Su propósito previsto en tipos
Para el 8 de Enero del 2005
Lección 2
Sábado 1 de enero
Dios escogió a Israel para que revelase su carácter a los hombres. Deseaba que fuesen como manantiales de salvación en el mundo. Se les encomendaron los oráculos del cielo, la revelación de la voluntad de Dios. En los primeros días de Israel, las naciones del mundo, por causa de sus prácticas corruptas, habían perdido el conocimiento de Dios. Una vez le habían conocido; pero por cuanto "no le glorificaron como a Dios, ni dieron gracias; antes se desvanecieron en sus discursos ... él necio corazón de ellos fue entenebrecido" (Romanos 1:21). Sin embargo, en su misericordia, Dios no las borró de la existencia. Se proponía darles una oportunidad de volver a conocerle por medio de su pueblo escogido. Mediante las enseñanzas del servicio de los sacrificios, Cristo había de ser levantado ante todas las naciones, y cuantos le miraran vivirían. Cristo era el fundamento de la economía judía. Todo el sistema de los tipos y símbolos era una profecía compacta del evangelio, una presentación en la cual estaban resumidas las promesas de la redención (Los hechos de los apóstoles, p. 12).
Los patriarcas y profetas fueron personajes representativos a través de los cuales fluyó, de siglo en siglo, una corriente de conocimiento al mundo. Adán, Abel, Enoc, Noé, Abrahán y otros, fueron cristianos porque revelaron al Cristo que mediante símbolos y tipos se les había revelado a ellos en sus dispensaciones. El Antiguo Testamento nos muestra el poder que poseyeron aquellos que miraban a Cristo. Ahora, todos los gloriosos rayos de esa luz siempre creciente, se concentran en nuestros días. La respuesta de Cristo a la pregunta: "No sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?", es la más clara definición de esta verdad acerca de sí mismo: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí"(S. Juan 14:5, 6). En su primer advenimiento se nos revela al Cristo que cambió riquezas, poder y gloria, por pobreza, privaciones, tentaciones y sufrimientos (Signs of the Times, enero 13, 1898).
Domingo 2 de enero: La crisis del pecado
La ley de Dios revela tanto los actos externos como los motivos secretos de los seres humanos; discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Muchos pueden ser culpables de pecados que sólo Dios conoce. Oscuras pasiones de celo, venganza, odio, malicia, lujuria y ambiciones prohibidas, pueden estar cubiertas al ojo humano, pero el eran YO SOY las conoce todas. Los pecados que no han sido cometidos sólo por falta de oportunidad, también son registrados por la ley divina. Y esos pecados secretos van formando el carácter de la persona. La ley de Dios condena no solamente lo que hacemos sino lo que dejamos de hacer. En el día final de cuentas nos encontraremos con un registro de pecados de omisión tanto como de comisión. Dios traerá toda obra ajuicio, incluyendo las cosas secretas. No es suficiente haber dejado de hacer lo malo; el haber dejado de hacer lo bueno será suficiente para declarar a un individuo "malo y negligente siervo".
Pero por las obras de la ley ninguna carne será justificada. No hay poder en la ley para salvar al transgresor. Si el ser humano, después de haber transgredido la ley, pudiera salvarse por poner toda su energía en guardarla perfectamente, entonces la muerte de Cristo no hubiera sido necesaria. El hombre podría haber dependido de sus propios méritos y decir: "Soy impecable". Pero el ser humano, por sí mismo, no puede elevarse a un sitial donde pueda reclamar la perfección, ni Dios degradará su ley para ponerla al alcance de la imperfección humana. Es sólo porque Cristo vino a nuestro mundo, pagó la deuda del pecador, sufrió la penalidad de la ley y satisfizo la justicia, que ahora el pecador puede reclamar la justicia de Cristo. "Cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia" (Romanos 5:20)(Manuscript Releases, t. 6,pp. 141, 142).
Si suponéis que Dios tratará livianamente el pecado o hará una excepción para que podáis seguir pecando sin sufrir el castigo, sois objeto de un terrible engaño de Satanás. Cualquier violación voluntaria de la justa ley de Jehová expone vuestra alma a los violentos asaltos de Satanás. Cuando perdéis vuestra integridad consciente, vuestra alma se convierte en un campo de batalla de Satanás. Abrigáis dudas y temores suficientes para paralizar vuestras energías y llevaros al desánimo. El favor de Dios ha desaparecido. Algunos de vosotros... habéis buscado compensación por la pérdida del testimonio del Espíritu Santo de que sois hijos de Dios, procurando la excitación mundana en compañía de los mundanos. En resumen, os habéis hundido más aún en el pecado (A fin de conocerle, p. 250).
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Lunes 3 de enero: La crisis del pecado (continuación)
Satanás había tenido tanto éxito en engañar a los ángeles de Dios y en la caída del noble Adán, que pensó que tendría éxito en vencer a Cristo en su humillación. Contempló con gozo placentero el resultado de sus tentaciones y el aumento del pecado en las continuas transgresiones de la ley de Dios por más de cuatro mil años. Había provocado la ruma de nuestros primeros padres, había traído el pecado y la muerte al mundo y había llevado a la ruina a multitudes en todos los siglos, países y clases. Por su poder, había regido ciudades y naciones hasta que sus pecados habían provocado la ira de Dios, quien las había destruido por fuego, agua, terremotos, espada, hambre y pestilencias. Mediante sus astutos e incansables esfuerzos, había dominado el apetito y había excitado y fortalecido las pasiones hasta tal punto que había desfigurado y casi raído la imagen de Dios en el hombre. La dignidad física y moral del hombre habían sido destruidas hasta tal punto, que no tenía sino un vago parecido en carácter y perfección de forma con los que dignificaron a Adán y a Eva (Mensajes selectos, t. 1, p. 316).
El pecado del hombre ha traído un resultado seguro: decadencia, deformidad y muerte. Hoy día todo el mundo está manchado, corrompido, afectado de una enfermedad mortal. La tierra gime bajo la continua transgresión de sus habitantes.
La maldición del Señor está sobre la tierra, sobre el hombre, sobre las bestias, sobre los peces en el mar, y como la transgresión se hace casi universal, se permitirá que la maldición llegue a ser tan amplia y tan profunda como la transgresión (Comentario bíblico adventista, t. 1, p.1099).
Dios maldijo la tierra por causa del pecado cometido por Adán y Eva al comer del árbol del conocimiento, y declaró: "Con dolor comerás de ella todos los días de tu vida". El Señor les había proporcionado lo bueno y les había evitado el mal. Entonces les declaró que comerían de él, es decir, estarían en contacto con el mal todos los días de su vida.
De allí en adelante el género humano sería afligido por las tentaciones de Satanás. Se asignó a Adán una vida de constantes fatigas y ansiedades, en lugar de las labores alegres y felices de que habían gozado hasta entonces. Estarían sujetos al desaliento, la tristeza y el dolor, y finalmente desaparecerían. Habían sido hechos del polvo de la tierra, y al polvo debían retornar.
Se les informó que debían salir de su hogar edénico. Habían cedido ante los engaños de Satanás y habían creído sus afirmaciones de que Dios mentía. Mediante su transgresión habían abierto la puerta para que Satanás tuviera fácil acceso a ellos, y ya no era seguro que permanecieran en el Jardín del Edén, no fuera que en su condición pecaminosa tuvieran acceso al árbol de la vida y perpetuaran así una vida de pecado. Suplicaron que se les permitiera quedar, aunque reconocían que habían perdido todo derecho al bendito Edén. Prometieron que en lo futuro obedecerían a Dios perfectamente. Se les informó que al caer de la inocencia a la culpa no se habían fortalecido, sino por el contrario se habían debilitado enormemente. No habían preservado su integridad cuando gozaban de un estado de santa y feliz inocencia, mucho menos tendrían fortaleza para permanecer leales y fieles en un estado de culpa consciente. Se llenaron de profunda angustia y remordimiento. Comprendieron entonces que el castigo del pecado es la muerte (La historia de la redención, pp. 41, 42).
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Martes 4 de enero: Caín y Abel
El que está intentando alcanzar el cielo por sus propias obras al guardar la ley, está intentando un imposible. El hombre no puede ser salvado sin la obediencia, pero sus obras no deben ser propias. Cristo, debe efectuar en él tanto el querer como el hacer la buena voluntad de Dios. Si el hombre pudiera salvarse por sus propias obras, podría tener algo en sí mismo por lo cual regocijarse. El esfuerzo que el hombre pueda hacer con su propia fuerza para obtener la salvación está representado por la ofrenda de Caín. Todo lo que el hombre pueda hacer sin Cristo está contaminado con egoísmo y pecado, pero lo que se efectúa mediante la fe es aceptable ante Dios. El alma hace progresos cuando procuramos ganar el cielo mediante los méritos de Cristo. Contemplando a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, podemos proseguir de fortaleza en fortaleza, de victoria en victoria, pues mediante Cristo la gracia de Dios ha obrado nuestra completa salvación (Mensajes selectos, t. 1, pp. 426, 427). : .
Caín y Abel representan dos clases de personas: los justos y los impíos, los creyentes y los incrédulos, que debían existir desde la caída del hombre hasta la segunda venida de Cristo. Caín, que mato a su hermano Abel, representa a los impíos que tendrían envidia de los justos y los odiarían porque serían mejores que ellos. Sentirían celos de los justos y los perseguirían y matarían porque sus buenas obras condenarían su conducta pecaminosa (La historia de la redención, pp. 56, 57).
Caín y Abel representan las dos grandes clases de personas. Abel, como sacerdote, ofreció con solemne fe su sacrificio. Caín estaba dispuesto a traer su ofrenda de los frutos de la tierra, pero rehusaba ofrecer sangre, y al no hacerlo mostraba su falta de arrepentimiento y su fe en un Salvador que derramaría su sangre. Su orgulloso corazón no aceptaba la necesidad de un Redentor porque lo consideraba humillación y dependencia. En cambio Abel, al manifestar fe en un futuro Redentor, ofreció a Dios un sacrificio más aceptable que el de Caín. Al ofrecer la sangre de un animal reconocía que era pecador, que necesitaba que sus pecados fueran quitados, y que creía en la eficacia de la sangre que sería derramada en la gran ofrenda futura (Confrontation, pp. 22, 23).
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Miércoles 5 de enero: Abrahán y el Calvario
Abrahán había deseado mucho ver al Salvador prometido. Elevó la más ferviente oración porque antes de su muerte pudiera contemplar al Mesías. Y vio a Cristo. Se le dio una comunicación sobrenatural, y reconoció el carácter divino de Cristo. Vio su día, y se gozó. Se le dio una visión del sacrificio divino por el pecado. Tuvo una ilustración de ese sacrificio en su propia vida. Recibió la orden: "Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas,... y ofrécelo... en holocausto". Sobre el altar del sacrificio, colocó al hijo de la promesa, el hijo en el cual se concentraban sus esperanzas. Entonces, mientras aguardaba junto al altar con el cuchillo levantado para obedecer a Dios, oyó una voz del cielo que le dijo: "No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; que ya conozco que temes a Dios, pues que no me rehusaste tu hijo, tu único". Se le impuso esta terrible prueba a Abrahán para que pudiera ver el día de Cristo y comprender el gran amor de Dios hacia el mundo, tan grande que para levantarlo de la degradación dio a su Hijo unigénito para que sufriera la muerte más ignominiosa.
Abrahán aprendió de Dios la mayor lección que haya sido dada a los mortales. Su oración porque pudiera ver a Cristo antes de morir fue contestada. Vio a Cristo; vio todo lo que el mortal puede ver y vivir;
Mediante una entrega completa, pudo comprender esa visión referente a Cristo. Se le mostró que al dar a su Hijo unigénito para salvar a los pecadores de la ruina eterna. Dios hacía un sacrificio mayor y más asombroso que el que jamás pudiera hacer el hombre (El Deseado de todas las gentes, pp. 434, 435).
En la ofrenda de Isaac, Dios tuvo el propósito de prefigurar el sacrificio de su Hijo. Isaac era una figura del Hijo de Dios que fue ofrecido como sacrificio por los pecados del mundo. Dios deseaba impresionar en Abrahán el evangelio de salvación para los hombres... Había de entender en su propio caso cuan grande era la abnegación del Dios infinito al dar a su Hijo para rescatar al hombre de la ruina.
Para Abrahán, ninguna tortura mental podría igualar a la que sufrió al obedecer la orden de sacrificar a su hijo (A fin de conocerle, p. 22).
La prueba a la que fue sometido Abrahán es la más severa que puede recibir un ser humano. Si hubiera fallado, no hubiera sido registrado como el padre de los fieles. Si se hubiese desviado de la orden de Dios, el mundo hubiera perdido un ejemplo inspirador de fe y obediencia incuestionables.
La lección fue dada para que brille a través de las edades, a fin de que aprendamos que no hay nada tan precioso que no podamos dar a Dios;
Cuando consideramos cada cosa como un don que Dios nos ha dado para ser usado en su servicio, nos aseguramos la bendición celestial. Y cuanto más devolvamos a Dios tanto más nos será confiado. Si lo que tenemos lo guardamos para nosotros mismos, no recibiremos recompensa en esta vida ni en la vida venidera (The Youth's Instructor, junio 6, 1901).
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Jueves 6 de enero: La serpiente en el desierto
El Señor Jesús había protegido a los hijos de Israel de las serpientes venenosas del desierto, pero ellos no conocían este aspecto de su historia. Los ángeles del cielo los habían acompañado, y en la columna de nube de día y de fuego de noche Cristo había sido su protección durante todo el viaje. Pero se habían convertido en egoístas y descontentos, y a fin de que no pudieran olvidar el gran cuidado que había ejercido sobre ellos, el Señor les dio una amarga lección. Permitió que los mordieran serpientes venenosas, pero en su gran misericordia no dejó que perecieran. Se ordenó a Moisés que levantara la serpiente de bronce en el asta de la bandera, y que proclamara que los que miraran, vivirían. Y todos los que lo hicieron, vivieron. Recuperaron la salud inmediatamente... Qué extraño símbolo de Cristo era la semejanza de la serpiente que los había mordido. Este símbolo debía ser levantado en el asta, y ellos debían mirarlo para sanar. De la misma manera, Jesús fue hecho semejante a carne de pecado. Vino como el que lleva el pecado...
El mismo mensaje sanador y vivificador resuena hoy. Señala al Salvador levantado en el árbol de la vergüenza. Se intima a los que han sido mordidos por la serpiente antigua, el diablo, a que miren y vivan... Considerad a Jesús, vuestra única justicia y vuestro sacrificio. Al ser justificados por la fe, la picadura mortal de la serpiente sanará (Hijos e hijas de Dios, p. 224).
Los hebreos, aunque afligidos, no se podían salvar a sí mismos del efecto de las serpientes. Sólo Dios, por su infinito poder, podía salvar a ese Israel pecador y rebelde. Sin embargo, en su sabiduría, Dios decidió no perdonar sus transgresiones sin probar su fe y arrepentimiento. Debían probar su penitencia y fe aceptando voluntariamente la provisión que Dios había hecho para su recuperación; debían actuar; debían mirar para vivir. Su acto. de mirar demostraba su fe en el Hijo de Dios representado por la serpiente.
La serpiente de bronce, levantada en medio del campamento, estaba' destinada a enseñar a Israel una lección. El pueblo había presentado sus ofrendas a Dios y creído que las mismas ya hacían amplia expiación por sus pecados. No habían puesto su fe en el Redentor por venir, de quien sus ofrendas eran sólo un símbolo. Sus ofrendas y sacrificios, como la serpiente de bronce, no tenían virtud o poder salvador en sí mismas, pero debían reavivar en sus mentes el futuro sacrificio del Hijo de Dios, y debían ser presentadas con una voluntad subyugada y un corazón penitente, confiando por fe en los méritos del querido Hijo de Dios.
Nadie estaba obligado a mirar a la serpiente de bronce; los que la miraran, vivirían; los que rehusaran mirarla no creyendo en la simple provisión que Dios había hecho, morirían. Los requerimientos de Dios no siempre son apreciados por su pueblo y muchos son incapaces de comprender el trato de Dios con ellos. Pero no es nuestra tarea cuestionar los propósitos de Dios, sino brindarle nuestra sumisa obediencia, pues Dios siempre tiene un propósito detrás de sus requerimientos. Puede ser que no lo comprendamos totalmente aquí, pero lo entenderemos en la vida venidera (Spirit of Prophecy, t. 1, pp. 316-318).