado cuando va a Cristo, y no como afirma tu profeta Elena g de White que tiene que ir a Cristo reformado. Pues Jesucristo nos llama al arrepentimiento y todo aquel que se arrepiente tendrá remisión y, por lo tanto, salvación.

Juan 1:12 Mas a todos los que le recibieron, dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, á los que creen en su nombre:

Juan 3:16 Porque de tal manera amo Dios al mundo que a dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en el cree no se pierda mas tenga vida eterna.